Evangelio de Jesucristo según San Lucas
En aquellos días,
Jesús subió al monte a orar,
y pasó toda la noche orando a Dios.
Cuando llegue el día,
Llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos.
a quienes dio el nombre de Apóstoles:
Simón, a quien puso el nombre de Pedro,
André su hermano,
Jacques, Jean, Philippe, Barthélemy,
Mateo, Tomás,
Santiago hijo de Alfeo,
Simón, llamado el Zelote,
Judas hijo de Santiago,
y Judas Iscariote, que se convirtió en traidor.
Jesús bajó de la montaña con ellos.
y se detuvo en terreno llano.
Había allí un gran número de discípulos suyos.
y una gran multitud de gente
vinieron de toda Judea, de Jerusalén,
y la costa de Tiro y Sidón.
Habían venido a escucharlo.
y ser curados de sus enfermedades;
aquellos que fueron atormentados por espíritus inmundos
estaban recuperando su salud.
Y toda la multitud procuraba tocarle,
porque una fuerza salió de él
y los sanó a todos.
– Aclamamos la Palabra de Dios.
Elegir a Doce para Transformar el Mundo: La Noche de Oración que Fundó la Iglesia
Cómo Jesús nos enseña a discernir nuestras misiones y formar comunidades misioneras a través de la elección de los Apóstoles.
En la oscuridad de un monte de Galilea, Jesús pasó una noche entera en oración antes de realizar el acto más decisivo de su ministerio terrenal: elegir a doce hombres comunes para una misión extraordinaria. Este relato de Lucas 6:12-19 revela mucho más que una simple lista de nombres. Describe un método de discernimiento, una pedagogía misionera y un modelo de Iglesia que ha perdurado durante siglos. Este pasaje del Evangelio nos invita a comprender cómo nuestras decisiones de vida, nuestros compromisos y nuestras colaboraciones pueden arraigarse en la oración y dar fruto para el Reino.
Primero exploraremos el contexto histórico y literario de este pasaje de Lucas, antes de analizar la estructura narrativa de la elección de los Doce. A continuación, exploraremos tres dimensiones fundamentales: la oración como fundamento del discernimiento, la diversidad como una comunidad rica y la misión como resultado natural de la llamada. Finalmente, veremos cómo estas enseñanzas se materializan en nuestra vida personal, familiar, profesional y eclesial, antes de ofrecer una meditación práctica y una oración litúrgica inspiradas en este texto.

Contexto: Un momento crucial en el Evangelio de Lucas
El relato de la elección de los Doce ocupa un lugar estratégico en la composición del Evangelio según San Lucas. Ubicado en el capítulo 6, marca una transición decisiva entre la fase inicial del ministerio de Jesús en Galilea y el gran discurso que le sigue inmediatamente: el Sermón de la Llanura, el equivalente lucano del Sermón de la Montaña de Mateo. Lucas, el evangelista de la misericordia y la oración, construye su narrativa con notable intencionalidad teológica.
Antes de este pasaje, Jesús ya había obrado numerosos milagros, enseñado en sinagogas y llamado a sus primeros discípulos a las orillas del lago de Genesaret. Había despertado el entusiasmo de las multitudes, pero también la oposición de los escribas y fariseos. Había llegado el momento de estructurar su movimiento, de dar una forma estable a lo que podía quedar como una emoción pasajera. La elección de los Doce respondió a esta necesidad de fundar una comunidad duradera, capaz de extender su misión más allá de su presencia física.
El monte, en la tradición bíblica, nunca es un simple escenario geográfico. Evoca inmediatamente el Sinaí, donde Moisés recibió la Ley; el Horeb, donde Elías escuchó la voz de Dios en un susurro; el Carmelo, donde el mismo Elías se enfrentó a los profetas de Baal. Al ascender al monte, Jesús se sitúa en este linaje profético. Se retira del tumulto de las ciudades y las multitudes para entrar en la intimidad del Padre. La noche entera de oración que Lucas menciona explícitamente constituye un detalle único de este evangelista, que subraya la importancia capital de la decisión de venir.
Al amanecer, Jesús regresa, pero no solo. Llama a sus discípulos, muchos en esta etapa de su ministerio, y de entre ellos elige a doce. El verbo griego usado, eklegomai, literalmente significa "elegir por sí mismo", "elegir". No es casualidad que estos doce reciban el nombre de Apóstoles. apóstoles En griego, significa "enviados". No son elegidos para permanecer con Jesús en una contemplación pasiva, sino para ser enviados en una misión. El número doce, obviamente, resuena con las doce tribus de Israel, lo que significa que Jesús constituye el nuevo pueblo de Dios, el Israel restaurado y ampliado.
La siguiente lista de nombres merece especial atención. Lucas no se limita a enumerar doce identidades fríamente. Especifica ciertos detalles reveladores: Simón se convierte en Pedro, la roca sobre la que se edificará la Iglesia; Simón el Zelote lleva un apodo que evoca su antigua militancia en un movimiento revolucionario; Judas Iscariote es presentado inmediatamente como el "traidor", una dramática anticipación que ensombrece el conjunto. Estos hombres provienen de diversos orígenes, poseen temperamentos diferentes y encarnan sensibilidades a veces opuestas.
Tras la escena de la elección, Jesús desciende a una llanura donde se reúnen discípulos y multitudes de toda la región. Esta geografía simbólica es elocuente: el monte para la oración y el discernimiento, la llanura para la enseñanza y la sanación. La verticalidad de la relación con Dios precede y nutre la horizontalidad de la misión a la humanidad. Las curaciones y exorcismos que cierran el pasaje manifiestan el poder que reside en Jesús y que pronto compartirá con los Doce.
Análisis: tres movimientos de un único gesto fundador
El relato lucano de la elección de los Apóstoles se desarrolla según una estructura narrativa ternaria que merece un análisis minucioso. Primer movimiento: la ascensión en oración solitaria. Segundo movimiento: la elección y nombramiento de los Doce. Tercer movimiento: el descenso a la multitud para la misión. Esta secuencia de ascensión-elección-descenso constituye el paradigma de toda auténtica vocación cristiana.
La oración nocturna de Jesús en el monte no es un detalle anecdótico que Lucas añadiría por su belleza. Revela el secreto de todo verdadero discernimiento. Jesús, aun siendo Hijo de Dios, no prescinde de una amplia consulta con el Padre antes de tomar una decisión crucial. Esta noche de diálogo con Dios precede al día de la acción. En la tradición espiritual cristiana, esta prioridad dada a la oración contemplativa sobre el compromiso apostólico se convertirá en una constante. Siglos después, Ignacio de Loyola la convertirá en el núcleo de su pedagogía del discernimiento de espíritus.
El acto mismo de elegir merece ser analizado. Jesús «llamó a sus discípulos», indicando este plural que un grupo más amplio ya lo seguía. De este primer grupo de discípulos, «eligió a doce». El texto no especifica con qué criterios, no menciona ninguna prueba de aptitudes ni entrevistas de selección. Este silencio es elocuente: la elección es pura iniciativa divina, no se justifica por méritos humanos previos. Pedro es impulsivo, Tomás es escéptico, Mateo es un odiado ex recaudador de impuestos, Simón es un ex zelote faccioso, Judas es un futuro traidor. Jesús no elige hombres perfectos, sino hombres disponibles, a quienes irá formando gradualmente.
La lista de nombres funciona como un microcosmos de la humanidad. Incluye hermanos (Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan), hombres de diferentes oficios (pescadores, recaudador de impuestos) y sensibilidades políticas divergentes (el zelote revolucionario y Mateo, colaborador del poder romano). Esta diversidad no es casual, sino una elección deliberada. Jesús constituye una comunidad heterogénea, prefigurando la Iglesia universal que acogerá a todas las naciones, todas las culturas y todas las condiciones sociales. La unidad de esta comunidad no se basa en la homogeneidad sociológica, sino en la vocación común de Cristo.
El nombre de "Apóstoles" que Jesús les da define su identidad más profunda. No son discípulos en el sentido común del término, es decir, estudiantes que siguen a un maestro para aprender pasivamente. Son enviados, mandados y comisionados. Su formación con Jesús tiene como objetivo el desarrollo posterior de su obra. Esta dimensión apostólica y misionera hará de la Iglesia no un club cerrado de privilegiados, sino un movimiento dinámico y abierto al mundo.

La oración como matriz de discernimiento y misión
Volvamos a la primera dimensión fundamental: la noche de oración que precede a la elección. Lucas escribe literalmente que Jesús «pasó toda la noche orando a Dios». Este énfasis temporal («toda la noche») y esta precisión del destinatario («Dios») no son redundantes. Subrayan la intensidad y exclusividad de esta oración. Jesús no ora unas horas antes de dormir; dedica toda la noche a esta oración. No se retira simplemente a reflexionar a solas; dialoga con el Padre.
Esta oración extendida nos enseña que las decisiones importantes de nuestra vida, aquellas que afectan nuestro futuro y el de los demás, requieren pasar mucho tiempo en la presencia de Dios. Nuestra cultura contemporánea valora la rapidez, la eficiencia y la toma de decisiones inmediata. Jesús nos muestra otro camino: tomarnos tiempo, alejarnos del ruido, entrar en silencio, escuchar la voz del Espíritu. El discernimiento auténtico no se logra con prisa ni agitación.
La montaña como lugar de esta oración no es casual. Implica un esfuerzo físico, una separación de la vida cotidiana, una elevación simbólica hacia Dios. Subir la montaña es aceptar abandonar la comodidad de la llanura, la horizontalidad de las ocupaciones cotidianas, para entrar en la verticalidad del encuentro con el Altísimo. Esta geografía espiritual sigue vigente para nosotros hoy: el discernimiento requiere crear espacios de recogimiento, tiempos de silencio, lugares propicios para la interioridad.
La duración de la noche añade una dimensión adicional. La noche es el tiempo de la fe pura, cuando nuestras certezas sensibles se desvanecen, cuando debemos confiar sin ver con claridad. Juan de la Cruz hablará de la «noche oscura» como lugar de purificación y encuentro místico. Jesús asume esta noche, esta aparente improductividad, esta suspensión de la acción visible. Nos enseña que la fecundidad apostólica brota de esta aparente esterilidad de la oración nocturna. ¡Cuántas vocaciones, cuántas obras misioneras han nacido en estas vigilias silenciosas!
Esta oración de Jesús antes de elegir a los Doce establece un principio eclesial permanente: todo nombramiento, toda elección, toda elección de líderes en la Iglesia debe basarse en la oración comunitaria y personal. Los Hechos de los Apóstoles lo recordarán varias veces: antes de elegir a Matías para reemplazar a Judas, la comunidad ora; antes de enviar a Pablo y Bernabé en misión, la Iglesia de Antioquía ayuna y ora; antes de ordenar a los ancianos en las comunidades nacientes, Pablo y Bernabé oran con ayuno.
Para nuestra vida práctica, esta lección es crucial. Antes de elegir un estado de vida, una profesión, un compromiso asociativo o eclesial, antes de aceptar una responsabilidad o confiarla a alguien, se nos invita a imitar a Jesús dedicando suficiente tiempo a la oración. No para manipular a Dios ni obtener señales espectaculares, sino para alinear nuestra voluntad con la suya, para purificar nuestras motivaciones, para abrirnos a lo inesperado en sus caminos.
La diversidad como riqueza y desafío para la comunidad apostólica
La lista de los Doce Apóstoles es sorprendente por su heterogeneidad. Yuxtapone figuras que parecen oponerse a todo: Simón el Zelote, miembro de un movimiento nacionalista radical que aboga por la revuelta armada contra Roma, y Mateo el publicano, un recaudador de impuestos que colabora con el ocupante romano. ¿Cómo podemos imaginar que estos dos hombres con compromisos políticos diametralmente opuestos pudieran compartir la misma mesa, la misma misión, la misma comunidad de vida? Sin embargo, Jesús los eligió a ambos, confiando en la fuerza unificadora de su llamado.
Esta diversidad no es una concesión ni una falla en el reclutamiento. Manifiesta una profunda intención teológica: el Evangelio trasciende las divisiones humanas sin negarlas. Jesús no le pide a Simón que deje de ser zelote ni a Mateo que olvide su pasado como recaudador de impuestos. No los estandariza, no los moldea según un modelo único. Los llama como son, con su historia, su temperamento, sus heridas, sus cualidades y sus defectos. La gracia no destruye la naturaleza; la asume y la transforma gradualmente.
También hay muchos hermanos entre los Doce: Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Estos lazos familiares crean solidaridad, pero también pueden generar rivalidades. Más adelante en los Evangelios, veremos a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, reclamando los primeros puestos en el Reino, provocando la indignación de los otros diez. Jesús no teme integrar estas posibles tensiones dentro del grupo apostólico. Hará de su gestión un aprendizaje de caridad fraterna y humildad.
La presencia de Judas Iscariote en la lista es particularmente inquietante. Lucas se refiere inmediatamente a él como «el que se convirtió en traidor», anticipando el drama de la Pasión. ¿Por qué eligió Jesús a un hombre que sabía que estaba destinado a traicionarlo? Esta pregunta ha atormentado a los teólogos a lo largo de los siglos. Una posible respuesta: Judas no estaba predestinado al mal; eligió libremente su camino. Jesús lo llamó con autenticidad, ofreciéndole la misma gracia que a los demás. El misterio de la libertad humana y sus posibles rechazos sigue sin resolverse.
Esta diversidad de los Doce prefigura la universalidad de la Iglesia. Desde sus inicios, la comunidad cristiana está llamada a trascender las barreras étnicas, sociales, culturales y políticas. Pablo lo expresó magníficamente: «Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28). Esta unidad en la diversidad, esta comunión en la pluralidad, constituye el milagro permanente de la Iglesia, signo de la presencia del Espíritu.
Para nuestras comunidades parroquiales, nuestros movimientos eclesiales y nuestros equipos apostólicos contemporáneos, esta enseñanza sigue siendo de vital importancia. ¿Somos capaces de acoger la diferencia, no como una amenaza, sino como un enriquecimiento? ¿Aceptamos que personas con diversas sensibilidades políticas, litúrgicas y espirituales colaboren en la misma misión? ¿O buscamos formar grupos homogéneos donde todos piensen igual? La decisión de Jesús nos interpela: quería una comunidad diversa, señal de que la unidad cristiana no se basa en la uniformidad, sino en el amor mutuo.
La misión como resultado natural del llamado y la formación
Inmediatamente después de elegir y nombrar a los Doce, Jesús «bajó del monte con ellos y se detuvo en un terreno llano». Este descenso no es un simple retorno geográfico; simboliza el movimiento misionero. Del monte de la oración al campo de la acción, del cara a cara con Dios al cara a cara con la humanidad sufriente, el camino es directo. La contemplación conduce a la misión, y la vida interior alimenta el compromiso exterior.
En esta llanura, se reúnen «un gran número de discípulos y una gran multitud de gente de toda Judea y Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón». Lucas enfatiza el alcance geográfico de esta afluencia: toda Palestina, pero también las regiones paganas vecinas (Tiro y Sidón). Incluso antes del despliegue misionero posterior a la Pascua, la universalidad del llamado es evidente. Las multitudes «acudían para escucharlo y para ser sanadas de sus enfermedades». La enseñanza y la sanación van de la mano; la Palabra y las señales se combinan.
Jesús sana a los enfermos, expulsa espíritus inmundos, y «salió de él un poder que los sanó a todos». Este poder que emana de Jesús pronto es compartido por los Doce. En los siguientes capítulos de Lucas, Jesús envía primero a los Doce en una misión con poder sobre demonios y la capacidad de sanar enfermedades (Lucas 9), y luego a los setenta y dos discípulos (Lucas 10). La misión no está reservada a una élite clerical, sino que se extiende gradualmente a toda la comunidad.
Esta lógica misionera está inscrita en el nombre mismo de los Apóstoles. Ser apóstol es ser enviado. Los Doce no fueron elegidos para formar una aristocracia espiritual con privilegios, sino para llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Tras la Resurrección, Jesús les encomendó explícitamente: «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Esta misión universal nace de la elección inicial hecha en la montaña.
El método de enseñanza de Jesús merece atención. No los envía inmediatamente a una misión independiente. Primero los forma, los acompaña en su camino, les enseña gradualmente y los corrige con paciencia. Pedro niega, Tomás duda, Santiago y Juan aspiran a los puestos más altos, y todos huyen durante el arresto. Sin embargo, Jesús no los rechaza. Persevera en su formación, incluso muriendo por ellos antes de resucitar para confirmarlos definitivamente en su misión.
Esta paciencia divina con colaboradores imperfectos consuela y anima. No estamos llamados a ser perfectos antes de ser misioneros. Es aceptando la misión, avanzando a pesar de nuestras debilidades, que progresamos. La Iglesia, el cuerpo de Cristo que extiende su misión a través de los siglos, está compuesta por pecadores perdonados, no por santos perfeccionados. Nuestra misión no se basa en nuestros méritos, sino en la gracia que nos precede y nos acompaña.

Vivir hoy la elección de los Apóstoles
¿Cómo resuena esta antigua historia en nuestra vida contemporánea? ¿Cómo puede la elección de Jesús de los Doce influir en nuestras decisiones de vida, nuestros compromisos y nuestras relaciones? Tres ámbitos de aplicación merecen ser explorados: personal, comunitario y eclesial.
A nivel personal, el texto nos invita a revisar nuestra manera de tomar decisiones importantes. ¿Con qué frecuencia elegimos nuestra carrera profesional, nuestra pareja, nuestro lugar de residencia, nuestros compromisos comunitarios sin haber orado de verdad? Consultamos con amigos y consejeros, sopesamos racionalmente los pros y los contras, escuchamos nuestras emociones; todo esto es legítimo. Pero ¿nos tomamos el tiempo para escalar la montaña, para pasar una noche en oración, para someter nuestros planes a Dios? La vida espiritual no es un compartimento separado de nuestras decisiones concretas. Debe regar y guiar todas nuestras decisiones.
Concretamente, esto puede significar establecer un tiempo de retiro antes de cada decisión importante. No necesariamente una noche entera en la montaña en sentido literal, sino tiempo suficiente para la oración en silencio, la lectura de la Biblia y una confrontación pacífica con la voluntad de Dios. Los monasterios y centros espirituales ofrecen oportunidades para estos momentos de discernimiento. Un día, un fin de semana, una semana de silencio pueden transformar nuestra perspectiva y aclarar nuestro camino.
A nivel comunitario, la historia cuestiona nuestra manera de formar equipos, grupos y asociaciones. ¿Tendemos a una homogeneidad tranquilizadora o aceptamos una diversidad enriquecedora? En nuestras parroquias, ¿recibimos con la misma amabilidad a jóvenes y mayores, a progresistas y conservadores, a los emocionales y a los racionales? ¿O formamos clanes que se ignoran o critican mutuamente? El modelo de los Doce nos interpela: Jesús quería una comunidad diversa; nos llama a la misma amplitud de miras.
Esta apertura requiere formación y conversión continuas. No se trata de relativizar la verdad ni de renunciar a nuestras convicciones, sino de aprender a dialogar fraternalmente con quienes piensan diferente. En nuestros equipos de trabajo cristianos, en nuestros movimientos apostólicos, ¿creamos espacios para la escucha mutua, para compartir las diferencias y para la resolución pacífica de conflictos? ¿O permitimos que las tensiones se agraven hasta la ruptura?
A nivel eclesial, el texto cuestiona nuestras prácticas de discernimiento comunitario respecto a nombramientos y misiones. Cuando una parroquia debe nombrar catequistas, cuando una diócesis debe nombrar a un párroco, cuando una congregación debe elegir a un superior, ¿realmente la oración comunitaria precede y acompaña el proceso? ¿O nos conformamos con procedimientos administrativos y cálculos políticos? La lección de Jesús es clara: primero sube a la montaña, ora largamente y luego elige a la luz del Espíritu.
Tradición y fuentes bíblicas
La elección de Jesús de los Doce tras una noche de oración forma parte de una larga tradición bíblica de vocaciones divinas precedidas de tiempos de preparación espiritual. Moisés pasó cuarenta días y cuarenta noches en el Sinaí antes de recibir las Tablas de la Ley. Elías caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, donde Dios se reveló en el susurro de una suave brisa. El propio Jesús ayunó durante cuarenta días en el desierto antes de comenzar su ministerio público. Esta repetición del largo período de preparación antes de la acción revela una constante pedagogía divina.
El número doce, lejos de ser arbitrario, evoca a los doce hijos de Jacob, antepasados de las doce tribus de Israel. Al elegir a doce apóstoles, Jesús significa que está reconstituyendo el pueblo de Dios, que está estableciendo la nueva Alianza anunciada por los profetas. Jeremías había profetizado: «Mirad, vienen días en que haré una nueva alianza con la casa de Israel» (Jer 31,31). Es Jesús quien establece esta nueva alianza reuniendo en torno a sí a las doce columnas del nuevo Templo vivo que es la Iglesia.
Los Padres de la Iglesia meditaron extensamente sobre este pasaje. San Agustín enfatiza que Jesús oró toda la noche «para enseñarnos a no emprender nada importante sin antes haber orado largamente». Añade que «si el Hijo de Dios necesitaba orar antes de elegir, ¡cuánto más nosotros, pecadores, debemos recurrir a la oración!». Esta lógica de la ejemplaridad es central: Jesús no actúa por necesidad personal, sino para mostrarnos el camino.
San Juan Crisóstomo, en sus homilías sobre Mateo, enfatiza la diversidad de los apóstoles: «Cristo eligió a pescadores, a un publicano, a un zelote, para mostrar que su Reino no pertenece a ninguna clase social en particular, sino que está abierto a todos». Ve en esta diversidad una profecía de la Iglesia universal donde se reunirán todas las naciones. La comunión de los Doce, a pesar de sus diferencias, prefigura la comunión de los santos a través de los siglos y los continentes.
La tradición monástica ha valorado especialmente la oración nocturna inaugurada por Jesús en la montaña. Los servicios de vigilia, que despiertan a los monjes en plena noche para cantar los salmos, tienen sus raíces en esta práctica del Señor. San Benito, en su Regla, prescribe este servicio nocturno como la cumbre de la vida monástica, un momento en el que se vela con Cristo en espera de su regreso.
Grandes figuras espirituales han meditado en esta noche de oración como modelo de contemplación. Juan de la Cruz la ve como una imagen de purificación mística, Teresa de Ávila como un ejemplo de perseverancia oratoria, Ignacio de Loyola como un paradigma del discernimiento de espíritus. Todos convergen en esta verdad: la fecundidad apostólica brota de la profundidad contemplativa. «Contemplata aliis tradere», dijo Tomás de Aquino: transmitir a los demás los frutos de la propia contemplación.
Meditación: Una vigilia personal de discernimiento
Para integrar existencialmente la enseñanza de Lucas 6:12-19, te sugerimos una vigilia personal que se adapte a tu situación. Elige un momento crucial en tu vida en el que necesites tomar una decisión importante o discernir un llamado. Reserva una tarde y una noche, o al menos varias horas consecutivas.
Preparación del material Busca un lugar propicio para el silencio y la oración. Puede ser una capilla, una habitación tranquila de tu casa o un oratorio. Lleva una Biblia, un cuaderno y algo para escribir. Apaga cualquier dispositivo electrónico que pueda distraerte. Crea un espacio bonito y sencillo, quizás con un icono, una vela o elementos naturales que recuerden a la montaña del Evangelio.
Primera vez – Ascenso simbólico Lee Lucas 6:12-19 lentamente. Imagínate acompañando a Jesús en su ascenso nocturno a la montaña. ¿Qué sentimientos, preguntas y resistencias surgen en ti? Escríbelos sin juzgarlos. Este primer paso dura unos 30 minutos.
Segunda vez – Oración de apertura : Inicie una oración espontánea en la que presente a Dios la decisión que debe tomar, el llamado a discernir. No busque una respuesta todavía; simplemente presente con humildad su situación. Reconozca su necesidad de ayuda divina, su incapacidad para ver con claridad por sí mismo. Ore con los salmos de súplica, especialmente los Salmos 25, 27 o 139. Este tiempo dura aproximadamente 45 minutos.
Tercera vez – Escucha meditativa Relee el pasaje de Lucas muy despacio, versículo por versículo. Deja que las palabras, imágenes y gestos de Jesús resuenen en tu interior. Identifícate, por turnos, con Jesús orando, con los discípulos esperando y con los Doce elegidos. ¿Qué llamada personal percibes? ¿Qué nueva luz sobre tu situación? Anota tus intuiciones en tu cuaderno. Este tiempo puede durar de una a dos horas.
Cuarta vez – Intercesión y silencio Ora por todos los involucrados en tu decisión. Si es una decisión de vida, ora por tu futuro cónyuge, aunque aún no lo conozcas. Si es un compromiso, ora por quienes trabajarán contigo. Luego, entra en un largo silencio donde simplemente permanezcas en la presencia de Dios, sin palabras, en plena disponibilidad. Este silencio puede durar varias horas.
Quinto paso – Revisión y confirmación Al final de tu vigilia, revisa tus notas. ¿Surge una dirección? ¿Has alcanzado la calma interior? No fuerces nada; acepta que el discernimiento puede requerir varias vigilias sucesivas. Termina con un Padrenuestro y un canto de alabanza. Planea compartir tu proceso con un guía espiritual que te ayude a discernir la autenticidad de lo que has percibido.
Desafíos actuales: el discernimiento en la era del ruido permanente
Nuestros tiempos plantean desafíos sin precedentes a la práctica del discernimiento enseñado por Jesús. ¿Cómo podemos orar toda la noche cuando nuestros teléfonos inteligentes nos llaman constantemente? ¿Cómo podemos escalar la montaña del silencio cuando nuestras ciudades modernas ya no conocen la verdadera noche ni el verdadero silencio? Estas preguntas no son triviales; tocan el corazón de nuestra vida espiritual contemporánea.
La sobreconexión digital supone un gran obstáculo. Nos hemos vuelto adictos a las pantallas, incapaces de soportar unos minutos de desconexión sin sentir ansiedad o aburrimiento. El discernimiento requiere lo que los monjes llaman "custodiar el corazón", una vigilancia interior que protege nuestro espacio íntimo de las intrusiones externas. Para recuperar esta capacidad, se necesitan prácticas concretas: establecer periodos regulares sin pantallas, crear zonas de silencio en nuestros hogares e incluso considerar sabbats digitales semanales.
La cuestión de la diversidad en nuestras comunidades cobra nuevas formas hoy en día. Como hemos visto, Jesús eligió a hombres con opiniones políticas opuestas. Pero ¿cómo podemos vivir esta apertura en sociedades polarizadas donde cada uno está encerrado en su propia burbuja informativa? ¿Cómo podemos acoger en la misma comunidad parroquial a personas con opiniones políticas, éticas y litúrgicas muy divergentes sin caer en el relativismo ni la indiferencia? El desafío es enorme y requiere una conversión permanente a la caridad evangélica que trascienda las diferencias legítimas sin anularlas.
La misión misma debe repensarse en un contexto de secularización avanzada. Cuando Jesús envió a los Doce, entraron en un mundo religioso, ciertamente dividido, pero donde la cuestión de Dios sigue siendo central. Hoy, en Occidente, a menudo nos envían a un mundo indiferente, más que hostil, un mundo donde Dios se ha vuelto inaudible o insignificante para muchos. ¿Cómo podemos ser apóstoles en este contexto? La tentación podría ser renunciar a toda proclamación explícita y limitarnos al testimonio silencioso. Sin embargo, el texto de Lucas nos recuerda que Jesús enseña y sana, habla y actúa. La misión cristiana siempre articula palabra y servicio, proclamación y compasión.
Finalmente, está la cuestión de las mujeres. Los Doce son todos hombres, lo que refleja la sociedad palestina del siglo I. Pero Lucas, en el capítulo siguiente, menciona explícitamente a las discípulas que acompañan a Jesús y atienden sus necesidades (Lc 8,1-3). La Iglesia hoy está llamada a reconocer plenamente los carismas y las misiones de las mujeres sin negar la estructura apostólica deseada por Cristo. Este discernimiento eclesial continúa, requiriendo oración, escucha del Espíritu y fidelidad a la Tradición viva.

Oración: Vigilia de los Apóstoles
Señor Jesús, Maestro y Modelo de nuestras vidas, subiste al monte para orar a tu Padre antes de elegir a los Doce. Te damos gracias por aquella noche de oración que fundó tu Iglesia e inauguró la misión apostólica que nos ha llegado a través de los siglos. Enséñanos a orar como tú oraste, larga y profundamente, antes de tomar decisiones importantes.
Tú que pasaste la noche dialogando con el Padre, enséñanos a salir del bullicio de nuestras vidas y a adentrarnos en el silencio fecundo de tu presencia. Danos la valentía de retirarnos a la montaña, lejos de exigencias y agitaciones, para escuchar tu voz en lo secreto de nuestro corazón. Que nuestras decisiones de vida, nuestros compromisos y nuestras colaboraciones se arraiguen en esta oración contemplativa que precede y nutre toda acción auténtica.
Te bendecimos por elegir a hombres tan diferentes, imperfectos y humanos. Simón el impulsivo y Andrés su hermano; Santiago y Juan, hijos del trueno; Felipe el inquisitivo; Bartolomé el honesto; Mateo el recaudador de impuestos convertido; Tomás el escéptico; Santiago hijo de Alfeo; Simón el Zelote, el ex revolucionario; Judas hijo de Santiago; e incluso Judas, quien te traicionará. Al llamarlos a pesar de sus debilidades, nos consuelas y nos animas: nos quieres como somos, con nuestra historia, nuestras heridas, nuestros talentos y nuestras limitaciones.
Concédenos acoger la diversidad en nuestras comunidades, como tú lo quisiste entre los Doce. Que cesen nuestros juicios precipitados, nuestras exclusiones sutiles y nuestras preferencias partidistas. Haznos constructores de unidad, respetando las legítimas diferencias. Enséñanos a dialogar fraternalmente con quienes no piensan como nosotros, a colaborar pacíficamente con quienes nos molestan y a amar de verdad a quienes nos resultan difíciles.
Oramos por todos aquellos en tu Iglesia que hoy tienen la responsabilidad de nombrar, enviar y encomendar misiones. Los obispos que ordenan sacerdotes, los superiores que nombran líderes, los párrocos que eligen catequistas: todos necesitan tu Espíritu para discernir correctamente. Que imiten tu oración nocturna antes de decidir, que consulten al Padre antes de actuar, que escuchen las inspiraciones del Espíritu en lugar de los cálculos humanos.
Envíanos a la misión como enviaste a los Doce. Haznos auténticos apóstoles, testigos creíbles, servidores gozosos del Evangelio. Que toda nuestra vida sea una proclamación de tu Buena Nueva, a través de nuestras palabras y acciones, de nuestras decisiones y sacrificios, de nuestra manera de amar y perdonar. Danos tu audacia para dar testimonio en un mundo a menudo indiferente, tu dulzura para acoger a quienes buscan la verdad, tu fuerza para perseverar a pesar de los obstáculos.
Sana nuestras comunidades de sus divisiones y endurecimientos. Como sanaste a los enfermos al pie de la montaña, sana nuestras relaciones heridas, nuestros malentendidos, nuestros resentimientos acumulados. Expulsa de nuestros corazones los espíritus impuros del orgullo, los celos y la ambición mundana. Haz brotar de nosotros esta fuerza de amor que sana y pacifica, que reconcilia y vigoriza.
Te encomendamos en particular a los jóvenes que buscan su vocación, a los matrimonios que disciernen su camino, a los profesionales que cuestionan su compromiso, a los jubilados que se preguntan cómo seguir sirviendo. Que todos suban la montaña contigo, oren largamente al Padre y luego desciendan a la llanura de la misión con claridad y paz interior.
Amén.
Práctica: del monte a la llanura, el camino de toda vida apostólica
La historia de la elección de los Doce nos ofrece mucho más que un recuerdo histórico edificante. Describe el camino continuo de toda auténtica vocación cristiana: primero ascender al monte de la oración, permanecer allí el tiempo suficiente para escuchar la llamada de Dios, y luego descender a la llanura de la misión diaria. Esta secuencia de ascenso-oración-descenso-misión estructura nuestra existencia como discípulos llamados a ser apóstoles.
Concretamente, esto significa establecer en nuestras vidas ritmos regulares de recogimiento y compromiso, de contemplación y acción, de interioridad y servicio. No puede haber una vida espiritual intensa sin estas idas y venidas entre la montaña y la llanura, entre el cara a cara con Dios y el cara a cara con nuestros semejantes. Los monasterios benedictinos lo comprendieron bien con su lema «Ora et labora»: orar y trabajar, nunca uno sin el otro, siempre uno alimentándose mutuamente.
El llamado de hoy es simple y exigente: antes de tu próxima decisión importante, escala tu montaña personal. Puede ser una capilla, un lugar en la naturaleza, una habitación tranquila. Dedica tiempo considerable a la oración allí; no unos minutos apresurados, sino horas, quizás una noche. Comparte tu situación con Dios, escucha su Palabra en las Escrituras y espera pacientemente su luz. Luego, desciende y actúa en la paz interior que emana de él.
Cultiva la diversidad en tus compromisos comunitarios. Busca activamente la compañía de quienes son diferentes a ti, piensan diferente y provienen de diferentes orígenes. Como Jesús reunió al zelote y al publicano, aprende a colaborar con alegría con personalidades diversas. Esta fricción creativa, si se experimenta en la caridad, enriquecerá tu comprensión del evangelio y ensanchará tu corazón.
Finalmente, abraza plenamente tu misión de apóstol. Eres enviado, no solo para ti, sino para los demás. Tu fe es un tesoro para compartir, tu alegría cristiana una luz que irradiar, tu esperanza un apoyo que ofrecer. En tu familia, tu trabajo, tu barrio, tu parroquia, sé el testimonio humilde y ferviente que el mundo espera. La mies es mucha, los obreros pocos. Jesús te elige hoy como eligió a los Doce ayer. Responde con confianza y generosidad.
Práctico: siete acciones concretas inspiradas en la elección de los Apóstoles
- Establecer una vigilia mensual de discernimiento personal de al menos tres horas, en un lugar propicio al silencio y a la oración contemplativa.
- Antes de cualquier decisión importante (cambio profesional, participación comunitaria, elección educativa), dedique al menos un día de retiro de oración a presentarla a Dios.
- Únase o cree un grupo de intercambio ecuménico que reúna a cristianos de diversas sensibilidades para aprender el diálogo fraternal frente a las diferencias.
- Identifica concretamente a una persona de tu comunidad con la que tengas dificultades para colaborar y realiza tres gestos prácticos de caridad hacia ella.
- Participar activamente en un servicio misionero parroquial (catequesis, visita a los enfermos, preparación al matrimonio) para vivir concretamente tu misión apostólica.
- Organiza anualmente con tu equipo o movimiento una jornada de oración común antes de las citas y elecciones de orientaciones pastorales importantes.
- Medita cada mañana durante cinco minutos en un versículo de Lucas 6:12-19, pidiendo la gracia de imitarlo en tu día.
Referencias
Fuentes primarias
- Evangelio según San Lucas, capítulos 6 al 9, para el contexto del ministerio en Galilea y los envíos misioneros de los discípulos
- Hechos de los Apóstoles, capítulos 1-2, sobre el papel de los Doce en la Iglesia primitiva y el reemplazo de Judas
- Primera Carta a los Corintios 12, para la teología paulina de la diversidad de carismas en la unidad del Cuerpo de Cristo
Fuentes patrísticas y magisteriales
- San Agustín, Comentario al Evangelio de Juan, en particular los tratados sobre la vocación de los discípulos y la constitución de la Iglesia
- San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo, por su meditación sobre la diversidad de los apóstoles y la universalidad de la llamada evangélica
- Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, capítulos 2 y 3, sobre el pueblo de Dios y la estructura jerárquica de la Iglesia
Literatura espiritual contemporánea
- Jacques Philippe, Escuchando a GraceEdiciones de las Bienaventuranzas, por una pedagogía actual del discernimiento en el Espíritu Santo
- Timothy Radcliffe, Entonces ¿por qué ser cristiano?, Éditions du Cerf, para una reflexión sobre la misión apostólica en el mundo secularizado contemporáneo
Este artículo desarrolla una meditación sistemática sobre Lucas 6:12-19 en siete dimensiones complementarias: contexto bíblico, análisis narrativo, oración y discernimiento, diversidad comunitaria, envío misionero, aplicaciones concretas y espiritualidad litúrgica. Ofrece un recorrido integral que permite al lector apropiarse existencialmente del gesto fundacional de Jesús al elegir a los Doce Apóstoles tras una noche de oración, para vivir sus implicaciones en su vida personal y comunitaria hoy.



