En Roma, desde los primeros rayos del alba del 26 de octubre, la Plaza de San Pedro despertó con una suave luz otoñal. Peregrinos de Italia, África, Latinoamérica y Europa Central recorrían las columnatas, portando banderas, rosarios o simplemente libros de oraciones. Todos sabían que ese domingo, el Papa León XIV retomaría el tema que ha marcado su joven pontificado: la sinodalidad. Ante todo, lanzaría una poderosa —y profundamente evangélica— advertencia contra las polarizaciones que hoy fragmentan la Iglesia.
Un Papa con tono fraternal
Desde su elección en la primavera de 2025, León XIV se ha consolidado como pastor de reconciliación. Observador atento de las divisiones eclesiásticas heredadas de las últimas décadas, cultiva una voz sencilla y reconfortante, haciendo hincapié en la cercanía. Con frecuencia, evita los grandes pronunciamientos dogmáticos para hablar de la vida real de las comunidades. De hecho, fue desde esta experiencia sobre el terreno que recientemente habló de «las heridas del diálogo pastoral», una nueva expresión que refleja acertadamente su preocupación por el discernimiento fraterno dentro de la Iglesia.
El domingo 26 de octubre, su homilía adoptó un tono familiar y directo. «La sinodalidad», dijo, «no es un método de gestión eclesiástica ni una ideología espiritual. Es una forma de caminar juntos bajo la guía del Espíritu». Los rostros atentos de los fieles reflejaban tanto un deseo de unidad como un temor latente a una escisión entre tendencias opuestas: por un lado, los partidarios de una reforma más abierta y, por otro, los defensores de la continuidad doctrinal.
La palabra que está causando problemas: "polarización"«
El Papa eligió esta palabra con cuidado. «Polarización»: se refiere a la física, a las fuerzas que se atraen y se repelen. En la Iglesia, este término significa principalmente el atrincheramiento de posturas en bandos opuestos. León XIV no pretende ignorar las diferencias de opinión legítimas, pero se niega a permitir que se tornen hostiles.
«Debemos», insistió, “aceptar las tensiones que atraviesan nuestra vida eclesial, pero transformarlas mediante la confianza en el Espíritu. No es negando nuestras discrepancias como construiremos la unidad, sino conviviendo con ellas en la caridad”.»
Esta declaración se hace eco de la de Francisco, su predecesor, quien allanó el camino para la sinodalidad mediante un largo proceso iniciado en 2021. Pero León XIV añade un matiz crucial: la clarificación espiritual. Para él, la sinodalidad no es principalmente institucional, sino un acto de escucha mutua y humildad.
Heredero de Francisco, pero no una copia
Algunos observadores romanos comparan a León XIV con Francisco, señalando las diferencias de estilo. Mientras que el papa argentino hablaba con el fervor de la misión, su sucesor cultiva el tono mesurado del diálogo interior. Uno favorecía los gestos proféticos, el otro se centra en la cohesión.
Cuando, en octubre, aprobó el calendario del Sínodo sobre la Sinodalidad impulsado por Francisco, León XIV garantizó la introducción de un período de «maduración espiritual». Durante seis meses, se invita a las diócesis de todo el mundo a profundizar en su comprensión de tres relaciones fundamentales: la que existe entre obispos y sacerdotes, la que existe entre laicos y clérigos, y la que existe entre la Iglesia y la sociedad civil. Esta es una forma de revitalizar el concepto de «sinodalidad», a veces vaciado de significado por el uso burocrático.
«A este papa le gusta la imagen del corazón que respira», me confió una monja italiana con la que hablé después del Ángelus. «A menudo nos dice: “Antes de hablar de reformas, respiremos juntos. Antes de decidir, escuchemos al Espíritu”. Esto no es lentitud, es fidelidad».»
Las tensiones salieron a la luz
Es innegable que las discusiones sinodales están generando tensiones. Algunos participantes, sobre todo en Europa y Norteamérica, plantean cuestiones como el papel de la mujer en el ministerio, la bendición de las parejas del mismo sexo y la autoridad de las conferencias episcopales. Por otro lado, algunos temen una dilución del Magisterio.
León XIV era muy consciente de este clima. Para él, la tentación del momento era doble: el aislacionismo basado en la identidad o la fragmentación doctrinal. «El Espíritu Santo», ya había dicho en septiembre, «no es espíritu de compromiso, sino de comunión».»
En otras palabras, no se trata de encontrar un punto intermedio diplomático, sino de redescubrir la fuente bautismal de la escucha mutua. Su llamamiento, por tanto, se hace eco de la gran visión del Concilio Vaticano II, cuya declaración Nostra aetate acaba de cumplir sesenta años: el encuentro transforma, no divide.
La unidad como tarea gozosa
A lo largo del otoño, León XIV intensificó sus intervenciones públicas, adoptando un tono fraterno. Se dirigió por igual a obispos, jóvenes sacerdotes, comunidades religiosas y movimientos laicos. Su objetivo: redefinir la unidad de la Iglesia como una tarea gozosa, no como una carga institucional.
«La unidad», explica, “no es conformidad. Es la armonía viva de las diversidades en un solo acto de alabanza”.»
Esta forma de hablar, tan alejada de la polarización política, atrae a los fieles que buscan un mensaje de esperanza. «Se percibe que este papa ha venido a sanar las divisiones, no a comentarlas», confiesa un sacerdote francés destinado en Roma.
Durante un encuentro con periodistas de todo el mundo el 25 de octubre, León XIV aludió a la tentación de los medios de comunicación de dramatizar los debates: «La Iglesia no es un programa de entrevistas espirituales. Es una comunidad de discípulos llamados a escuchar antes de hablar».»
Una pedagogía del discernimiento
Para comprender el hilo conductor de su pontificado, es preciso recordar la trayectoria de León XIV antes de su elección. Proveniente del ámbito académico, impartió teología espiritual durante muchos años, centrándose especialmente en los Padres de la Iglesia y la tradición ignaciana. Esta trayectoria explica su enfoque de la sinodalidad: no se trataba simplemente de un programa de reformas, sino de un ejercicio de discernimiento comunitario.
En sus cartas a los sacerdotes, a menudo retoma esta idea: "El Sínodo no es una asamblea de activistas, sino una escucha compartida de la Palabra".«
Invita a los obispos a crear “círculos de discernimiento” en cada diócesis donde se aprenda a reconocer los movimientos del Espíritu —lo que él llama “el alfabeto interior de la fe”—.
Esta elección de vocabulario simbólico muestra su deseo de trasladar el debate del plano ideológico al de la experiencia espiritual.
La Iglesia como pueblo del umbral
Una de las metáforas favoritas de León XIV es la del umbral. "Una Iglesia sinodal es un pueblo que se encuentra en el umbral del encuentro", declaró en su homilía dominical.
Este tema del umbral, arraigado en la tradición bíblica, alude al momento en que Israel se encontraba ante la frontera de la Tierra Prometida. Para el Papa, nuestra época se asemeja a esto: una Iglesia erguida, entre la memoria y la promesa, entre la fidelidad al Evangelio y la acogida de lo nuevo.
«Este umbral», continuó, “es un lugar de esperanza si no lo convertimos en un muro”.»
Esta imagen se hace eco de su advertencia contra las "polarizaciones dañinas": con demasiada frecuencia, los cristianos transforman los umbrales en fronteras infranqueables, olvidando que están llamados a seguir avanzando.
Roma, el corazón palpitante de una Iglesia en movimiento
En los pasillos del Vaticano, se percibe un cambio de ambiente. Tras años de incertidumbre institucional, reina una sensación de serenidad. El nuevo pontificado no ha trastocado la estructura sinodal, pero sí está reorientando su dinámica. Se habla ahora de una “primavera de discernimiento”, una expresión acertada que resuena en varias conferencias episcopales.
Uno de los colaboradores más cercanos del Papa resumió así el método de León XIV: «Busca reespiritualizar la gobernanza. Lo que le interesa no es la eficiencia política, sino la interioridad colectiva».»
Esta orientación se materializa en la reforma de las secretarías y dicasterios. A partir de ahora, cada departamento del Vaticano deberá incluir una “célula de vida espiritual”: un pequeño grupo de trabajo encargado de integrar la oración, el acompañamiento y la reflexión teológica en la toma de decisiones.
El espíritu ecuménico e interreligioso
León XIV también retomó el legado de Nostra Aetate en lo referente al diálogo interreligioso. El 28 de octubre, durante una vigilia a los pies del Coliseo, lanzó un vibrante llamamiento a la paz: «¡Basta de guerras!». Esta exclamación, que resonó entre miles de velas en la noche romana, evocó el fervor pacifista de Juan Pablo II en Asís en 1986.
El Papa vinculó este clamor a la sinodalidad: «La paz comienza con el rechazo de la polarización. Si permitimos que el miedo separe nuestros corazones, la guerra externa siempre encontrará terreno dentro de nosotros».»
La asociación Sant'Egidio, organizadora del encuentro, destacó la continuidad entre el trabajo por la paz y el Sínodo. «La sinodalidad es la diplomacia del Espíritu», resumió su presidente, Andrea Riccardi.
Reacciones en el mundo católico y político
Las palabras del Papa León XIV resonaron rápidamente mucho más allá del Vaticano. En Europa, su llamado a evitar las "polarizaciones dañinas" fue recibido como un soplo de aire fresco en medio de los apasionados debates internos sobre cuestiones doctrinales y pastorales. Varias figuras políticas, especialmente en Francia e Italia, celebraron su mensaje como un puente entre tradición y modernidad. El Primer Ministro italiano declaró que Italia veía con respeto este pontificado, que se basa en la continuidad espiritual de Francisco al tiempo que aboga por una renovada apertura.
En África, el mensaje de León XIV tuvo una gran acogida. En la 20ª asamblea plenaria del Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM), celebrada recientemente en Kigali, se citó al papado como fuente de esperanza para trabajar por la unidad en sociedades a menudo fracturadas por divisiones étnicas y sociales. Se anima a la Iglesia local a ser un signo concreto de paz y reconciliación, un llamamiento que fue muy bien recibido en un continente donde la fe suele ser un motor de cohesión social.
En Estados Unidos, país de origen de León XIV, la recepción fue más diversa. Si bien la elección del cardenal Robert Francis Prevost en mayo de 2025 suscitó felicitaciones oficiales de los sucesivos presidentes, los debates culturales son intensos. En un clima político sumamente polarizado, el Papa ha hecho un llamado público a evitar las divisiones, incluso entre los propios católicos, sean conservadores o progresistas. Su mensaje de diálogo y perdón es interpretado por muchos como un estímulo para superar las fracturas relacionadas con temas delicados como el aborto o los derechos LGBTQI+, sin diluir la doctrina.
A nivel internacional, las organizaciones de la sociedad civil han elogiado la determinación del Papa León XIV de oponerse a las fuerzas regresivas, al tiempo que aboga por una Iglesia más acogedora e inclusiva. Esta postura parece permitirle desenvolverse con prudencia y sabiduría en un período en el que la fe suele estar entrelazada con complejas problemáticas sociales.
Una espiritualidad del diálogo
Más allá de las estructuras, León XIV deseaba inculcar una actitud espiritual ante los desacuerdos. La “cultura del diálogo”, tan apreciada por el magisterio reciente, adquirió bajo su mandato un tono profundamente bíblico: el de la compañía en el camino a Emaús. «Jesús se une a los discípulos que dudan; no espera su aprobación antes de caminar con ellos», solía comentar.
De esta lectura, extrae una regla de oro: la discusión teológica jamás debe quebrantar la fraternidad. En ello reside quizá su mensaje más relevante. En una era marcada por divisiones sociales y políticas, la Iglesia está llamada a mostrar otro rostro: el de una comunidad capaz de escuchar antes de juzgar.
«El diálogo», explica, “no es un lujo democrático, sino una forma de caridad”.»
Sinodalidad, una escuela de esperanza
A quienes temen que la sinodalidad diluya la autoridad, León XIV responde claramente: «No hay autoridad sin escuchar. Cristo mismo se hizo siervo para que su autoridad fuera liberadora».»
Su mensaje toca un punto delicado en la vida de la Iglesia: ¿cómo conciliar jerarquía y participación? Para él, la clave reside en la esperanza. «La esperanza», afirma, «es la virtud más revolucionaria: impide que el miedo guíe nuestras decisiones».»
De este modo, la sinodalidad se convierte en una escuela de esperanza, un paciente aprendizaje donde cada persona aprende a ser a la vez discípulo y testigo.
Una Iglesia que respira
Bajo el pontificado de León XIV, la Iglesia pareció redescubrir un ritmo de respiración espiritual: inhalando tradición, exhalando novedad. Su advertencia contra la polarización no era simplemente un eslogan de paz interior, sino una profunda estrategia pastoral.
Al exhortar a trascender las diferencias ideológicas, León XIV invita a todos los bautizados a redescubrir la esencia misma de la fe. Y quizás este sea, en última instancia, el mensaje más poderoso de este domingo de octubre: aprender a respirar juntos, a redescubrir en la diversidad de nuestras voces el susurro del Espíritu.
Cuando, al final de la misa, el Papa alzó la mano para bendecir a la multitud, el sol poniente bañó la cúpula de Miguel Ángel con una luz dorada. Una campana comenzó a sonar. En el reverente silencio, sus últimas palabras, sencillas y fraternas, quedaron suspendidas en el aire:
«"Caminemos juntos, sin temor a nada. La unidad no es un pasado que preservar, sino un futuro que construir."»



