“La oración del pobre traspasa las nubes” (Eclo 35,15b-17.20-22a)

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Lectura del libro de Ben Sira el Sabio

El Señor es juez
que se muestra imparcial hacia las personas.
    Él no discrimina a los pobres,
Él escucha la oración de los oprimidos.
    No desprecia la súplica del huérfano,
ni la queja reiterada de la viuda.
    Aquel cuyo servicio agrada a Dios será bien recibido,
Su súplica llegará al cielo.
    La oración de los pobres atraviesa las nubes;
Hasta que ella no logra su objetivo, él permanece inconsolable.
Él persevera hasta que el Altísimo lo mira,
    ni pronunció sentencia a favor de los justos ni hizo justicia.

    – Palabra del Señor.

Cuando la oración de los humildes rompe el silencio del cielo

La voz de los olvidados llega al trono de Dios: descubre cómo la pobreza espiritual abre un camino privilegiado hacia el corazón del Altísimo y transforma nuestra relación con la justicia divina.

En un mundo donde el éxito y la fuerza parecen reinar con supremacía, el libro de Ben Sira revela un cambio radical: es la oración del pobre, del débil, del oprimido, la que atraviesa las nubes y llega directamente al corazón de Dios. Este pasaje del Sirácida (Eclo 35,15b-17; 20-22a) proclama una verdad conmovedora para todos los tiempos: Dios no es indiferente a la condición humana; es un juez imparcial que escucha con preferencia a quienes el mundo ignora. Esta antigua palabra, escrita en el siglo II a. C., resuena con fuerza profética en nuestra sociedad contemporánea y nos invita a redescubrir el poder transformador de la oración de los humildes.

Este artículo le guiará a través de cinco movimientos esenciales: primero, situaremos este texto en su contexto histórico y espiritual; segundo, analizaremos la paradoja divina de la imparcialidad que favorece a los pobres; luego exploraremos tres dimensiones fundamentales: la justicia divina, la perseverancia en la oración y la solidaridad con los oprimidos; después estableceremos vínculos con la gran tradición cristiana; y finalmente, propondremos formas concretas de encarnar este mensaje en nuestra vida diaria.

“La oración del pobre traspasa las nubes” (Eclo 35,15b-17.20-22a)

Contexto

El Libro del Eclesiástico, también conocido como Sirácides o Eclesiástico, ocupa un lugar especial en la historia bíblica. Escrito en hebreo alrededor del año 180 a. C. por Yeshúa Ben Sirácides, un sabio de Jerusalén, esta obra de sabiduría fue compuesta en un momento crucial de la historia judía. El autor vivió en un período de intensa tensión cuando la cultura helenística, impulsada por las conquistas de Alejandro Magno, amenazaba con disolver la identidad religiosa del pueblo judío. Ante esta ola de asimilación cultural, el Eclesiástico se propuso reafirmar la fuerza y ​​la relevancia de la tradición judía, demostrando que la sabiduría de Israel no tenía nada que envidiar a las filosofías griegas.

Este contexto histórico explica el tono particular del libro: Ben Sira busca transmitir una sabiduría arraigada en la Ley y los Profetas, a la vez que dialoga con los desafíos de su tiempo. El sabio probablemente impartía clases en una escuela de Jerusalén, instruyendo a jóvenes en las virtudes necesarias para desenvolverse en un mundo complejo. Su nieto tradujo posteriormente la obra al griego alrededor del año 132 a. C., lo que permitió su difusión por todo el mundo mediterráneo y su inclusión en la Septuaginta, la Biblia griega de los primeros cristianos.

Nuestro pasaje específico, ubicado en el capítulo 35, se encuentra en una sección del libro dedicada a la práctica religiosa auténtica. Ben Sira acaba de analizar el valor de los sacrificios y el culto, argumentando que la observancia de la Ley es más valiosa que muchas ofrendas rituales. Es en este contexto que introduce una enseñanza fundamental sobre la naturaleza de Dios y su relación con los pobres, los oprimidos, los huérfanos y las viudas, aquellas categorías de personas que, en el mundo antiguo, se encontraban sin protección legal ni social.

El texto litúrgico que estudiamos tiene una estructura cuidadosamente elaborada: comienza con la afirmación de la imparcialidad divina, continúa con la enumeración de aquellos a quienes Dios escucha particularmente (los pobres, los oprimidos, los huérfanos, las viudas), culmina con la poderosa imagen de la oración que atraviesa las nubes y termina con la seguridad de la perseverancia recompensada. Esta progresión revela una profunda teología de la oración y la justicia divina, en la que la aparente debilidad humana se convierte, paradójicamente, en el camino privilegiado hacia el corazón de Dios.

La paradoja divina revelada

En el centro de nuestro texto se encuentra una fascinante paradoja que desestabiliza nuestras concepciones habituales de la justicia: Dios es presentado como un juez «que se muestra imparcial con las personas» y, sin embargo, inmediatamente después, el texto afirma que «no discrimina a los pobres» y que «escucha la oración de los oprimidos». ¿Cómo podemos conciliar esta imparcialidad divina con lo que parece ser una marcada preferencia por los pobres?

Esta aparente paradoja revela, en realidad, una profunda comprensión de la verdadera justicia. La imparcialidad de Dios no significa que trate a todos los seres humanos por igual, independientemente de sus circunstancias; más bien, significa que no le afectan los criterios de poder, riqueza o estatus social que rigen los juicios humanos. En las sociedades antiguas, como en la nuestra, los tribunales humanos suelen favorecer, consciente o inconscientemente, a los poderosos, a los ricos, a quienes tienen conexiones y medios para defenderse. Dios, en cambio, invierte esta lógica perversa: su imparcialidad consiste precisamente en no reproducir las injusticias estructurales que caracterizan nuestras sociedades.

Al afirmar que Dios «no discrimina a los pobres», Ben Sira establece un contraste implícito pero contundente con las prácticas judiciales de su época. Los pobres, los huérfanos y las viudas se veían sistemáticamente desfavorecidos en los tribunales humanos: carecían de los medios para sobornar a los jueces, de los contactos para hacer valer sus derechos y, a menudo, incluso del conocimiento de los procedimientos legales. Ante esta injusticia estructural, Dios se presenta como el juez que restablece el equilibrio, que da voz a los silenciados y escucha a quienes nunca son escuchados.

Esta paradoja de imparcialidad preferencial encuentra su explicación última en la naturaleza misma de Dios como creador y padre de todos. Precisamente por ser padre de todos, Dios se preocupa más por el niño en peligro, el niño herido, el niño olvidado. Esta «opción preferencial por los pobres», para usar la expresión de la teología moderna, no es una exclusión de los ricos, sino una corrección de la exclusión que los pobres ya sufren en el orden social. Manifiesta la voluntad divina de restaurar una igualdad fundamental pisoteada por las estructuras humanas de opresión.

Ben Sira desarrolla esta visión multiplicando las categorías de personas a quienes Dios escucha especialmente: el oprimido, el huérfano, la viuda. Estas tres figuras representan los arquetipos de la vulnerabilidad social en la Biblia. Los oprimidos sufren la injusticia de un sistema que los aplasta; el huérfano ha perdido a su protector natural, el padre, en una sociedad patriarcal; la viuda ha perdido su estatus social y legal con la muerte de su esposo. Los tres comparten una característica común: su impotencia ante las estructuras establecidas, su incapacidad para hacer valer sus derechos por los medios convencionales. Es precisamente esta impotencia la que abre un camino directo hacia Dios.

“La oración del pobre traspasa las nubes” (Eclo 35,15b-17.20-22a)

La justicia divina en acción

La primera dimensión fundamental de nuestro texto se refiere a la naturaleza misma de la justicia de Dios, que se opone radicalmente a las formas corruptas de justicia que conocemos en las sociedades humanas. Cuando Ben Sira proclama que «el Señor es un juez imparcial con las personas», no se limita a hacer una declaración teológica abstracta; anuncia una revolución en nuestra comprensión de la verdadera justicia.

En el mundo antiguo, como en muchas sociedades contemporáneas, la justicia estaba —y sigue estando— a la venta. Los jueces aceptaban sobornos, favorecían a sus amigos y familiares, y emitían veredictos basándose en el estatus social de las partes, en lugar de en la veracidad de los hechos. Esta corrupción del sistema judicial fue una de las quejas más constantes de los profetas hebreos, desde Amós hasta Isaías, desde Miqueas hasta Jeremías. Denunciaron incansablemente a los jueces que «venden a los justos por plata y a los pobres por un par de sandalias».

Ante esta perversión generalizada, la declaración de Ben Sira resuena como un trueno de esperanza. Existe un tribunal donde la suerte está echada de antemano, donde la balanza no se inclina a favor del mejor postor, donde la voz de los débiles cuenta tanto —o incluso más— que la de los poderosos. Este tribunal es el corazón mismo de Dios, accesible a través de la oración. Esta declaración tuvo —y conserva hoy— un significado profundamente subversivo. Significa que el orden social establecido, con sus jerarquías y privilegios, no refleja el orden divino; significa que los últimos en la tierra pueden ser los primeros en el juicio de Dios.

Esta visión de la justicia divina como un reequilibrio fundamental encuentra un eco particular en la experiencia concreta de la oración. Cuando una persona oprimida ora, realiza un acto de resistencia espiritual contra la injusticia que la agobia. Afirma que más allá de las apariencias, más allá de las estructuras sociales que la mantienen impotente, existe una autoridad superior que ve, escucha y se preocupa. Esta afirmación no es una huida al más allá, una resignación pasiva ante la injusticia; al contrario, es la fuente de una esperanza que nos permite seguir resistiendo, exigiendo y perseverando a pesar de la adversidad.

Ben Sira enfatiza particularmente que Dios «no desprecia la súplica del huérfano ni la queja reiterada de la viuda». El verbo «despreciar» es crucial aquí: describe la actitud habitual de los poderosos hacia las quejas de los débiles, esta manera de ignorar sus súplicas, de tratarlas como cantidades insignificantes. Dios, sin embargo, no desprecia. Toma en serio lo que los hombres consideran insignificante; escucha atentamente lo que los tribunales humanos descartan sin examen. Esta atención divina a los más pequeños revela una jerarquía de valores radicalmente diferente de la que rige nuestras sociedades.

La justicia divina también implica una dimensión temporal esencial: se ejercerá. El texto afirma que Dios «pronunciará sentencia a favor de los justos y hará justicia». Esta promesa de justicia futura no es un opio destinado a adormecer a los oprimidos para que adormezcan su desgracia; es una garantía que alimenta la perseverancia y la resistencia. Saber que la situación actual no es definitiva, que la última palabra no pertenece a los opresores, que las lágrimas de hoy serán enjugadas mañana, nos da la fuerza para mantenernos firmes en tiempos de prueba. Esta esperanza escatológica constituye uno de los pilares de la fe bíblica y cristiana..

Perseverancia en la oración

La segunda dimensión central de nuestro texto se refiere a la naturaleza misma de la oración de los pobres y su característica esencial: la perseverancia. La imagen que Ben Sira utiliza es notablemente poética: «La oración del pobre cruza las nubes; hasta que no alcanza su meta, permanece inconsolable». Esta metáfora de cruzar las nubes revela varios aspectos fundamentales de la experiencia espiritual del oprimido.

Las nubes, en la imaginación bíblica, representan a menudo la barrera entre el mundo terrenal y el celestial, entre lo humano y lo divino. Evocan tanto la cercanía como la lejanía de Dios: cercanas porque las nubes forman parte de nuestra experiencia cotidiana del cielo, distantes porque velan lo que está más allá. Al afirmar que la oración de los pobres «atraviesa las nubes», Ben Sira proclama que esta oración tiene un poder especial para salvar la distancia entre la tierra y el cielo, para atravesar el velo que oculta el rostro de Dios. Esta es una afirmación extraordinaria: la oración balbuceante de los pobres, quizás carente de elocuencia y fórmulas sofisticadas, llega directamente al trono de Dios con mayor seguridad que las oraciones elaboradas de los poderosos.

Pero el texto no se detiene en esta primera imagen. Añade una aclaración crucial: «Mientras no haya alcanzado su objetivo, permanece inconsolable». Esta frase revela la dimensión existencial de la oración del pobre: ​​nace de una necesidad real, urgente y vital. No es una oración de consuelo ni rutinaria, es un grito exprimido por la angustia, una súplica que compromete todo el ser. La «inconsolabilidad» del pobre no es una debilidad, sino una fortaleza: manifiesta la autenticidad de su oración, la imposibilidad de conformarse con respuestas superficiales o consuelos artificiales. Esta oración solo puede ser apaciguada por una verdadera respuesta, una verdadera intervención, una verdadera justicia.

La perseverancia es la esencia de esta espiritualidad de la oración de los pobres. Ben Sira insiste: «Persevera hasta que el Altísimo lo mira, dicta sentencia a favor de los justos y hace justicia». Esta perseverancia no es terquedad ni obstinación; es fidelidad a una esperanza contra viento y marea. Es la negativa a resignarse al mal, a adaptarse a la injusticia, a aceptar como definitiva una situación que niega la dignidad humana. Esta perseverancia en la oración se convierte así en un acto de resistencia espiritual, una afirmación tenaz de que las cosas pueden y deben cambiar.

La Iglesia primitiva, ante la persecución y las dificultades, meditó profundamente en esta enseñanza de Ben Sirah. Encontró en ella un modelo de oración para tiempos difíciles: una oración que no se rinde, que sigue llamando a la puerta del cielo incluso cuando parece cerrada, que se niega a callar incluso en el aparente silencio de Dios. Esta espiritualidad de la perseverancia se arraiga en la convicción de que Dios siempre responde al final, que su justicia siempre se cumple, aunque sus demoras superen nuestra comprensión.Francia-Católica+4

La perseverancia en la oración también revela una dimensión profunda de la relación con Dios: manifiesta confianza. Perseverar en la oración a pesar de la aparente ausencia de respuesta es afirmar que Dios existe, que escucha, que se preocupa, que actuará a su debido tiempo. Es un acto de fe que trasciende la experiencia inmediata del silencio o la ausencia. Desde esta perspectiva, la perseverancia misma se convierte en una forma de respuesta: al continuar orando, los pobres ya reciben algo de Dios, una fuerza interior que les permite no hundirse en la desesperación, una esperanza que los mantiene de pie a pesar de la adversidad.

Ben Sira también establece un vínculo entre la calidad de la oración y la calidad del servicio prestado a Dios: «Quien agrade a Dios será bien recibido, su súplica llegará hasta el cielo». Este versículo sugiere que la oración auténtica forma parte de un todo mayor de fidelidad a Dios. No es una técnica mágica para obtener favores, sino la expresión de una relación viva, nutrida por la observancia de la Ley, la práctica de la justicia y la preocupación por los demás. La oración que «llega al cielo» es la que surge de una vida coherente con los requerimientos divinos.

“La oración del pobre traspasa las nubes” (Eclo 35,15b-17.20-22a)

Solidaridad con los oprimidos

La tercera dimensión esencial de nuestro texto se refiere al llamado implícito a la solidaridad con aquellos a quienes Dios prefiere escuchar. Si Dios se pone del lado de los pobres, los huérfanos, las viudas y los oprimidos, quienes desean caminar con Dios deben hacer lo mismo. Esta lógica recorre toda la Biblia y constituye uno de los criterios fundamentales para la autenticidad de la fe.

El texto de Ben Sira nos plantea una pregunta inquietante: ¿de qué lado estamos? ¿Estamos entre aquellos cuyas oraciones tienen dificultades para cruzar las nubes porque surgen de una vida marcada por la indiferencia ante el sufrimiento ajeno? ¿O aceptamos identificarnos con los pobres, hacer nuestras sus causas, unirnos a sus oraciones? Estas preguntas no son retóricas; involucran toda nuestra existencia cristiana.

La tradición católica ha desarrollado esta intuición bajo el nombre de «opción preferencial por los pobres». Esta expresión, popularizada por la teología latinoamericana y adoptada por el magisterio de la Iglesia, afirma que los cristianos deben hacer suyas las prioridades de Dios mismo. Como enfatizó el Papa Benedicto XVI, «la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en ese Dios que se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza». Esta opción no es una simple elección ideológica o política; emana directamente de la naturaleza misma de Dios, revelada en las Escrituras y encarnada en Jesucristo.

Esta solidaridad con los oprimidos debe traducirse concretamente en nuestras vidas. Implica, en primer lugar, una transformación de perspectiva: aprender a ver a los pobres no como objetos de compasión o caridad condescendiente, sino como sujetos privilegiados de la revelación divina, como aquellos a través de quienes Dios nos habla y nos interpela. Esta transformación de perspectiva transforma radicalmente nuestras relaciones sociales y nuestros compromisos. Nos impulsa a escuchar atentamente a los pobres, a aprender de ellos, a reconocer en ellos una sabiduría y una dignidad que nuestras sociedades niegan sistemáticamente.

La solidaridad con los oprimidos implica, pues, un compromiso con la justicia social. No podemos afirmar que Dios escucha con preferencia a los pobres y permanecer indiferentes ante las estructuras sociales, económicas y políticas que crean y mantienen la pobreza. La oración de los pobres que atraviesa las nubes nos llama a trabajar para que esta oración encuentre respuesta no solo en el más allá, sino también en el presente, en transformaciones concretas que reduzcan la injusticia y restauren la dignidad. Aquí es donde la dimensión contemplativa de la oración se encuentra con la dimensión activa del compromiso con la justicia.

Esta solidaridad también tiene una importante dimensión litúrgica y comunitaria. Cuando la Iglesia se reúne para orar, debe ser el lugar donde se exprese la voz de los pobres, donde sus preocupaciones se conviertan en las nuestras, donde su oración se convierta en la nuestra. Con demasiada frecuencia, nuestras liturgias reflejan las preocupaciones de las clases medias y altas, eclipsando el clamor de los marginados. Una Iglesia fiel al mensaje de Ben Sira sería una Iglesia donde la oración de los pobres sea central, donde los últimos tengan la primera palabra.

Finalmente, la solidaridad con los oprimidos implica cierta forma de pobreza espiritual para todos los cristianos. Incluso quienes no son pobres materialmente están llamados a cultivar esta actitud interior de los pobres que reconocen su total dependencia de Dios, que no depositan su confianza en las riquezas ni en el poder, que mantienen su corazón libre y disponible. Esto es lo que Jesús llamará los «pobres de espíritu» en las Bienaventuranzas: esta disposición interior que permite que la oración atraviese las nubes, independientemente de nuestra condición social.

Tradición

Nuestro pasaje de Ben Sirá ha influido profundamente en la tradición espiritual y teológica del cristianismo, a pesar de que el libro del Sirácida ocupa un lugar especial en el canon bíblico. Los Padres de la Iglesia, aunque conscientes de los debates sobre la canonicidad de este libro, lo citaron y meditaron extensamente, reconociendo su profunda sabiduría espiritual.

San Cipriano de Cartago, en el siglo III, citaba regularmente al Sirácida en sus escritos, considerándolo una fuente de auténtica enseñanza sobre la vida cristiana. Esta práctica era común entre los Padres latinos, quienes distinguían entre el canon de la fe (libros cuya autoridad era universalmente reconocida) y el canon de la lectura eclesiástica (libros útiles para la instrucción espiritual). El Sirácida pertenecía claramente a esta última categoría, y su enseñanza sobre la oración de los pobres tuvo especial resonancia en las comunidades cristianas que se enfrentaban a la persecución y la injusticia.

Rabano Mauro, obispo de Maguncia en el siglo IX, compuso el primer comentario cristiano sistemático sobre el libro del Eclesiástico. En su enfoque edificante, enfatizó cómo las enseñanzas del Eclesiástico prefiguraron y prepararon el camino para la revelación evangélica. Para él, el tema de la oración de los pobres encontró su plenitud en la enseñanza de Jesús sobre las Bienaventuranzas y en su propia identificación con los pobres y marginados.

La tradición espiritual medieval desarrolló una rica teología de la oración de los pobres. Las órdenes mendicantes, en particular la franciscana y la dominica, hicieron de la pobreza evangélica el corazón de su carisma. San Francisco de Asís, abrazando a la Señora Pobreza, redescubrió intuitivamente la enseñanza de Ben Sira: es en la abnegación voluntaria, en la identificación con los más pequeños, que la oración adquiere su mayor poder para atravesar las nubes y alcanzar el corazón de Dios.

La espiritualidad del Rosario, esta "oración de los pobres" por excelencia, también extiende la tradición del Sirácida. Sencillo, repetitivo, accesible a todos sin necesidad de erudición teológica, el Rosario permite a los humildes unirse a María en su meditación sobre los misterios de la salvación. Esta oración popular, tan apreciada por la gente común, los enfermos y quienes carecen de eruditos, da testimonio de la verdad que Ben Sirácida ya proclamó: Dios escucha con mayor facilidad las oraciones sencillas que surgen de un corazón sincero que los discursos teológicos sofisticados.

La tradición litúrgica católica ha incorporado nuestro pasaje al leccionario dominical, ofreciéndolo regularmente a los fieles para su meditación. Esta presencia litúrgica garantiza que la enseñanza de Ben Sira siga nutriendo la conciencia cristiana, recordando a la Iglesia que debe tener la mirada puesta en los pobres para permanecer fiel a su Señor.

Más recientemente, el magisterio papal ha destacado explícitamente este texto. El papa Francisco, en su mensaje para la VIII Jornada Mundial de los Pobres de 2024, centró su atención en un versículo similar al nuestro: «La oración de los pobres se eleva hasta Dios». En este mensaje, el Papa despliega todas las implicaciones eclesiológicas y espirituales de la enseñanza de Ben Sira, insistiendo en que «los pobres ocupan un lugar privilegiado en el corazón de Dios». Incluso llega a citar un versículo que no aparece en nuestro extracto, pero que ilumina poderosamente su significado: «¿Acaso las lágrimas de la viuda no ruedan por las mejillas de Dios?» (Eclo 35,18). Esta conmovedora imagen revela hasta qué punto Dios se identifica con el sufrimiento de los pobres, hasta el punto de ser afectado por él en lo más íntimo de su ser.

Esta insistencia del papa Francisco concuerda con toda la doctrina social de la Iglesia, desarrollada desde el siglo XIX. La «opción preferencial por los pobres», formalizada por los obispos latinoamericanos y adoptada por la Iglesia universal, encuentra una de sus raíces bíblicas más profundas en nuestro texto del Sirácida. Afirma que la Iglesia solo puede ser fiel al Evangelio poniéndose firmemente del lado de los pobres y oprimidos, no por filantropía ni ideología, sino por fidelidad a Dios, que escucha con preferencia su oración.

Meditación

¿Cómo podemos trasladar el poder transformador de este mensaje bíblico a nuestra vida diaria? Aquí hay algunas ideas concretas para encarnar la enseñanza de Ben Sira sobre la oración de los pobres.

Primer paso: Cultivar la pobreza interiorComienza cada momento de oración con un acto de humildad, reconociendo ante Dios tu pobreza fundamental, tu total dependencia de Él. Cualesquiera que sean tus recursos materiales, entra en la disposición interior de los pobres que no tienen nada que ofrecer excepto su corazón abierto y su necesidad. Esta actitud espiritual permite que tu oración traspase las nubes.

Segundo paso: Practicar la perseverancia en la intercesiónIdentifica una situación de injusticia que te afecte particularmente, ya sea local, nacional o internacional. Comprométete a orar por esta causa diariamente, con la tenacidad de los pobres que perseveran hasta que el Altísimo los mire. Mantén esta intención presente en tu oración incluso cuando no parezca haber un cambio visible.

Paso tres: escuchar realmente a los pobresBusca oportunidades concretas para conocer a personas en situación de pobreza o exclusión. Pero no te limites a la caridad; comprométete a escuchar atentamente sus historias, sus preocupaciones y su visión del mundo. Deja que sus palabras transformen tu oración y tus prioridades.

Paso cuatro: Simplifica tu oraciónComo la oración de los pobres, sin elocuencia sofisticada pero llena de autenticidad, simplifica tus fórmulas de oración. Prioriza las palabras sencillas, los gritos del corazón y los silencios profundos, en lugar de largas composiciones teológicas. Redescubre el poder de las oraciones tradicionales, accesibles a todos, como el Padrenuestro o el Avemaría.F

Paso cinco: Comprométete con la justiciaLa oración de los pobres no puede estar aislada de un compromiso concreto con la justicia. Identifica una acción concreta —ser voluntario en una asociación, apoyar una causa, cambiar tus hábitos de consumo— que refleje tu solidaridad con los oprimidos. Establece una conexión explícita entre esta acción y tu oración.

Paso seis: Medita en la imparcialidad divinaExamina regularmente tus propios prejuicios y favoritismos. ¿A quién favoreces en tus relaciones, tu atención y tu generosidad? Pídele a Dios que transforme tu perspectiva para que se parezca más a la suya, que "no discrimina a los pobres".

Paso siete: Crear espacios para la oración inclusivaSi tiene responsabilidades en su comunidad eclesial, procure que la liturgia y los momentos de oración reflejen fielmente las preocupaciones de los pobres. Invite a personas de diversos orígenes a hablar, formular intenciones de oración y compartir sus experiencias espirituales. Haga de su comunidad un lugar donde las voces de los marginados puedan realmente ser escuchadas.

“La oración del pobre traspasa las nubes” (Eclo 35,15b-17.20-22a)

Una revolución espiritual y social

Nuestra meditación sobre el pasaje de Ben Sira nos lleva a una conclusión radical: la oración no es una actividad piadosa que nos aísle de las realidades sociales; al contrario, es el lugar del que brota una fuerza transformadora capaz de alterar el orden establecido. Cuando Dios afirma que escucha con preferencia la oración de los pobres, proclama una revolución que concierne tanto al cielo como a la tierra.

Esta revolución comienza en nuestros corazones. Nos llama a identificarnos con los pobres, a hacer nuestras sus causas, a unirnos a su oración que trasciende las nubes. Pero no puede detenerse ahí: debe desplegarse en nuestras decisiones de vida, nuestros compromisos sociales, nuestras luchas por la justicia. La oración de los pobres que se eleva a Dios debe descender a la tierra en forma de acciones concretas que transformen las estructuras de opresión.

El mensaje de Ben Sira resuena con especial urgencia en nuestro mundo contemporáneo, marcado por crecientes desigualdades. Ante la indiferencia generalizada ante el sufrimiento de los más vulnerables, ante sistemas económicos que aplastan a los débiles y ante la perpetuación de las injusticias estructurales, la afirmación de que Dios escucha las oraciones de los pobres constituye una palabra de resistencia y esperanza. Nos asegura que la situación actual no es definitiva, que la justicia de Dios finalmente se cumplirá.

Pero esta seguridad no nos exime de actuar; al contrario, nos impulsa a hacerlo. Saber que Dios está del lado de los oprimidos nos impulsa a hacer lo mismo, a convertirnos en instrumentos de su justicia, respuestas concretas a las oraciones de los pobres que acuden a él. Estamos llamados a ser las manos con las que Dios enjuga las lágrimas, la voz con la que pronuncia su sentencia a favor de los justos, la fuerza con la que hace justicia a los oprimidos.

Esta vocación exige una profunda conversión. Nos pide renunciar a los privilegios injustos que podamos disfrutar, cuestionar nuestros estilos de vida que contribuyen a la explotación de los más débiles, alejarnos de nuestras preocupaciones cómodas y dejarnos interpelar por el clamor de los pobres. Es un camino exigente, pero es el único que nos permite caminar verdaderamente con el Dios revelado en las Escrituras.

La imagen de la oración que atraviesa las nubes nos invita finalmente a la esperanza. En momentos en que todo parece perdido, cuando la injusticia parece triunfar definitivamente, cuando nuestras oraciones parecen perderse en el silencio, Ben Sira nos asegura que la oración auténtica, la que nace de un corazón destrozado por la injusticia, siempre alcanza su objetivo. Atraviesa las nubes, supera las distancias, toca el corazón de Dios y provoca su respuesta. Esta seguridad no es ingenuidad; es fe en un Dios que no se demora y que permanecerá impaciente hasta que la justicia se cumpla plenamente.

Que nosotros mismos nos convirtamos en intercesores perseverantes, voces que se unen a la gran sinfonía de oraciones de los pobres que se elevan a Dios a través de los siglos. Que también seamos instrumentos de la respuesta divina, manos y pies que traduzcan en la historia humana la justicia y la compasión de Dios por los más necesitados. Esta es nuestra vocación como cristianos, herederos de la tradición de Ben Sira y discípulos de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

Práctico

Examina tus ojos diariamente sobre las personas pobres que encontráis, pidiendo a Dios que transforme vuestros prejuicios en reconocimiento de su dignidad y de su especial cercanía a Él.

Dedica cinco minutos cada día a una oración perseverante de intercesión por una situación específica de injusticia, inspirada en la tenacidad de los pobres que oran hasta que Dios haga justicia.

Lea y medite sobre un pasaje bíblico cada semana. sobre la justicia social y la opción por los pobres (profetas, evangelios, epístolas), dejando que la Palabra interrogue tus decisiones y prioridades de vida.

Comprométete a realizar al menos una acción concreta al mes de solidaridad con las personas vulnerables de su comunidad, haciendo de este compromiso una extensión natural de su oración.

Practica la simplicidad voluntaria en un ámbito de vuestra vida (comida, vestido, ocio) cultivar esta pobreza interior que permite a la oración atravesar las nubes.

Buscar activamente la reunión con personas de diferentes orígenes sociales, creando espacios de diálogo y escucha mutua que enriquezcan vuestra comprensión de la realidad y alimenten vuestra oración.

Incorpora a tu oración personal y comunitaria intenciones específicas para los huérfanos, las viudas, los oprimidos de nuestro tiempo, nombrando explícitamente las situaciones de injusticia que requieren la intervención divina.

Referencias

Libro de Ben Sira el Sabio, capítulo 35, versículos 15b-17.20-22a, traducción litúrgica francesa, texto fuente y contexto de composición en el siglo II a.C. en Jerusalén.

Papa Francisco, Mensaje para la VIII Jornada Mundial de los Pobres (2024), “La oración de los pobres se eleva hasta Dios”, una meditación magistral contemporánea sobre el tema de Ben Sira.

Tradición patrística, en particular San Cipriano de Cartago (siglo III) y Rábano Mauro (siglo IX), los primeros comentaristas cristianos del Eclesiástico desde la perspectiva de la edificación espiritual.

Doctrina Social de la Iglesia Católica, enseñanza sobre la opción preferencial por los pobres desarrollada desde el siglo XIX y formalizada por el magisterio latinoamericano y universal.

Benedicto XVI, reflexiones sobre el fundamento cristológico de la opción por los pobres y su arraigo en la fe en un Dios que se hizo pobre en Cristo.

Charles Mopsik (traductor), La sabiduría de Ben Sira, traducción completa de los fragmentos hebreos con introducción histórica y filológica, presentando el contexto oriental y mediterráneo de los libros sapienciales.

Pancracio C. Beentjes (editor), publicación de los manuscritos hebreos del Eclesiástico (1997) y recursos fotográficos disponibles en bensira.org para el estudio científico del texto original.pergamino.tradicionesbíblicas+1

liturgia católica, integración del pasaje de Ben Sira en el leccionario dominical del Tiempo Ordinario, asegurando su meditación regular por las comunidades cristianas.

Vía Equipo Bíblico
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