Evangelio de Jesucristo según San Lucas
En ese tiempo,
Mientras la multitud se reunía,
Jesús comenzó a decir:
«Esta generación es una mala generación”.
Ella está buscando una señal,
pero en realidad una señal
Sólo se le dará la señal de Jonás.
Porque Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive;
Así será con el Hijo del Hombre
para esta generación.
En el Juicio Final, la Reina de Saba estará presente
junto con los hombres de esta generación,
y ella los condenará.
En verdad, ella vino desde los confines de la tierra.
para escuchar la sabiduría de Salomón,
Y hay aquí uno más grande que Salomón.
En el Juicio, el pueblo de Nínive se levantará.
Al mismo tiempo que esta generación,
y la condenarán;
De hecho, se convirtieron
En respuesta a la proclamación hecha por Jonás,
Y hay aquí mucho más que Jonás.
– Aclamamos la Palabra de Dios.
La señal de Jonás hoy
Amados hermanos y hermanas, nos reunimos hoy como una pequeña Nínive dispersa por el mundo moderno, con sus avenidas ruidosas y sus callejones silenciosos donde los corazones aún buscan. Venimos con nuestras dudas, nuestro cansancio, nuestras preguntas. Llevamos nuestras pantallas parpadeantes, nuestros correos electrónicos desbordados, nuestras agendas abarrotadas, nuestros miedos ante las crisis que se suceden. Y en este tumulto, una palabra de Jesús, sencilla y clara como la luz de la mañana: «Esta generación es una generación malvada; busca una señal, pero no se le dará más que la señal de Jonás».
No nos turbemos. Lejos de condenar, esta palabra abre un camino. Nos dirige hacia una señal única, humilde y poderosa: una que salva sin deslumbrar, una que convoca sin aplastar. En esta señal, Dios se inclina y nos dice: «Vuelvan a mí con todo su corazón». Hoy, juntos, entremos en esta sabiduría, no para debatir, sino para escuchar; no para acumular evidencias, sino para dejarnos alcanzar.
Kyrie, Señor, ten piedad de nuestras peticiones de milagros a la carta. Christe, ten piedad de nuestros ojos demasiado apresurados para ver lo esencial. Kyrie, ten piedad y danos la señal que escapa al frenesí: tu presencia.

Introduzca el signo
¿Cuál es entonces la señal de Jonás? En primer lugar, es la historia de un profeta recalcitrante, un mensajero que no quiso su misión. Luego, es la conmoción de toda una ciudad que, al oír unas pocas palabras, se levantó, ayunó y se transformó. Finalmente, es la travesía de las profundidades: Jonás tres días y tres noches en el vientre del gran pez, figura de muerte y resurrección, figura de Cristo, «mucho más que Jonás». Este es el meollo del asunto: Dios nos arrebata de la noche al tomar nuestras noches en sí mismo. Cruza la muerte para que podamos vivir. La señal no es pirotécnica; es pascual.
En nuestro tiempo, el signo de Jonás no es solo un eslogan más, una etiqueta efímera ni una noticia de última hora saturada de imágenes. Es un paso: de la huida a la aceptación, del miedo a la confianza, de la soledad a la comunión, de la dureza a la misericordia. Se lee en la resistencia que abandonamos, en el perdón que ofrecemos, en las conversiones que consentimos.
Aleluya. Aleluya.
Felices los corazones que se abren,
porque reconocen la visitación de Dios.
Jonás, nuestro hermano
Jonás huye. Se escapa para no escuchar. ¿Quién de nosotros no se ha reconocido en él? Huimos a través de nuestras rutinas de confinamiento, de los medios digitales, de nuestras autojustificaciones. Huimos cuando decimos: «Este mundo es demasiado complicado, no puedo hacer nada al respecto». Huimos fingiendo no ver las lágrimas de un vecino, el agotamiento de un compañero, el cansancio de un ser querido. Huimos cuando el Evangelio diría: «Ve, repara, escucha, pide perdón», y respondemos: «Mañana».
La señal de Jonás comienza con este retorno a uno mismo: reconocer nuestra huida. Dios no humilla; llama. Habla al corazón, con esa voz tenue que susurra: "¿Dónde estás?". El tumulto ruge: una tormenta en el mar. Los marineros arrojan la carga, aligeran el barco; una imagen poderosa: ¿qué debemos arrojar por la borda para sobrevivir? ¿El consumo excesivo? ¿La adicción al ruido? ¿Un rencor de larga data? ¿Una forma de trabajar que nos destroza? Jonás se zambulle: consentimiento al abandono, un acto de verdad. Y aquí está el gran pez, vientre profundo, noche, silencio; pero también refugio, vientre, promesa.
En el vientre de la noche
Hay noches que se asemejan al vientre de una ballena: enfermedad, pérdida de trabajo, ruptura amorosa, soledad, depresión, crisis de fe. Nuestra época ha conocido noches colectivas: pandemias, guerras, temores climáticos. En estas noches, buscamos una señal. Quisiéramos un cielo que se abra, una voz que truene. Pero Dios se acerca no con estruendo, sino con fidelidad. Permanece en la habitación del hospital al amanecer. Permanece con quien, cada mañana, vuelve a empezar. Permanece en la oración balbuceada: «Señor, sálvame». Y este grito basta.
La señal de Jonás es a la vez oscuridad y un ojo vigilante de luz. Jonás reza en el vientre del pez. No se halaga; no grita; se confía. Reconoce que no se basta a sí mismo. Expresa la verdad en palabras: Huí, tengo miedo, te necesito. Entonces, paso a paso, el pez lo deposita en la orilla: una nueva oportunidad, una renovación ofrecida. Esta es la pedagogía de Dios: no humilla los corazones rotos; los levanta.
Hermanos y hermanas, si su noche es pesada, sepan que este vientre de pez no es su tumba, sino su paso. Un día, dejarán atrás lo que hoy los oprime, y dirán: estaba oscuro, pero Dios velaba. Esta es la señal: la salvación se teje en la tenacidad del amor.

Nínive moderna
Entonces Jonás camina hacia Nínive. No se justifica durante kilómetros. Pronuncia una palabra breve, dura y directa: "¡Cuarenta días más, y Nínive será destruida!". Y la ciudad se transforma. Se detiene, escucha, cambia. Sin imagen espectacular, sin algoritmos para potenciar el impacto, sin influencia comercial, solo la verdad aguda y el poder de un corazón que consiente.
¿Qué es Nínive hoy? Es nuestra sociedad apresurada, brillante, ansiosa, hiperconectada y a menudo aislada. Son nuestros metros que absorben multitudes, nuestros espacios abiertos que multiplican los teclados, nuestras notificaciones incesantes, nuestras noches invadidas por pantallas. Son también nuestras periferias relegadas, nuestros pueblos cansados, nuestras familias frágiles. Es nuestro planeta que jadea. Nínive somos nosotros. Y la palabra que llega no nos aplasta; nos invita: «Vuelve a mí».
Regresar es concreto. Significa dar un paso hacia la sobriedad por amor a la Tierra y a los pobres. Significa permitirse un día sin pantallas, sin compras innecesarias, para redescubrir el gusto. Significa elegir escuchar antes de responder, comprender antes de acusar. Significa pedir perdón a un hijo, a un padre, a un amigo. Significa retomar la oración donde la dejaste. Significa volver a la fuente de los sacramentos, confesarse, comulgar, dejar que Cristo nos fortalezca. Significa comprometerse con una fraternidad: un equipo, una pequeña comunidad, una Cáritas local, una visita a personas aisladas.
Aleluya. Aleluya.
Bienaventurado el que vuelve al Señor,
Estará lleno de ternura y paz.
La Reina de Saba hoy
Jesús añade: «La Reina de Saba se levantará en el Juicio contra esta generación; vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y aquí hay alguien más grande que Salomón». La Reina de Saba es la figura de la auténtica sed: cruza fronteras, invierte tiempo y dinero en busca de la verdadera sabiduría. Incluso hoy, muchos recorren grandes distancias en busca de sentido: peregrinaciones, retiros, lecturas, terapias, viajes. Muchos jóvenes llaman a la puerta de la verdad, sin que siempre les ayudemos a encontrarla.
La Palabra nos dice: la sabiduría está aquí. No «aquí» como un lugar cerrado; «aquí» como Presencia. Cristo está en medio de nosotros: en su Palabra proclamada, en su Cuerpo compartido, en los pobres visitados, en la comunidad reunida, en el silencio habitado. No necesitamos una señal más; necesitamos abrir los ojos a la señal que permanece y abrir el corazón para que se vuelva legible.
Ser la Reina de Saba hoy es atreverse a ser paciente. Dedicar una hora semanal a la lectio divina: leer el Evangelio con calma, dejar que una palabra nos detenga, responder con una oración sencilla. Es buscar guía espiritual, confiar nuestras luchas, discernir la llamada. Es abrir nuestra mente a la Tradición viva de la Iglesia, no por curiosidad mundana, sino por hambre de verdad. Para muchos, la sabiduría renace en las obras de misericordia: alimentar, vestir, acoger, visitar, instruir y consolar. Es allí donde descubrimos el conocimiento de los santos: Dios ama, y ama primero.
Más que Jonás
«Aquí hay algo más grande que Jonás». Jesús no se compara para glorificarse; nos revela el centro: él mismo es la señal. Jonás solo predicó; Jesús dio su vida. Jonás emergió durante tres días del seno de la noche; Jesús emerge del sepulcro, victorioso sobre la muerte. Jonás anuncia una amenaza; Jesús anuncia un Reino y paga el precio en la cruz. Esta es la señal suprema: amor hasta el extremo.
Hermanos y hermanas, la señal de Jonás culmina en el Misterio Pascual. En la misa, este misterio no es un recuerdo: está presente. En la humilde, silenciosa y pobre hostia, Dios se entrega. Allí todo está en juego. Allí recibimos la fuerza para cambiar, no solo por voluntad, sino por gracia. Allí aprendemos la lógica de Dios: convertirnos en pan, en don, en presencia.
Si quieres una señal, mira un sagrario. Si quieres una prueba, mira un crucifijo. Si quieres certeza, escucha la dulzura del Evangelio cada mañana. Y si dudas, díselo al Señor. Él no humilla la pregunta; la transforma en un camino.

Las señales de este tiempo
Jesús llama «mala» a la generación que exige señales según sus criterios. Nuestra era, sin embargo, está marcada por señales discretas de Dios:
- Cuidadores que sostuvieron las manos de los enfermos cuando todo parecía perdido.
- Familias que acogen a un niño inesperado, a un abuelo cansado, a un refugiado que llama a su puerta.
- Maestros que creen en el alumno abollado, artesanos que trabajan con conciencia.
- Activistas de una ecología integral que conectan el grito de la Tierra y el grito de los pobres.
- Sacerdotes y personas consagradas que, en silencio, rezan por el mundo y donan su tiempo.
- Las parejas que se perdonan, siguen adelante, se reconstruyen.
- Jóvenes que dicen no a la facilidad, sí a la lealtad.
- Comunidades que celebran, cantan, comparten y se preocupan.
Son pequeños Jonás, modernas Reinas de Saba. No buscan lo extraordinario; experimentan lo ordinario transfigurado. Nos dicen: «La señal ya está aquí».
Aleluya. Aleluya.
Que nuestros ojos se abran a los humildes,
por donde Dios decide pasar.
Conversión de hormigón
La conversión no es un sentimiento. Implica acciones. Aquí tienes un camino sencillo, cotidiano y fraterno:
- Oración: cinco minutos, luego diez, por la mañana. Una palabra, un agradecimiento, un perdón, una petición.
- Ayuno: una comida sobria más por semana, para aprender sobre el hambre y dársela a quien tiene hambre.
- Compartir: reservar un poco de dinero, un poco de tiempo, un poco de escucha y ofrecerlo.
- Reconciliación: un “te pido perdón” pronunciado sin demora, sacramento recibido con humildad.
- Justicia: elegir compras responsables, luchar contra la corrupción, apoyar un proyecto solidario.
- Esperanza: rechazar el cinismo, bendecir en lugar de maldecir, alentar en lugar de aplastar.
No es heroico; es evangélico. Y el Reino crece como la levadura.
Palabras para nuestras ciudades
Nuestras ciudades esperan palabras que reconstruyan. A quienes gobiernan, el Evangelio nos recuerda que la autoridad es servicio. A quienes emprenden, les ofrece la audacia de crear sin aplastar. A quienes enseñan, les confía semillas de verdad para que florezcan. A quienes se preocupan, les ofrece un aceite de compasión que nunca se agota. A quienes oran, les pide que sostengan a todos los demás. A cada uno, les dice: «Donde estás, ama. Y traerás una señal».
Una parroquia se convierte en signo cuando abre sus puertas entre semana, cuando calma la soledad del barrio, cuando acoge la diversidad y ofrece espacios para la verdadera comunicación. Una familia se convierte en signo cuando bendice las comidas, vela los domingos y se habla con respeto. Una persona soltera se convierte en signo cuando ofrece su disponibilidad a los lazos fraternos. Un enfermo se convierte en signo cuando confía su sufrimiento a Dios y, a través de él, carga con el mundo. Nadie es demasiado pobre para dar; nadie es demasiado rico para recibir. Todos comparten el signo de Jonás.

El lenguaje de la misericordia
Jonás quería que Nínive fuera castigada; Dios la perdona. La misericordia es la sorpresa de Dios. No absuelve el mal; lo supera para salvar al pecador. En un mundo presto a juzgar, la misericordia es revolucionaria. Acorta distancias, rompe el "nosotros contra ellos", reconoce el rostro bajo la etiqueta.
Practicar la misericordia significa rechazar el comentario hiriente, renunciar a la última palabra para salvar la relación, defender al ausente, dar una segunda oportunidad, creer en una nueva posibilidad. En la Iglesia, la misericordia es la ley suprema cuando se trata de los pequeños, los débiles, los heridos. El Evangelio no es un tribunal; es un hospital de campaña. El signo de Jonás es el estandarte de este hospital: un pueblo en marcha, levantando a los que caen, aprendiendo a amar cada día más.
Silencio y escucha
Hoy, no cierren sus corazones, sino escuchen la voz del Señor. Escuchar requiere silencio. Nuestras vidas carecen de desierto. Ofrezcámonos momentos de silencio: en la iglesia, ante un crucifijo, en la naturaleza, junto a una ventana. El silencio no es vacío; hace audible la voz de Dios. De este silencio surge la palabra justa, la palabra que sana.
Prueba esto: cada día, pasa quince minutos sin teléfono, sin música, sin imágenes. Respira, di: «Ven, Espíritu Santo». Abre el Evangelio del día. Deja que una palabra te llegue. Repítela mientras caminas. Al final, encomienda a alguien al Señor. Verás, tu alma se calmará y el día se convertirá en una misión.
Los tres días
Los "tres días" de Jonás se unen a los "tres días" de Jesús: Viernes de la Cruz, Sábado del Gran Silencio, Domingo de Resurrección. Nuestra vida tiene sus viernes: es dolor, pérdida, fracaso. Tiene sus sábados: es espera, duda, noche desorientada. Tiene sus domingos: es alegría, encuentro, paz encontrada. La señal de Jonás dice: no te detengas en el viernes. Sábado de la Cruz. Llega el domingo.
Si estás en viernes, aférrate a la cruz; Jesús está ahí. Si estás en sábado, no huyas; el Padre te observa. Si estás en domingo, no te guardes la alegría para ti; anúnciala con delicadeza. Así, tu vida se convertirá en una catequesis viva del signo dado.
Esperanza obstinada
En el Juicio, el pueblo de Nínive se levantará. La esperanza cristiana no es ingenua ni anestesiada; es terca como una semilla en el hormigón. Cree en la recuperación final, cuando Dios enjugará cada lágrima. Cree que la historia tiene sentido, que el amor tiene la última palabra, que la justicia de Dios se asemeja a un Padre con los brazos abiertos.
En un mundo saturado de escenarios catastróficos, la esperanza es resistencia. Impulsa la acción, la creatividad, el arte, la política y el servicio. No confunde la cautela con el miedo. Avanza porque sabe que el Resucitado camina delante de nosotros en Galilea, donde la vida ordinaria comienza de nuevo. La esperanza reza y se arremanga: ese es su estilo.
Aleluya. Aleluya.
Nuestro Dios es el Dios de la vida,
Él hace florecer el desierto.

Una liturgia del camino
Llevemos en el bolsillo una liturgia sencilla para el camino:
- Al despertar: «Señor Jesús, hoy quiero escucharte. Dame un corazón que se vuelva hacia ti».
- Durante el día: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.
- Por la noche: revisar el día, dar gracias, pedir perdón, confiar el mañana.
- Cada semana: un acto concreto de misericordia.
- Cada mes: una confesión, un encuentro de escucha profunda, una limosna elegida.
Este no es un método mágico; es un espacio para la señal. Dios hará el resto.
Caras
Para que la señal sea más que palabras, veamos los rostros. Está Louise, que cada martes cocina dos comidas extra para sus vecinos mayores. Está Karim, que renunció al dinero fácil para ser honesto y que duerme mejor. Está Mado, una viuda, que hace rezar el rosario por los jóvenes del barrio. Está Théo, que se levantó para disculparse delante de su clase tras herir a alguien. Está la hermana Élisabeth, que sonríe en la penumbra del claustro y lleva en sus oraciones a quienes nunca conocerá. Estás tú, y tus gestos ocultos que Dios ve. Estos rostros son capillas donde arde una llama. La señal de Jonás los atraviesa.
Pruebas y promesas
No nos sorprendamos si la conversión encuentra oposición. El mismo Jonás rechinó los dientes ante el perdón de Nínive. El mal que llevamos dentro se aferra. Pero la promesa permanece: Dios completa lo que empieza. No abandona la obra de sus manos. Cuando caigas, levántate. Cuando dudes, pide la ayuda de la fe. Cuando te canses, apóyate en la comunidad. Cuando ya no sepas orar, simplemente susurra: «Abba, Padre».
En la Iglesia, el signo de Jonás exige una humildad radical: reconocer nuestras faltas, enmendar nuestros errores, proteger a los más vulnerables y servir sin presumir. La credibilidad nace de la santidad, y la santidad comienza con la verdad. Pero no reduzcamos la Iglesia a sus heridas; también alberga tesoros: la Palabra, los sacramentos, la caridad, la tradición de la sabiduría. Es allí donde Dios nos sana y nos envía.
Oración de intercesión
Señor Jesús, tú que eres la señal dada,
- Abre nuestros corazones a tu Palabra, líbranos de la carrera por los prodigios.
- Hagamos de nuestras comunidades casas de misericordia.
- Inspirar a los líderes políticos y económicos a servir al bien común.
- Consolad a los que pasan la noche y poned compañeros a su lado.
- Dar a los jóvenes la alegría de buscar y encontrar.
- Enséñanos a amar la Tierra como un regalo y no como un botín.
- Reaviva en nosotros el hambre de la Eucaristía y la dulzura de la reconciliación.
Aleluya. Aleluya.
Tu misericordia, Señor, es más fuerte que nuestros cálculos,
tu luz, más verdadera que nuestras luces.
Ofrenda y envío
Al ofrecer el pan y el vino, ofrezcamos también aquello que rehuimos: nuestras responsabilidades, nuestras conversiones, nuestro difícil perdón. Coloquémoslos en el altar. Cristo los tomará, los unirá a su propia ofrenda y los hará fructíferos. Recibamos, pues, el Cuerpo de Jesús como fuerza para caminar, como viático. El camino es largo, pero él camina con nosotros. Seamos lo que recibimos: un Cuerpo entregado por la vida del mundo.
Vayamos entonces a nuestros hogares, a nuestros barrios, a nuestros lugares de trabajo, a nuestros espacios de fragilidad y esperanza. Que nuestras palabras sean justas, nuestros gestos amables, nuestras decisiones claras. Que todo aquel que se cruce en nuestro camino, incluso sin decirlo, perciba una señal: algo más humilde y fuerte que nuestras convicciones: la huella del Amor.

Doxología de la esperanza
Gloria a ti, Padre de misericordias, que haces nacer la mañana.
Gloria a ti, Jesús, único signo, liberado y resucitado.
Gloria a ti, Espíritu de mansedumbre, que infundes oración en nosotros.
A ti seas alabado en la Iglesia y en el mundo,
hoy y mañana, por los siglos de los siglos. Amén.
Aleluya. Aleluya.
“Hoy no cierres tu corazón,
pero escuchad la voz del Señor.”
Aleluya.
Último estímulo
Hermanos y hermanas, no esperemos otras señales. La señal nos ha sido dada: un Dios hecho hombre, un hombre entregado por amor, un amor más fuerte que la muerte. Abandonemos la huida; abracemos la misión. Abandonemos el cinismo; elijamos la esperanza. Dejemos el ruido; habitemos el silencio donde Dios habla. Y que nuestras vidas, con paciencia, se conviertan en un evangelio visible, una pequeña Nínive convertida en el corazón del mundo.
Que el Señor te bendiga y te guarde.
Que él haga resplandecer su rostro sobre ti.
Que Él te dé su paz.
Y os haga, por su gracia, testigos de la señal de Jonás.
Aleluya. Aleluya.



