“No se halló entre ellos nadie que volviera y diera gloria a Dios, sino este extranjero” (Lucas 17:11-19)

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Evangelio de Jesucristo según San Lucas

En ese tiempo,
    Jesús, caminando hacia Jerusalén,
cruzó la región entre Samaria y Galilea.
    Al entrar en un pueblo,
Diez leprosos salieron a su encuentro.
Se detuvieron a cierta distancia
    y le gritaron:
«Jesús, maestro,
"Ten piedad de nosotros."»
    Cuando Jesús vio esto, les dijo:
«"Id y presentaos a los sacerdotes."»
En el camino fueron purificados.

    Uno de ellos, viéndose curado,
regresó, glorificando a Dios a gran voz.
    Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús.
dándole gracias.
Ahora bien, él era un samaritano.
    Entonces Jesús habló, diciendo:
«"¿No fueron purificados los diez?"
¿Dónde están los otros nueve?
    Entre ellos sólo se encontraba este extraño
¡Para volver sobre sus pasos y dar gloria a Dios!»
    Jesús le dijo:
«"Levántate y vete; tu fe te ha salvado."»

    – Aclamamos la Palabra de Dios.

Gratitud desde el extranjero

Aleluya. Aleluya.
“Dad gracias a Dios en todo, porque esta es su voluntad para con vosotros en Cristo Jesús.”
Aleluya. (1 Tes 5:18)

Hermanos y hermanas, nos adentramos en este misterio sencillo y asombroso: diez claman, diez son purificados, solo uno regresa; y ese es el forastero. Llevamos esta historia a nuestro presente: las aceras de nuestras ciudades, las salas de espera abarrotadas, los mensajes sin leer, las notificaciones y los suspiros tras las pantallas. Entre Samaria y Galilea, entre la periferia y el centro, entre la indiferencia y el asombro, aprendemos el camino de regreso, el paso que da la vuelta, la voz que se llena de nuevo, el rostro que se entrega al agradecimiento.

“No hubo entre ellos nadie que volviera atrás y diera gloria a Dios, excepto este extranjero.” Y Jesús nos dice: “Levántate y vete: tu fe te ha salvado.”

La Palabra Hoy

El Señor camina hacia Jerusalén. Su trayectoria es una línea que se extiende hacia la entrega total. A menudo caminamos hacia nuestras agendas. Cruza una región fronteriza, entre Samaria y Galilea: una zona gris, un vacío de desconfianza, historias inconclusas. Este no es un lugar de postal; es un punto intermedio, un umbral. Es precisamente allí donde surge la súplica.

Diez leprosos, separados por su enfermedad, detenidos a cierta distancia, alzan la voz: «Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros». Jesús no hace análisis eruditos; abre un camino: «Vayan y preséntense a los sacerdotes». Se van, y en el camino se purifican. Uno se detiene, da la vuelta, vuelve sobre sus pasos. Glorifica a Dios en voz alta, se postra y da gracias. Y es un samaritano, un extranjero. Jesús se asombra: «Los otros nueve, ¿dónde están?». Entonces pronuncia la frase que abre un horizonte: «Levántate y vete: tu fe te ha salvado».

Hoy, estos versículos nos invitan a tres cambios: del distanciamiento al clamor, de la obediencia al caminar, de la sanación a la acción de gracias. Y al corazón: el descubrimiento de que la gratitud a menudo se revela en quienes menos esperamos.

Los "leprosos" de hoy

La lepra aisló, desgarró el cuerpo y la reputación, y sembró el miedo. Nuestras sociedades modernas tienen sus propias formas de lepra: llevan nombres no menos aterradores.

  • Agotamiento silencioso, cuando el alma se quiebra y la dignidad se desgasta.
  • Adicciones ocultas, pegados a las pantallas, sustancias, miradas de aprobación.
  • Depresiones cubiertas con una sonrisa profesional.
  • Deudas asfixiantes que restringen la respiración.
  • Inseguridad administrativa: falta de papeles, derechos suspendidos, fuerte invisibilidad.
  • Aislamiento relacional en metrópolis superpobladas.
  • Enfermedades crónicas, donde el tiempo se convierte en un pasillo de espera.
  • Discriminaciones que se repiten, estigmas que no se disuelven en buenas intenciones.

A lo lejos, se detienen de nuevo. No quieren molestar, o ya no creen que los escuchen. Sin embargo, el clamor sigue resonando: mensajes enviados a altas horas de la noche: "¿Tienes cinco minutos?", "Ya no puedo más", "Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros".

La Palabra no promete soluciones instantáneas. Ofrece dirección: «Ve y muéstrate…». Ve hacia lo que te permite reconocer tu dignidad; avanza en la luz de un camino; reconecta con una comunidad, con un cuerpo. Una humilde paradoja: es caminando que la sanación encuentra su camino.

El camino como sanación

La sanación no espera la llegada; comienza en el camino. No es la magia de un momento, es la fidelidad de un paso. Obedecer la Palabra ya pone las cosas en marcha: salimos del círculo, entramos en una historia, nos dejamos unir por una promesa.

  • Llamas a un amigo después de meses de silencio: ya cae un trozo de soledad.
  • Pides cita con el médico que tanto temías: el miedo ya está perdiendo su control.
  • Escribes un correo electrónico de disculpa: la vergüenza ya es menos opresiva.
  • Te acercas a un mostrador administrativo: tu nombre ya se oye en la ciudad.

Cristo a menudo sana enviándonos a la mediación. No aplasta las instituciones; las restaura a su vocación: reconocer, reintegrar y validar la vida. «Vayan a presentarse a los sacerdotes» hoy se convierte en: vayan a quienes puedan dar fe de que tienen un lugar entre nosotros.

“No se halló entre ellos nadie que volviera y diera gloria a Dios, sino este extranjero” (Lucas 17:11-19)

Uno se detiene, se da la vuelta y regresa.

El asombro cristiano reside en este cambio. En medio de la buena noticia, se enciende una gracia. Un hombre percibe que no solo se siente aliviado: se siente alcanzado, amado, elevado. Comprende que la vida no es un derecho, sino un don. Desanda sus pasos, porque la gratitud no es lineal: gira, regresa a la fuente. Y esta fuente tiene rostro.

Regresar es reconocer. Glorificar es no guardarse para sí mismo. Inclinarse es aceptar recibir. Dar gracias es entrar en la liturgia del mundo, donde todo viene y todo vuelve al Padre, por el Hijo, en el Espíritu.

El texto especifica: «Era samaritano». El Evangelio nos educa: la gratitud más pura a veces surge de los márgenes. Quienes no poseían los códigos religiosos parecen comprender mejor la gratuidad de Dios. El extranjero no es folclórico; es teológico. Revela que la salvación se extiende más allá de nuestras fronteras.

Los otros nueve

No los juzguemos demasiado rápido. Obedecieron. Continúan hacia los sacerdotes, quizás con prisa por encontrar familia, trabajo, un nombre. No son «ingratos» en el sentido moralista; son como nosotros cuando la alegría de obtener algo borra la fuente del don. No causan escándalo; viven la vida que pasa rápidamente. El Evangelio no humilla; abre una brecha: ¿y si la plenitud consistiera no solo en sentirse mejor, sino en volver para dar las gracias?

La distinción aparece: todos limpios; uno salvo. La sanidad afecta el cuerpo; la salvación enciende a la persona entera. Se llega al fin de la exclusión, y luego a la entrada en el pacto. La gratitud es este umbral.

El extraño hoy

¿Quién es el extraño? A menudo, aquel cuya voz nos perturba porque no usa nuestras palabras. El extraño político, social y religioso. El de la otra orilla ideológica. El que no encaja en nuestras agendas. A veces, el extraño está dentro de nosotros: la parte herida, olvidada, relegada al fondo de una sala.

  • Un migrante que, después de una comida compartida, dice “gracias” con una claridad que suelta las lenguas.
  • Un adolescente alejado de la Iglesia que, prestando un servicio, se maravilla de ser útil.
  • Un compañero tranquilo que envía un mensaje de agradecimiento al equipo y cambia el ambiente en una oficina.
  • Vecino musulmán que trae pasteles para un nacimiento y nos enseña la sencilla alegría de la bendición.
  • Un anciano que, entre las sombras, da gracias en silencio y mantiene la ciudad en pie.

El forastero no nos amenaza; nos evangeliza. Recuerda la esencia de la Eucaristía: eucharistia, acción de gracias. Nuestra liturgia dominical es una escuela de acción de gracias, una educación para la mirada, una conversación de todos nuestros gestos con la bondad de Dios.

"Tu fe te ha salvado"

Jesús no dice: «Tu mérito te ha salvado», ni «Tus buenas obras te han salvado». Dice: «Tu fe te ha salvado». La fe, aquí, no es un examen teórico; es un movimiento: ver, detenerse, girar, glorificar, dar gracias. La fe reconoce el origen: Dios. Reconoce la mediación: Jesús. Reconoce el horizonte: la marcha continúa, «va». La gratitud no confina; reimpulsa.

Aprendemos entonces una gramática de la salvación. No se trata de acumular intervenciones divinas, sino de entablar una relación. Darle las gracias a Dios no halaga su autoestima; transforma nuestro corazón. Pasamos de la apropiación a la recepción, de la tensión a la ofrenda, del miedo a la confianza.

“No se halló entre ellos nadie que volviera y diera gloria a Dios, sino este extranjero” (Lucas 17:11-19)

Escenas contemporáneas

Imaginemos algunos lugares donde este texto toma forma.

  • Sala de espera del hospital. Una mujer recibe un resultado tranquilizador. Marca un número. Podría salir corriendo; se detiene. Hace una tímida señal de la cruz y susurra: «Gracias, Señor». Otro paciente la ve y no se atreve a hablar, pero su corazón se tranquiliza. El «gracias» es un gesto misionero sin ruido.
  • Espacio abierto. Un empleado recupera energía tras meses de agotamiento. En lugar de perderse en la rutina, envía un mensaje de gratitud al equipo, mencionando dos gestos concretos recibidos. El aire cambia; respiramos mejor. El agradecimiento rehabilita la realidad.
  • Oficina del barrio. Una inmigrante irregular por fin consigue una cita crucial. Sale con un documento temporal. Podría desaparecer, pero vuelve sobre sus pasos, toca suavemente la puerta y dice: «Solo quería darte las gracias. Que Dios te bendiga». La funcionaria guarda silencio, le toca el corazón: hay más que un expediente. Un agradecimiento reforma a un pueblo.
  • Cementerio. Un hombre al margen de la fe llega a solicitar un bautismo tardío. Recibido, se va sintiéndose en paz. El domingo siguiente, regresa no para quejarse, sino para alabar. Su voz es fuerte, un poco torpe, conmovedora. La congregación comprende: la salvación está aquí.
  • Cocina familiar. Un adolescente pone la mesa sin que nadie se lo pida. Al sentarnos, la madre sugiere: «Hoy todos dan las gracias». Reímos, dudamos, hablamos. La comida se convierte en una eucaristía doméstica.

Pequeños gestos, gran liturgia

La gratitud no es un complemento para el alma; es una disciplina. Así como uno aprende a tocar un instrumento, aprende a agradecer.

  • Tres gracias al día. Por la mañana por lo que viene, al mediodía por lo que se está tejiendo, por la tarde por lo que ha resistido.
  • Diario de reconocimiento. Anota dos ocurrencias, por pequeñas que sean: una palabra, una luz, el olor a café, un mensaje inesperado.
  • Agradecimiento dirigido. Decirle a alguien exactamente lo que trajo. Un agradecimiento vago fomenta la cortesía; un agradecimiento específico fomenta la comunión.
  • Liturgia de la mesa. Antes de comer, un verso, un silencio, una frase: «Te damos gracias, Señor, por este pan y por quienes lo prepararon».
  • Alabanza en medio de la adversidad. Sin decir que todo está bien, encuentra una salida: "Gracias por la presencia de N., gracias por la fuerza para aguantar hoy".

La gratitud no niega el mal. Atrae la luz a las grietas. No reemplaza la justicia; la hace deseable.

El extraño como amo

Desde el Antiguo Testamento hasta el Evangelio, el forastero enseña. Abraham recibe a tres visitantes; recibe la promesa. El samaritano en la zanja se detiene; se convierte en prójimo. El Emaús del forastero abre las Escrituras; nuestros corazones comienzan a arder. En nuestro mundo, tenso por identidades ansiosas, el forastero abre la puerta. Nos conduce de vuelta al centro: Dios no tiene celos de nuestras fronteras; tiene celos de nuestros corazones.

  • Recibe una historia. Deja que alguien cuente de dónde viene, sin corregir, sin recuperarse.
  • Pide cita. La gratitud crece con la regularidad: una sopa compartida cada jueves, un taller de idiomas, una oración común mensual.
  • Recibir un regalo. No convertir al otro en un proyecto; dejar que nos haga bien. La hospitalidad se invierte: me dejo servir.

El samaritano que regresa es un “misionero de la gratitud”. Proclama: Dios ha actuado; Cristo es digno de alabanza; la salvación es más que el bienestar.

Eucaristía y vida

Eucaristía: acción de gracias. La misa nos hace practicar el retorno. Venimos con nuestras semanas, con nuestra comunidad interior. Confesamos, escuchamos, ofrecemos, recibimos, somos enviados. El ciclo está grabado en nosotros: reconocer, agradecer, darnos a nosotros mismos, partir de nuevo.

  • Liturgia de la Palabra. Oímos una voz que nos eleva, como los diez que oyeron: «Vayan…».
  • Ofertorio. Traemos el camino: fatiga, proyectos, nombres propios.
  • Plegaria Eucarística. La Iglesia bendice y da gracias por todos, incluso por aquellos que aún no saben cómo regresar.
  • Comunión. Nos inclinamos interiormente, como el samaritano, y recibimos el alimento de la salvación.
  • Envío. “Id”: la gratitud y la misión son inseparables.

La gratitud se convierte en una forma de resistencia. Resiste las narrativas de carencia, los algoritmos de comparación y las narrativas cínicas. No es ingenuidad; es profecía.

“No se halló entre ellos nadie que volviera y diera gloria a Dios, sino este extranjero” (Lucas 17:11-19)

Práctica de examen

Practiquemos una liturgia sencilla cada noche.

  • Hazte presente. Inhala, exhala, di: «Aquí estoy, Señor».
  • Pide luz. «Espíritu Santo, dame tu mirada».
  • Relee el día. Busca rastros: ¿dónde me purifiqué? ¿dónde recibí? ¿dónde di?
  • Di gracias. Nombra sin confusión. Detente, date la vuelta, regresa a la fuente.
  • Pide perdón. Reconoce las nueve veces que me fui y nunca regresé.
  • Ruega por el mañana. "Recógeme y envíame".

Este examen no pesa; aligera. Prepara las gracias del mañana.

Gratitud y justicia

Se podría objetar: la gratitud no basta; se necesita justicia. Exactamente: la gratitud nos abre los ojos al bien y, por lo tanto, a la injusticia. Nos hace más perspicaces en nuestras acciones. El agradecimiento no reemplaza la reforma; nos da la energía para desearla sin odio.

  • En equipo, establezcan una ronda de agradecimientos al inicio de la reunión. Luego, tomen una decisión estructural para aliviar la presión injusta.
  • En una parroquia, mantengan un "libro de maravillas" para registrar las acciones de Dios en las vidas. Luego, abran un centro de escucha y apoyo.
  • En una ciudad, celebren un "Domingo de Acción de Gracias" con otras confesiones y asociaciones. Luego, inicien un proyecto de integración conjunto.

La gratitud no es un sedante; es una levadura.

Sufrir y dar gracias

«Dad gracias en toda circunstancia» no significa «Dad gracias por todo». No damos gracias por el mal, la violencia ni la injusticia. Damos gracias porque Dios sigue siendo Dios en medio del mal, porque se encienden chispas de bondad, porque la cruz no tiene la última palabra. Hay lugar para el lamento; no es enemigo de la acción de gracias, es su hermano. Los salmos lo saben: la alabanza a menudo surge bañada en lágrimas.

  • De duelo, agradeciendo una fecha, un gesto, una frase dejada como un surco.
  • Cuando esté enfermo, agradezca a alguien por haberlo cuidado, por haber recibido una mejoría o por haber recibido una visita.
  • En caso de conflicto, agradecer un inicio de escucha, una tregua, una palabra de paz.

Gracias es un soplo de resurrección.

Testimonios

Marie, de 42 años, dice: «Llevaba un año con fracturas. Un día, al salir de la consulta, el médico me dijo: «Los marcadores están bien». Sentí ganas de correr. Me detuve. Di la vuelta y entré en la iglesia local. Hacía mucho que no rezaba. Me senté, lloré y dije: «Gracias». Desde entonces, vuelvo cada semana. Descubrí la misa: esa oración que nos permite respirar con la gratitud.»

Omar, 27 años: “Me daba vergüenza pedir ayuda. Una noche, le escribí a mi sacerdote: ‘Necesito hablar’. Me contestó. Nos vimos. No recibí una solución milagrosa. Pero sí un paseo. Después de unas semanas, sentí que algo dentro de mí se purificaba: la vergüenza. Volví a verlo, solo para darle las gracias. Sonrió y me preguntó: ‘¿Quieres servir la sopa del jueves?’. Dije que sí. Fue mi manera de seguir adelante”.

Elise, 16 años: “Me sentí como una forastera. Un amigo me arrastró a una vigilia. Dije que no creía. Al final, escribí en un papelito: «Gracias por la luz que vi». Tenía miedo de que me consideraran hipócrita. Me di la vuelta y les di el papelito. Ese fue mi regreso. Me dijeron: «Levántate y vete». Así que continué.”

“No se halló entre ellos nadie que volviera y diera gloria a Dios, sino este extranjero” (Lucas 17:11-19)

Liturgia doméstica

Para una oración en familia, en alojamiento compartido o con un grupo de amigos:

  • Canto de apertura o coro sencillo de alabanza.
  • Lectura: “No había entre ellos nadie más que este extranjero…” Texto de Lc 17, 11-19.
  • Breve silencio.
  • Compartir: cada uno nombra un agradecimiento por la semana y un “paso a realizar”.
  • Salmo de gratitud: “Bendice, alma mía, al Señor” o una sencilla oración inventada.
  • Intercesiones: por los “leprosos” de hoy, por los extranjeros, por los nueve que aún no han encontrado el camino a casa.
  • Padre nuestro.
  • Acción: Escribe un agradecimiento concreto a alguien; envíalo dentro de la semana.
  • Enviando bendición: “Ve, tu fe te ha salvado”.

Oración de acción de gracias

«Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros.
Escuchaste el grito de nuestras distancias.
A lo largo del camino nos limpias del miedo y de la vergüenza.
Regresamos a ti, fuente de nuestra alegría.
Reciba nuestro humilde y pleno agradecimiento.
Haznos ajenos al resentimiento,
familiarizado con los elogios,
transeúntes que se conectan,
testigos que se inclinan.
Levántanos y dile a nuestras vidas: “Vayan”.
Por nuestra fe —pequeña pero real—
encuentra la salvación en ti mismo. Amén.”

Cultura del agradecimiento en el trabajo

La gratitud puede estructurar nuestros espacios profesionales.

  • Comience las reuniones con una ronda rápida de reconocimiento: un hecho, un nombre, un por qué.
  • Incorpore el agradecimiento a los procesos: agradezca el esfuerzo, no sólo el resultado.
  • Cultivar la retroalimentación amable: decir la verdad sin aplastar, nombrar lo bueno sin halagar.
  • Celebre los logros: incluso los más modestos, se convierten en recuerdos del equipo.
  • Honrar a un "outsider" en el servicio: una profesión invisible, un socio, un agente de mantenimiento. Darles voz.

Estos gestos combaten el cansancio y la competencia. Ensanchan el alma.

Gracias y digital

Nuestras pantallas amplifican las voces; también pueden amplificar la gratitud.

  • Regla de los 3 agradecimientos: cada día, tres mensajes de reconocimiento, públicos o privados.
  • Comentarios edificantes: nombrar lo que ha nutrido, evitando la ironía y la sospecha fácil.
  • Pausas de alabanza: detener el algoritmo durante 5 minutos, leer un salmo, respirar, dar gracias.
  • Ecología de la Notificación: Protegiendo espacios para escuchar a Dios y escuchar a los demás.

El agradecimiento evita que nuestros dedos tiren piedras. Los acostumbra a levantar las manos para bendecir.

Regreso y misión

El samaritano regresa para dar gloria y se va enviado. La gratitud no es un apoyo; es un puente. Nuestro mundo espera puentes. Las comunidades cristianas existen para este vínculo: lugares donde la gratitud se celebra, se aprende y se transmite.

  • Ofrecer una “vigilia de agradecimiento” mensual: testimonios, canto, Palabra.
  • Crea un “muro de agradecimiento” en la iglesia: post-its, dibujos, intenciones.
  • Ofrece “tarjetas de agradecimiento” para distribuir: una palabra, una bendición.
  • Formar “visitantes de consuelo”: escuchar, reconocer, animar a nombrar las gracias.

Gracias, repetido, construye caminos. Y en estos caminos, los extraños se hacen hermanos.

Cuando no puedo hacerlo

Hay días sin. No se me ocurren palabras. Un agradecimiento parece fuera de lugar. Así que, tomemos prestada la voz de la Iglesia. La liturgia me acompaña cuando ya no puedo más. Un susurro de "Ave María". Un "Gloria al Padre". Una vela encendida. Un "Kyrie eleison". La fe del otro me sostiene. El samaritano que regresa me recuerda que Cristo está ahí, incluso cuando mis labios callan. Dios conoce el peso de mis pasos. Él recoge mi cansancio. Y a veces, contra todo pronóstico, brota un pequeño agradecimiento. Es suficiente.

Teología del Umbral

Entre Samaria y Galilea. Entre la distancia y la proximidad. Cristo elige el umbral para revelar la salvación. Nuestras vidas están llenas de umbrales: comienzos, transiciones, despedidas. El agradecimiento actúa como una bisagra. Cierra una puerta sin amargura, abre otra sin excesiva angustia. Preserva la memoria, sin aprisionarla.

  • Gracias a una temporada: lo que recibí, lo que dejo.
  • Gracias a una persona: lo que hizo, lo que me enseñó.
  • Gracias a Dios: por su paciencia, por su fidelidad que no calcula.

Este agradecimiento no borra las heridas; las incorpora a la historia de la salvación.

“No se halló entre ellos nadie que volviera y diera gloria a Dios, sino este extranjero” (Lucas 17:11-19)

La cuestión de Cristo

"¿Dónde están los otros nueve?" No es un reproche frío; es una pregunta que nos interpela. ¿Dónde estoy hoy? ¿Entre los nueve que tienen prisa, entre los justos que tienen prisa? ¿O entre los que se detienen y regresan? Quizás ambos, según el día. Cristo, sin embargo, permanece en el camino, paciente. Recibe el agradecimiento del forastero y, a través de él, renueva el llamado a los nueve: "Regresen". La Iglesia no establece un campamento para los merecedores; enseña cómo regresar.

Acciones concretas para la semana

  • Escribe una carta de agradecimiento a una persona viva que haya cambiado tu vida. Léesela si es posible.
  • Llamar a alguien a quien nunca le has dicho explícitamente gracias.
  • Recuerda, cada noche, tres gracias y un “retorno” para realizar el día siguiente.
  • Ofrecer una Acción de Gracias Eucarística durante la semana por una intención específica.
  • Dar la bienvenida a un extraño (en sentido amplio): café, comida, paseo, escuchar sin una agenda.
  • Introducir un «gracias» en un espacio digital a menudo agresivo.
  • Dar gracias a Dios en medio de la prueba: una sola palabra puede ser suficiente.

Bendición

Señor Jesús,
Cruzaste nuestras fronteras y te uniste a nosotros en nuestras distancias.
Escuchaste el clamor de los diez y recibiste el regreso de uno.
Enséñanos el arte de agradecer,
la ciencia de dar la vuelta,
la alegría de la alabanza.
Que el extraño, a quien conocemos y que somos,
sé nuestro amo y nuestro hermano.
Dile a nuestra vida: “Levántate y anda”.
Y tu Palabra nos salve.

Hermanos y hermanas, aceptemos este mensaje: vayan, y dondequiera que vayan, que su primera palabra y su último gesto sean un agradecimiento. El mundo reconocerá una Iglesia que recuerda.

Vía Equipo Bíblico
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