Obispo de Jerusalén en el siglo II, pacificador y guardián del Domingo de Pascua, San Narciso nos recuerda que la fidelidad a la Resurrección depende de la unidad de los creyentes. Su venerable edad y firmeza dan testimonio de una Iglesia arraigada en la oración y la armonía, incluso en medio de las divisiones. Sigue siendo una figura de vigilancia espiritual y paz fraterna, un pastor que puso la luz de Cristo por encima de toda consideración humana, incluso hasta su muerte a los cien años.

Llamado a servir a la Iglesia de Jerusalén con más de cien años, San Narciso sigue siendo un testimonio de la paciencia divina. Mientras las comunidades discutían sobre el día de celebración de la Pascua, él se atrevió a convocar un concilio para afirmar la alegría del Domingo de Resurrección. Aún hoy, su figura inspira a quienes buscan la unidad, la paz y una fe más profunda en medio de las tensiones del mundo.

Un pastor de unidad
Nacido a finales del siglo I, quizás en Palestina, Narciso llevó una vida recluida antes de ser llamado al episcopado de Jerusalén alrededor del año 190. Su tardía elección, con más de cien años según Eusebio de Cesarea, asombró a sus contemporáneos. Presidió el Concilio de Palestina, que estableció que la Pascua debía coincidir con el domingo y no con la fecha judía del 14 de Nisán. Sus decisiones marcaron un paso decisivo hacia la unidad litúrgica entre Oriente y Occidente. Acusado injustamente, se retiró a la soledad, para luego regresar a perdonar a sus detractores y retomar su cargo. Murió alrededor del año 212, con más de ciento diez años, en la paz del Señor. Su recuerdo permaneció vivo en las cartas de sus sucesores: «Aún gobierna la Iglesia con sus oraciones».
El milagro y la memoria
Una noche, durante la Vigilia Pascual, no había aceite para encender las lámparas. Narciso echó agua en las lámparas y oró. Sin embargo, la llama se encendió sola y ardió toda la noche, señal de la fe invencible del pastor. Este milagro, relatado por Eusebio, se convirtió en símbolo de la luz que Dios hace brillar a pesar de nuestras deficiencias. Se dice que el aceite de San Narciso seguía ardiendo en lugares sagrados para recordarnos que la fe, incluso antigua y frágil, aún ilumina el mundo.
Mensaje del día
Caminar en paz interior, incluso cuando todo parece desvanecerse, es el camino que nos mostró San Narciso. Su longevidad espiritual nos invita a permanecer fieles al ritmo de la Resurrección: cada domingo es una Pascua en miniatura. Como el aceite transformado en luz, la oración transforma la pobreza del corazón en un faro de esperanza. El mensaje de hoy: cultivemos una paciencia ardiente, nutrida por el perdón y la oración, confiando en la victoria de Cristo sobre la oscuridad.
Oración
Señor Jesús, luz de Pascua,
Concédeme paz en mi corazón, mi siervo Narciso.
Que mi fe no se extinga cuando falten las fuentes.
Enséñame a amar la unidad, a buscar la verdad sin juzgar,
y dejar que tu amor arda en mis acciones diarias.
Hazme fiel al domingo, día de tu alegría y victoria.
Amén.
Vivir
- Enciende una vela y encomienda a Dios una división experimentada u observada.
- Ofrecer un gesto concreto de paz a alguien con quien persiste un malentendido.
- Medita durante diez minutos en Juan 17:21: "Para que ellos sean uno como nosotros somos uno".
Memoria
La memoria de San Narciso se honra en Jerusalén, donde la tradición sitúa su tumba cerca del Monte Sión. En la Iglesia del Santo Sepulcro, una lámpara perpetua conmemora el milagro del aceite. Su festividad, celebrada el 29 de octubre, permanece en el calendario romano como conmemoración de la paz eclesiástica. Los peregrinos aún evocan su imagen en Cesarea, donde Eusebio relató su historia. En todo el Oriente cristiano, su nombre sigue siendo un signo de esperanza: el de un anciano que mantuvo viva la llama de la fe.
Liturgia
- Lecturas/Salmo: Isaías 25:6-9; Juan 17:20-26 — Tema: Unidad en la luz de Cristo.
- Canción/himno: Lumen Christi — luz que nunca se apaga.



