Carlos III y el Papa León XIV: cinco siglos de ruptura reconciliados de rodillas en el Vaticano

Compartir

Por primera vez desde la ruptura de Enrique VIII con Roma en 1534, un monarca británico reinante rezará públicamente con un papa. La visita de Carlos III al Vaticano los días 22 y 23 de octubre marca un hito simbólico en las relaciones entre la Iglesia Católica y la Iglesia de Inglaterra, que aún distan de la plena comunión.

Por lo tanto, un encuentro entre León XIV y el rey Carlos III no es nada excepcional. El soberano británico ya se había reunido en privado con el papa Francisco el 9 de abril en Roma, doce días antes de su muerte. Pero lo que convierte esta visita de Estado al Vaticano, el miércoles 22 y el jueves 23 de octubre, en un acontecimiento sin precedentes es precisamente esta dimensión pública de la oración común. Porque durante casi cinco siglos, ningún monarca británico en ejercicio había cruzado este umbral simbólico.

Un gesto que pesa 491 años de historia

Cuando Carlos III se arrodille junto a León XIV en la capilla privada del Palacio Apostólico, no será solo un rey rezando con un papa. Será la cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra reconociendo, en un acto de devoción compartida, la legitimidad espiritual del obispo de Roma. Un acto impensable hace apenas unas décadas, y que habría causado un escándalo hace un siglo.

Para comprender la trascendencia de este acontecimiento, debemos remontarnos a 1534, cuando Enrique VIII, excomulgado por el papa Clemente VII, promulgó el Acta de Supremacía. Este texto convirtió al rey de Inglaterra en cabeza de la Iglesia anglicana, rompiendo así siglos de unidad con Roma. La ruptura no fue solo teológica, sino también profundamente política. Enrique quería divorciarse de Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena, y el papa se había negado a anular su matrimonio. La arrogancia de un rey transformaría el panorama religioso europeo durante siglos.

Esta herida dejó una profunda cicatriz en la historia británica. Miles de católicos ingleses fueron perseguidos, se disolvieron monasterios y se martirizó a santos. Tomás Moro, canciller de Inglaterra y amigo de Enrique VIII, fue decapitado por negarse a reconocer la supremacía real sobre la Iglesia. Por otro lado, los católicos intentaron derrocar a los monarcas protestantes: la Conspiración de la Pólvora de 1605, liderada por Guy Fawkes, pretendía volar el Parlamento y restaurar una soberanía católica.

Durante siglos, ser católico en Inglaterra significaba vivir bajo sospecha. Las "leyes penales" prohibían a los católicos ocupar cargos públicos, votar o incluso celebrar misa abiertamente. No fue hasta 1829, con la Ley de Emancipación Católica, que estas restricciones comenzaron a levantarse. Pero la desconfianza mutua permaneció grabada en la memoria colectiva.

El largo camino hacia el acercamiento ecuménico

Si Carlos III puede rezar públicamente con el Papa hoy, es gracias a una paciente labor de reconciliación llevada a cabo durante varias generaciones. Una labor que comenzó mucho antes del Vaticano II, aunque este concilio fue el catalizador decisivo.

Los primeros pasos tímidos

Desde principios del siglo XX, algunos teólogos anglicanos y católicos comenzaron a explorar discretamente vías de diálogo. Las «Conversaciones de Malinas», celebradas entre 1921 y 1926, reunieron a figuras como el cardenal Mercier y el abad Portal por el lado católico, y a Lord Halifax por el lado anglicano. Estos intercambios no produjeron resultados concretos, pero rompieron un silencio de cuatro siglos.

La Segunda Guerra Mundial también jugó un papel inesperado. Ante la barbarie nazi, los cristianos de todas las confesiones descubrieron que compartían valores fundamentales. Su resistencia compartida al totalitarismo creó lazos de hermandad que perdurarían tras la guerra.

El Vaticano II, un punto de inflexión decisivo

El Concilio Vaticano II, inaugurado en 1962 por Juan XXIII y concluido en 1965 bajo Pablo VI, revolucionó la actitud de la Iglesia católica hacia los demás cristianos. El decreto Unitatis Redintegratio reconoció que las comunidades separadas «no están en absoluto privadas de significado y valor en el misterio de la salvación». Por primera vez desde la Reforma, Roma admitió que protestantes y anglicanos no eran simplemente «cismáticos» o «herejes», sino hermanos separados.

Esta apertura condujo a la creación de la Comisión Internacional Anglicana-Católica Romana (ARCIC) en 1967. Durante décadas, esta comisión trabajó en los temas teológicos que dividían a las dos iglesias: la Eucaristía, el ministerio ordenado y la autoridad en la Iglesia. En 1982, su primer informe, conocido como el "Informe Final", demostró que era posible alcanzar un consenso sustancial sobre estos temas espinosos.

La histórica visita de Pablo VI a Gran Bretaña nunca se realizó, pero la de Juan Pablo II en 1982 fue memorable. Por primera vez desde la Reforma, un papa pisó suelo británico. En la Catedral de Canterbury, sede del Arzobispo Primado de la Iglesia de Inglaterra, Juan Pablo II y el arzobispo Robert Runcie rezaron juntos. Esto ya era extraordinario, pero no se trataba de un monarca reinante.

Benedicto XVI continuó este acercamiento en 2010 con una visita de Estado que lo llevó a la Abadía de Westminster y al Palacio de Holyroodhouse en Escocia. Allí se reunió con la reina Isabel II, jefa de la Iglesia de Inglaterra, pero, una vez más, no rezaron juntos en público. La soberana, siempre consciente de su función constitucional y de la sensibilidad de sus súbditos, mantuvo una distancia formal.

Francisco, con su estilo más espontáneo, ha intensificado el diálogo. Sus encuentros con el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, se han vuelto habituales, casi amistosos. Ambos firmaron una declaración conjunta en 2016 condenando la esclavitud moderna y pidiendo la protección de la creación. Se reencontraron en Sudán del Sur en 2023 para una peregrinación por la paz que conmovió al mundo entero. Estos gestos sentaron las bases para el evento de hoy.

Carlos III, un rey profundamente ecuménico

Si esta oración común es posible hoy en día, también se debe a la singular personalidad de Carlos III. A diferencia de su madre, quien encarnaba una piedad anglicana tradicional y reservada, el actual rey siempre ha mostrado una notable apertura hacia otras tradiciones cristianas e incluso otras religiones.

Ya en la década de 1990, cuando aún era príncipe de Gales, Carlos escandalizó a algunos círculos conservadores al declarar que quería ser un "defensor de la fe" en lugar de un "defensor de la fe" (un juego de palabras en inglés entre "Defender of the Faith" y "Defender of Faith"). Quería demostrar su respeto por todas las creencias en una Gran Bretaña que se había vuelto multicultural y multirreligiosa.

Esta apertura no es solo una postura política. Charles posee una profunda espiritualidad personal, nutrida por sus lecturas y encuentros. Ha estudiado la ortodoxia, visitado monasterios griegos, dialogado con sufíes musulmanes y explorado las tradiciones contemplativas de todas las religiones. Su amigo íntimo, el padre Laurence Freeman, es un monje benedictino católico especializado en meditación cristiana.

En su coronación, el 6 de mayo de 2023, en la Abadía de Westminster, Carlos innovó al invitar a representantes de todas las denominaciones cristianas, así como a líderes de otras religiones, a hablar. El cardenal Vincent Nichols, arzobispo católico de Westminster, leyó el Evangelio en latín, un poderoso gesto simbólico. Fue la primera vez que un prelado católico desempeñó un papel tan importante en una coronación británica desde la Reforma.

El rey también se vio influenciado por sus viajes. Sus visitas a Italia, sus audiencias privadas con Juan Pablo II y Benedicto XVI mientras era Príncipe de Gales, y sus conversaciones con Francisco sobre ecología y justicia social moldearon su visión de un cristianismo más unido. Carlos ve el diálogo ecuménico no como una traición a la identidad anglicana, sino como su logro más auténtico.

Su círculo religioso refleja esta apertura. Si bien el arzobispo de Canterbury sigue siendo su principal consejero espiritual, Charles consulta regularmente a teólogos católicos, ortodoxos e incluso evangélicos. Lee las encíclicas papales, en particular la Laudato Si' de Francisco sobre ecología, que considera un texto fundamental para nuestro tiempo.

Esta dimensión personal es crucial. Sin la profunda convicción de Carlos III de que los cristianos debían superar sus divisiones históricas, esta oración común jamás habría tenido lugar. Los protocolos diplomáticos habrían encontrado mil razones para evitarla. Pero el rey insistió, consciente de que su reinado debía marcar una ruptura con las heridas del pasado.

¿Qué significa realmente “orar juntos”?

Muchos podrían restarle importancia al evento diciendo: «Al fin y al cabo, es solo una oración». Pero, en realidad, orar juntos en público es un acto teológico trascendental, cargado de profundo significado.

En la tradición cristiana, la oración en común nunca es trivial. Implica reconocimiento mutuo, una comunión espiritual, aunque aún no sea completa. Cuando Carlos III y León XIV rezan juntos, afirman que, a pesar de las diferencias que aún persisten en eclesiología, sacramentos o autoridad papal, comparten la misma fe en Jesucristo, la misma esperanza en el Reino y la misma caridad evangélica.

El texto de la oración elegida para esta ocasión también es revelador. Según nuestra información, se trata del Padrenuestro, la oración que el propio Jesús enseñó a sus discípulos. Esta elección no es casual: el Padrenuestro trasciende las divisiones denominacionales. Todos los cristianos, ya sean católicos, anglicanos, ortodoxos o protestantes, lo recitan. Es el fundamento común, el corazón de la fe compartida.

Pero más allá del texto, es el gesto en sí lo que cuenta. Al arrodillarse uno junto al otro, el rey y el papa mostrarán al mundo que la humildad precede a la verdad teológica. Dirán, con su postura física, que ante Dios no hay superior ni inferior, ni vencedor ni vencido en las disputas del pasado. Solo hay dos siervos de Cristo implorando la gracia de la unidad.

Esta oración también tendrá lugar en un lugar simbólico: la Capilla Redemptoris Mater del Vaticano, decorada con mosaicos modernos que representan a la Virgen María. La elección de María no es insignificante. Si bien los anglicanos se han mostrado reacios durante mucho tiempo a abrazar la devoción mariana católica, que consideran excesiva, ha surgido un consenso sobre el papel de María como madre espiritual de todos los cristianos. La Declaración de Seattle de ARCIC de 2004 reconoció que María puede ser invocada como «modelo de la Iglesia y primera discípula».

El acto de orar juntos también sienta un precedente legal y litúrgico. Hasta ahora, los encuentros entre monarcas británicos y papas se limitaban a la diplomacia: apretones de manos, discursos e intercambio de ofrendas. Con esta oración en común, entramos en un espacio sagrado: el de la liturgia. Esto significa que, en el futuro, otras oraciones en común no solo serán posibles, sino casi esperadas.

Obstáculos que persisten en el camino hacia la unidad

A pesar del inmenso significado simbólico de este encuentro, sería ingenuo creer que la unidad entre católicos y anglicanos es inminente. Persisten importantes diferencias teológicas y eclesiológicas, que no se resolverán con una simple oración, por conmovedora que sea.

La cuestión del ministerio ordenado sigue siendo el principal obstáculo. La Iglesia de Inglaterra ha ordenado mujeres sacerdotes desde 1994 y mujeres obispos desde 2014. Roma, bajo el pontificado de Juan Pablo II, declaró en 1994 que la Iglesia Católica "no tiene autoridad" para ordenar mujeres al sacerdocio. Esta postura, reafirmada por Benedicto XVI y mantenida por Francisco a pesar de su apertura en otros temas, parece innegociable para Roma.

Además, la ordenación anglicana en sí no ha sido reconocida como válida por la Iglesia Católica desde la bula Apostolicae curae de León XIII en 1896. Roma considera que la sucesión apostólica se rompió durante la Reforma anglicana. Esta postura ha sido ligeramente matizada: desde la constitución apostólica Anglicanorum coetibus de Benedicto XVI en 2009, los sacerdotes anglicanos casados pueden ser ordenados sacerdotes católicos y conservar ciertas particularidades litúrgicas anglicanas. Sin embargo, esto no altera la doctrina fundamental.

La cuestión de la autoridad papal también sigue siendo espinosa. Si bien los anglicanos reconocen la primacía de honor del Papa, rechazan la primacía jurisdiccional y, sobre todo, el dogma de la infalibilidad papal proclamado en 1870 en el Primer Concilio Vaticano. Para Roma, la unidad no puede lograrse sin reconocer el papel único del sucesor de Pedro. Para los anglicanos, aceptar esta autoridad significaría renunciar a su propia identidad, nacida precisamente del rechazo de la jurisdicción romana.

Las cuestiones morales contemporáneas complican aún más el panorama. Si bien la Iglesia Católica mantiene su oposición al nuevo matrimonio de parejas divorciadas, a la anticoncepción artificial y, en especial, al matrimonio entre personas del mismo sexo, la Iglesia de Inglaterra ha evolucionado en estos temas. En 2023, autorizó la bendición de las parejas del mismo sexo, lo que generó tensiones internas, pero reflejó la evolución de la sociedad británica. Esta divergencia en la ética sexual no es trivial: afecta a la comprensión del matrimonio, el cuerpo y la sexualidad humana.

Finalmente, está la delicada cuestión de la propia monarquía. El rey o la reina del Reino Unido es la cabeza de la Iglesia de Inglaterra por definición constitucional. ¿Cómo podemos imaginar una reunificación completa con Roma manteniendo este sistema? Esto implicaría renunciar a la monarquía eclesiástica (impensable para los tradicionalistas anglicanos) o negociar un estatus especial con Roma (legalmente muy complejo).

Estos obstáculos no son insuperables, pero requieren paciencia, humildad y creatividad teológica. ARCIC continúa su labor, explorando vías de "diversidad reconciliada", donde la unidad no significa uniformidad. El modelo de las Iglesias católicas orientales, que mantienen sus propios ritos y disciplinas, a la vez que permanecen en comunión con Roma, inspira a algunos teólogos anglicanos.

Un símbolo poderoso en un mundo dividido

Más allá de consideraciones teológicas, esta oración común entre Carlos III y León XIV resuena con particular urgencia en el contexto actual. Nuestro mundo parece más dividido que nunca: guerras, polarizaciones políticas, nacionalismos resurgentes, fracturas sociales. En este clima, ver a dos líderes espirituales capaces de superar cinco siglos de conflicto arrodillarse juntos ante Dios transmite un mensaje contundente.

Este mensaje se dirige, ante todo, a los propios cristianos. A medida que el cristianismo decae en Europa Occidental y las iglesias pierden su influencia cultural, las divisiones denominacionales parecen ser, cada vez más, un lujo que los cristianos ya no pueden permitirse. Ante los desafíos del secularismo, el materialismo y la indiferencia religiosa, la unidad cristiana se está convirtiendo en una necesidad misionera.

El papa Francisco ha repetido con frecuencia que los cristianos ya están unidos "en la sangre" de los mártires. En Oriente Medio, África y Asia, los perseguidores no preguntan a las víctimas si son católicas, ortodoxas o protestantes antes de matarlas. Las matan por ser cristianas. Esta unidad en el martirio debería, según Francisco, inspirar unidad en el testimonio.

La oración común de Carlos III y León XIV también ilustra una dimensión a menudo olvidada del ecumenismo: no se trata solo de un diálogo entre clérigos y teólogos, sino de un movimiento que conecta a la gente. Cuando un rey reza con un papa, se reconcilian dos tradiciones, dos historias nacionales, dos memorias colectivas. Los católicos británicos, durante mucho tiempo discriminados y ahora plenamente integrados (recordemos que el primer ministro Rishi Sunak era hindú y varios ministros católicos), verán en este gesto un reconocimiento definitivo de su lugar en la nación.

Del mismo modo, los anglicanos se sentirán valorados en su singularidad. No se les trata como "medio cristianos" ni como "cismáticos" a los que convertir, sino como hermanos de pleno derecho con quienes Roma busca la reconciliación. Este reconocimiento mutuo es terapéutico para comunidades que han soportado el peso de la animosidad durante siglos.

El evento también tiene una dimensión geopolítica. En un mundo donde las identidades religiosas suelen ser instrumentalizadas con fines políticos, donde algunos utilizan el cristianismo como una seña de identidad excluyente en lugar de una llamada universal al amor, este encuentro nos recuerda que la auténtica fe cristiana es siempre abierta, dialogante y humilde.

El momento también es significativo. En octubre de 2025, mientras Europa se enfrenta a nuevas crisis migratorias, las tensiones con la Rusia ortodoxa se mantienen altas y el clima político se endurece, esta imagen de un rey protestante y un papa católico rezando juntos ofrece una poderosa contranarrativa. Afirma que la reconciliación es posible, que los muros pueden caer y que la historia no es inevitable.

Hacia una nueva era en las relaciones anglicano-católicas

Esta oración común no es un fin, sino un comienzo. Abre una nueva página en las relaciones entre las dos Iglesias, una página donde el diálogo ya no será solo teológico, sino también espiritual y fraternal.

En los próximos años, podemos esperar una proliferación de iniciativas conjuntas. Peregrinaciones mixtas, proyectos caritativos conjuntos, posturas éticas compartidas sobre temas importantes (ecología, pobreza, paz). El arzobispo de Canterbury y el cardenal de Westminster podrían celebrar juntos servicios ecuménicos regulares, ya no como excepciones, sino como la nueva normalidad.

Es probable que las parroquias locales sigan este ejemplo. En Gran Bretaña, muchas comunidades católicas y anglicanas ya comparten instalaciones, organizan eventos conjuntos y cooperan en proyectos sociales. Esta oración al Vaticano legitimará y fomentará estas iniciativas comunitarias, que a menudo son más audaces que las de los organismos oficiales.

Las generaciones más jóvenes de cristianos, menos marcadas por las disputas históricas, acogerán este desarrollo con entusiasmo. Para ellos, las divisiones confesionales heredadas del siglo XVI parecen anacronismos. Aspiran a un cristianismo más unido, más coherente en su testimonio y más creíble ante los desafíos contemporáneos.

Algunos teólogos incluso ven este acercamiento anglicano-católico como un modelo para otras reconciliaciones. Si Roma y Canterbury pudieron superar la herida de Enrique VIII, ¿por qué católicos y luteranos no pudieron profundizar en la reconciliación iniciada en 1999 con la Declaración Conjunta sobre la Justificación? ¿Por qué la Iglesia Ortodoxa, con la que Roma comparte tanto (los siete sacramentos, la sucesión apostólica, la veneración de María y los santos), no pudo considerar gestos similares?

Sin embargo, la historia nos enseña cautela. El camino hacia la unidad está plagado de obstáculos. Eventos imprevistos pueden ralentizar o incluso retrasar el proceso. La ordenación de obispas anglicanas ya ha provocado que miles de anglicanos se conviertan al catolicismo a través de los ordinariatos personales creados por Benedicto XVI. Podrían surgir nuevas controversias que compliquen el diálogo.

Pero el símbolo de esta oración común permanecerá. Dentro de cincuenta o cien años, los historiadores recordarán este 23 de octubre de 2025 como un punto de inflexión. Dirán que fue el día en que Carlos III y León XIV demostraron que era posible pasar página tras cinco siglos de separación sin negar la propia identidad. Dirán que fue el día en que la humildad y la fe triunfaron sobre el orgullo y la división.

Al arrodillarse juntos en la capilla del Vaticano, el rey de Inglaterra y el papa romano escriben una nueva página en la historia cristiana. Una página de esperanza que recuerda, en palabras del propio Jesús, «que todos sean uno... para que el mundo crea». Porque de eso se trata: de hacer creíble el Evangelio mediante la unidad visible de quienes lo proclaman.

Esta oración es un gesto profético. No porque resuelva todos los problemas, sino porque señala el camino. Dice a los cristianos de todo el mundo: «Miren, es posible. Lo que parecía imposible hace un siglo es real hoy». Invita a todos, a su propio nivel, a trabajar por la unidad que Cristo desea para su Iglesia.

Cuando Carlos III y León XIV cerraron los ojos en oración, se cerró toda una historia y se abrió una nueva esperanza. En el silencio de esta capilla vaticana, cinco siglos de heridas comenzaron a sanar. Y en este fértil silencio, ya podemos oír los inicios de una renovada comunión.

Vía Equipo Bíblico
Vía Equipo Bíblico
El equipo de VIA.bible produce contenido claro y accesible que conecta la Biblia con temas contemporáneos, con rigor teológico y adaptación cultural.

Lea también