Inspirándose en los Padres de la Iglesia, el Papa defiende una interpretación exigente pero clásica de la pobreza. Cada sábado, el enviado especial permanente de La Croix al Vaticano te lleva tras bambalinas del estado más pequeño del mundo.
Otra referencia a san Agustín. En su discurso a los movimientos populares, pronunciado el jueves 23 de octubre en el Vaticano, León XIV parafrasea una vez más al Padre de la Iglesia. Esta repetición no es insignificante. Desde su elección el pasado mayo, el primer papa estadounidense de la historia ha invocado continuamente al obispo de Hipona, su autor predilecto. En esta ocasión, la cita toca el corazón mismo de su proyecto papal: la cuestión de la pobreza.
«Según San Agustín», dijo el Papa, «el ser humano está en el centro de una ética de la responsabilidad. Nos enseña que la responsabilidad, especialmente hacia los pobres y los necesitados, nace de la humanidad con el prójimo». Esta frase, pronunciada ante representantes de comunidades desfavorecidas de todo el mundo, arroja una luz particular sobre la manera en que León XIV pretende guiar a la Iglesia.
Cinco meses después de su elección, el papa estadounidense comienza a tejer una línea de pensamiento coherente, arraigada en la tradición patrística, pero firmemente centrada en las emergencias contemporáneas. Su constante referencia a san Agustín no es solo un adorno intelectual: estructura una visión de la Iglesia y su relación con los más vulnerables.
San Agustín, compañero de pontificado
Un diálogo ininterrumpido con el obispo de Hipona
Desde su primera aparición en la logia de San Pedro la tarde del 8 de mayo, León XIV ha hecho numerosas referencias a san Agustín. Durante el Jubileo de la Juventud en Tor Vergata, a principios de agosto, su discurso estuvo «entretejido, como suele ser habitual, con citas de san Agustín, su autor predilecto», según los observadores presentes. Esta cercanía al Doctor de la Iglesia no es nueva.
Durante sus años de formación, y más tarde como obispo misionero en Perú, Roberto Prevost –quien se convirtió en León XIV– nunca dejó de meditar sobre las obras del Padre de la Iglesia. Confesiones, La ciudad de DiosLos innumerables sermones de Agustín acompañaron su reflexión teológica y pastoral. «Para León XIV, Agustín no es una referencia académica», confiesa un amigo cercano del pontífice. «Es un compañero espiritual, alguien con quien mantiene un diálogo constante».
Esta familiaridad se evidencia en su manera de citar al obispo de Hipona. El Papa no se limita a repetir frases célebres: parafrasea, recontextualiza y actualiza el pensamiento agustiniano. Esto se aprecia en su discurso del 23 de octubre, donde la cita no constituye una garantía de autoridad, sino la extensión natural de una reflexión personal.
Cita del 23 de octubre: Responsabilidad y pobreza
La transición del discurso a los movimientos populares merece mayor atención. Al afirmar que «la responsabilidad, especialmente hacia los pobres y necesitados, surge de la humanidad con el prójimo», León XIV moviliza una dimensión a menudo olvidada del pensamiento agustiniano: la antropología social.
Para Agustín, los seres humanos nunca son individuos aislados. Siempre están conectados, inmersos en una red de responsabilidades mutuas. El Papa aplica esta visión directamente al problema de la pobreza. Nuestra responsabilidad hacia los pobres no proviene principalmente de un mandamiento moral externo, sino de nuestra humanidad común. Porque compartimos la misma condición humana, somos responsables unos de otros.
Esta lectura de Agustín no es neutral. Permite a León XIV trascender el marco de la caridad voluntaria para sentar las bases de una ética de justicia social. Si la responsabilidad hacia los pobres surge de nuestra humanidad compartida, no es opcional: es constitutiva de lo que significa ser plenamente humano.
La visión agustiniana de la pobreza
Una lectura exigente del Evangelio
En su exhortación apostólica Dilexi tePublicada el 9 de octubre, León XIV «hizo de la caridad hacia los pobres el criterio de verdad del catolicismo». Esta formulación radical se basa en una sólida tradición patrística, de la que Agustín es uno de sus principales representantes.
Para el obispo de Hipona, la relación con los pobres no es un aspecto secundario de la vida cristiana. Constituye su prueba decisiva. En sus sermones, Agustín no duda en afirmar que el cristiano que descuida a los pobres se desvincula del Evangelio mismo. "¿Quieres rezar a Dios? Da primero a los pobres", proclama en uno de sus sermones más famosos.
León XIV asumió este radicalismo. En Dilexi te, endurece su tono: olvidar o despreciar a los pobres no es una simple indiferencia moral, sino una ruptura con el Evangelio. El vocabulario es contundente: ya no nos encontramos en el registro de la recomendación, sino en el de la esencia misma de la fe cristiana.
Esta lectura exigente del Evangelio forma parte de lo que el Papa llama una defensa contra las herejías contemporáneas. Sin nombrarlas explícitamente, se centra en aquellas formas de cristianismo que eliminan la dimensión social de la fe, reduciéndola a una piedad individualista o a un sistema de normas morales desconectado de la justicia concreta.
Los pobres como rostro de Cristo
La teología agustiniana de la pobreza se basa en una intuición fundamental: en los pobres, es Cristo mismo quien se nos presenta. Esta identificación, ya presente en el Evangelio de Mateo («Tuve hambre y me disteis de comer»), es desarrollada por Agustín con especial fuerza.
Para el obispo de Hipona, los pobres no son simplemente objeto de nuestra caridad. Son el sacramento viviente de Cristo. Al servirles, no realizamos una buena obra: nos encontramos con el Señor mismo. «Cristo mendiga a tu puerta en los pobres», escribió Agustín en uno de sus sermones.
Esta perspectiva transforma radicalmente la relación con la pobreza. Ya no se trata de "hacer algo por los pobres" desde arriba, sino de reconocer en ellos una presencia sagrada que nos interpela y nos transforma. Esto es precisamente lo que expresó León XIV cuando afirmó, en su discurso del 23 de octubre, que "la tierra, la vivienda y el trabajo son derechos sagrados".
El adjetivo "sagrado" no es insignificante. Sitúa estas realidades materiales en el ámbito de lo divino. Negarle a alguien un techo o un trabajo no es solo cometer una injusticia social: es atentar contra algo sagrado, la dignidad humana, que conlleva una dimensión trascendente.
León XIV y el legado de Francisco
“Dilexi te”: continuidad y profundización
La Exhortación Apostólica Dilexi te ("Te amé") marca un momento clave en el joven pontificado. Publicado cinco meses después de la elección, "situa su pontificado en la continuidad de su predecesor, el papa Francisco: una Iglesia cercana a los pobres".
Esta continuidad se asume, incluso se reivindica. León XIV no busca distanciarse de Francisco, de quien heredó muchos de sus proyectos. Al contrario, se esfuerza por «institucionalizar a Francisco», como señala un observador del Vaticano. Pero esta continuidad no es una repetición mecánica: implica una profundización de la doctrina.
Mientras Francisco hablaba con el corazón, multiplicando gestos proféticos y fórmulas impactantes, León XIV se inspira en la tradición patrística para dotar a la opción preferencial por los pobres de una sólida base teológica. San Agustín se convierte en la herramienta intelectual que nos permite demostrar que esta opción no es una innovación del siglo XX, sino que pertenece al corazón de la tradición cristiana más antigua.
En Dilexi teEl Papa desarrolla una reflexión sobre lo que él llama la "necesidad" de la atención a los pobres. Este término, repito, no es casual. No es una posibilidad entre otras, una sensibilidad particular que algunos cristianos puedan cultivar. Es una necesidad constitutiva de la fe cristiana misma.
Movimientos populares, destinatarios privilegiados
El discurso del 23 de octubre a los movimientos populares se inscribe en esta dinámica. Francisco había convertido a estas organizaciones de base —que luchan por el acceso a la tierra, la vivienda y el empleo— en interlocutores privilegiados. León XIV reanudó este diálogo, pero lo enriqueció con una dimensión doctrinal.
«El Papa León XIV pronunció un discurso contundente ante los movimientos populares, ampliando el legado de Francisco y ampliando la lucha social de la Iglesia», señala un observador. Esta ampliación requiere una conexión más clara entre el Evangelio y las luchas sociales concretas.
Al afirmar que «la tierra, la vivienda y el trabajo son derechos sagrados», el Papa no se limita a adoptar un eslogan de los movimientos sociales. Realiza un gesto teológico: inscribe estas reivindicaciones materiales en el ámbito de lo sagrado y, por lo tanto, de lo intangible. Estos derechos no pueden negociarse, mercantilizarse ni relativizarse, porque afectan a la dignidad humana misma.
Esta sacralización de los derechos sociales fundamentales es coherente con el pensamiento agustiniano. Para Agustín, el orden social justo no es simplemente una cuestión de la organización técnica de la sociedad. Es un reflejo, siempre imperfecto, de la justicia divina. Una sociedad que tolera la privación de algunas necesidades no es simplemente una sociedad mal organizada: es una sociedad en conflicto con el orden deseado por Dios.
Una ética de la responsabilidad
Más allá de la caridad: justicia social
La referencia agustiniana permite a León XIV trascender el marco de la caridad tradicional para sentar las bases de una ética de responsabilidad colectiva. Esta distinción es crucial y merece mayor atención.
La caridad, en su sentido común, es voluntaria. Es un acto de generosidad, ciertamente loable, pero que queda a discreción de cada persona. Puedo elegir dar o no dar, ayudar o seguir adelante. La caridad no compromete mi responsabilidad en sentido estricto: manifiesta mi bondad potencial.
La responsabilidad, por el contrario, no es opcional. Proviene de mi propia condición humana. Al afirmar que «la responsabilidad, especialmente hacia los pobres, nace de la humanidad con nuestros semejantes», León XIV sitúa nuestro deber hacia los pobres no en el orden del mérito moral, sino en el de la justicia.
Esta distinción entre caridad y justicia no es nueva. Recorre toda la tradición de la doctrina social de la Iglesia. Pero León XIV le confiere especial fuerza al fundamentarla en la antropología agustiniana. Nuestra responsabilidad hacia los pobres no es una virtud adicional que podamos cultivar: es constitutiva de nuestra humanidad misma.
Los “derechos sagrados” según León XIV
El concepto de «derechos sagrados» que León XIV desarrolla en su discurso del 23 de octubre merece especial atención. Representa una importante innovación teológica, aunque arraigada en la tradición.
Al describir los derechos a la tierra, la vivienda y el trabajo como "sagrados", el Papa realiza un doble gesto. Por un lado, retira estas realidades del ámbito puramente económico y las sitúa en el ámbito religioso. Por otro, afirma que su violación no es solo una injusticia social: es una forma de sacrilegio.
Esta sacralización de los derechos sociales fundamentales podría parecer excesiva. ¿Acaso no es instrumentalizar la religión al servicio de una agenda política? La respuesta de León XIV, inscrita en la lógica agustiniana, es clara: estos derechos son sagrados porque afectan a la dignidad humana, y la dignidad humana es sagrada porque los seres humanos son creados a imagen de Dios.
Para Agustín, y León XIV se hace eco de esto, no existe una separación indisoluble entre lo espiritual y lo material. El ser humano no es un espíritu puro que, por casualidad, posee un cuerpo: es una unidad psicosomática donde cuerpo y mente son inseparables. Privar a alguien de sus necesidades materiales es, por lo tanto, socavar su dignidad espiritual.
Esta visión integral de la persona humana está en el corazón de lo que el Papa llama «ética de la responsabilidad». No solo somos responsables de la salvación espiritual de nuestros hermanos y hermanas: somos responsables de su bienestar material, de sus condiciones de vida concretas y de su capacidad para llevar una existencia digna.
Las implicaciones concretas
Un pontificado marcado por la opción preferencial por los pobres
Cinco meses después de su elección, los contornos del pontificado de León XIV se van aclarando. «Al situar a los pobres en el centro de su pontificado y denunciar la lógica económica», el papa estadounidense sigue claramente los pasos de Francisco, al tiempo que le otorga una base doctrinal más explícita.
Esta opción preferencial por los pobres se manifiesta en acciones y discursos. El encuentro con movimientos populares, los reiterados reclamos de justicia social, la insistencia en los "derechos sagrados": todo ello contribuye a hacer de la cuestión social uno de los ejes principales del pontificado.
Pero esta centralidad de la pobreza no es solo una opción pastoral. Se presenta como algo que emana de la esencia misma del cristianismo. Esta es la fuerza de la referencia agustiniana: nos permite demostrar que la atención a los pobres no es una moda pasajera ni una sensibilidad particular de tal o cual papa, sino que pertenece al patrimonio doctrinal permanente de la Iglesia.
En Dilexi teLeón XIV llega incluso a afirmar que «olvidar o despreciar a los pobres» constituye «una ruptura con el Evangelio». Esta formulación radical recuerda las posturas de Agustín, quien no dudó en afirmar que el rico que se apropia de lo que no necesita es culpable de robar a los pobres.
Desafíos contemporáneos
Esta visión agustiniana de la pobreza debe enfrentarse hoy a realidades que el obispo de Hipona no podía imaginar: la globalización, las crecientes desigualdades, las migraciones masivas, las crisis ecológicas que golpean primero a los más vulnerables.
León XIV es consciente de ello. En su discurso a los movimientos populares, no se limita a recordatorios doctrinales: denuncia la lógica económica que produce exclusión. Esta denuncia forma parte de la tradición profética de la Iglesia, pero cobra hoy una agudeza particular.
El Papa tiene claros los límites de sus acciones. En su primera entrevista, publicada en septiembre, confesó que aún estaba "aprendiendo", especialmente en su rol de "jefe de Estado global". Esta humildad no excluye la firmeza. Al afirmar que "la tierra, la vivienda y el trabajo son derechos sagrados", establece un principio innegociable que debe servir de guía para las políticas públicas.
Esta postura es coherente con el pensamiento agustiniano. Para Agustín, la Iglesia no tiene la vocación de gobernar la ciudad terrenal, pero sí tiene el deber de recordar los principios de justicia que deben animarla. El papel del Papa no es proponer soluciones técnicas a los problemas económicos, sino sentar las bases éticas desde las que deben pensarse estas soluciones.
Una lectura clásica y exigente.
Arraigado en la tradición
El enfoque de León XIV posee una característica notable: es radical en sus conclusiones y profundamente tradicional en sus fundamentos. Inspirándose en san Agustín, el Papa demuestra que exigir atención a los pobres no es una invención de la teología de la liberación ni una concesión al espíritu de la época: pertenece al corazón de la tradición patrística.
Esta estrategia intelectual no es inocente. En una Iglesia donde algunos ven la opción preferencial por los pobres como una desviación ideológica, León XIV responde mostrando que, por el contrario, el desprecio por los pobres constituye una innovación herética. «Frente a las herejías contemporáneas», escribe en Dilexi teLa atención a los pobres aparece como el criterio de la verdadera ortodoxia.
Esta manera de dialogar la tradición y las urgencias contemporáneas caracteriza el estilo del nuevo Papa. Formado intelectualmente en la tradición, no busca la ruptura por la ruptura misma. Pero tampoco se conforma con un tradicionalismo rígido. Actualiza las fuentes, adaptándolas a los problemas actuales.
Un requisito inquietante
La referencia a Agustín permite a León XIV mantener una línea exigente sin parecer revolucionario. Cuando afirma que descuidar a los pobres constituye «una ruptura con el Evangelio», simplemente repite, en términos contemporáneos, lo que Agustín ya decía en el siglo V.
Esta exigencia es inquietante. Pone en tela de juicio prácticas arraigadas, acuerdos cómodos y formas de cristianismo que desestiman la dimensión social de la fe. En algunos círculos eclesiásticos, en particular aquellos que valoran por encima de todo la piedad tradicional y la ortodoxia doctrinal abstracta, este insistente recordatorio de la responsabilidad hacia los pobres es mal recibido.
Pero León XIV no busca la confrontación por sí misma. Su estrategia es más sutil: al mostrar que la atención a los pobres pertenece a la tradición más clásica de la Iglesia, dificulta su rechazo en nombre del tradicionalismo. ¿Cómo podría alguien afirmar ser seguidor de Agustín si ignora lo que enseña sobre la pobreza?
Hacia una transformación de mentalidades
Un trabajo a largo plazo
El pontificado de León XIV apenas comienza. Pero ya está surgiendo un principio rector: una profunda transformación de las actitudes hacia la pobreza. No se trata simplemente de aumentar los llamados a la generosidad, sino de cambiar la forma en que los cristianos ven a los pobres y su propia responsabilidad.
Esta transformación requiere un trabajo educativo paciente. Las repetidas referencias a San Agustín, el desarrollo doctrinal en Dilexi te, discursos a los movimientos populares: todo esto tiene como objetivo crear poco a poco un consenso dentro de la Iglesia sobre la importancia central de la cuestión social.
El Papa sabe que no puede actuar solo. En su reunión con los obispos franceses en junio, se mostró "atento a varias prioridades de la Iglesia en Francia, en particular la ecología y el crecimiento del catecúmeno". Esta atención a las iglesias locales y sus preocupaciones específicas es característica de su estilo de gobierno.
Resistencias predecibles
Este énfasis en la responsabilidad hacia los pobres no estará exento de resistencia. En algunos sectores de la Iglesia, sobre todo en Occidente, donde el cristianismo se ha adaptado a menudo a las estructuras económicas dominantes, este discurso parecerá excesivo, incluso políticamente sesgado.
León XIV es consciente de ello. Pero se mantiene firme en lo esencial. Al afirmar que los derechos a la tierra, la vivienda y el trabajo son «sagrados», establece un límite claro: estas cuestiones no son objeto de debate público ni de preferencias políticas, sino de la esencia misma de la fe cristiana.
Esta firmeza en los principios va acompañada de cierta flexibilidad en las modalidades. El Papa no pretende dictar soluciones técnicas. Establece un marco ético dentro del cual deben buscarse soluciones. Esta distinción entre principios innegociables y aplicaciones concretas debatibles es clásica en la doctrina social de la Iglesia.
Un mensaje para nuestro tiempo
La relevancia de Agustín hoy
¿Por qué Agustín sigue hablando hoy, dieciséis siglos después de su muerte? Esta es la pregunta implícita en las constantes referencias de León XIV al obispo de Hipona. La respuesta reside, sin duda, en la profundidad antropológica del pensamiento agustiniano.
Agustín no se limita a formular normas morales. Explora lo que significa ser humano, lo que nos conecta unos con otros, lo que subyace a nuestra responsabilidad mutua. Estas preguntas son atemporales, aunque surjan de forma diferente en distintas épocas.
Al movilizar a Agustín sobre el tema de la pobreza, León XIV realiza un doble gesto. Por un lado, demuestra que la tradición cristiana posee poderosos recursos intelectuales para reflexionar sobre los problemas sociales contemporáneos. Por otro, nos recuerda que estos temas no son nuevos: la cuestión de la justicia social recorre toda la historia del cristianismo.
Un llamado a la coherencia
En esencia, el mensaje de León XIV es una exigencia de coherencia. No se puede llamar cristiano si se permanece indiferente ante la suerte de los pobres. No se puede celebrar la Eucaristía, sacramento de comunión, si se acepta la exclusión social. No se puede invocar a Cristo ignorando a aquellos en quienes él se hace presente.
Esta exigencia no es nueva. Pero está formulada con una claridad y radicalidad que puede sorprender. Al afirmar que descuidar a los pobres constituye una ruptura con el Evangelio, el Papa no deja lugar a dudas. No se trata de un consejo evangélico reservado a unos pocos, sino de una obligación que emana de la fe misma.
La confianza en San Agustín nos permite otorgar a esta exigencia legitimidad histórica y doctrinal. No se trata de un capricho del actual Papa; es la enseñanza constante de la Iglesia desde sus orígenes. Ya lo dijo Agustín, y antes que él los Padres Apostólicos, y antes de ellos los profetas de Israel: la fe que no genera justicia es solo una apariencia.
Este sábado 25 de octubre, mientras León XIV continúa su aprendizaje en el pontificado, sus reiteradas referencias a san Agustín perfilan un pontificado que busca reconciliar tradición y profecía, raíces doctrinales y urgencia social. Para él, la pobreza no es un asunto más: es el lugar donde se verifica la autenticidad de la fe cristiana.
Esta interpretación exigente pero clásica de la pobreza desde la perspectiva agustiniana bien podría convertirse en uno de los sellos distintivos de este pontificado. Nos recuerda que la Iglesia, si desea permanecer fiel a su identidad, no puede evitar una conversión permanente al Evangelio de los pobres.
¿Cómo te inspirará esta visión agustiniana de la responsabilidad social en tu propio compromiso cristiano?


