Evangelio de Jesucristo según San Lucas
En ese tiempo,
entre los discípulos,
El Señor designó a 72 más,
y los envió de dos en dos delante de él,
en cualquier ciudad o pueblo
a donde él mismo iba a ir.
Él les dijo:
“La mies es mucha,
pero los obreros son pocos en número.
Orad, pues, al Señor de la mies.
para enviar obreros a su mies.
¡Vamos! Aquí te mando.
como corderos entre lobos.
No llevéis bolsa, ni bolso, ni sandalias,
y no saludes a nadie en el camino.
Pero en toda casa donde entréis,
Primero diga:
'Paz a esta casa.'
Si hay allí un amigo de la paz,
tu paz reposará sobre él;
De lo contrario, ella volverá contigo.
Quédate en esta casa,
comiendo y bebiendo lo que se os sirve;
porque el trabajador merece su salario.
No vayas de casa en casa.
En cualquier ciudad que entres
y donde serás bienvenido,
come lo que te presenten.
Curad a los enfermos que están allí
y diles:
'El reino de Dios se ha acercado a vosotros.'
– Aclamamos la Palabra de Dios.
Respondiendo al llamado de la cosecha: Transformando tu vida misionera
Del envío de los setenta y dos a nuestras ciudades: oración, paz, sanación y fidelidad encarnada.
El mundo nunca ha dejado de ser una vasta cosecha. El Evangelio de Lucas nos muestra a Jesús enviando a setenta y dos discípulos antes que él, pobres en recursos pero ricos en paz, fidelidad y audacia. Este artículo está dirigido a quienes desean vivir la misión sin perderse a sí mismos, en la sencillez de las acciones que dan fruto. Encontrarán una lectura fundamentada del texto, pautas claras, aplicaciones concretas para la vida personal, familiar, profesional y parroquial, resonancias con la Tradición, una pista de meditación, un tiempo de oración y una hoja práctica para actuar hoy.
- Entendiendo el envío de los setenta y dos como la matriz de toda misión cristiana.
- Desplegar tres ejes: oración y pobreza de medios, paz y hospitalidad, curación y palabra.
- Aplicar estos ejes a nuestras esferas de vida y afrontar los desafíos contemporáneos.
- Orar, practicar y medir el fruto que queda.

Contexto
Aquí leemos Lucas 10:1-9, un pasaje crucial donde Jesús «nombra a setenta y dos más» y «los envía de dos en dos» a cada lugar adonde él mismo ha de ir. El contexto es el de un envío misionero que anticipa la presencia del Señor.
El texto comienza con una imagen impactante: «La mies es mucha, pero los obreros pocos». Esta tensión entre el inmenso campo por cosechar y la escasez de obreros provoca una primera reacción espiritual: «Orad, pues, al Dueño de la mies». La misión no comienza con la acción, sino con la oración dirigida a Dios, verdadero sujeto de la misión y dueño de la mies.
El itinerario se aclara: «Los envío como corderos en medio de lobos». Se acepta la desproporción. Los discípulos no llevan bolsa, ni alforja, ni sandalias; no saludan a nadie por el camino, señal de urgencia y concentración. Se despojan de todo mecanismo de seguridad, dominio y control.
El método se centra en gestos sobrios: entrar, decir la paz, permanecer, comer lo que se sirve, curar, anunciar.
La paz no es un sentimiento vago, sino performativo: «Paz a esta casa». Si encuentra un «amigo de la paz», descansa; si no, regresa, mostrando que el discípulo no está amputado por la negativa.
Este pasaje, leído en la liturgia con el Aleluya «Yo os he elegido… para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (cf. Jn 15,16), ofrece un doble horizonte.
Por una parte, una vocación: es Cristo quien elige y envía.
Por otro lado, una promesa: el fruto permanece. Entre ambas, surge una ética de la misión: pobreza de medios, sobriedad de signos, fidelidad al lugar, acoger la mesa, cuidar a los enfermos, anunciar una cercanía: «El reino de Dios se ha acercado a vosotros».
Finalmente, la insistencia en “quedarse en esta casa” y no “moverse de casa en casa” orienta la misión hacia la estabilidad relacional y la paciencia.
El desafío no es conquistar territorios, sino dejar que el Reino se exprese a través de la hospitalidad, las comidas compartidas y la sanación.
El texto, frecuentemente utilizado en los Domingos de Misiones, inspira hoy la vida de las comunidades parroquiales, de los movimientos, de las familias y de los creyentes que trabajan, allí donde Cristo todavía quiere venir.
El texto de un vistazo
Envío preliminar, oración antes de la acción, pobreza elegida, saludo de paz, hospitalidad recibida, curación otorgada, anuncio sobrio del Reino cercano: siete gestos para una misión fructífera.
Matriz misionera en siete gestos.

Análisis
Idea rectora:El envío de los setenta y dos es una pedagogía de la fecundidad a través de la pobreza, donde Dios sigue siendo el autor de la misión y el garante del fruto.
La iniciativa es de Jesús («Él designó… Él envió»). El discípulo no inventa su misión; la recibe.
La oración es la base del movimiento (“Orad al Señor de la mies”). Antes de cualquier estrategia, se establece una dependencia.
La pobreza de medios refuerza la disponibilidad: sin bolsa ni alforja, los discípulos sólo pueden contar con Dios y con la hospitalidad.
La paz y la mesa son sacramentos de la presencia de Dios en la vida ordinaria.
La curación prepara y hace creíble el anuncio: el Evangelio toca el cuerpo, luego la palabra nombra el Reino.
Esta pedagogía combate dos ilusiones.
Primera ilusión: creer que más recursos garantizan más frutos. El texto enseña lo contrario: la escasez puede purificar la motivación, clarificar el discurso y agudizar la escucha.
Segunda falacia: confundir urgencia con agitación. «No saludes a nadie en el camino» significa: no te distraigas. La urgencia no justifica la superficialidad; exige centrarse en lo esencial.
Surge entonces una pragmática misionera: elegir pocos lugares pero permanecer allí, bendecir incondicionalmente, discernir a los “amigos de la paz”, vivir la reciprocidad en la mesa, sanar los cuerpos, nombrar la cercanía de Dios.
La estructura del texto describe un movimiento en tres partes: orar y salir; entrar y permanecer; sanar y anunciar. Cada parte tiene sus propias resistencias y gracias.
Orar significa aceptar sin amargura la escasez de trabajadores; permanecer significa renunciar a los cambios de canal; sanar requiere dejarse tocar por el sufrimiento; anunciar requiere la sencillez de las palabras justas.
Finalmente, el Aleluya de Jn 15,16 enmarca la finalidad: “ir”, “dar fruto”, “permanecer”.
El verbo «habitar» (en fruto y en amor) responde a «permanecer en esta casa». La misión no se mide por la cantidad de pasos o acontecimientos, sino por la calidad de nuestra morada en Dios y en los demás.
Así, la fecundidad prometida no es ni espectacular ni efímera: toma la forma de una paz que encuentra amigos, de una mesa que agranda la familia, de una curación que vuelve a la palabra, de una cercanía a Dios que se deja verificar.
Tres errores comunes
Primero busca herramientas, confunde velocidad con fertilidad, habla sin sanar. Para corregir: reza, permanece, sana, luego anuncia con dulzura.
Antídotos contra los excesos misioneros.

Oración y pobreza de medios
La misión comienza con una carencia: «Los obreros son pocos». Esta observación, lejos de desanimar, se convierte en el motor de la oración. Orar al Señor de la mies significa reconocer que la misión va más allá de nuestras agendas. La oración y la carencia se complementan: la carencia evita la ilusión de suficiencia; la oración mantiene viva la esperanza.
La pobreza de medios que Jesús exige explícitamente no es un ascetismo heroico, sino una pedagogía de la libertad. Sin bolsa ni alforja, el discípulo no es menos eficaz; está menos agobiado. Liberado de las seguridades que se convierten en ansiedades, se vuelve más atento a las señales. La sobriedad misionera no idealiza la precariedad; indica que Dios actúa a través de pocos, de medios débiles y de lugares discretos.
Esta pobreza se refleja hoy en decisiones concretas.s. En las parroquias: preferir equipos reducidos, formatos sobrios y reuniones regulares en lugar de eventos intensos. En la vida personal: limitar las herramientas digitales para priorizar la oración. En la atención pastoral: acordar cerrar actividades que dispersan para concentrar la energía donde se abren casas de paz. La pobreza se convierte en un arte de sumar por sustracción: eliminar lo superfluo para que lo esencial pueda respirar.
La oración de “envío” también tiene contenidoPedimos trabajadores y aceptamos ser, en ocasiones, la respuesta a nuestra oración. Oramos por las vocaciones y nos ofrecemos para una hora de visita, un servicio discreto, una llamada. Esta reciprocidad hace que la oración sea eficaz. Evita orar a distancia.
Finalmente, la oración estructura el tiempo. :antes de ir, recibimos de Dios; durante, lo invocamos; después, damos gracias.
Una sobriedad que libera
Menos herramientas, más presencia. Menos control, más confianza. Menos dispersión, más disponibilidad. La pobreza misionera no empobrece, expande.
La gracia de la sencillez eficaz.

Paz, hospitalidad y lealtad al lugar.
“Paz a esta casa.” La misión comienza con una bendición que no exige nada a cambio. La paz se ofrece, no se impone. Reconoce a un «amigo de la paz»: alguien en quien la paz encuentra reposo. La paz se verifica por su reposo. Por lo tanto, la misión no se trata principalmente de convencer, sino de alcanzar acuerdos y discernir dónde se dan.
La mesa es el escenario de esta paz. “Coman lo que se les presenta”. La hospitalidad invierte la posición del maestro que invita: el discípulo, recibido, se convierte en el huésped que recibe la gracia de ser alimentado. Esta elección frustra un celo desajustado que quisiera traerlo todo. En el Evangelio, la mesa derriba muros; ofrece una inculturación concreta: comer lo que uno sirve es honrar la cultura del otro. La misión se mide por la capacidad de habitar la diferencia sin negarla.
“Quédate en esta casa… No vayas de casa en casa.” La lealtad al lugar es una forma de caridad. Requiere paciencia, humildad y constancia. El Reino se arraiga en la naturaleza a largo plazo de las relaciones. En un mundo que prospera gracias a la rápida iteración, la estabilidad se vuelve profética. Una parroquia que "permanece", una familia que "acoge", un profesional que "cumple su palabra" construyen espacios donde la paz puede descansar.
En concreto, se trata de elegir “casas” en sentido amplio: Una escalera, una asociación, un café de barrio, un servicio hospitalario. Entramos con una palabra de paz, nos alojamos allí con visitas regulares, comemos allí aceptando la oferta del otro, tejemos una lealtad capaz de superar malentendidos. La misión se opone entonces al turismo espiritual. Le gusta la lentitud que consolida.
Señales de una Casa de Paz
Una escucha sin prisas, una mesa que se abre, una palabra dicha, una vulnerabilidad compartida, una alegría sencilla, un tiempo que se alarga sin aburrir.
Pistas relacionales para discernir.

Sanando y anunciando: El Reino está cerca
“Sanad a los enfermos… y decidles«El reino de Dios se ha acercado a vosotros». La curación precede a la palabra, sin sustituirla. Jesús rechaza la separación entre cuerpo y alma. La sanación no es solo médica; es cualquier gesto que devuelve a la persona su libertad: escuchar, acompañar, reparar, aconsejar, perdonar. En la orden misionera, la credibilidad del anuncio proviene de una cercanía que ha sanado.
La curación tiene un nombreAtención. Detecta fatiga, aislamiento, miedo. Se expresa en gestos modestos: ayudar con un expediente, acompañar a alguien a una cita, hacer recados, cuidar a un niño. Habla el lenguaje de las necesidades reales. Al cuidar a los enfermos «que están allí», el texto rechaza la huida a otros lugares idealizados. La misión comienza donde uno está.
Entonces viene la palabra, sobria y clara.«El reino de Dios se ha acercado». No se trata de un discurso totalizador ni de una tesis defensiva. Es un kerygma: una breve proclamación que sitúa el acontecimiento de Dios en el presente. La palabra interpreta la sanación como signo del Reino. Nombra el significado sin separarlo de la vida. Evita polémicas estériles; abre un horizonte humilde y gozoso.
miFinalmente, la articulación entre curación y palabra evita dos trampass. Activismo humanitario sin proclamación, que nutre pero no nos abre a Dios. Y la palabra incorpórea que argumenta pero no consuela. La misión integral une estas dos llamadas. Se prueba por sus frutos: una paz más profunda, vínculos fortalecidos, una libertad redescubierta, una fe que se arriesga a decir "sí".

Implicaciones por esfera de vida
- Vida personal: Establezca una cita diaria de oración de quince minutos antes de cualquier otra acción, luego elija una “casa de paz” concreta para visitar cada semana.
- Vida familiar: Abrir tu mesa una vez al mes a un vecino aislado o a una nueva familia, comiendo “lo que se presenta”, sin imponer tus costumbres.
- Vida parroquial: Formar pequeños equipos de dos o tres, enviados al mismo lugar durante tres meses, con un ritmo sencillo: rezar, saludar, quedarse, cuidar, anunciar.
- Vida profesional: Identificar un espacio relacional estable (equipo, departamento, pacientes). Conviértete en un aliado de la paz: puntualidad, cumplir tu palabra, prestar atención a las debilidades, rechazar los chismes.
- Vida social y comunitaria: Elige una asociación local y ofrece presencia regular. Busca al amigo de la paz: la persona clave que fomenta la confianza.
- Vida digital: Practica la moderación con las herramientas. Evita el zapping misionero. Elige una plataforma, un ritmo, una audiencia definida y contenido sobrio y regular.
- Vida Espiritual Comunitaria: Orar semanalmente por los trabajadores, aceptando ser enviados. Dar testimonio breve de los retornos de paz y de los retornos de rechazo sin sentirse culpable.
Resonancias con la tradición
La tradición interpreta Lucas 10,1-9 como una carta misionera. San Gregorio Magno, en sus Homilías sobre los Evangelios, enfatiza la pobreza de los discípulos como una participación en el estilo de Cristo. Para él, la ausencia de bolsa significa confianza en la Providencia, que, lejos de eximir del trabajo, libera de la avaricia. San Agustín ve en la «quedarse en esta casa» una llamada a la estabilidad del corazón: no a pasar de una curiosidad a otra, sino a echar raíces.
La Didaché, un texto catequético de los primeros siglos, refleja una disciplina de acogida de profetas y huéspedes de paso, con discernimiento sobre su duración y autenticidad. El Vaticano II (Ad Gentes) conecta la misión con la vida de todo el Pueblo de Dios: todo bautizado, profeta, sacerdote y rey, es enviado. La Evangelii Gaudium del papa Francisco actualiza la «salida misionera»: una Iglesia «dañada, herida y sucia por estar en la calle» es mejor que una Iglesia enferma por el encierro.
Benedicto XVI, en Deus Caritas Est, mantiene la unidad entre el diaconado (servicio), la liturgia (culto) y el kerigma (proclamación). Lucas 10 mantiene unidas la sanación y la palabra. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que la paz es fruto del Espíritu (Gal 5,22); se da antes de merecerla. Finalmente, la conexión con Juan 15,16 ilumina el propósito: permanecer en el amor y dar fruto duradero. La misión, si permanece en Cristo, trasciende los siglos porque abraza la lógica de la donación.

Pista de meditación guiada
- Entra en silencio y respira tranquilamente durante un minuto, nombrando ante Dios tus carencias y tus cansancios.
- Lea despacio: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Roguen al Señor de la mies».
- Presenta a Dios un lugar específico: una «casa» en sentido amplio. Observa los rostros. Pide un «amigo de paz».
- Escucha a Jesús decir: «¡Vayan! Los envío como corderos». Acojan la desproporción sin miedo.
- Ofrece tus seguridades: tu necesidad de control, tus herramientas. Di: «Señor, dame simplicidad».
- Imagina tu entrada: dices: «Paz a esta casa». Aceptas lo que se te presenta. Te quedas.
- Observa un sufrimiento concreto. Pide: «Muéstrame cómo sanar». Recibe una pequeña luz de acción.
- Concluya con una breve proclamación: “El reino de Dios se ha acercado hoy”. Dé gracias y establezca un rumbo.
Desafíos actuales
- ¿Qué pasa si nadie acoge la paz que propongo? A veces la paz regresa. El texto te protege del desánimo. Tu paz no se pierde; se conserva y te fortalece. Cambia de puerta sin amargura, sigue bendiciendo.
- ¿Cómo afrontar la pobreza de medios sin caer en la impotencia? La pobreza es educativa, no ideológica. Identifica los medios mínimos viables que te permiten estar disponible. Busca aliados para la paz. Evalúa los frutos, ajusta tus medios y mantén la sobriedad.
- En un contexto pluralista, ¿no es indiscreto anunciarlo? La discreción nace del respeto y la oportunidad. Empieza por interesarte y escuchar. Cuando se establece la confianza, se puede ofrecer una palabra breve y humilde. No la fuerces; menciona lo que Dios está haciendo.
- ¿Qué hacer ante la hostilidad o el cinismo? Jesús advierte: «Entre lobos». La hostilidad no es fracaso. Responde con paz, constancia y paciencia. Evita las discusiones. Busca casas de paz donde puedas invertir tu energía.
- ¿Cómo evitar el activismo espiritual? Establece una regla sencilla: orar antes de actuar, lealtad a un lugar, evaluación regular. Niégate a añadir sin quitar. Deja que la pobreza desinfle la vanidad del "hacer".
- ¿Qué pasa si los frutos son invisibles? Algunos frutos están madurando en ti: paciencia, mansedumbre, fidelidad. Otros aparecerán más adelante. Relee cada mes: ¿dónde ha descansado la paz? ¿Quién se ha sentido sanado? ¿Dónde se ha nombrado el Reino?
Oración
Dios, Señor de la mies, te rogamos. Has elegido, en tu Hijo amado, discípulos pobres y disponibles. Has puesto en sus labios una palabra de paz y en sus manos gestos de sanación. En este día, envíanos de nuevo.
Señor Jesús, tú que vas delante de nosotros, nos envías de dos en dos a los pueblos y casas adonde quieres ir. Danos la mansedumbre de los corderos entre lobos, la sencillez de quienes no llevan bolsa ni alforja, la urgencia de quienes no se extravían. Infunde en nosotros la paz que se propone sin imponerse.
Espíritu Santo, haz de nuestros hogares hogares de paz. Enséñanos a entrar con respeto, a saludar con amabilidad, a permanecer sin impaciencia. Haz de nuestras mesas lugares de alianza donde el extraño se convierte en hermano, donde comemos lo que se nos ofrece como regalo, donde la gratitud ensancha el corazón.
Dios de todo consuelo, pon tu mano sobre los enfermos dondequiera que nos envíes. Inspira nuestros gestos de cuidado, que nuestras palabras sean sobrias y verdaderas. Que cuando digamos: «El reino de Dios se ha acercado a ustedes», esta palabra sea luz para los corazones y bálsamo para las heridas.
Padre, en tu Hijo hemos recibido la misión de ir, de dar fruto, y que este fruto permanezca. Consérvanos fieles a la oración que precede, a la fidelidad que permanece, a la caridad que sana, a la verdad que proclama. Da obreros a tu mies y haznos servidores alegres, discretos y constantes.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Conclusión
El texto de Lucas 10:1-9 te ofrece un plan de acción sencillo y sólido. Empieza por orar, nombra una "casa" concreta, decide quedarte allí, aprende el lenguaje de la paz, sana el sufrimiento real y menciona la cercanía de Dios con una breve palabra. Rechaza la dispersión: pocos lugares, gestos sencillos, citas fieles.
Esta semana, elige un lugar específico y fija una hora para acompañar a un amigo. La semana siguiente, entra, saluda, escucha y quédate. En la tercera cita, cuida con humildad. En la cuarta, ofrece una palabra amable: «Dios no está lejos». Anota tus observaciones: ¿Dónde ha descansado la paz? ¿Quién es amigo de la paz? ¿Qué cuidado ha abierto un camino?
El Aleluya de Juan 15:16 sigue siendo tu brújula: fuiste elegido para ir, para dar fruto, y para que este fruto permanezca. El Señor de la mies no abandona su campo. Va delante de ti, te acompaña y te espera en el corazón de los encuentros preparados.

Práctico
- Planifique quince minutos de envío de oración antes de cualquier acción, nombrando un lugar y un rostro para visitar esta semana.
- Identifique una “casa de paz” específica y comprométase a regresar allí cuatro veces seguidas, sin cambiar de dirección.
- Aprenda un saludo de paz simple y consistente, luego observe sobre quién “descansa” y a quién “regresa”.
- Aceptar “lo que se presenta” en una invitación, recibiendo la hospitalidad como una gracia y una pedagogía.
- Identificar un sufrimiento específico y ofrecer un gesto discreto de cuidado que restablezca la libertad concreta en el otro.
- Formula un kerigma en una sola frase: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”, en el momento oportuno, sin presiones.
- Evaluar cada mes: frutos de paz, fidelidad al lugar, adecuación de medios, nuevos obreros suscitados por la oración.
Referencias
- La Santa Biblia, Evangelio según San Lucas, 10, 1-9; y Evangelio según San Juan, 15, 16.
- San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, sobre la misión de los discípulos.
- San Agustín, Sermones sobre el Evangelio, comentarios sobre el envío misionero.
- Didaché, enseñanza de los Apóstoles, capítulos sobre la hospitalidad y el discernimiento.
- Concilio Vaticano II, Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia.
- Papa Francisco, Evangelii Gaudium, sobre la conversión misionera.
- Benedicto XVI, Deus Caritas Est, sobre la unidad del servicio, del culto y del anuncio.
- Catecismo de la Iglesia Católica, artículos sobre la paz, la misión y el testimonio.



