Evangelio de Jesucristo según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va a buscar la que se perdió? Y si la encuentra, les aseguro que se alegra más por esa oveja que por las noventa y nueve que no perecieron. De la misma manera, su Padre celestial no quiere que ninguno de estos pequeños perezca».»
Encontrar la oveja perdida: cuando Dios va en busca de lo que realmente importa
Descubra cómo la parábola del pastor paciente revela el amor incondicional de Dios y transforma nuestra visión de aquellos que se desvían del camino..
Mateo 18:12-14 nos sumerge en una de las imágenes más tiernas del Evangelio: la del pastor que deja su rebaño para encontrar a una sola oveja perdida. Esta parábola resume toda la revolución espiritual de Cristo. Lejos de una contabilidad fría que favorecería a la mayoría, Jesús revela el rostro de un Dios que valora infinitamente a cada persona. Este texto, que leemos a menudo durante... Adviento, Nos invita a ver el error humano no como una falta imperdonable, sino como una oportunidad para merced El desarrollo divino. Juntos, exploraremos por qué esta oveja única acelera el corazón de Dios, cómo esta lógica trastoca nuestras prioridades habituales y cómo podemos encarnar este cuidado en nuestras relaciones diarias. Prepárense para ver la fe de otra manera: ya no como un club de perfeccionistas, sino como una aventura de búsqueda y redescubrimiento.
La parábola del pastor que busca :Primero situaremos este relato en su contexto litúrgico y bíblico, mostrando cómo Mateo lo utiliza para hablar de la comunidad cristiana. Un análisis de la lógica divina Descifraremos entonces el escándalo de amor que representa esta opción pastoral, aberrante según los cálculos humanos. Áreas de reflexión Desarrollaremos tres direcciones teológicas (el valor infinito de la persona, alegría (de la responsabilidad comunitaria redescubierta) antes de explorar las aplicaciones concretas en nuestras vidas. Arraigado en la tradición Relacionaremos esta parábola con las intuiciones de los Padres de la Iglesia y con la espiritualidad contemporánea, para luego ofrecer una meditación orante y respuestas a los desafíos que este texto plantea hoy.
El pastor y la montaña: Situando la parábola en su contexto
Esta breve parábola de tres versículos ocupa un lugar estratégico en el Evangelio de Mateo. Aparece en el capítulo 18, dedicado íntegramente a la vida comunitaria y la corrección fraterna. Justo antes, Jesús habló de los «pequeños» a quienes no se debe hacer tropezar (Mt 18,6-10), y justo después, dará las reglas para corregir a un hermano que ha pecado (Mt 18,15-20). Nuestro texto constituye, pues, un punto de inflexión crucial: explica Por qué Debemos hacer todo lo posible para evitar perder a alguien de la comunidad.
La imagen pastoral que Jesús utiliza dista mucho de ser abstracta para sus oyentes. En la Judea del siglo I, la ganadería ovina estructuraba la economía y el imaginario colectivo. Todos sabían que un pastor custodiaba celosamente su rebaño, contándolo mañana y tarde, conociendo a cada animal. La montaña mencionada en el texto se refiere a las áridas mesetas donde pastaban las ovejas, un terreno peligroso con sus barrancos y depredadores. Perder una oveja significaba arriesgarse a sufrir lesiones, morir de sed o acabar en las fauces de un lobo. El pastor que fue en su busca, por lo tanto, asumió un riesgo calculado, pero real.
Mateo retoma aquí una tradición ya presente en Lucas (Lucas 15, (4-7), pero con un matiz importante. En Lucas, la parábola sirve para justificar la acogida de pecadores y publicanos ante la murmuración de los fariseos: es una defensa de la misión de Jesús con los excluidos. En Mateo, se dirige a los propios discípulos y se refiere a la vida interna de la Iglesia naciente. El mensaje se hace más claro: en sus asambleas, no descuiden a ningún miembro, ni siquiera al más pequeño, ni siquiera al que se aleja. Esta adaptación editorial muestra que las primeras comunidades interpretaron esta imagen como una instrucción pastoral esencial.
La alusión a los "pequeños" (en griego micro) recorre todo el capítulo 18 como un hilo conductor. ¿Quiénes son? Los niños, sin duda, a quienes Jesús acaba de poner en el centro como modelo para acoger el Reino (Mt 18,1-5). Pero también los débiles en la fe, los discípulos frágiles, los que tropiezan, aquellos cuya confianza flaquea. En la Iglesia primitiva, esto podía referirse a los nuevos conversos, los pobres Sin instrucción religiosa, son marginados sociales. Jesús insiste: a los ojos del Padre, valen tanto como todos los demás juntos. Esta afirmación trastoca la jerarquía habitual de valores. Anuncia una teología donde la persona individual cuenta infinitamente, donde Dios se preocupa por los más pequeños tanto como por los primeros.
El contexto litúrgico, el de Adviento El hecho de que este texto se escuche con frecuencia enriquece aún más la lectura. La antífona del Aleluya que lo acompaña ("El día del Señor está cerca; he aquí que viene a salvarnos") nos sumerge en un estado de gozosa anticipación. El pastor que busca prefigura a Cristo que viene a salvar a la humanidad perdida. Adviento Esto nos recuerda que Dios no permanece lejos de su creación: desciende a la montaña árida de nuestra historia para traernos de vuelta a él. Esta dinámica de "venida" impregna toda la parábola de un tono escatológico. Esperamos a Aquel que ya nos busca.
La lógica al revés: analizar el escándalo de la misericordia
A primera vista, el comportamiento del pastor parece irrazonable. ¿Dejar a 99 ovejas desatendidas para buscar solo una? Cualquier rebaño consideraría absurdo este cálculo. El riesgo de que las 99 se dispersen o sean atacadas supera con creces el beneficio de encontrar la centésima. Sin embargo, Jesús presenta esta decisión como evidente: "¿No dejará a las 99...?". La frase retórica sugiere que todos deberían responder "sí, por supuesto". Aquí radica el escándalo: Jesús nos invita a adoptar una racionalidad que no sea la del cálculo utilitarista.
Esta lógica invertida revela algo fundamental sobre la identidad de Dios. Él no opera según el principio de la mayoría. Su contabilidad no se basa en la productividad. Para él, el valor de una persona no se mide por su contribución al grupo ni por su capacidad para mantenerse en el buen camino. Cada oveja posee una dignidad absoluta e inalienable que justifica todo esfuerzo. Esta verdad teológica sustenta toda la ética cristiana: la persona humana tiene un valor infinito, independientemente de sus méritos o defectos.
El texto también destaca alegría La alegría desproporcionada del pastor al encontrar a la oveja perdida es impactante. «Se alegra más por ella que por las 99 que no se extraviaron». Esta afirmación ofende nuestro sentido de justicia. ¿Acaso los 99 fieles no merecen mayor reconocimiento? ¿Por qué esta celebración por quien causó tanta preocupación? La respuesta reside en la naturaleza misma del amor divino. Dios no se alegra. de El extravío –sería absurdo– pero de Regreso, vida recuperada, relación restaurada. Es la diferencia entre la muerte y la vida lo que provoca esta explosión de alegría. El que estaba perdido es encontrado, el que arriesgó la vida se salva: ¿cómo no exultar?
Esta alegría divina también nos enseña algo sobre cómo vivir nuestra fe en comunidad. Con demasiada frecuencia, nuestras iglesias actúan de forma acusatoria o culpable hacia quienes se alejan. Son juzgados, criticados y excluidos mentalmente. Jesús nos muestra el camino opuesto: la auténtica comunidad cristiana busca activamente a los perdidos, invierte energía en encontrarlos y celebra su regreso sin recriminaciones ni reproches. La parábola describe así tanto el corazón de Dios como el enfoque pastoral de la Iglesia.
Finalmente, merece atención la conclusión del pasaje: «Así también vuestro Padre que está en los cielos no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños». El verbo «querer» (thelein (en griego) expresa una voluntad deliberada, un deseo profundo. Dios no se resigna a perder a nadie. No tolera la pérdida como un daño colateral aceptable. Su voluntad salvadora es universal y se extiende a todos, especialmente a los más vulnerables. Esta afirmación anticipa lo que Pablo desarrollará más adelante: Dios «quiere que todos los hombres se salven» (1 Timoteo 2:4). La parábola del pastor encarna narrativamente este principio teológico. Lo hace concreto, conmovedor, casi tangible.
El valor infinito de cada persona: primer eje teológico
La primera gran lección de esta parábola se refiere a la antropología cristiana, es decir, a la visión de la humanidad. En la lógica del pastor, una oveja no vale ni una centésima parte del rebaño. Vale tanto como las otras 99 juntas, porque su pérdida representa una ruptura inaceptable en la plenitud querida por Dios. Esta perspectiva altera radicalmente nuestra visión de los demás. Nadie es intercambiable, nadie es un mero número, nadie puede ser sacrificado en nombre de un bien colectivo mayor.
Esta visión tiene sus raíces en la convicción de que todo ser humano lleva la imagen de Dios (Génesis 1, (p. 27). La imagen de Dios confiere una dignidad que no depende del rendimiento, del éxito ni de la conformidad. El niño que se descarría sigue siendo portador de esta huella divina. No la pierde por extraviarse. Al contrario, es precisamente porque conserva esta dignidad ontológica que Dios se propone encontrarlo. Si el hombre fuera simplemente un animal entre otros, prevalecería el cálculo utilitario: es mejor salvar a la mayoría. Pero al ser creado a imagen de Dios, cada uno cuenta infinitamente.
Esta perspectiva tiene inmensas consecuencias éticas. Establece el respeto absoluto por toda vida humana, de principio a fin. Prohíbe tratar a nadie como un medio para un fin, por noble que sea. Exige que busquemos a los que caen, que nos preocupemos por el destino de los que desaparecen, que invirtamos tiempo y energía en aquellos que la sociedad considera perdidos. Pensemos en las personas sin hogar, en migrantes, a los presos, a los enfermos mentales: la parábola nos manda mirarlos con los ojos del pastor, no con los del administrador eficiente.
En nuestras comunidades parroquiales, esta perspectiva teológica desafía nuestras prácticas. Cuando alguien deja de asistir a misa, ¿qué hacemos? ¿Le damos la espalda y decimos: «Qué lástima por ellos»? ¿O vamos a buscarlos, no para hacerlos sentir culpables, sino para demostrarles que los extrañamos, que importan, que su lugar sigue vacío? La parábola sugiere que la misión de la Iglesia no se limita a los fieles presentes, sino que se extiende a todos los que se han alejado. Requiere un enfoque pastoral proactivo, que se acerque a la gente en lugar de esperar a que llegue.
El valor infinito del individuo también pone en perspectiva nuestros criterios habituales para el éxito comunitario. A menudo medimos la vitalidad de una parroquia por el número de participantes en la misa o en las actividades. Jesús nos ofrece otro criterio: ¿somos capaces de notar la ausencia de una sola persona? ¿Nos preocupamos por quien falta? Una comunidad de 500 miembros que nunca se preocupa por los ausentes no entiende el propósito. Una pequeña reunión de 20 personas buscando activamente a la persona número 21 encarna mejor el espíritu del Evangelio. La calidad de las relaciones prima sobre la cantidad de asistentes.
Finalmente, esta antropología nos habla de nuestro propio valor ante los ojos de Dios. ¿Cuántas veces nos sentimos insignificantes, perdidos entre la multitud, convencidos de que Dios tiene mejores cosas que hacer que preocuparse por nosotros? La parábola responde: no, tú importas tanto como todos los demás. Cuando te desvías, el Padre sale inmediatamente a buscarte. Nunca eres un caso insignificante, nunca un expediente para archivar, nunca un daño colateral aceptable. Esta certeza de ser buscados, esperados y deseados por Dios lo cambia todo. Proporciona una base sólida para la autoestima, no basada en nuestros logros, sino en el amor incondicional del Creador.
La alegría del reencuentro
La segunda lección de la parábola se refiere a la naturaleza de alegría Divino. Jesús afirma que el pastor «se alegra más por ella que por los 99 que no se extraviaron». Esta afirmación puede parecer injusta, pero revela algo esencial: Dios no se alegra de nuestra perfección estática, sino de nuestra conversión, nuestro regreso, nuestro redescubrimiento de él. Alegría Nace del movimiento de la muerte hacia la vida, de la pérdida hacia el reencuentro, de la desesperación hacia la esperanza.
Piensa en tus propias experiencias. ¿Disfrutas más de tu salud cuando nunca la has perdido o después de una enfermedad grave de la que te estás recuperando? ¿Aprecias más la presencia de un ser querido cuando aún está ahí o después de una larga separación? Este contraste explica alegría El dolor desproporcionado del pastor. Experimentó la angustia de la pérdida, la incertidumbre de la búsqueda, el miedo de no encontrar nunca a la oveja. Cuando finalmente la ve con vida, el reencuentro estalla en una alegría pura. Esta alegría no es una indiferencia hacia los 99 fieles, sino la intensa gratitud por un peligro evitado, una vida salvada.
La tradición cristiana siempre ha reflexionado sobre esta "alegría del cielo" ante la conversión de un pecador. Lucas lo afirma explícitamente: "Habrá alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, más que por 99 justos que no necesitan arrepentirse» (Lucas 15, 7) Esta alegría celestial tiene implicaciones concretas para nuestra vida espiritual. Primero, significa que nunca es tarde para regresar. No importa cuánto nos hayamos alejado de Dios, no importa cuántos errores hayamos cometido: regresar siempre trae consigo una celebración. Ninguna falta puede repararlo. alegría Una reunión divina.
Además, esta perspectiva cambia nuestra visión de la conversión. A menudo la imaginamos como un esfuerzo doloroso, una renuncia difícil, una serie de sacrificios. La parábola nos muestra su otra cara: alegría. La conversión es encontrar al Padre que nos buscó, regresar a casa tras un largo peregrinar, descubrir que somos esperados, deseados y celebrados. Esta alegría del reencuentro debe impregnar cada acto de reconciliación, cada sacramento de penitencia, cada momento de retorno a Dios. No venimos a ser reprendidos, sino a dejarnos encontrar por Aquel que nos ha buscado con tanta angustia.
En la vida comunitaria, este principio nos anima a cultivar un espíritu festivo hacia quienes regresan tras un período de ausencia. Con demasiada frecuencia, nuestra bienvenida es tibia y recelosa: "Mira, ha vuelto, ¿dónde estaba?". En cambio, la parábola nos llama a expresar abiertamente nuestra alegría. ¿Alguien regresa tras años de ausencia? Celebremos, no con indiscreción, sino con una calidez genuina que transmita: "Te extrañamos, nos alegra volver a verte". Esta alegría compartida sana las heridas de la separación y facilita la reintegración.
Alegría El redescubrimiento también habla de nuestra propia experiencia de conversión continua. La vida cristiana no es un río largo y tranquilo donde nunca nos desviamos. Con frecuencia nos extraviamos, tomamos caminos equivocados y nos desviamos del sendero. Cada vez que reconocemos este extravío y regresamos a Dios, es una nueva oportunidad para la alegría divina. El sacramento de la reconciliación se convierte así menos en una admisión de fracaso que en una oportunidad para alegrar el cielo. Cada confesión sincera trae consigo una celebración entre los ángeles. Esta visión transforma nuestra relación con nuestras propias debilidades: ya no son vergüenzas insuperables, sino oportunidades para que el amor de Dios se manifieste de nuevo.
Finalmente, esta alegría divina nos anima a perseverar en la fe a pesar de las dificultades. Sabemos que, aunque nos extraviemos, Dios nos busca. Aunque nos perdamos, él nos busca. Aunque nos desviemos, él nos espera con alegría. Esta certeza nos infunde una confianza inquebrantable. Podemos afrontar nuestras debilidades sin desesperar, reconocer nuestros errores sin derrumbarnos, porque sabemos que cada regreso trae una alegría mayor que todas nuestras infidelidades juntas.
Responsabilidad comunitaria
La tercera lección, más sutil pero crucial, se refiere a nuestra responsabilidad colectiva en la búsqueda del perdido. La parábola se dirige a los discípulos y les pregunta: "¿Qué les parece?". No solo describe la conducta de Dios, sino que también ofrece un modelo para la comunidad cristiana. Al igual que el pastor, la Iglesia y todo bautizado deben sentirse responsables de quienes se extravían. Nadie puede decir: "Ese no es mi problema".«
Esta responsabilidad comunitaria surge directamente de la naturaleza de la Iglesia como cuerpo de Cristo. En un cuerpo, cada miembro depende de los demás. Si uno sufre, todos sufren; si uno se pierde, todos se ven afectados. Pablo desarrolla esta eclesiología maravillosamente en 1 Corintios 12 "El ojo no puede decirle a la mano: 'No te necesito'" (1 Corintios 12, 21). Aplicar esta visión a nuestra parábola significa que la pérdida de un solo miembro debilita a todo el cuerpo. La Iglesia solo alcanza su plenitud cuando todos sus miembros están presentes y vivos.
En la práctica, esta responsabilidad se traduce en vigilancia pastoral. En una parroquia, ¿quién nota las ausencias? ¿A quién le importa saber por qué alguien a quien veía cada domingo ya no viene? A menudo, a nadie. Damos por sentado que cada uno vive su fe como le parece y respetamos su decisión de distanciarse. La parábola, por el contrario, sugiere que debemos acercarnos, establecer contacto y demostrar que la ausencia se ha notado. No de forma intrusiva ni acusadora, sino con preocupación fraterna: «Te extrañamos, ¿estás bien?».«
Este enfoque presupone un conocimiento genuino de los miembros de la comunidad. En una gran parroquia urbana donde la gente ni siquiera se saluda, es imposible notar una ausencia. La parábola, por lo tanto, aboga por comunidades a escala humana, donde los rostros son reconocibles, los nombres se conocen y las historias de vida se siguen. Esto no significa permanecer pequeño a toda costa, sino más bien estructurar la vida parroquial para que nadie pueda desaparecer sin que nadie lo note. Grupos de intercambio, equipos vecinales y movimientos de Acción Católica: todos estos son marcos donde se puede ejercer esta vigilancia mutua.
La responsabilidad comunitaria también implica la autorreflexión colectiva cuando alguien se va. En lugar de culpar únicamente a quien se va, la comunidad debería preguntarse: ¿Hicimos algo que le hizo daño? ¿Nuestra forma de vivir la fe le excluyó? ¿Nuestra rigidez le ahogó? Esta autocrítica no excusa necesariamente a quien se va, pero permite mejorar la vida comunitaria e impide que otros sigan el mismo camino. Una iglesia que busca de verdad a la oveja perdida también examina las razones de su extravío.
Además, esta responsabilidad no recae únicamente en "« pastores »"Los funcionarios, es decir los sacerdotes, diáconos o dirigentes" laicos. Recae sobre cada persona bautizada en virtud del sacerdocio común. Cada uno es pastor a su manera; cada uno puede percibir una ausencia y actuar en consecuencia. Una simple llamada telefónica, un mensaje amable, una invitación a un café: son gestos sencillos con los que encarnamos el cuidado del pastor. La parábola, en cierto modo, democratiza la preocupación pastoral al confiarla a todos.
Finalmente, esta preocupación por quienes se han desviado debe evitar dos trampas opuestas. La primera sería la indiferencia: no hacer nada, dejar pasar las cosas, considerándolo un problema propio. La segunda sería el acoso: insistir demasiado, culpabilizarlos, intentar obligarlos a volver. Entre ambos se encuentra un estrecho camino: el de la presencia discreta pero constante. Demostramos que nos importa, que estamos disponibles, que rezamos, pero respetamos la libertad del otro. Dejamos una puerta abierta sin obligar a nadie a cruzarla. Este punto intermedio pastoral requiere discernimiento constante y gran sensibilidad.

Vivir la parábola diariamente
¿Cómo podemos aplicar estas enseñanzas teológicas a nuestra vida diaria? Esta sección explora las aplicaciones prácticas de la parábola del pastor en diferentes ámbitos de la existencia.
En la familia, Este texto nos invita a adoptar una vigilancia amorosa hacia todos. Cuando un hijo se retrae, un adolescente se aleja de los valores familiares o un cónyuge parece distanciarse, la reacción natural oscila entre la indiferencia forzada («ya pasará») y la confrontación agresiva («¿qué te pasa?»). La parábola sugiere una tercera vía: buscarlos con paciencia. Esto significa crear espacios para un diálogo sin prejuicios, permanecer disponibles sin ser agobiantes y demostrar una presencia constante que diga: «Te busco porque importas». Un padre o madre que encarna esta actitud pastoral facilita el regreso del hijo pródigo en lugar de alejarlo con reproches.
En un contexto profesional, El espíritu del pastor puede transformar las relaciones. Cuando un compañero se desmotiva, se aísla o parece perder el equilibrio, el entorno laboral suele responder con exclusión: evaluación negativa, marginación o despido. Un enfoque inspirado en el Evangelio sería buscar primero la causa de esta desorientación. ¿Problemas personales? ¿Dificultades interpersonales dentro del equipo? ¿Falta de reconocimiento? Un gerente cristiano comprometido con este enfoque pastoral se toma el tiempo para escuchar, busca soluciones adecuadas y demuestra una fe constante en la persona. Esta actitud no nace de una ingenuidad angelical, sino de la convicción de que cada empleado posee un valor que trasciende su productividad inmediata.
En la vida parroquial, Como hemos visto, las aplicaciones son obvias. Pero requieren una revolución de mentalidad. Debemos pasar de una Iglesia que es una "gasolinera" (se viene cuando se necesita, si no, se queda en casa) a una Iglesia que es un "cuerpo vivo" donde cada miembro es conocido e importante. En concreto, esto puede traducirse en "células parroquiales" de 8 a 12 personas que se reúnen regularmente. En un entorno así, la ausencia de alguien se nota de inmediato y puede suscitar una respuesta fraterna. También podemos imaginar un "ministerio de acompañamiento" donde voluntarios capacitados contacten a quienes ya no asisten, no para culpabilizarlos, sino para mantener la conexión.
En nuestras amistades, La parábola también nos plantea una pregunta. ¿Cuántas amistades se desmoronan por negligencia u orgullo? Un amigo se aleja, esperamos a que dé el primer paso, pasan los años y el vínculo se rompe. El pastor nos enseña la importancia de tomar la iniciativa para acercarnos. Si alguien se aleja de nuestro círculo de amigos, ¿por qué no acercarnos a él, invitarlo y hacerle saber que lo extrañamos? Este enfoque requiere...’humildad – es reconocer que necesitamos al otro – pero salva muchas relaciones preciosas que de otra manera se perderían en la indiferencia.
Frente a nuestros propios fracasos, Finalmente, la parábola nos libera de la culpa paralizante. Todos nos extraviamos con frecuencia: en la duda, la tibieza, los compromisos éticos y diversas dependencias. En lugar de hundirnos en la negación o la desesperación, podemos recordar que Dios ya nos busca. Esta certeza nos da la valentía para reconocer nuestras fallas y volver. El sacramento de la reconciliación se convierte entonces, menos en una confesión humillante, en una oportunidad para dejarnos encontrar. Esta dinámica espiritual lo cambia todo: ya no nos convertimos por miedo al castigo, sino por confianza en Aquel que nos espera con alegría.
Ecos en la tradición cristiana
La parábola del pastor que busca a su oveja ha marcado profundamente la tradición cristiana desde sus orígenes. Los Padres de la Iglesia vieron en ella una imagen central de la misión de Cristo y del ministerio de la Iglesia. San Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla del siglo IV, comentó: «El pastor no dice: 'Déjala venir por sí sola', sino que va, corre, la busca con avidez«. Este énfasis en la iniciativa divina ha resonado a lo largo de los siglos. Dios no se limita a abrir su puerta y esperar nuestro regreso; sale, nos busca activamente, nos persigue con su amor.
San Agustín, en su Confesiones, Agustín ilustra esta verdad a través de su propia historia de vida. Antes de su conversión, vivía en una confusión moral e intelectual, buscando placeres fugaces y filosofías inciertas. En retrospectiva, comprende que durante todos esos años de peregrinación, Dios lo buscaba, preparaba las circunstancias de su conversión y lo esperaba pacientemente. «Tú estabas allí, dentro de mí, y yo estaba fuera», escribe. Esta experiencia agustiniana de la búsqueda divina impregna toda la espiritualidad occidental. Nos extraviamos, pero Dios habita en nosotros y nos llama constantemente de vuelta a nuestro verdadero hogar.
La iconografía cristiana ha representado con frecuencia al Buen Pastor cargando las ovejas sobre sus hombros. Esta imagen, hallada ya en las catacumbas romanas del siglo III, muestra a Cristo como un pastor tierno y fuerte, capaz de soportar nuestras flaquezas. Este Cristo-pastor ya prefigura la carga de la cruz: carga con nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestros extravíos. La oveja encontrada simboliza a toda la humanidad, a la que Cristo conduce de vuelta al Padre mediante su sacrificio pascual. En esta interpretación tipológica, nuestra parábola se convierte en un anticipo condensado de todo el misterio de la Redención.
La espiritualidad ignaciana, desarrollada por San Ignacio de Loyola En el siglo XVI, Ignacio se hizo eco de esta parábola en su método de discernimiento. Enseñó que Dios busca constantemente a la humanidad, incluso cuando se pierde en el error, y que deja rastros de su presencia (las "consolaciones") para ayudarnos a encontrar el camino correcto. En la tradición ignaciana, el director espiritual desempeña el papel de pastor: ayuda a la persona que discierne a reconocer dónde Dios la busca y la llama. Esta pedagogía espiritual traduce pastoralmente la enseñanza de la parábola: acompañar a alguien es ayudarle a dejarse encontrar por Dios.
Más recientemente, el Concilio Vaticano II Renovó esta visión pastoral invitando a la Iglesia a "salir" al mundo contemporáneo en lugar de esperar a que el mundo venga a ella. La constitución Gaudium et Spes Afirma que «las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y de todos los que sufren, son también las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los seguidores de Cristo» (GS 1). Esta solidaridad universal extiende directamente el espíritu del pastor que va en busca de la oveja perdida. La Iglesia no puede limitarse a sus certezas; debe ir al encuentro de quienes se encuentran perdidos en las periferias existenciales de nuestro tiempo.
EL papa François, en su exhortación Evangelii Gaudium (2013), retoma este tema con fuerza. Hace un llamado a una «Iglesia en movimiento», una Iglesia que «salga de su zona de confort» para acercarse a quienes se han alejado. Critica severamente a las comunidades cristianas que se conforman con sus propios círculos, indiferentes a los ausentes: «Prefiero una Iglesia maltratada, herida y sucia por haberse echado a andar, que una Iglesia enferma de encierro y de la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades». Esta audaz visión pastoral actualiza a la perfección la parábola: el pastor que deja las 99 para buscar a la niña perdida se arriesga, se ensucia en la montaña, pero es el precio de… lealtad a su misión.
Finalmente, la tradición mística, de Teresa de Ávila tiene Juan de la Cruz, de François Desde Sales hasta Teresa de Lisieux, los místicos dan testimonio de experiencias en las que Dios busca el alma incluso en lo más profundo de su oscuridad. La sequedad espiritual, las tentaciones, las dudas: todos estos son terrenos áridos donde la oveja se extravía. Sin embargo, los místicos afirman que a menudo es en estas noches oscuras cuando Dios obra con mayor intensidad para encontrarnos. Teresa de Lisieux, en su "pequeño camino", enseña que nuestra propia pequeñez atrae la ternura divina. Cuanto más perdidos nos sentimos, más se acerca Dios a nosotros. Esta experiencia mística valida existencialmente la promesa de la parábola: nadie está demasiado perdido como para que Dios no lo busque.
Medita sobre la parábola
Entremos ahora en una meditación orante sobre el texto en unos sencillos pasos que podéis seguir personalmente.
Primer paso: encontrar el silencio. Elige un momento tranquilo, ponte cómodo y respira hondo varias veces. Pide al Espíritu Santo que te guíe en esta lectura. Abre tu Biblia en Mateo 18:12-14 y lee el pasaje lentamente dos o tres veces, dejando que las palabras te resuenen.
Segundo paso: Identifica la oveja perdida dentro de ti. ¿En qué área de tu vida te sientes perdido actualmente? ¿Qué parte de ti se ha desviado del camino? Esto podría involucrar tu fe (tibieza, dudas), tus relaciones (conflictos sin resolver, aislamiento), tus decisiones éticas (compromisos que te agobian) o tu paz interior (ansiedad, desánimo). Reconoce honestamente este desvío ante Dios, sin juzgarte ni justificarte. Simplemente nómbralo.
Paso tres: imagina que Dios te busca. Visualiza mentalmente al pastor vagando por la montaña, llamando tu nombre. No te acusa; te busca con preocupación y ternura. Escucha su voz llamándote en tu peregrinar. Siente cuánto te extraña, cuánto anhela reencontrarte. Deja que la emoción que acompaña a esta comprensión surja en tu interior: Dios te busca porque significas todo para él.
Cuarto paso: Aceptar ser encontrado. Regresar requiere consentimiento. La oveja aún podría huir del pastor o esconderse entre los arbustos. Pero se deja agarrar y llevar. De igual manera, consiente interiormente en dejarte encontrar por Dios. Abandona tus defensas, tus escapes, tus justificaciones. Simplemente di: «Aquí estoy, Señor, encuéntrame, llévame, tráeme de vuelta». Esta oración de entrega abre el espacio para que Dios actúe.
Quinto paso: Sabor alegría del pastor. La parábola enfatiza alegría Dios te da la bienvenida. Recibe esta alegría divina como un regalo gratuito. Dios no te reprocha, no te recuerda tus errores, no te impone penitencias humillantes: se regocija. Deja que esta alegría divina penetre en tu corazón y disuelva tu culpa o vergüenza. Te esperamos con alegría, no con ira.
Sexto paso: Identifica las ovejas perdidas que te rodean. ¿Quién en tu círculo se siente perdido ahora mismo? ¿Un familiar, un amigo, un compañero, un miembro de tu comunidad? Preséntalos a Dios en oración y pídele la gracia de ser su pastor. ¿Cómo puedes demostrar concretamente que te importan? Haz un propósito sencillo y alcanzable (una llamada, un mensaje, una invitación).
Séptimo paso: Dar gracias. Termina tu meditación con una oración de gratitud por esto. amor divino Él nos busca incansablemente. Gracias a Dios porque nunca abandona la búsqueda, porque nunca te considera demasiado perdido para ser encontrado. Encomiéndale a todos los que están perdidos y pídele que ellos también sepan. alegría ser encontrado.
Esta meditación puede practicarse con regularidad, especialmente en momentos en que uno se siente alejado de Dios o antes de recibir el sacramento de la reconciliación. También puede convertirse en una práctica comunitaria durante los momentos de oración compartida, donde cada persona medita en silencio antes de compartir brevemente lo que le conmovió.

Respondiendo a las objeciones contemporáneas
Surgen varias objeciones cuando se propone esta parábola como modelo pastoral hoy en día. Es importante abordarlas con honestidad.
Primera objeción: «Esto absuelve de responsabilidad a quienes se distancian».» Si exageramos que Dios busca a la oveja perdida, ¿no corremos el riesgo de minimizar la responsabilidad personal de quien se extravía? En realidad, la parábola no niega la libertad humana ni la responsabilidad moral. Simplemente afirma que Dios, por su parte, nunca deja de buscarnos. Nuestra libertad permanece intacta: podemos negarnos a ser encontrados, seguir huyendo, huir aún más. Pero ni siquiera este rechazo detiene la búsqueda divina. Dios respeta nuestra libertad mientras continúa llamándonos. La parábola no dice: «Vete sin preocuparte, Dios lo arreglará todo», sino: «Cuando te extravíes, ten la seguridad de que Dios no te abandonará».
Segunda objeción: "Es injusto para los 99 que permanecen leales".« Esta observación a menudo refleja una mentalidad meritocrática: los esfuerzos de los fieles quedarían desapercibidos. Pero Jesús no compara sus respectivos méritos. No dice que la oveja perdida valga... más que los demás, pero su pérdida trae una alegría especial a su regreso. Además, los 99 no son abandonados: permanecen seguros y protegidos en el amor del pastor. La búsqueda del perdido no implica abandonar a los demás. Pastoralmente, esto significa que una Iglesia que busca a los que están lejos no debe descuidar a los presentes. Uno no excluye al otro.
Tercera objeción: «Esto no funciona en una sociedad individualista».» A veces se argumenta que, en nuestra cultura contemporánea, marcada por el individualismo, las personas desean distanciarse de la Iglesia y no aprecian ser revitalizadas. Es cierto que toda pastoral debe respetar la libertad y evitar el proselitismo agresivo. Pero existe una forma sutil de mostrar cariño por alguien sin violar su libertad. Un mensaje amable ("Te extrañamos, pensamos en ti"), una invitación sin presiones ("Si quieres, ven a vernos"), una presencia discreta pero constante: estos gestos respetan la autonomía de la persona y le hacen saber que no se le ha olvidado. A menudo, lo que se percibe como indiscreción eclesiástica se debe menos al principio en sí que a una ejecución torpe.
Cuarta objeción: "No podemos estar siempre persiguiendo a la gente".« De hecho, un pastor o una comunidad tienen límites de energía y tiempo. No se puede dedicar la totalidad de los recursos a buscar a quienes se van, con el riesgo de agotar a quienes se quedan. La parábola no niega esta realidad. Establece un principio de cuidado universal que debe ponerse en práctica con sabiduría. En concreto, esto significa que se puede priorizar según la urgencia (una persona en crisis aguda merece atención inmediata) y según los recursos disponibles, manteniendo siempre como principio rector la preocupación por quienes se han alejado. Este es un ideal rector al que aspiramos, no un estándar cuantitativo inalcanzable.
Quinta objeción: «Algunas personas realmente ya no quieren a la Iglesia».» Es cierto. A veces, las personas abandonan la fe cristiana para siempre y construyen su vida de forma diferente, consciente y libre. En estos casos, insistir demasiado resulta contraproducente e irrespetuoso. La atención pastoral debe reconocer sus límites. Se puede mantener una relación amistosa incluso con alguien que ha abandonado la Iglesia, sin intentar a toda costa "reconvertirlo". Esta relación en sí misma da testimonio de...«amor cristiano Y deja la puerta abierta por si la persona cambia de opinión. A veces, la mejor manera de encontrar a la oveja perdida es simplemente estar presente sin forzar nada.
Sexta objeción: "La parábola ignora las causas estructurales de las desviaciones".« Esta es una crítica pertinente. Muchas personas abandonan la Iglesia no por defectos personales, sino porque la institución las ha herido, excluido o decepcionado. En estos casos, buscar a la oveja perdida sin cuestionar las estructuras que la expulsaron sería hipócrita. La parábola, de hecho, no aborda explícitamente esta dimensión. Pero la abre. Una Iglesia que busca verdaderamente a sus miembros perdidos debe necesariamente examinar su propia responsabilidad en sus salidas. La búsqueda auténtica incluye la conversión institucional.
Oración inspirada en la parábola
Señor Jesús, Buen Pastor de nuestras almas,
Tú que conoces a cada una de tus ovejas por su nombre,
Tú que abandonas el rebaño seguro para buscar al perdido,
Enséñanos a ver con tus ojos a los que se extravían.
No consideremos nunca a nadie como definitivamente perdido,
Que nunca nos resignemos a la ausencia de un hermano o una hermana,
Nunca contemos nuestras comunidades sin notar quiénes faltan.
Danos el coraje de ir en busca de lo que es correcto, incluso cuando sea costoso.
Para aquellos que hoy se alejan de ti,
En los barrancos de la duda o en los desiertos de la tibieza,
Te lo rogamos: ve a buscarlos, Señor.
Llámalos con ternura, encuéntralos con alegría, tráelos de vuelta con dulzura.
Por nosotros mismos, cuando nos extraviamos,
Cuando nos perdemos en nuestros propios caminos tortuosos,
Cuando huimos de tu presencia o nos escondemos en nuestras sombras,
Ven a buscarnos, Señor, antes de que estemos demasiado lejos.
Enséñanos a ser para los demás lo que tú eres para nosotros:
Pastores pacientes que no escatiman esfuerzos,
Investigadores tenaces que nunca se dan por vencidos,
Testigos de tu alegría cuando alguien regresa a ti.
Que nuestras comunidades reflejen tu corazón de pastor,
Que sean lugares donde nadie se pierda en el anonimato,
Donde cada ausencia se nota, donde cada regreso se celebra,
Donde todos entienden que son infinitamente importantes para ti.
Para familias destrozadas, donde algunos miembros se han distanciado,
Por las amistades rotas por el orgullo o la negligencia,
Para las comunidades vaciadas por la indiferencia o el dolor,
Suscita, Señor, pastores según tu corazón.
Ayúdanos a dar testimonio, con nuestra vida más que con nuestras palabras.,
Que vuestro Evangelio no sea una carga sino una liberación,
Que tu casa no sea una prisión pero una fiesta,
Que no esperes a juzgar, sino a abrazar.
Padre que estás en los cielos, como no quieres que se pierda ni uno de tus pequeños,
Mantennos a todos en tu amor,
Busca a los que se alejan,
Traed de vuelta a los que vagan,
Y alégrense con nosotros cuando un hermano o una hermana regrese a ustedes.
Por Jesucristo, Pastor eterno, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
Por los siglos de los siglos. Amén.
Emprende tu búsqueda con confianza
Al final de este viaje, la parábola del pastor y la oveja perdida nos reveló un rostro de Dios que trastoca nuestras categorías habituales. Descubrimos a un Pastor que calcula de forma diferente, que valora infinitamente a cada persona, que se alegra desproporcionadamente con cada retorno y que nunca desiste de buscar al perdido. Esta lógica divina trastoca nuestra cautela humana y nuestros cálculos administrativos. Nos llama a una profunda conversión pastoral: de espectadores de la vida comunitaria, debemos convertirnos en participantes activos de la búsqueda y testigos de... alegría.
Esta parábola no es abstracta. Se desarrolla concretamente en nuestras familias, donde se nos invita a buscar con paciencia a quienes se encierran en sí mismos; en nuestras comunidades parroquiales, donde debemos reconocer cada ausencia y actuar con solidaridad fraterna; en nuestras amistades, donde la iniciativa de la reconciliación recae en nosotros; y en nuestra propia vida espiritual, donde podemos dejarnos encontrar por Dios en todo momento. La enseñanza de Jesús no solo nos inspira; nos compromete a una práctica constante del amor.
Los ecos que hemos escuchado en la tradición cristiana, desde los Padres de la Iglesia hasta los papa François, Estos acontecimientos dan testimonio de la perdurable relevancia de este mensaje. Todas las épocas han escuchado el llamado a salir a buscar a los perdidos. Nuestro tiempo, marcado por el individualismo, la secularización y las heridas infligidas por la propia Iglesia, necesita especialmente redescubrir esta dimensión fundamental del Evangelio. Una Iglesia que no busca es una Iglesia que ha olvidado la esencia de su misión.
Los desafíos contemporáneos que hemos abordado muestran que esta investigación pastoral requiere sabiduría, sensibilidad y humildad. No se trata de imponer la fe a quienes ya no la desean, sino de demostrar que aún importan, que su ausencia se ha notado, que la puerta permanece abierta. Esta postura presupone una Iglesia que confía en la acción de Dios en lugar de preocuparse por sus estadísticas. El pastor de la parábola no se deja llevar por el pánico por los 99 que quedan; confía en que están a salvo mientras él busca al perdido. De igual manera, una Iglesia que va a las periferias no traiciona a sus fieles; demuestra plenamente su naturaleza evangélica.
La invitación final de este texto se dirige a cada uno de nosotros personalmente. ¿En qué área de tu vida puedes encarnar la actitud del pastor? ¿Quién a tu alrededor está perdido y merece tu atención? ¿Y en qué rincones de tu corazón necesitas dejar que Dios te encuentre? Estas preguntas no son retóricas; exigen una respuesta concreta, un compromiso firme. La parábola solo funciona si la vivimos.
Recordemos, finalmente, que Dios se regocija más en nuestros retornos que en nuestras perfecciones. Esta certeza nos libera de una espiritualidad ansiosa y meritocrática. No construimos nuestra salvación mediante nuestros logros religiosos; acogemos a un Dios que ya nos ha buscado, nos ha encontrado y nos ha cargado sobre sus hombros. Esta gracia anticipada lo transforma todo: nuestras caídas se convierten en oportunidades para celebrar. merced, Nuestros peregrinajes nos llevan por caminos hacia nuevos encuentros, nuestras debilidades a los lugares donde el amor de Dios brilla con más fuerza. Dejémonos, pues, buscar y encontrar, una y otra vez, por el Pastor que nunca se cansa de buscarnos.
Para ir más allá en la práctica
- Identifica a tres personas Identifica a quienes en tu círculo se han alejado de la Iglesia o la fe, y reza por ellos todos los días durante una semana. Luego, contacta al menos a uno de ellos con un mensaje amable, sin ánimo de proselitismo, simplemente para demostrar que piensas en ellos.
- Únase o cree un grupo para compartir Debe haber de 8 a 12 personas en su parroquia, donde cada miembro sea conocido y se registren las ausencias. Comprométase a contactar amistosamente a cualquier persona que falte varias veces.
- Reserva una franja horaria mensual Para meditar la parábola del pastor en relación con tu propia vida espiritual, pregúntate honestamente: "¿En qué área me he desviado este mes?" y deja que Dios te encuentre nuevamente en el sacramento de la reconciliación.
- Sugiera esto a su párroco o consejo parroquial. Crear un «ministerio de apoyo» donde voluntarios capacitados contacten con las personas que ya no vienen, con respeto y ternura, para mantener el contacto y demostrar que se les espera.
- En tu familia, establece una práctica :cuando un miembro esté pasando por un período difícil o parezca estar alejándose de los valores familiares, organice un momento especial (comida, paseo, viaje) para mostrarle concretamente que importa y que es cuidado, sin juicios ni reproches.
- Leer y compartir con otros cristianos la exhortación apostólica Evangelii Gaudium de papa François, en particular los capítulos sobre «la Iglesia en salida», para profundizar esta visión pastoral de una comunidad que sale a buscar más que a esperar pasivamente.
- Examina tus propias actitudes ¿Sueles juzgar a quienes se alejan de la Iglesia? ¿Criticarlos? ¿Condenarlos? Pide al Espíritu Santo que transforme tu perspectiva para que los veas no como traidores ni débiles, sino como ovejas perdidas a quienes Dios busca con amor.
Referencias para lectura adicional
- Textos bíblicos Ezequiel 34:11-16 (Dios mismo es el pastor que busca a sus ovejas); ; Lucas 15, 4-7 (versión lucana de la parábola); Juan 10:1-18 (el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas); Salmo 23 (« El Señor es mi pastor »).
- Magisterio : Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 1; ; Papa François, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (2013), en particular los nn. 20-24 (La Iglesia en salida); ; Benedicto XVI, Encíclica Dios Caritas Est (2005), primera parte sobre el amor de Dios.
- Autores patrísticos y espirituales San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo ; San Agustín, Confesiones, Libro VIII; San Gregorio Magno, Regla Pastoral ; Santa Teresita de Lisieux, Historia de un alma, capítulo sobre merced divino.
- Estudios teológicos contemporáneos Kenneth E. Bailey, El poeta y el campesino: una aproximación literario-cultural a parábolas Lucas (Excelsis, 2017); Joaquín Jeremías, EL parábolas Jesús (Seuil, 1984); Henri Nouwen, El regreso del hijo pródigo (Cerf, 1995, meditación que también arroja luz sobre la parábola del pastor).
- Recursos pastorales Alfonso Borrás, Comunidades parroquiales: Derecho canónico y perspectivas pastorales (Cerf, 1996); Christian de Chergé, Esperanza invencible (Bayard, 1997), en particular los textos sobre la acogida del otro y paciencia pastoral.
- Catequesis y Liturgia Catecismo de la Iglesia Católica, nnn. 1443-1445 (el sacramento de la reconciliación como reunión); Rito de la Penitencia (especialmente los prefacios que evocan el retorno del pecador); Leccionario dominical, comentarios homiléticos para el 2º domingo de Adviento, año A.


