Lectura del libro del profeta Isaías
La palabra de Isaías: lo que vio acerca de Judá y Jerusalén.
En los días venideros, el monte de la casa del Señor se elevará sobre los montes y será exaltado sobre las colinas. Todas las naciones se reunirán allí, y muchos pueblos se unirán y dirán: «Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos, para que andemos por sus sendas». La ley saldrá de Sión, la palabra del Señor de Jerusalén.
Él será juez entre las naciones y árbitro para muchos pueblos. Convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas. Ninguna nación alzará la espada contra otra; ya no aprenderán el arte de la guerra. la guerra.
¡Venid, casa de Jacob! Caminemos a la luz del Señor.
Cuando las naciones se levantan hacia la paz: la visión profética que reinventa nuestro futuro
El sueño imposible de Isaías se convierte en el horizonte necesario para nuestra humanidad fracturada
En un mundo fragmentado por conflictos, divisiones étnicas y rivalidades ideológicas, una visión de veintisiete siglos de antigüedad sigue desafiando nuestra conciencia colectiva. Isaías, profeta de Judá en el siglo VIII a. C., se atrevió a articular lo impensable: una reunión universal en torno a un centro espiritual, una conversión colectiva de instrumentos de muerte en herramientas de vida, una paz no negociada, sino recibida como don de Dios. Esta profecía no se dirige solo a los creyentes de una época pasada, sino a todos aquellos que, hoy, buscan el sentido de la convivencia humana más allá de la lógica de la dominación. Nos concierne particularmente en un momento en que los muros se multiplican, en que las políticas identitarias fragmentan el tejido social y en que la violencia parece ser el único lenguaje disponible para resolver disputas. ¿Cómo puede este antiguo mensaje iluminar nuestros impases contemporáneos y alimentar una esperanza activa?
Comenzaremos explorando el contexto histórico de esta visión y su alcance teológico inicial, para luego analizar su dinámica paradójica: una paz que nace no de la negociación, sino del encuentro en torno a una enseñanza compartida. A continuación, profundizaremos en tres dimensiones esenciales: el movimiento de elevación espiritual, la transformación radical de la violencia en creatividad y la vocación universal que trasciende todas las fronteras. Finalmente, veremos cómo esta visión impregna la tradición cristiana y cómo puede transformar concretamente nuestra vida cotidiana.
El profeta contra el imperio: el nacimiento de una visión contracultural
Isaías ejerció su ministerio profético en el reino de Judá entre 740 y 700 a. C., período marcado por la despiadada expansión del Imperio asirio, que devoró a los pequeños reinos del Oriente Medio. Jerusalén vive bajo la constante amenaza de invasión, oscilando entre frágiles alianzas diplomáticas y estallidos de resistencia. En este contexto de terror geopolítico, donde la supervivencia nacional parece depender del poder militar y las alianzas estratégicas, Isaías pronuncia palabras que desafían radicalmente la lógica imperante.
El libro que lleva su nombre recopila oráculos pronunciados a lo largo de varias décadas, recopilados y enriquecidos por discípulos que continuaron su visión mucho después de su muerte. Nuestro pasaje se encuentra al principio de la colección, como una introducción que marca el tono de todo el mensaje profético. Es una visión, un término técnico que designa una revelación recibida en un estado alterado de conciencia, donde el profeta percibe la profunda realidad que se esconde tras las apariencias históricas.
La característica más destacada de este texto reside en su precoz universalismo. En una época en que cada pueblo consideraba a su dios como el protector exclusivo de su territorio e intereses, Isaías anuncia una reunión de todas las naciones hacia el Dios de Israel, no mediante la conquista militar, sino mediante la atracción espiritual. Esta visión anticipa en varios siglos la teología del siervo sufriente del Deutero-Isaías y la predicación universalista de Jesús. Constituye uno de los mayores avances de la revelación bíblica: Dios no se deja confinar en las fronteras de un solo pueblo; su cuidado abarca a toda la humanidad.
El texto también forma parte de una tradición litúrgica viva. Se repite casi textualmente en Miqueas 4, lo que da testimonio de su difusión en las comunidades creyentes como himno de esperanza. Los primeros cristianos vieron en él el anuncio profético de la Iglesia, una comunidad universal nacida en Pentecostés donde se trascienden las barreras lingüísticas y culturales. La liturgia actual lo ofrece al comienzo de... Adviento, un tiempo en el que contemplamos la venida del Mesías, Príncipe de Paz.
La inversión imposible: una montaña que se eleva por gracia
En el corazón de la visión de Isaías se encuentra una paradoja geográfica y teológica. El monte de la casa del Señor, es decir, el Monte Sión donde se alza el Templo de Jerusalén, es solo una modesta colina de 743 metros. No puede rivalizar con las majestuosas cumbres del Líbano o del Hermón. Sin embargo, el profeta anuncia que se elevará por encima de todos los montes y colinas. Esta imposibilidad física indica inmediatamente que no estamos en el ámbito de la geopolítica ordinaria, sino en el de la revelación escatológica.
La elevación no es resultado de un cataclismo geológico, sino de un cambio de perspectiva espiritual. Lo que crece es el reconocimiento universal de la presencia divina en este lugar, la autoridad moral y espiritual que emana de la Torá. La montaña se eleva no por la acumulación de piedras, sino por el resplandor de la luz. Esta inversión de los valores convencionales constituye una constante profética: Dios elige lo pequeño, lo débil y lo despreciado para manifestar su poder y confundir las lógicas humanas de dominación.
El movimiento descrito también es paradójico. En la mentalidad antigua, los dioses habitaban en alturas inaccesibles, y había que escalar arduamente para alcanzarlos. Aquí, por el contrario, es la propia montaña la que se eleva, haciéndose accesible, y las naciones acuden espontáneamente, atraídas por una fuerza invisible. Esta dinámica evoca la teología joánica de la ascensión de Cristo en la cruz: «Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí». La ascensión divina no crea distancia, sino proximidad; no repele, sino que atrae.
Más profundamente aún, el texto revela que paz La universalidad no puede establecerse mediante una negociación horizontal entre potencias rivales, sino solo mediante una referencia compartida a una entidad trascendente. Las naciones no paz Entre ellos reciben paz Volviéndose juntos hacia un centro que los trasciende. Es la enseñanza divina, la Torá que emana de Sión, la que se convierte en el principio de unificación. La diversidad de los pueblos no se niega, sino que se armoniza en una búsqueda compartida de la sabiduría divina. Esta perspectiva sigue siendo de una relevancia notable: toda paz duradera requiere una base ética que trascienda los intereses particulares.
La peregrinación universal: cuando la humanidad elige la altura
El primer movimiento de esta visión describe una afluencia espontánea y gozosa de todas las naciones al monte del Señor. Este tema de la peregrinación de los pueblos impregna toda la literatura profética y constituye una de las imágenes más poderosas de la esperanza bíblica. A diferencia de las migraciones forzadas, las conquistas imperiales o las deportaciones que marcan la historia antigua, este es un movimiento libre, motivado por el deseo de aprender.
La expresión «venid, subamos» revela una dinámica comunitaria y progresista. Las personas no son convocadas por decreto, sino que se animan mutuamente, estimulándose mutuamente con un espíritu de emulación. Esta ascensión a Jerusalén no es un regreso nostálgico a un paraíso perdido, sino una marcha hacia un nuevo futuro, una ascensión que transforma a quienes la emprenden. Cada paso hacia las alturas es un paso hacia mayor luz, claridad y verdad.
La razón de este ascenso se declara explícitamente: «Que nos enseñe sus caminos, y caminaremos por sus sendas». Las naciones no vienen buscando privilegios materiales, ventajas comerciales ni protección militar. Vienen a aprender, a escuchar, a recibir la sabiduría que guía sus vidas. Esta sed de enseñanza testimonia una madurez espiritual: reconocer que no se posee toda la verdad, que existe una palabra capaz de iluminar nuestra oscuridad, que necesitamos ser guiados por caminos que desconocemos.
La universalidad de este llamado rompe radicalmente las exclusiones religiosas y étnicas. No se imponen precondiciones, ni exámenes de ingreso, ni conversiones forzadas. El Dios de Israel se revela como el Dios de todos, y su casa se convierte en la casa de toda la humanidad. Esta apertura anticipa el acto de Jesús de expulsar a los mercaderes del Templo, un recordatorio de que «mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones». También prefigura la vocación misionera de la Iglesia, enviada a reunir a los hijos de Dios dispersos.
En nuestro contexto contemporáneo de fragmentación de la identidad, esta visión desafía nuestros miedos al otro y nuestras tentaciones de replegarnos en nosotros mismos. Sugiere que existe una búsqueda humana fundamental que trasciende las particularidades culturales, una sed de sentido y justicia que reside en cada corazón humano. Nos invita a ver nuestras diferencias no como amenazas, sino como caminos complementarios hacia una verdad que nos supera a todos. La unidad que se busca no es uniformidad, sino convergencia de perspectivas hacia una luz compartida.
Desarmando corazones: forjando vida con las armas de la muerte
El segundo movimiento de la visión describe una transformación espectacular y concreta: el paso de los instrumentos de guerra a las herramientas agrícolas. Esta imagen impacta por su materialidad. No se trata de una paz abstracta, ni de un mero alto el fuego diplomático, sino de una conversión radical de las energías humanas, una reorientación total de recursos y habilidades.
El verbo "forjar" es crucial aquí. La obra El herrero transforma la materia prima en un objeto funcional; esto requiere calor intenso, martillazos constantes, paciencia y pericia. De igual manera, la conversión de la violencia en creatividad no se logra mediante un mero decreto moral, sino que exige una transformación profunda, un paso por el fuego purificador. Las espadas deben romperse, fundirse de nuevo y martillarse de nuevo para convertirse en rejas de arado. Esta metalurgia espiritual evoca la obra de la gracia en los corazones, que no destruye a la persona sino que la transforma desde dentro.
La dirección del cambio también es significativa: pasamos de lo que mata a lo que nutre, de la destrucción al cultivo, de la esterilidad a la fertilidad. Los arados cultivan la tierra para producir trigo, las hoces cosechan los cultivos que sustentan la vida. Esta economía de la vida reemplaza a la economía de la muerte. Recursos humanos, inteligencia técnica y energía colectiva, una vez movilizados para... la guerra Ahora nos dedicamos a fomentar la creatividad.
El texto añade un detalle notable: «Nunca más alzará espada nación contra nación, ni aprenderán más la guerra. » Paz no es simplemente un estado momentáneo entre dos conflictos; se convierte en el horizonte permanente de la humanidad. Además, la guerra Deja de enseñarse, transmitirse y glorificarse. Las generaciones más jóvenes ya no se entrenan en el uso de armas, sino en la agricultura y en el servicio a la vida. Este desaprendizaje de la violencia requiere una revolución cultural y educativa total.
Esta visión resuena dolorosamente en nuestro mundo contemporáneo, donde el gasto militar está alcanzando niveles vertiginosos mientras hambre Y pobreza Persistir. Cuestiona nuestras prioridades colectivas: ¿Qué elegimos forjar? ¿Hacia dónde dirigimos nuestro ingenio creativo? ¿Las tecnologías que desarrollamos sirven a la vida o a la amenaza? La profecía de Isaías no propone un pacifismo ingenuo que ignore la realidad del mal, sino que afirma que otra lógica es posible, que la conversión de los corazones puede, sin duda, cambiar el curso de la historia.
El Dios del Arbitraje: La Justicia como Fundamento de la Paz
Merece especial atención un elemento de esta visión que a menudo se pasa por alto: "Él será juez entre las naciones y mediador entre muchos pueblos".« Paz La justicia universal no se basa en un frágil equilibrio de poder ni en una tolerancia débil que elude las cuestiones difíciles. Se fundamenta en el establecimiento de una justicia verdadera, donde los conflictos se resuelven no por la ley del más fuerte, sino mediante un discurso justo que reconoce los derechos de cada individuo.
Esta función del arbitraje divino revela una antropología realista. El profeta no niega la existencia de disputas entre pueblos, reivindicaciones contrapuestas ni intereses divergentes. No predica una armonía espontánea que ignore las verdaderas fuentes del conflicto. Al contrario, reconoce la necesidad de un tribunal capaz de decidir con justicia, una autoridad moral reconocida por todos porque trasciende todas las particularidades.
Este papel de árbitro confiado a Dios implica que la verdadera justicia no puede ser impartida por ningún poder terrenal en particular, siempre sospechoso de parcialidad. Solo un juicio que procede de la sabiduría divina, que ve más allá de las apariencias y sopesa los corazones, puede establecer una paz duradera. Esta convicción recorre toda la Biblia: la justicia humana siempre es imperfecta, amenazada por la corrupción, la ceguera o el egoísmo, y debe referirse constantemente a un estándar trascendente para no desviarse.
La tradición cristiana ve en este pasaje un anticipo del juicio final donde Cristo, Príncipe de Paz, Esto separará definitivamente el bien del mal, estableciendo el reino de Dios en su plenitud. Pero esta dimensión escatológica no niega nuestra responsabilidad presente. Todo esfuerzo por establecer una mayor justicia en nuestras relaciones, instituciones y estructuras sociales ya contribuye a la venida del Reino. Cada vez que rechazamos la ley del talión para buscar una solución justa, damos vida a la visión de Isaías.
Nuestra era, marcada por la crisis de las instituciones internacionales y la tentación de recurrir a la fuerza, pone de manifiesto cruelmente la ausencia de un órgano de arbitraje verdaderamente imparcial. Las organizaciones multilaterales siguen paralizadas por las rivalidades entre grandes potencias, y el derecho internacional sigue siendo frágil ante las dinámicas de poder. La profecía nos recuerda que no se puede construir una paz duradera sin un compromiso sincero con la justicia, sin el reconocimiento de un orden ético que trascienda los cálculos estratégicos. Nos llama a trabajar incansablemente para que surjan instituciones justas —imperfectas, sin duda, pero orientadas hacia este ideal de justicia que juzga entre las naciones—.

Caminar en la luz: la responsabilidad presente frente a la promesa
La visión concluye con un llamamiento urgente al pueblo de Israel: «¡Venid, casa de Jacob! Caminemos a la luz del Señor». Esta exhortación final crea una tensión fructífera entre la promesa futura y la exigencia presente. El profeta no se limita a contemplar un futuro lejano; convoca a su pueblo a entrar ahora en el movimiento que describe.
Este desafío revela una dimensión fundamental de la esperanza bíblica: nunca es simplemente una expectativa pasiva de un milagro que cae del cielo, sino un llamado a la conversión y al compromiso inmediato. Si las naciones han de acudir un día a Sión para aprender los caminos de Dios, entonces el pueblo de Dios debe recorrerlos, encarnando la justicia en su vida colectiva. paz que anuncia. La credibilidad de la promesa depende del testimonio presente de quienes la llevan.
La imagen de la luz evoca tanto la claridad moral, la verdad que disipa la oscuridad de la mentira y la injusticia, como la presencia vivificante de Dios que reconforta y nutre. Caminar en la luz es vivir en transparencia, rechazar las sombras de la duplicidad y el compromiso. Es también aceptar ser visto, juzgado y quizás incluso desafiado, porque la luz revela tanto como ilumina. Este caminar exige valentía y humildad :coraje para exponerse, humildad reconocer la propia oscuridad y aceptar ser transformado.
El llamado se dirige a la "casa de Jacob", recordando al antepasado que, tras luchar toda la noche con el ángel, recibió el nuevo nombre de Israel. Esta referencia sugiere que caminar en la luz implica una lucha espiritual, una transformación de la identidad, un paso de la astucia a la rectitud. Convoca la historia colectiva del pueblo, sus promesas y sus traiciones, para invitarlo a un nuevo comienzo, a una fidelidad renovada.
Para nosotros hoy, esta conclusión resuena como un desafío constante. Toda comunidad cristiana, todo creyente está llamado a encarnar algo de paz Prometido, para convertirse en un signo profético de una reconciliación que trasciende nuestras divisiones. No podemos anunciar con credibilidad paz de Cristo, si nuestras propias asambleas siguen marcadas por la exclusión, la rivalidad y el prejuicio. No podemos invitar al mundo a desarmarse si nuestros corazones permanecen blindados con defensas y agresión. La visión de Isaías nos insta: comencemos a caminar ahora, paso a paso, hacia esa luz que ya atrae secretamente a toda la humanidad.
La tradición mística de la peregrinación interior
Más allá de su significado literal y escatológico, la visión de Isaías ha alimentado una rica interpretación espiritual y mística dentro de la tradición cristiana. Los Padres de la Iglesia, en particular los de la escuela alejandrina, como Orígenes y Gregorio de Nisa, desarrollaron una interpretación alegórica en la que el viaje a Jerusalén simboliza la ascensión del alma hacia Dios. Todo creyente lleva en sí esta pluralidad de naciones, estas voces múltiples y a veces discordantes que deben converger hacia la unidad interior bajo la guía del Espíritu.
Agustín de Hipona, en La ciudad de Dios, medita largamente sobre esta profecía para describir la vocación de la Iglesia como reunión escatológica de todos los pueblos en paz de Cristo. Distingue entre la ciudad terrena, fundada en el amor propio hasta el desprecio de Dios, y la ciudad celestial, fundada en el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo. Esta última se construye gradualmente a lo largo de la historia cada vez que los hombres y las mujeres eligen... caridad Contra la avaricia, servicio contra la dominación. La conversión de espadas en arados se convierte en símbolo de la transformación interior que debe ocurrir en cada persona bautizada.
La tradición monástica benedictina ha meditado especialmente sobre este texto en relación con su regla de estabilidad y la búsqueda de Dios. El monasterio se convierte en esta alta montaña donde hombres de todos los orígenes convergen para aprender la Palabra de Dios y vivirla. paz Común. La vida cenobítica anticipa así la reunión escatológica, ofreciendo un anticipo frágil pero real de ella. Las grandes abadías medievales concibieron su influencia espiritual y cultural como participación en esta atracción universal hacia la sabiduría divina.
Francisco de Asís encarna radicalmente esta visión al cruzar las líneas del frente de las Cruzadas para entablar un diálogo con el Sultán de Egipto, buscando paz No mediante armas, sino mediante el encuentro fraterno. Su audaz enfoque ilustra la convicción profética de que los caminos de Dios trascienden las hostilidades humanas y que la verdadera conversión desarma los corazones antes que las manos.
Más cerca de casa, las teologías de la liberación en América Latina han reinterpretado este texto como un anuncio de un orden social radicalmente nuevo donde la justicia para los pobres Establece una paz genuina. El ascenso de las naciones a Sión se convierte en símbolo del resurgimiento de los pueblos oprimidos hacia su dignidad, su liberación de las estructuras de injusticia que los esclavizan. El desarme ya no es solo espiritual, sino también social y económico: desmantelar los sistemas que generan violencia estructural para construir relaciones justas que permitan a todos cultivar su tierra en paz.
Entrando en la visión: caminos concretos hacia la apropiación
¿Cómo podemos dar vida personalmente a esta gran visión profética? ¿Cómo podemos permitir que transforme nuestras perspectivas y acciones cotidianas? El primer paso es cultivar intencionalmente una conciencia universal, ampliar nuestro círculo de preocupación más allá de nuestras afiliaciones inmediatas. En la práctica, esto podría significar aprender regularmente sobre las situaciones de otros pueblos y culturas, forjar amistades con personas de diversos orígenes y apoyar iniciativas de solidaridad internacional. Todo esfuerzo por trascender nuestras barreras mentales y emocionales prepara nuestro corazón para abrazar la universalidad del plan de Dios.
En segundo lugar, implica identificar las "espadas" en nuestra vida que necesitan transformarse en "arados". ¿Qué energías agresivas, reflejos defensivos y palabras hirientes aún habitan en nuestras relaciones? La conversión profética nos invita a un trabajo espiritual de desarme interior, reconociendo nuestra propia violencia disfrazada de justificaciones morales. La práctica regular del autoexamen, la confesión sincera de nuestra dureza de corazón y la decisión concreta de renunciar a ciertos hábitos de chisme o juicio constituyen este paciente trabajo de forja interior.
En tercer lugar, buscar activamente la enseñanza de Dios se convierte en una prioridad espiritual. Esto implica establecer o profundizar una práctica regular de lectura orante De las Escrituras, para participar en formación teológica o bíblica, para participar en grupos de intercambio donde se medita conjuntamente sobre la Palabra. Las naciones suben a Sión para recibir instrucción: esta sed de aprendizaje caracteriza al verdadero discípulo, que nunca se conforma con las certezas adquiridas, sino que permanece como un estudiante perpetuo de la sabiduría divina.
En cuarto lugar, contribuir concretamente a iniciativas de paz y justicia en nuestro entorno inmediato. Esto puede ser simple y modesto: mediar en una disputa vecinal, colaborar como voluntario en una organización de acogida para... migrantes, participación en círculos de diálogo interreligioso, Apoyo a proyectos de desarrollo en zonas de conflicto. Cada gesto de reconciliación, por humilde que sea, ya teje algo del Reino prometido.
En quinto lugar, desarrolle una práctica de oración intercesora por paz En todo el mundo, mencionando específicamente zonas de conflicto, pueblos que sufren y líderes políticos que toman decisiones difíciles. Esta oración fiel mantiene nuestros corazones abiertos a la dimensión universal de la salvación y nos impide refugiarnos en nuestras preocupaciones personales. Expresa nuestra fe en que Dios actúa en la historia y que nuestra oración participa misteriosamente en la venida de su Reino.
En sexto lugar, practicar deliberadamente la’hospitalidad como virtud profética, acogiendo al extranjero no como una amenaza sino como un potencial portador de la presencia de Cristo. Padres del desierto Nos recordaron que el ángel podía aparecer bajo la apariencia de un visitante inesperado. Cada gesto genuino de bienvenida anticipa la reunión universal y derriba las barreras del miedo.
Finalmente, debemos cultivar una esperanza activa que rechace el fatalismo y se atreva a imaginar alternativas a las lógicas dominantes de violencia y división. Esta esperanza se nutre de la contemplación regular de las grandes visiones bíblicas, se sostiene en el contacto con testigos que verdaderamente han transformado espadas en arados y se fortalece en la comunidad eclesial, donde nos animamos mutuamente a no conformarnos con este mundo, sino a dejarnos transformar por la renovación de nuestra mente.
El horizonte que nos precede y nos atrae
La visión de Isaías de la reunión de las naciones en paz El Reino eterno de Dios no describe un sueño etéreo que flota sobre nuestras realidades. Proclama la profunda verdad de nuestro destino compartido, el propósito inscrito en el corazón de la creación desde su inicio. Contra todas las apariencias que parecen contradecirlo, contra los ciclos repetitivos de violencia que jalonan nuestra historia, afirma que la humanidad está hecha para la comunión y no para la destrucción, para la armonía y no para el caos.
Esta promesa transforma radicalmente nuestra relación con el presente. Prohíbe la desesperación que nos paralizaría en una resignación fatalista ante el mal. Denuncia la ilusión de quienes creen poder establecer paz Solo por la fuerza de las armas o con habilidad diplomática. Expone la ingenuidad de quienes imaginan una armonía espontánea ignorando las profundas causas del conflicto. Nos sitúa en una fructífera tensión entre lo ya existente y lo aún no existente, entre las señales anticipatorias del Reino ya presente y la plena realización aún esperada.
Caminar en la luz del Señor hoy significa negarse a adaptarse a la oscuridad circundante, mantener viva la llamada profética a la conversión personal y colectiva, y atreverse a emprender acciones que parecen irrazonables según los cálculos humanos, pero que dan testimonio de la lógica divina. Esto requiere una valentía particular en nuestra época cínica, donde el idealismo a menudo es objeto de burla y donde hablar de paz se sospecha que encubre intereses ocultos.
El llamado profético nos insta: el tiempo de la espera pasiva ha terminado; ha llegado el momento del compromiso activo. Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad en la realización o el retraso de esta visión. Nuestras decisiones diarias, nuestras palabras, nuestros silencios, nuestra indignación, nuestros actos de solidaridad tejen o deshacen la trama de esta paz universal. No podemos afirmar que creemos en la promesa si no comenzamos ahora a vivir según su lógica.
Que esta gran visión impregne nuestras meditaciones y alimente nuestras decisiones. Que expanda nuestros corazones a las dimensiones del amor de Dios que abraza a todos los pueblos. Que agudice nuestra sed de aprender los caminos del Señor. Que nos dé la valentía de forjar arados donde otros aún forjan espadas. Que nos haga artesanos de paz, sembradores de justicia y guardianes de la esperanza en este mundo que, inconscientemente, espera la gran reunión en el monte del Señor.

Prácticas para encarnar la visión
- Dedica quince minutos diarios a meditar en un versículo de este pasaje de Isaías, permitiendo que la Palabra penetre lentamente en tu inteligencia y sensibilidad para transformar tu perspectiva.
- Identifica una relación herida en tu vida y da un paso concreto hacia la reconciliación esta semana, por modesto que sea, como el primer arado forjado a partir de tu espada personal.
- Manténgase informado sobre las zonas de conflicto alrededor del mundo, ore por las personas afectadas y, si es posible, apoye a una organización que trabaja allí. paz y desarrollo.
- Únase o cree un grupo para compartir la Biblia donde creyentes de diferentes orígenes meditan juntos en las Escrituras, anticipando así la reunión universal en torno a la Palabra.
- Examina tu presupuesto personal o familiar: ¿qué proporción destinas a tu propia seguridad y comodidad, y qué parte a la solidaridad y el servicio? Ajústalo gradualmente según la lógica profética.
- Práctica’hospitalidad hacia una persona de un origen cultural diferente, creando un espacio de diálogo y descubrimiento mutuo que presagia el encuentro de las naciones.
- Memoriza este pasaje de Isaías para que puedas recitarlo interiormente en los momentos de desánimo ante la violencia del mundo, dejando que la esperanza profética reavive tu compromiso.
Referencias
Libro del profeta Isaías, capítulos 1 al 12, en particular Isaías 2, 1-5 y su paralelo en Miqueas 4, 1-5, textos proféticos del siglo VIII a.C.
Evangelio según san Juan, capítulo 12, versículo 32, sobre la elevación de Cristo que atrae a todos los hombres hacia sí, cumplimiento en el Nuevo Testamento de la visión de Isaías.
Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, libros XIV a XXII, meditación sobre las dos ciudades y su cumplimiento escatológico en la Jerusalén celestial.
Orígenes, Homilías sobre Isaías, comentario alegórico y espiritual sobre las profecías de Isaías por uno de los principales representantes de la escuela alejandrina.
Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIa-IIae, preguntas 29-30, tratado sobre paz Y la guerra, fundamentos teológicos de una ética de paz.
Juan Pablo II, Encíclica Centesimus Annus, 1991, párrafos 18-19, sobre paz como resultado de la justicia y la superación de las lógicas de dominación.
Dorothy Day, Obediencia hasta la muerte, autobiografía de la fundadora del Movimiento del Trabajador Católico, un testimonio de pacifismo radical arraigado en la fe cristiana.
Gustavo Gutiérrez, Teología de la Liberación, Perspectivas, Capítulo de Historia y Promesa, Lectura Latinoamericana de las Profecías de Salvación y Justicia Universal para los pobres.


