En 1945, Europa emergió de la Segunda Guerra Mundial devastada, herida y dividida. Entre Alemania y los Polonia, Las relaciones estaban entonces marcadas por una dura historia: la invasión de septiembre de 1939, la brutal ocupación, los millones de muertos, las deportaciones, la destrucción de Varsovia y luego los desplazamientos forzados de población después la guerra.
Generaciones enteras han crecido en el dolor, la desconfianza y el odio mutuo. Tanto en los sermones como en las calles, Alemania evoca la pérdida de sus territorios orientales, la Polonia, El sufrimiento de su pueblo martirizado. Dos naciones cristianas, aunque vecinas, parecen condenadas a vivir en el resentimiento y el silencio.
Y sin embargo, veinte años después la guerra, Dentro de los solemnes muros de la Basílica de San Pedro en Roma, un pequeño grupo de obispos polacos se atrevió a realizar un gesto inesperado: extender la mano a sus hermanos alemanes.
El Concilio Vaticano II, un marco para una nueva audacia
El año es 1965. El Consejo Vaticano Se vive un momento decisivo. La Iglesia católica está explorando una nueva forma de estar en el mundo: diálogo, apertura y comprensión mutua. Obispos de todo el mundo están reflexionando sobre... paz y a la unidad de los hombres.
En este clima de esperanza, los obispos polacos, encabezados por el cardenal Stefan Wyszyński y un cierto obispo Karol Wojtyla, futuro papa Juan Pablo II — decidieron escribir una carta a sus homólogos alemanes. La idea surgió principalmente de un hombre: el obispo Bolesław Kominek, entonces obispo auxiliar de Wrocław. Él mismo había experimentado la guerra, La ocupación y las heridas del exilio. Pero cree firmemente que la fe debe preceder al recuerdo de las ofensas.
En esta carta histórica, escriben: «Concedemos y pedimos perdón». Una fórmula sencilla, casi conmovedora, pero de inmenso poder. Porque es la esencia misma del Evangelio; y, sin embargo, uno de los gestos más singulares tanto en la política como en la historia.
Una carta que cambió Europa
El significado simbólico del mensaje
La "Carta de los obispos polacos a los obispos alemanes" del 18 de noviembre de 1965 no es un documento diplomático, sino una declaración espiritual. Sin embargo, tendría considerables consecuencias políticas. Este gesto inicialmente provocó conmoción en Polonia. En ese momento, el país todavía estaba bajo un régimen comunista, dominado por el poder soviético, que explotaba los recuerdos de la guerra Para justificar su toma de posesión. La idea de tender una mano a los alemanes es impactante y escandalosa. Se acusa a los obispos de "traicionar a la nación".
A pesar de las críticas, la carta circuló. Pasó por cancillerías, parroquias y hogares. Los católicos alemanes descubrieron en ella una nobleza inesperada. En un contexto donde aún no se habían reconocido las fronteras, este mensaje trascendió los cálculos políticos. Hablaba de conversión interior, de sanar recuerdos, de un futuro compartido.
La respuesta alemana: gratitud y esperanza
El 5 de diciembre de 1965, los obispos alemanes respondieron. Su carta, sobria y profundamente respetuosa, rindió homenaje a la magnanimidad del gesto polaco. Expresaron su gratitud y, a su vez, prometieron trabajar para asegurar que «el espíritu maligno del odio jamás vuelva a separar nuestras manos».
Este intercambio bidireccional marca el inicio de un proceso largo pero irreversible. Comienza un nuevo capítulo. Este diálogo espiritual entre dos episcopados se convierte en el fundamento moral para la reconciliación entre las dos naciones.
Fue también el preludio de un acercamiento político: en la década de 1970, Willy Brandt se arrodilló en Varsovia ante el monumento a los héroes del gueto, un gesto que fue posible, en parte, gracias a la carta de 1965.
El papel visionario del obispo Bolesław Kominek
El modesto protagonista de esta historia es Bolesław Kominek. Nacido en 1903, vivió la cambiante frontera entre los dos países. En Breslavia (antes ciudad alemana), guía a una población reconstruida, una mezcla de residentes de larga data y refugiados del este. Comprende que esta ciudad simboliza tanto los aspectos trágicos como los reconciliables de la historia.
Para él, escribir esta carta significa darle un futuro a Breslavia: ya no una ciudad de heridas, sino una encrucijada de paz.
Seis décadas después, es frente a su monumento, en esta misma ciudad, donde las iglesias polaca y alemana se reúnen para celebrar este aniversario de la luz.
Wrocław 2025: Celebrando un patrimonio vivo
Un aniversario cargado de emoción
Los días 18 y 19 de noviembre de 2025, Breslavia volverá a ser un símbolo. Cerca del monumento dedicado al Cardenal Kominek, ciudadanos, fieles, historiadores y líderes religiosos se reunirán para conmemorar el 60.º aniversario de este mensaje profético. Una misa solemne en la Catedral de San Juan Bautista dará inicio a las celebraciones, a la que asistirán los presidentes de las Conferencias Episcopales de Polonia y Alemania, los obispos Tadeusz Wojda y Georg Bätzing, así como el Nuncio Apostólico, el Arzobispo Antonio Guido Filipazzi.
En su homilía, el arzobispo de Wrocław, Mons. Józef Piotr Kupny, recordó a todos que este gesto de 1965 no debe quedar en un recuerdo estático: «Queremos decir a nuestras naciones, a Europa y al mundo entero cuán importante es la reconciliación basada en la verdad, el diálogo y la perdón es importante»
Las campanas suenan en el casco antiguo, reconstruido después de la guerra. En la nave gótica, se mezclan himnos polacos y alemanes. Afuera, jóvenes depositan flores al pie del monumento. La emoción es palpable. Breslavia ya no es solo una ciudad de estructuras reconstruidas: es un símbolo de lo que Europa puede ser cuando la fe precede al miedo.
Oraciones, cantos y diálogos ecuménicos
A las 17:00, un servicio de oración ecuménico reunió a creyentes de todas las confesiones —católicos, protestantes y ortodoxos— en una iglesia cercana, al son de los cantos de Taizé. Una imagen que habría parecido inimaginable durante la época del Telón de Acero: polacos y alemanes rezando juntos por paz.
Este momento testimonia la fecundidad espiritual del gesto de 1965. Perdón Ya no es una palabra de teología, sino una experiencia vivida, transmitida, renovada.
Paralelamente a estas celebraciones, diversas exposiciones narran la historia de la carta, la vida del obispo Kominek, la memoria de las víctimas y la lenta reconstrucción de la confianza. Los conciertos reúnen a jóvenes músicos de ambos países. En la Facultad Pontificia de Teología, una conferencia explora el tema: «La reconciliación y el futuro de la Europa cristiana». Un programa integral que nos recuerda que esta reconciliación aún no está completa: se encuentra en constante evolución.
El papa León XIV rinde homenaje a Roma
Dos días antes, desde el Vaticano, EL Papa León XIV (ficticio en el contexto del escenario narrado) evoca con emoción este 60.º aniversario tras el Ángelus. Al saludar a los peregrinos polacos presentes en la Plaza de San Pedro, recuerda que esta carta fue «uno de los textos fundacionales de la Europa contemporánea».
Esto no es solo una declaración diplomática, sino un reconocimiento: la reconciliación entre polacos y alemanes se ha convertido en una clave espiritual para la unidad europea.
El mensaje para la Europa de hoy
El perdón, un acto político y espiritual
En un mundo fracturado por nuevas guerras, el mensaje de 1965 adquiere una resonancia singular. Perdonar no es olvidar; es elegir no seguir siendo prisionero del pasado.
La labor de los obispos polacos fue un acto a la vez evangelizador y político: romper el ciclo de odio, no mediante la negociación, sino a través de la gracia. Sentaron las bases de una memoria reconciliada, esencial hoy para comprender la Europa moderna.
Alemania y el Polonia, Antiguos enemigos, ahora colaboran estrechamente en el marco de la Unión Europea. El desarrollo de la región, los intercambios culturales y el hermanamiento de ciudades: todo esto tiene sus raíces en la carta de 1965.
Una inspiración para una Europa en busca de la unidad.
En un momento en que el continente se enfrenta a otras divisiones —económicas, migratorias, culturales— este recuerdo nos recuerda que la unidad no se puede decretar: se construye, pacientemente, a partir de gestos valientes y desinteresados.
Al cardenal Kominek le gustaba decir que «la reconciliación no es política de débiles, sino fuerza de cristianos». Una frase que bien podría servir de lema para Europa hoy.
El testimonio de los mártires, raíz de la paz
Semanas antes de esta conmemoración, la Iglesia beatificó a once sacerdotes que murieron bajo el nazismo y el comunismo: nueve salesianos polacos en los campos de concentración de Auschwitz y Dachau, y dos sacerdotes diocesanos asesinados por su fe. Esta beatificación, que se celebrará en octubre de 2025, nos recuerda el alto precio que se pagó por la reconciliación.
Estas vidas entregadas por el Evangelio encarnan la misma lógica del perdón: la que prefiere caridad al resentimiento, lealtad a Cristo con espíritu de venganza.
Su memoria vincula directamente la carta de 1965 con la espiritualidad del perdón vivido.
Su testimonio, mucho más que un episodio histórico, es una invitación a continuar por el camino que han trazado.
Una llama para transmitir
Sesenta años después de esta "carta de paz", las palabras "concedemos y pedimos perdón" resuenan como un llamado renovado. Nos recuerdan que paz No nace de un tratado, sino de un corazón transformado.
Este gesto, nacido en tiempos de sufrimiento, demuestra cómo la fe puede liberar la historia. Gracias a él, Europa pudo creer en una verdadera reconciliación. Gracias a él también, generaciones de hombres y mujeres han aprendido que una mano extendida vale más que mil victorias militares.
En Breslavia, las campanas seguirán repicando mucho después de que terminen las ceremonias. Cada una aún resuena con el eco de aquella promesa hecha hace sesenta años: «Concedemos y pedimos perdón». Una promesa que, más que nunca, sigue siendo el fundamento moral de Europa.

