El sábado 15 de noviembre, reinó un ambiente especial en Vaticano. Lejos de las habituales reuniones diplomáticas o audiencias generales, el Salón Clementino, el corazón histórico del Palacio Apostólico, acogió a una delegación singular. Casi 200 rostros, tanto conocidos como desconocidos para el público general, desde directores y guionistas hasta actores y técnicos, conformaban una asamblea que representaba la diversidad del séptimo arte. Procedentes de numerosos países, se encontraban allí para un encuentro único con el séptimo arte. Papa León XIV.
Lo que podría haber sido un simple intercambio de cortesías se transformó en un momento de profunda reflexión, casi una declaración de amor, del Papa hacia el "arte popular" que es el cine. En un discurso que fue a la vez íntimo y universal, León XIV No solo saludó a sus invitados; les encomendó una misión, una visión. Contemplando este arte, al que describió como un "laboratorio de esperanza" y un "refugio para quienes buscan sentido", el Papa Lanzó una vibrante campaña, resumida en una poderosa frase: "Hagamos del cine un arte de la mente".
En este Año Jubilar, en el que la Iglesia se centra en el tema de la esperanza, el encuentro adquirió una dimensión adicional. Papa No se dirigió al cine como una autoridad moral externa, sino como un amigo, un admirador, un «peregrino de la imaginación» que se dirigía a sus colegas. Ofreció una guía espiritual a una industria a menudo dividida entre el comercio y la creación, invitándola a recordar su vocación más noble: iluminar el alma humana.
La vocación espiritual de un "arte popular"«
Desde el comienzo mismo de su discurso, el Papa León XIV Insistió en concebir el cine no como una simple industria del entretenimiento, sino como un importante fenómeno cultural y espiritual, nacido de un sueño y dirigido a todo el mundo.
Un "soñador inquieto" de 130 años
Con evidente ternura, el Papa Comenzó con una nota histórica, casi poética. «El cine es un arte joven, soñador y algo inquieto, aunque ya tenga cien años», declaró, antes de corregirse con una sonrisa al recordar el aniversario real: «Hoy celebra sus ciento treinta años, desde aquella primera proyección pública realizada por los hermanos Lumière el 28 de diciembre de 1895 en París».
Esta descripción —«joven, soñadora e inquieta»— captura la esencia de un arte que nunca ha dejado de reinventarse. De la magia silenciosa a la explosión sonora, del tecnicolor al hiperrealismo. digitalEl cine está en un estado de transformación perpetua. Pero para León XIV, Esta agitación no es señal de inmadurez, sino de vitalidad. Recordó que lo que comenzó como simple entretenimiento, un juego de efectos visuales para impresionar, evolucionó rápidamente. Estas imágenes en movimiento lograron, casi por accidente, revelar realidades mucho más profundas.
EL Papa Él identificó la verdadera misión que el cine descubrió para sí mismo: convertirse en «la expresión de la voluntad de contemplar y comprender la vida». El cine, en sus momentos de gracia, no solo muestra; nos ayuda a ver. Nos brinda las herramientas para «narrar la grandeza y la fragilidad» de la existencia humana, para «interpretar el anhelo de lo infinito» que yace latente en cada uno de nosotros.
Al describirla como un "noble arte popular", nacida "para todos y dirigida a todos", la Papa Hizo hincapié en su dimensión universal y democrática. El cine no es un arte reservado a una élite; su templo es la sala de cine, abierta a todo aquel que busque evadirse, aprender o experimentar emociones. Precisamente porque conmueve a tantas personas, su responsabilidad es tan grande.
«"Cuando se enciende la linterna mágica, se ilumina la mirada del alma."»
Esta es quizás la metáfora más poderosa del discurso. León XIV Estableció un paralelismo directo entre la experiencia física del cine y la experiencia espiritual interior. «Es hermoso observar que, cuando la linterna mágica del cine se enciende en la oscuridad, la mirada del alma se ilumina simultáneamente», afirmó.
Esta imagen está cargada de significado. La "linterna mágica" —el proyector— atraviesa la oscuridad de la habitación, pero también atraviesa, simbólicamente, nuestra oscuridad interior. Papa Él articuló bellamente esta dualidad: "el cine sabe combinar lo que parece ser mero entretenimiento con la narrativa de la aventura espiritual del ser humano".
Es una auténtica defensa contra una visión reduccionista del cine como mero "escapismo". León XIV, Incluso el entretenimiento más ligero puede contener la semilla de una búsqueda más profunda. Invitó al público a tomar conciencia de esta alquimia. El cine, insistió, tiene una valiosa contribución: «ayudar al espectador a encontrarse a sí mismo, a contemplar con nuevos ojos la complejidad de su propia experiencia, a ver el mundo como si fuera la primera vez».
En este sentido, el cine es un ejercicio de redescubrimiento, una herramienta para encontrar «una parte de esa esperanza sin la cual nuestra existencia es incompleta». No se trata de una esperanza ingenua o ilusoria, sino de la capacidad de vislumbrar la luz incluso en las situaciones más oscuras. El cine, mediante la sutileza de un plano, una frase o un silencio, puede replantear nuestra realidad.
Basándose en las palabras de su predecesor, San Pablo VI, quien dijo a los artistas que el mundo "necesita belleza para no hundirse en la desesperación", León XIV Ha renovado esta «amistad» entre la Iglesia y el arte. La belleza no es un lujo, sino una necesidad espiritual. Y el cine, como creador de belleza visual, narrativa y emocional, es un aliado indispensable de la humanidad en su lucha contra la desesperación.
El cine como encrucijada para sanar heridas, para encontrar significado
Para el Papa León XIV, El cine no es un mero espejo pasivo de la realidad; es un actor dinámico en nuestra vida interior y colectiva. Es un lugar de tránsito, confrontación y, potencialmente, sanación.
Un remedio para el alma atribulada
Continuando con su línea de pensamiento, el Papa Pintó un cuadro del séptimo arte como un "remedio". Reconoció la doble naturaleza del público moderno: "A través de sus obras, se dirigen a quienes buscan ligereza", admitió, pero inmediatamente añadió la contraparte esencial: "pero también a quienes albergan en su interior una ansiedad, una búsqueda de significado, justicia y belleza".
En nuestra era marcada por la ansiedad, la incertidumbre y la fragmentación, Papa Considera el cine como un espacio terapéutico. Lo describe como "mucho más que una simple pantalla". Es una "encrucijada de deseos, recuerdos y preguntas".
Analicemos esta metáfora de la «encrucijada». Una encrucijada es un lugar de elección, de encuentro, a veces de peligro, pero siempre de movimiento. El cine es ese lugar donde nuestros deseos personales se encuentran con narrativas universales, donde nuestros recuerdos íntimos se despiertan con imágenes compartidas y donde nuestras preguntas existenciales encuentran un eco, si no una respuesta. «Es una búsqueda sensible donde la luz atraviesa la oscuridad y donde las palabras se encuentran con el silencio», añadió. Papa, destacando la capacidad única del cine para expresar lo inexpresable.
A medida que se desarrolla una historia, «nuestra mirada se educa, nuestra imaginación florece e incluso el dolor encuentra sentido». Esta idea de que el cine puede dar sentido al dolor es fundamental. No lo borra, sino que lo inscribe en una narrativa, dándole forma, un principio y un final, permitiendo al espectador procesarlo, comprenderlo y quizá incluso trascenderlo. El cine, cuando es «auténtico», no se limita a halagarnos o consolarnos: «nos desafía». Nos obliga a afrontar «las preguntas que habitan en nuestro interior y, a veces, incluso las lágrimas que no sabíamos que debíamos expresar».
«"No temas afrontar las heridas del mundo."»
Este interrogatorio resulta incómodo. León XIV No invitó a los artistas a producir obras tranquilizadoras ni propaganda religiosa. Al contrario, los instó a ser valientes, a afrontar la realidad directamente en su forma más cruda.
«No tengan miedo de afrontar las heridas del mundo», les dijo. Y nombró esas heridas sin rodeos: «Violencia, pobreza, exilio, soledad, adicciones, guerras olvidadas.
Esta lista no es insignificante. Son las heridas que nuestra sociedad a menudo prefiere ignorar, esconder bajo la alfombra de la indiferencia mediática. Papa Pide al cine que sea la voz de los que no tienen voz, que sea la luz que exponga estas "guerras olvidadas". Le asigna al cine una función casi profética: "tantas heridas que exigen ser vistas y contadas".
Pero inmediatamente estableció una condición ética crucial, una distinción fundamental entre arte y explotación. «El gran cine no explota el dolor», advirtió, «lo acompaña, lo explora». Esa es la diferencia fundamental entre el voyeurismo y compasión. El verdadero arte no se nutre del sufrimiento ajeno para el espectáculo; se humilla ante el sufrimiento, lo escucha, intenta comprenderlo y compartirlo, invitando al espectador a un acto de empatía. El arte, decía, «no debe huir del misterio de la fragilidad: debe escucharlo, debe ser capaz de afrontarlo».
El peligro de las salas de cine y su atractivo para las instituciones
Habiendo elevado el debate a estas alturas espirituales y morales, el Papa Volvió a la realidad para abordar un problema muy concreto. Porque para que el cine cumpla su función de "encrucijada" y "remedio", necesita un espacio donde practicar.
Con visible preocupación, el obispo de Roma lamentó la crisis que atraviesa el espacio físico del cine: «Las salas de cine están sufriendo una preocupante erosión que las está alejando de las ciudades y los barrios. Muchos dicen que el arte del cine y la experiencia cinematográfica están en peligro».
En la era del streaming individual y el consumo en el hogar, Papa Defendió con firmeza la experiencia colectiva. Recordó a todos que «las instituciones culturales como los cines y los teatros son el corazón palpitante de nuestras comunidades, contribuyendo a su humanización». La sala de cine no es solo un modelo económico; es un espacio social, uno de los últimos lugares donde desconocidos de toda condición social se reúnen en la oscuridad para compartir una emoción común. Es un ritual colectivo vital para la «humanización» de nuestras ciudades.
Conscientes de que los artistas presentes no podían resolver este problema por sí solos, León XIV A continuación, hizo un enérgico llamamiento a las instituciones para que no se rindieran y cooperaran en la afirmación del valor social y cultural de esta actividad. Este llamamiento, que fue recibido con un entusiasta aplauso del público, supuso un reconocimiento de que la cultura no es simplemente un mercado, sino un bien común esencial que requiere apoyo público y político. Validó la lucha de los creadores por la supervivencia de sus lugares de trabajo y espacios culturales.
El futuro de la esperanza, peregrinos de la imaginación y el arte del espíritu
La última parte del discurso León XIV Miró hacia el futuro, trazando un rumbo para los creadores. No solo les otorgó una misión, sino que también les dio un título, una comunidad y un desafío espiritual supremo.
Los artistas, esos "peregrinos de la imaginación"«
En plena consonancia con el contexto del Año Jubilar, tiempo de peregrinación y esperanza, el Papa Utilizó esta metáfora para redefinir la propia identidad del artista. Confesó que encontraba "consuelo" en la idea de que el cine no es "solo una serie de imágenes en movimiento", sino más bien "¡esperanza en movimiento!".«
Dirigiéndose directamente a sus invitados, les dijo: «Vosotros también, como tantos otros que han venido a Roma de todas partes del mundo, estáis caminando como peregrinos». Pero su peregrinación es de una clase particular. Son «peregrinos de la imaginación, buscadores de sentido, narradores de esperanza, mensajeros de la humanidad».
Esta redefinición es profunda. Eleva al artista más allá de la simple categoría de "profesional" o "intérprete", otorgándole una dignidad casi sacerdotal, en el sentido secular del término: aquel que busca y transmite significado. Su viaje es interno y creativo: "Tu camino no se mide en kilómetros, sino en imágenes, palabras, emociones, recuerdos compartidos y aspiraciones colectivas".
Esta peregrinación, continuó, es una exploración «al corazón del misterio de la experiencia humana». Elogió su «mirada penetrante», una mirada capaz de ver más allá de las apariencias, de «reconocer la belleza incluso en los pliegues del sufrimiento, la esperanza en medio de las tragedias de la violencia y la guerra». En esto, son testigos. «Nuestra era necesita testigos de esperanza, belleza y verdad», instó, «a través de su obra artística, ustedes pueden encarnarlos». El poder del «buen cine» reside en «salvaguardar y promover la dignidad humana »"al restaurar la autenticidad de la imagen.".
Contra el individualismo, a favor del carisma colaborativo
En un mundo del arte a menudo dominado por la figura del autor único o por la competencia de egos, el Papa Introdujo una crítica social y espiritual pertinente. Reconociendo "una era marcada por individualismos exasperados y opuestos", nos recordó que el cine es, por su propia naturaleza, el arte colaborativo por excelencia.
Una película no es obra de un solo hombre o mujer, sino la sinergia de docenas, o incluso cientos, de talentos. León XIV Instó a cada miembro del sector a que «dejara brillar su carisma particular», su don único, no en oposición a los demás, sino en armonía con ellos. Expresó su deseo de un sector que funcione «en un ambiente colaborativo y fraternal».
Este llamamiento no es un mero consejo de gestión; es una visión espiritual. Para que el cine sea un «lenguaje de paz» en la pantalla, primero debe ser un «punto de encuentro» y un espacio de fraternidad en el plató. La ética de la creación debe reflejar la ética del mensaje. Esto supone un reto para una industria conocida por sus rígidas jerarquías y conflictos, una invitación a convertir el acto mismo de hacer cine en un acto de humanidad compartida.
El desafío definitivo: "Hacer del cine un arte de la mente".«
Es en esta exhortación final que el Papa Concluyó su discurso, dándole todo su significado. Tras reconocer su papel, comprender sus dificultades y validar su misión, les planteó el mayor desafío. Pero ¿qué quiso decir con «un arte del Espíritu»?
Evidentemente, esto no era una invitación a realizar películas de catecismo ni obras didácticas. Papa Él mismo lo aclaró: el cine debe educar la mirada «sin ser didáctico». La clave de esta fórmula puede residir en una cita sorprendente que... Papa Desenterró la de un pionero del séptimo arte, David W. Griffith: "Lo que le falta al cine moderno es belleza, la belleza del viento entre los árboles".
Esta frase, aparentemente sencilla, encierra una profundidad radical. Griffith no pedía más dramatismo, más efectos ni más religiosidad. Pedía más contemplación. La «belleza del viento entre los árboles» es la imagen misma de lo trascendente en lo inmanente, de lo espiritual en lo cotidiano. Es la capacidad de detenerse, de mirar y de ver el mundo con ojos nuevos; en resumen, de ver la gracia en acción.
Convertir el cine en un «arte de la mente» significa, pues, redescubrir la capacidad de asombro. Significa usar la herramienta cinematográfica no para abrumar al espectador con efectos especiales, sino para elevarlo mostrándole la «nostalgia por el infinito» en un rostro, un paisaje o el simple movimiento de las hojas. Es un cine que escucha la «fragilidad» sin temor, que educa la mirada hacia la belleza oculta, que prefiere la resonancia a la explicación.
Cuando cesaron los aplausos, quedó claro que aquella reunión del 15 de noviembre no era una mera formalidad. Era un momento de renovación, una reafirmación pública de la «amistad» proclamada por Pablo VI. Papa León XIV Ofreció al mundo del cine mucho más que una bendición; le ofreció un profundo respeto y una visión exigente.
Los aproximadamente 200 artistas, directores y productores no se marcharon con un nuevo código moral de conducta, sino con una misión y una reivindicación. Papa No le pidió al cine que se convirtiera, sino que fuera auténtico. No le pidió que huyera del mundo, sino que se sumergiera en él con valentía y compasión.
Deseándoles que "el Señor los acompañe siempre en su peregrinación creativa", León XIV Enviaron a estos "narradores de la esperanza" de vuelta a sus cámaras, sus plumas y sus escenarios, con el título de "artesanos de la esperanza".
El desafío es inmenso, a la altura del poder del arte al que sirven. Pero en un mundo en busca de sentido, el cine, este "soñador inquieto" de 130 años, acaba de recordar su vocación más sagrada: ser la linterna mágica que, al iluminar nuestra oscuridad, ilumina la mirada de nuestra alma.

