Evangelio de Jesucristo según San Lucas
En ese tiempo,
Grandes multitudes acompañaban a Jesús;
Se dio la vuelta y les dijo:
«"Si alguien viene a mí
sin anteponerme a su padre, a su madre, a su esposa,
sus hijos, sus hermanos y hermanas,
e incluso a su propia vida,
Él no puede ser mi discípulo.
Quien no carga con su cruz
caminar tras mis pasos
no puede ser mi discípulo.
¿Cuál de ustedes?
quien, queriendo construir una torre,
No empieces sentándote
para calcular el gasto
¿Y veremos si tiene lo que hace falta para llegar hasta el final?
Porque, si alguna vez sienta las bases
y no puede completarlo,
Todo aquel que lo vea se reirá de él:
“Aquí tenemos a un hombre que ha comenzado a construir
¡y no pude terminar!”
¿Y quién es el rey?
quien, al ir a la guerra contra otro rey,
No empieces sentándote
para ver si puede, con diez mil hombres,
¿Hacer frente al otro que marcha contra él con veinte mil?
Si no puede,
Él lo envía mientras el otro aún está lejos.,
una delegación para exigir condiciones para la paz.
Por lo tanto, quien de vosotros no renuncie
a todo lo que le pertenece
no puede ser mi discípulo.»
– Aclamamos la Palabra de Dios.
Renunciar para seguir: construir la vida sobre la desposesión evangélica
Por qué la exigencia de Jesús de desapego interior abre un camino hacia la verdadera libertad y la fecundidad interior..
Esta lectura del Evangelio de Lucas (14:25-33) se dirige a quienes buscan coherencia entre la fe y la vida cotidiana, entre el carácter radical de las palabras de Jesús y la ternura de su llamado. Ser discípulo de Cristo implica consentir una transformación interior: no anteponer nada a Él, incluso hasta el punto de reevaluar nuestras relaciones, nuestras posesiones y nuestros planes. Este requisito, lejos de ser un rechazo al mundo, revela una dinámica de amor liberada de la necesidad de posesión. Este artículo propone un acercamiento gradual para comprender, abrazar y vivir esta renuncia como fuente de alegría.
- Contexto del Evangelio y alcance del pasaje
- Análisis del triple requisito del discípulo
- Tres áreas clave para comprender la renuncia evangélica
- Aplicaciones prácticas en la vida cotidiana
- resonancias bíblicas y espirituales
- Ejercicios de meditación y aplicación práctica
- Desafíos contemporáneos y un cambio de perspectiva
- Oración de confianza y entrega
- Conclusión y compromisos sencillos que asumir.

El impacto de la renuncia: devolviendo las palabras a su contexto original.
El Evangelio de Lucas presenta a menudo a Jesús en un viaje. El escenario del capítulo 14 es significativo: multitudes siguen a Jesús, cautivadas por sus palabras y señales. Sin embargo, lejos de fomentar un entusiasmo superficial, él las confronta con la verdad del camino. Ser discípulo no consiste en admirarlo, sino en seguirlo hasta el final. El tono es abrupto: «Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre… no puede ser mi discípulo». Este lenguaje resulta desconcertante, especialmente en una cultura apegada a la familia, los lazos de sangre y la seguridad material.
Esta inversión lógica revela lo mucho que está en juego: Jesús no busca lealtades frágiles, sino corazones libres. Las dos parábolas que siguen —la del constructor y la del rey— muestran la importancia del discernimiento antes de comprometerse. Ser cristiano no es una emoción, sino una construcción que requiere cimientos sólidos. El discípulo es quien «calcula el precio», no por timidez, sino por amorosa claridad: comprende que seguir a Cristo significa darlo todo.
En la cultura bíblica, la renuncia no es lo mismo que el desprecio. Se trata, más bien, de ordenar: de colocar cada apego en su lugar. La naturaleza radical del Evangelio no destruye el amor humano; lo ilumina. Cristo no nos pide que abandonemos a nuestros seres queridos, sino que dejemos de poseerlos. No exige que despreciemos nuestras posesiones, sino que nos convirtamos en sus dueños para poder usarlas al servicio de los demás.
Lucas se dirige a una comunidad que ya se enfrenta a las tensiones de la elección: ¿cómo permanecer fieles ante la familia judía que rechaza la nueva fe, ante las limitaciones económicas y sociales del Imperio? Este pasaje, por lo tanto, nos invita a redefinir la fidelidad como un cambio en el centro de gravedad: ya no uno mismo, sino Cristo.
Ser discípulo en la verdad: comprender las imágenes de Jesús
Jesús utiliza dos imágenes cotidianas —la construcción de una torre y la guerra— para ilustrar la coherencia entre la intención y la duración. El constructor imprudente simboliza al creyente entusiasta pero poco perseverante; pone los cimientos sin considerar las consecuencias. El rey mal preparado evoca a quien se embarca en la vida espiritual sin reconocer su verdadera fortaleza. Estas parábolas denuncian la ilusión de una fe superficial.
Pero este pasaje va más allá: une discernimiento y renuncia. La verdadera pobreza no se soporta, se elige. Jesús nos pide que «tomemos nuestra cruz», una expresión típica en Lucas que evoca fidelidad incluso en el sufrimiento. Aquí, la cruz no es solo un instrumento de muerte, sino un camino de vida: aceptar la pérdida para amar más.
Para comprender esta sobriedad radical, es necesario vincularla con las enseñanzas de la Sabiduría. En la Biblia, la renuncia es un éxodo interior: dejar atrás las ilusiones para entrar en la verdad. Al igual que Abraham dejó su tierra, el discípulo renuncia a la seguridad de la posesión, el reconocimiento y el control. Cristo aboga por una relación que da vida, donde la dependencia se transforma en libertad, porque se fundamenta no en el miedo, sino en la confianza.
El pasaje culmina en esta concisa afirmación: «Quien no renuncia a todo lo que le pertenece no puede ser mi discípulo». Esta fórmula absoluta no excluye, sino que guía. Redefine la posesión: lo que es mío me es dado para servir. El verdadero desapego es interno: libera al amor de todo control.

La renuncia, una escuela de libertad
Renunciar es liberarse. En una sociedad obsesionada con la posesión —de bienes, imágenes, estatus— el Evangelio propone otra forma de vida: recibir en lugar de poseer, compartir en lugar de acumular. Este desapego no destruye la personalidad; revela lo esencial.
La libertad cristiana no consiste en poder hacer cualquier cosa, sino en dejar de ser esclavo de nada. Al renunciar a nada, el discípulo experimenta ligereza en el corazón. El mundo promete seguridad mediante el control; Jesús ofrece paz mediante la confianza. Sin embargo, confiar requiere soltar. El camino del discípulo se convierte así en una escuela de despojamiento progresivo: abandonar falsas seguridades para arraigarse en la fidelidad de Cristo.
Discernimiento, la arquitectura de la renuncia
Jesús no fomenta la improvisación espiritual. «Sentarse a calcular el costo» describe la sabiduría del corazón. Esto implica reconocer las propias limitaciones y no tomar compromisos a la ligera. El discernimiento no es un obstáculo, sino la condición para la fidelidad.
En la vida espiritual, muchos comienzan sin arraigarse. Quieren amar a Dios sin conocerse a sí mismos. Sin embargo, discernir implica reconocer lo que en nuestro interior se resiste al espíritu de Cristo: el orgullo, el apego, el miedo. El discernimiento evangélico no es un ejercicio de contabilidad, sino un examen interior: ¿estoy dispuesto a dejar que Dios reconstruya mis cimientos? Ahí es donde se produce la verdadera conversión.
El amor preferencial, fundamento del desapego
«Anteponer a Cristo a todo lo demás significa devolver al amor el lugar que le corresponde. Quienes aman a Dios primero aprenden a amarse a sí mismos con mayor profundidad. El desapego evangélico no es separación, sino priorización.
Desde esta perspectiva, todo esfuerzo humano se santifica: la familia, el trabajo, la creación, las posesiones materiales. Al recibirlas como dones y no como derechos, descubrimos la gratitud. Es esta gratitud la que convierte la pobreza en alegría: no es una carencia, sino una ofrenda.

Encarnar la renuncia en la vida cotidiana
Experimentar esta transición hoy implica un cambio en nuestra lógica interna. En el ámbito personal, se invita al discípulo a purificar sus deseos: a aprender a decir no a la distracción y sí a la profundidad. En el ámbito relacional, significa amar libremente, sin buscar dominar ni ser indispensable. En el ámbito profesional, esto se expresa a través de ambiciones modestas y priorizando la justicia sobre el éxito.
En el plano comunitario, esto puede traducirse en decisiones concretas: priorizar el bien común sobre el reconocimiento personal, vivir una vida de sencillez voluntaria y apoyar a los necesitados. Dentro de la Iglesia, exige seguir no las preferencias personales, sino la misión. Finalmente, en el plano interior, la renuncia significa aceptar la debilidad y encomendar a Dios lo que escapa a nuestro control.
Cada acto de renuncia se convierte entonces en un acto de fe. No perdemos, sino que liberamos el espacio para que Dios pueda actuar.
Las resonancias espirituales y teológicas de la renuncia
Esta afirmación de Lucas se fundamenta en toda la tradición bíblica del desapego. En el Génesis, Abraham abandona su tierra; en los Salmos, los justos no depositan su confianza en las riquezas; en los Evangelios, los apóstoles dejan sus redes y barcas.
La teología de la renuncia se estructura en torno al Misterio Pascual: morir a uno mismo para vivir en Dios. San Pablo lo expresa así: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». La renuncia, por lo tanto, no es una humillación, sino una transformación ontológica.
En la tradición monástica, esta actitud se convierte en un camino hacia la libertad: San Benito habla de "dejarlo todo para ganarlo todo". Ignacio de Loyola formula el desapego como "santa indiferencia", es decir, total disponibilidad interior.
En el plano espiritual, la renuncia abre el camino a la gracia de la pobreza interior: cuando el alma deja de desear poseer, puede finalmente recibir. Esta disposición es el fundamento tanto de la vida contemplativa como de la misión activa.
Meditación: siguiendo sus pasos
Paso 1. Relee el pasaje lentamente, acogiendo las palabras sin juzgarlas.
Paso 2. Identifica qué ocupa el centro de tu corazón hoy: apego, miedo, posesión.
Paso 3. Pide la gracia de preferir a Cristo, no por heroísmo, sino por amor.
Paso 4. Toma medidas concretas: comparte, perdona, simplifica.
Paso 5. Cada noche, encomienda a Dios lo que no puedas soportar solo.
La meditación se convierte así en un lugar de unificación interior donde las exigencias de Cristo se transforman en una dulzura recibida.
Desafíos actuales: rendirse en un mundo saturado
Nuestras sociedades valoran la autonomía y el rendimiento. Hablar de renuncia parece anacrónico. Sin embargo, los excesos del consumismo demuestran nuestra urgente necesidad de redefinir la libertad.
El primer desafío es psicológico: el miedo a la escasez. Renunciar a algo choca con nuestro instinto de seguridad. Pero la respuesta del Evangelio no es la culpa, sino la confianza. El segundo desafío es social: el éxito material tienta incluso a los creyentes. La sobriedad se vuelve contracultural. Finalmente, el desafío espiritual es el individualismo: la idea de que se puede seguir a Cristo sin comunidad.
Ante esto, la actitud cristiana consiste en combinar discernimiento y valentía: discernir los apegos que nos aprisionan, atreviéndonos a liberarnos de ellos poco a poco. La renuncia evangélica no es espectacular: se vive en la quietud del corazón.

Oración de entrega y paz
Señor Jesús,
Tú que caminaste directamente a la cruz,
Enséñame a seguir tus pasos.
Enséñame a preferir tu amor a mis seguridades.,
para poner mis posesiones en tus manos.
Cuando el miedo me paralice, recuérdame tu palabra:
Quien pierda su vida por ti, la salvará.
Desata mis ataduras de orgullo y posesión,
Dame la paz de un corazón libre.
Que mi vida se convierta en un acto de acción de gracias.,
Mi pobreza, un espacio para tu gracia.,
y mis renuncias, un canto de confianza.
Que te siga, no bajo coacción,
sino a través del amor agradecido, hacia una alegría sin fin.
Conclusión: redescubrir el placer de despojarse
La renuncia cristiana no es una mutilación, sino una apertura. Lejos de empobrecer, enriquece. Libera a la humanidad de las ilusiones para conformarla a Cristo. En un mundo que promete constantemente «siempre más», el Evangelio propone «menos es más, con amor».
Ser discípulo es aprender a construir sin poseer, a amar sin aferrarse. Ahí reside la verdadera paz: la paz de la confianza en Dios.
Prácticas
- Comienza cada día con una sencilla ofrenda: "Señor, pase lo que pase, te pertenezco".«
- Optar por la sencillez concreta: renunciar a una compra innecesaria, a una palabra dominante, a una queja.
- Ofrecer una posesión simbólica (objeto, hábito, tiempo) a una obra de arte o a un ser querido.
- Practica el discernimiento semanal: ¿qué me ata? ¿qué me libera?
- Lee un pasaje de los Salmos sobre la confianza y medita en él antes de irte a dormir.
- Da gracias cada día por lo que se te da, sin comparar.
- Participa en una iniciativa de solidaridad o de compartir.
Referencias
- Evangelio según san Lucas 14:25-33
- Primera Carta de Pedro 4:14
- Regla de San Benito, cap. 4
- Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, n.º 23
- Teresa de Lisieux, Últimas conversaciones
- Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Volumen I
- Francisco, Exhortación Evangelii Gaudium
- Catecismo de la Iglesia Católica, §2544-2547


