Evangelio de Jesucristo según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Tal como fue en los días de Noé, así será en la venida del Hijo del Hombre. En aquellos días, antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no sabían nada de lo que sucedería hasta que llegó el diluvio y se los llevó a todos. Así será en la venida del Hijo del Hombre.
Entonces dos hombres estarán en el campo: uno será llevado, el otro abandonado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será llevada, la otra abandonada.
Así que, estén despiertos, pues no saben qué día vendrá su Señor. Entiendan bien esto: si el dueño de la casa hubiera sabido a qué hora de la noche vendría el ladrón, habría permanecido despierto y no habría permitido que forzaran su casa.
Por tanto, también vosotros estad preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá cuando menos lo esperáis.»
Mantente alerta para estar preparado: recibe lo inesperado de Dios con un corazón despierto
Cómo las palabras de Jesús sobre la vigilancia transforman nuestra vida cotidiana en espacios de espera activa y de encuentros vivos con el Señor que viene
A menudo vivimos como si el mañana estuviera garantizado. En este impactante pasaje de Mateo, Jesús rompe esta cómoda ilusión. Al comparar su venida con los días de Noé, no busca asustarnos, sino despertarnos. Este artículo es para cualquier creyente que desee vivir una fe encarnada y atenta, dispuesto a acoger a Cristo en cada momento de la vida diaria. Juntos, exploraremos cómo esta vigilancia evangélica puede convertirse en fuente de alegría en lugar de ansiedad, y cómo transforma radicalmente nuestra forma de vivir el presente.
Este recorrido nos llevará primero a las raíces del texto, dentro de su contexto mateano y escatológico. A continuación, analizaremos su estructura y las imágenes utilizadas por Jesús. Tres áreas temáticas nos permitirán profundizar: la ceguera común, la ruptura del tiempo y el arte de la vigilancia. Extraeremos implicaciones concretas para nuestra vida espiritual de estos temas antes de recurrir a la tradición cristiana y ofrecer una meditación práctica. Se abordarán los desafíos contemporáneos con matices, seguidos de una oración litúrgica y una conclusión que invita a la acción.
El discurso escatológico: cuando Jesús desvela el horizonte de la historia
Para comprender plenamente la importancia de este pasaje, es necesario situarlo en su contexto literario y teológico. Mateo 24:37-44 pertenece al gran discurso escatológico de Jesús, pronunciado en el Monte de los Olivos, frente al Templo de Jerusalén. Este discurso, que abarca los capítulos 24 y 25, constituye una de las cinco enseñanzas principales que estructuran el Evangelio de Mateo.
El contexto inmediato es crucial. Jesús acaba de anunciar la destrucción del Templo, causando asombro entre sus discípulos. Entonces le preguntan: «Dinos, ¿cuándo sucederá esto y cuál será la señal de tu venida y del fin de los tiempos?» (Mt 24,3). La pregunta entrelaza tres temporalidades que Jesús, en su respuesta, entrelazará deliberadamente: la caída de Jerusalén, su gloriosa venida y el fin de los tiempos. Esta yuxtaposición no es casual. Nos enseña que cada generación vive en un estado de urgencia escatológica, que la historia siempre está preñada de un posible cumplimiento.
Nuestro pasaje llega tras una serie de advertencias sobre tribulaciones inminentes, falsos profetas y señales cósmicas. Pero aquí está el giro: tras describir acontecimientos espectaculares, Jesús cambia radicalmente de rumbo. La venida del Hijo del Hombre no estará precedida por señales que nos permitan predecirla. Surgirá en la vida cotidiana más común, como en los días de Noé.
El evangelista Mateo escribió para una comunidad judeocristiana, probablemente tras la destrucción del Templo en el año 70 d. C. Estos creyentes experimentaban una doble tensión: la expectativa del regreso de Cristo y la necesidad de perseverar en su fe a pesar de la demora. El texto, por tanto, aborda una apremiante pregunta pastoral: ¿cómo mantener la vigilancia cuando el tiempo se alarga?
El verso del Aleluya que acompaña este pasaje en la liturgia ilumina su interpretación: «Muéstranos, Señor, tu amor y concédenos tu salvación» (Salmo 84:8). Esta oración del salmista transforma la espera ansiosa en un anhelo amoroso. La vigilancia no es aferrarse al futuro, sino una apertura confiada al amor venidero de Dios.
Este texto se proclama cada año el primer domingo de Adviento, este tiempo litúrgico en el que la Iglesia entra en un nuevo año y renueva su espera. Adviento Esta no es principalmente una preparación para la Navidad, sino una escuela de vigilancia para las tres venidas de Cristo: en la historia (Encarnación), en el corazón (gracia) y en la gloria (Parusía). Nuestro viaje nos sumerge en el corazón de esta triple expectativa.
La arquitectura de un método de enseñanza: estructura y dinámica del texto
Un análisis estructural de Mateo 24:37-44 revela una construcción notablemente bien elaborada, donde cada elemento contribuye al impacto del mensaje. Jesús desarrolla una enseñanza en tres partes, enmarcada por una comparación histórica y una parábola doméstica.
El primer movimiento establece un paralelismo con los días de Noé. La expresión «como era» abre una ventana al pasado para iluminar el futuro. Este recurso tipológico, familiar para el pensamiento bíblico, establece una correspondencia entre dos momentos de la historia de la salvación. Noé se convierte así en una figura profética, y su época en un reflejo de la nuestra.
La descripción de los "días de Noé" es deliberadamente neutral, casi banal: "comían y bebían, se casaban y se casaban". No se menciona la violencia ni la corrupción que... Génesis Él atribuye esto a esa generación. Jesús no señala pecados espectaculares, sino algo más sutil y universal: la absorción en lo cotidiano, olvidando cualquier dimensión vertical. Es precisamente esta cotidianidad la que confiere poder a la advertencia. El peligro no reside en el exceso, sino en quedar atrapado en él.
El segundo movimiento presenta dos escenas paralelas: dos hombres en el campo, dos mujeres en el molino. La repetición crea un efecto simétrico que subraya la imprevisibilidad del juicio. Estas personas participan en la misma actividad, comparten el mismo espacio y parecen vivir la misma vida. Sin embargo, «uno será tomado, el otro abandonado». La distinción no es externa, sino interna. Revela una diferencia invisible a los ojos humanos, pero decisiva a los ojos de Dios.
La interpretación de este "tomado" y "abandonado" ha sido objeto de mucho debate. ¿Ser "tomado" significa ser salvado o ser arrastrado por el juicio? El contexto del diluvio sugiere que quienes fueron "tomados" por las aguas perecieron, mientras que Noé fue preservado. Pero desde una perspectiva escatológica, ser "tomado" evoca más bien la reunión de los elegidos (Mt 24:31). Esta ambigüedad puede ser intencional: nos impide acomodarnos a un lado o al otro.
El tercer movimiento llega a la conclusión práctica: «Por tanto, estad alerta». El imperativo se refuerza con la parábola del dueño de casa y el ladrón. Esta imagen audaz compara la venida del Hijo del Hombre con un robo. El punto de comparación claramente no es moral, sino temporal: la imprevisibilidad total. Si supiéramos la hora del peligro, nos prepararíamos. Pero no lo sabemos. Por lo tanto, debemos estar siempre alerta.
La idea central que recorre todo el pasaje es clara: la incertidumbre del tiempo no es un problema por resolver, sino una condición en la que vivir. La vigilancia cristiana no es una técnica de predicción, sino una cualidad del ser. Transforma nuestra relación con el tiempo manteniéndolo abierto a la intervención de Dios.

Ceguera ordinaria: cuando la vida cotidiana se convierte en una jaula dorada
La primera área temática que identificamos se refiere a lo que podríamos llamar "ceguera común". Jesús describe a los contemporáneos de Noé con una precisión que refleja nuestra propia realidad: "Comieron y bebieron, se casaron y se dieron en matrimonio". Estas actividades no son intrínsecamente malas. Comer, beber y casarse son realidades humanas fundamentales, bendecidas por Dios desde el principio.
Entonces, ¿dónde radica el problema? Está en la palabra que Jesús usa para describir a esta generación: «no sospechaban nada». En griego, el verbo sugiere ignorancia voluntaria, una negativa a ver. Estas personas no eran incapaces de comprender; simplemente estaban demasiado preocupadas como para preocuparse. La vida cotidiana había absorbido su conciencia, sin dejar espacio para la intervención inesperada de Dios.
Esta descripción resuena extrañamente con nuestros tiempos. Vivimos en una cultura de saturación. Nuestras agendas están abarrotadas, nuestras pantallas parpadean constantemente, nuestra atención es constantemente solicitada. En este torbellino, ¿quién se toma el tiempo de mirar hacia arriba? ¿Quién todavía se pregunta: "¿Y si Dios viniera hoy?". La pregunta parece casi incongruente, fuera de lugar, como una intrusión religiosa en el serio mundo de los negocios cotidianos.
El filósofo Blaise Pascal ya había identificado este mecanismo, al que llamó «diversión». No se trata de diversión en el sentido trivial, sino de cualquier cosa que nos distraiga de lo esencial, absorbiéndonos en lo trivial. «Todos los problemas de la humanidad provienen de una sola fuente: nuestra incapacidad para quedarnos quietos en una habitación», escribió. La inquietud perpetua se convierte en un anestésico espiritual.
San Agustín, En sus Confesiones, describe una experiencia similar. Antes de su conversión, vivía disperso entre las criaturas, incapaz de encontrar la paz interior y encontrar a Dios, quien, sin embargo, habitaba en él. «Tú estabas dentro de mí, y yo estaba fuera», confiesa. Esta ceguera no es principalmente intelectual, sino existencial. Es una forma de vida que nos exilia de nuestra propia intimidad.
La tradición espiritual cristiana ha desarrollado todo un vocabulario para denominar este estado: acedia, tibieza, mundanalidad espiritual. papa François usa con facilidad esta última expresión para describir una fe que se adapta al mundo hasta el punto de perder su sabor profético. Uno puede ser muy religioso en apariencia y estar espiritualmente dormido. Las prácticas se convierten en rutinas., los sacramentos Hábitos, oración, un monólogo. A Dios ya no se le espera, se le controla.
El remedio que ofrece Jesús no es huir de la vida cotidiana, sino vivirla de otra manera. Las actividades cotidianas —comer, trabajar, amar— pueden convertirse en espacios de atención plena si las abordamos con una conciencia despierta. Se trata de cultivar en la inmanencia una apertura a la trascendencia, de vivir cada momento como portador del potencial de eternidad.
La ruptura del tiempo: cuando la eternidad irrumpe en la historia
El segundo eje temático explora la naturaleza misma del acontecimiento anunciado por Jesús: «la venida del Hijo del Hombre». Esta expresión, cargada de resonancias bíblicas, designa la intervención definitiva de Dios en la historia, ese momento en que el tiempo será como recapitulado y juzgado.
La imagen del diluvio es particularmente esclarecedora. El diluvio, en la narrativa de Génesis, Esto representa una ruptura radical en el curso del mundo. De la noche a la mañana, todo cambia. Las certezas se desmoronan, los puntos de referencia desaparecen y los proyectos humanos se ven engullidos. Sin embargo, esta ruptura no fue sin preparación: Noé había construido el arca durante muchos años, visible para todos. Pero nadie había querido verla.
La venida del Hijo del Hombre tendrá esta misma estructura disruptiva. No encajará en la predecible continuidad de la historia. Caerá como un relámpago, revelando de repente lo oculto. Los dos hombres en el campo, las dos mujeres en el molino, vivían uno junto al otro, aparentemente idénticos. La venida del Señor revela su diferencia secreta.
Esta visión del tiempo es profundamente bíblica. Para la Biblia, el tiempo no es un fluir homogéneo e indiferente. Está marcado por el kairós, esos momentos decisivos en los que la eternidad toca lo temporal. La Encarnación fue uno de esos momentos. La Resurrección Otro vendría después. La Parusía será su cumplimiento. Pero entre estos grandes acontecimientos, cada momento puede convertirse en un kairós para quien vela.
El filósofo danés Søren Kierkegaard reflexionó bellamente sobre esta dimensión del tiempo cristiano. Para él, la fe es precisamente la capacidad de vivir el presente con toda la seriedad de la eternidad. No huir del tiempo hacia un más allá abstracto, sino abrazar el tiempo como el ámbito de la decisión. Cada momento está cargado de una alternativa: abrirse o cerrarse, acoger o rechazar, estar despierto o dormir.
La tradición ortodoxa habla de un "tiempo transfigurado". En la liturgia, particularmente en la Divina Liturgia, el tiempo cronológico se suspende. Los fieles entran en el tiempo de Dios, este "octavo día" que es a la vez un recuerdo de... La resurrección y anticipación de la Parusía. La liturgia no es una huida del tiempo, sino una transformación del tiempo, una iniciación a la vigilancia escatológica.
Para nosotros hoy, esto significa que el futuro no es simplemente lo que viene después del presente. El futuro de Dios puede surgir en cualquier momento, en cualquier circunstancia. Un encuentro, una lectura, una prueba, una alegría pueden convertirse en la ocasión para la venida del Señor. La vigilancia consiste en mantener esta conciencia abierta, esta disposición a dejarse sorprender por Dios.
Esto no significa vivir en constante ansiedad. La imagen del ladrón, aunque ataca, no debe confundirnos. Jesús no es un ladrón que viene a robar. Es el novio que llega al banquete de bodas, el amo que viene a recompensar a sus siervos fieles. La ruptura que trae es la de... alegría Que desborda nuestros cálculos, de amor que excede nuestros méritos. Velar es esperar esta alegría con confianza.
El arte de la vigilancia: una espiritualidad de atención amorosa
El tercer eje temático nos lleva al corazón del mandato de Jesús: «Por tanto, estad alerta». Este verbo, en griego gregoreo, significa literalmente «estar despierto», en contraposición a dormir. Designa un estado de conciencia activa, atención sostenida, presencia ante lo que sucede. Pero ¿qué tipo de vigilancia es exactamente?
Aclaremos primero qué no es. La vigilancia cristiana no es una ansiosa espera del cielo, buscando señales cósmicas. Tampoco es una obsesión por calcular el tiempo, buscando determinar la fecha del regreso de Cristo. La historia está plagada de las ruinas de tales predicciones, todas ellas refutadas. Jesús mismo afirma no saber ni el día ni la hora (Mt 24:36). Pretender saber lo que el Hijo desconoce sería una forma de orgullo espiritual.
La vigilancia no es una rigidez moral, un miedo constante al juicio. Algunas tradiciones espirituales han cultivado este miedo hasta la neurosis, produciendo cristianos aterrorizados en lugar de iluminados. Pero el amor expulsa el miedo, como nos recuerda San Juan.1 Juan 4, 18). Una vigilancia que no esté imbuida de confianza traicionaría el Evangelio.
Entonces, ¿qué nivel de vigilancia es necesario? Padres del desierto, Estos primeros monjes, que exploraron las profundidades de la vida espiritual, desarrollaron una práctica que llamaron nepsis, a menudo traducida como «sobriedad» o «vigilancia». Implica prestar atención al movimiento interior del alma, discernir pensamientos y deseos, y proteger el corazón. Esta vigilancia no se centra principalmente en el mundo exterior, sino en el yo interior. Consiste en permanecer presente ante Dios.
San Basilio de Cesarea explica que estar vigilante es «tener un alma que no duerme, que no sucumbe a las pasiones». La vigilancia es, por tanto, una cualidad del alma, un despertar interior que se expresa en acciones. Presupone trabajo personal, un ascetismo en el sentido positivo del término: no una mortificación mórbida, sino un entrenamiento en la libertad interior.
La tradición carmelita, con Santa Teresa de Ávila y santo Juan de la Cruz, Esta dimensión se ha explorado con mayor profundidad. Para ellos, la vigilancia es inseparable de la oración, esa oración silenciosa en la que el alma permanece atenta a Dios. En la oración, uno aprende a silenciar el parloteo interior, a calmar la agitación de los pensamientos, para estar disponible a la presencia divina. Esta práctica regular cultiva gradualmente una disposición permanente a la vigilancia.
Pero la vigilancia cristiana no es solo contemplativa. También es activa y comprometida. Estar vigilante es estar atento a los signos de los tiempos, a las llamadas del Evangelio en la historia. Es discernir dónde viene Cristo hoy: en el pobre, el forastero, el enfermo, el preso (Mt 25,31-46). La vigilancia escatológica conduce al compromiso ético.
Simone Weil, esta filósofa mística del siglo XX, habló de la atención como la forma más pura de oración. Estar atento a los demás, verdaderamente presente a su experiencia, es ya una forma de vigilancia espiritual. En un mundo de distracción generalizada, esta atención se convierte en un testimonio profético. Quienes están vigilantes ven lo que otros no ven, oyen lo que otros no oyen, porque no se dejan arrastrar por la marea de la insignificancia.
Vigilancia viva: de las esferas de la vida cotidiana a los horizontes de la eternidad
¿Cómo se traduce esta vigilancia evangélica en las diferentes dimensiones de nuestra existencia? Exploremos algunas esferas de la vida donde la llamada de Jesús puede encarnarse.
En el ámbito personal y espiritual, la vigilancia comienza estableciendo momentos regulares de reflexión. Esto puede manifestarse en la oración de la mañana, donde uno confía su día al Señor, consciente de que este podría ser el último o el primero de la eternidad. lectio divina, este lectura orante La Escritura es otro lugar privilegiado para la vigilancia: allí escuchamos la Palabra con la esperanza de que nos llegue hoy. El examen de conciencia vespertino nos permite revisar el día para discernir la presencia de Dios y las oportunidades perdidas.
En el ámbito de las relaciones y la familia, estar vigilantes significa estar verdaderamente presentes para quienes se nos confían. ¿Cuántas familias viven bajo el mismo techo sin conectar nunca de verdad? La vigilancia evangélica nos invita a cultivar la cualidad de la presencia: escuchar de verdad, ver de verdad, estar ahí de verdad. También nos insta a no posponer las palabras de amor, perdón y gratitud. Si el Señor viniera esta noche, ¿qué querríamos decirles a quienes amamos?
En el ámbito profesional y social, la vigilancia se manifiesta en el discernimiento ético. ¿Cómo puedo ejercer mi profesión como un servicio y no simplemente como una búsqueda de beneficios? ¿Cómo puedo estar atento a las injusticias que me rodean, a las personas vulnerables, a las situaciones que exigen una palabra o un gesto? El cristiano vigilante no se conforma con hacer bien su trabajo; está atento a las dimensiones más amplias de sus acciones, a su impacto en los demás y en la creación.
Dentro de la Iglesia, la vigilancia nos protege de la rutina religiosa. Participar en la Eucaristía con una profunda conciencia de que Cristo verdaderamente viene, ahora, bajo las apariencias de pan y vino. Recibir los sacramentos No como formalidades, sino como encuentros. Participar en la comunidad no por costumbre, sino por amor. La vigilancia eclesial también implica un sentido crítico: estar atentos a posibles abusos, contratestimonios y reformas necesarias.
En el ámbito cívico y político, la vigilancia cristiana despierta el sentido de responsabilidad por el bien común. Ante los grandes desafíos de nuestro tiempo —ecológicos, sociales y geopolíticos—, los creyentes no pueden refugiarse en una indiferencia espiritualizada. Estar vigilantes es también velar por la comunidad, por los más vulnerables y por la creación. Es discernir frente a ideologías y manipulaciones, y buscar la verdad y la justicia.
En todos estos ámbitos, la vigilancia no es un esfuerzo tenso, sino una disposición confiada. Surge de la certeza de que el Señor viene y de que su venida es una buena noticia. Se nutre de la esperanza que «no defrauda».Habitación 5, 5). Se expresa en caridad que es "la plenitud de la ley" (Habitación 13, 10).

Vigilancia a lo largo de los siglos de la Iglesia
La tradición cristiana, en su diversidad, ha reflexionado constantemente sobre el llamado a la vigilancia. Exploremos algunas voces significativas que enriquecen nuestra comprensión.
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia hicieron de la vigilancia un tema central de su predicación. San Juan Crisóstomo, al comentar nuestro pasaje, enfatiza el aspecto misericordioso de la incertidumbre. Si supiéramos el día de nuestra muerte, dice, viviríamos en la despreocupación, solo para convertirnos en el último momento. Desconocer el momento nos invita a una conversión constante, a una vigilancia que es verdaderamente una gracia.
San Gregorio Magno desarrolló una teología pastoral de la vigilancia. Para él, el pastor debe ser, ante todo, un centinela, atento a los peligros que amenazan al rebaño, a las necesidades de las almas y a los signos de los tiempos. Esta vigilancia pastoral no es ansiosa, sino amorosa. Surge de caridad del pastor por sus ovejas.
La tradición monástica ha hecho de la vigilia un elemento estructurante de la vida espiritual. El Oficio de Vigilias, celebrado durante la noche, encarna litúrgicamente la espera del Señor. Los monjes que se levantan a orar en la oscuridad dan testimonio de que la Iglesia vela mientras el mundo duerme. Esta vigilia monástica es como el corazón palpitante de la Iglesia; ahora, que la llama de la esperanza arda con fuerza.
Los místicos renanos de la Edad Media, en particular el Maestro Eckhart, exploraron la dimensión interior de la vigilancia. Para Eckhart, la vigilancia significa permanecer en lo profundo del alma, ese lugar secreto donde Dios nace continuamente. La vigilancia es una atención a este nacimiento perpetuo de la Palabra en nosotros. Requiere un desapego de las criaturas, no por desprecio, sino por amor a Aquel que está más allá de todas las cosas.
La Reforma Protestante, con Lutero y Calvino, enfatizó la dimensión escatológica de la fe. Para Lutero, el cristiano siempre vive *simul justus et peccator*, a la vez justificado y pecador, esperando la plena revelación de lo que ya es en Cristo. Esta tensión escatológica fundamenta una humilde vigilancia, basada no en los propios méritos, sino en la gracia de Dios.
El Consejo Vaticano En la constitución Gaudium et Spes, el papa Francisco renovó la reflexión sobre los signos de los tiempos. La Iglesia está llamada a escudriñar los acontecimientos históricos para discernir las inspiraciones del Espíritu. Esta vigilancia eclesial es colectiva, no meramente individual. Involucra a toda la comunidad de creyentes en una labor de discernimiento continuo.
EL papa El papa Francisco, en sus enseñanzas, vuelve con frecuencia a este tema. Denuncia la «globalización de la indiferencia» que adormece las conciencias y llama a una «Iglesia en salida», despierta a las periferias existenciales. Para él, la vigilancia es inseparable de... merced y atención a los pobres. No es una retirada tímida, sino una apertura audaz.
Estas diversas voces convergen en una intuición común: la vigilancia cristiana es tanto una gracia que debemos recibir como un esfuerzo que debemos realizar. Proviene del Espíritu Santo, que «todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1 Co 2,10) y nos hace exclamar «Maranatha»: «¡Ven, Señor!».»
Camino de meditación: siete pasos hacia una conciencia renovada
¿Cómo podemos entrar concretamente en esta vigilancia que nos propone el Evangelio? He aquí un camino de meditación en siete pasos, que se debe seguir lentamente, tomando tiempo para dejar que la Palabra actúe en nosotros.
Primer paso: detenerse. Antes que nada, debes detenerte. Busca un lugar tranquilo, apaga las pantallas, silencia el ruido. Esta pausa física ya es un primer acto de consciencia. Dice: «Me niego a dejarme llevar por la corriente. Elijo estar presente».»
Segundo paso: respiración consciente. Respira profundamente varias veces, aceptando el aire como un regalo. Esta respiración nos ancla en el presente, en nuestros cuerpos, en la realidad concreta del momento. También nos recuerda nuestra dependencia: cada respiración se recibe, no se conquista.
Tercer paso: lectura lenta. Lee el texto de Mateo 24:37-44 lentamente, en voz baja, saboreando cada palabra. Luego, léelo de nuevo. Deja que una frase, una imagen, una palabra se fije en tu mente. Lo que más te conmueve es a menudo donde Dios quiere hablarte.
Cuarto paso: imaginación. Entra en la escena que describe Jesús. Imagínate en el campo, en el molino, en las actividades cotidianas de tu vida. Imagina esta presencia potencial de Cristo, en cada momento. ¿Cómo cambia esto nuestra perspectiva sobre lo que hacemos?
Quinto paso: autoexamen. Pregúntate honestamente: ¿En qué aspectos me parezco a los contemporáneos de Noé? ¿Qué me absorbe hasta el punto de hacerme olvidar lo esencial? ¿Dónde está mi letargo espiritual? Esta introspección no me infunde culpa, sino que me da lucidez. Abre un espacio para la gracia.
Sexto paso: el deseo. Formulamos en nuestro interior nuestro deseo de vigilancia. «Señor, quiero velar. Quiero estar listo. Quiero darte la bienvenida cuando vengas». Este deseo, por frágil que sea, por muy teñido de duda que esté, ya es un comienzo de vigilancia. Dios mira el corazón.
Séptimo paso: compromiso. Elige una acción concreta para los próximos días. Podría ser un tiempo de oración diario, renovar la atención a alguien o dejar atrás un hábito agobiante. Este compromiso arraiga la meditación en la realidad y la prolonga en el tiempo.
Esta meditación puede repetirse regularmente, especialmente durante los momentos importantes del año litúrgico como Adviento. Poco a poco se va formando en nosotros esta disposición de vigilancia que llega a convertirse en una segunda naturaleza.

Desafíos contemporáneos: mantenerse alerta en la era de la distracción constante
Nuestra época presenta desafíos específicos para la vigilancia evangélica. Identificarlos con claridad es necesario para responder con sabiduría.
El primer desafío es la sobrecarga de información. Nos bombardean con datos, noticias y exigencias. Esta sobrecarga, paradójicamente, produce una especie de entumecimiento. Al saberlo todo, ya no percibimos nada realmente. La atención se vuelve superficial, fugaz, incapaz de concentrarse. ¿Cómo podemos estar alerta cuando nuestra capacidad de atención está erosionada?
La respuesta está en la higiene. digital Deliberado. Elegir momentos para desconectar, limitar el flujo de información, cultivar el silencio y la lentitud. Esto no es un rechazo a la modernidad, sino una condición para la supervivencia espiritual. Así como el cuerpo necesita dormir, el alma necesita descanso, estos espacios donde puede encontrarse con Dios.
El segundo desafío es el presentismo. Nuestra cultura tiende a absolutizar el momento presente, desligándolo de toda memoria y esperanza. Vivimos en la urgencia del ahora, sin profundidad histórica ni horizonte escatológico. Este presentismo es, paradójicamente, enemigo de la verdadera presencia en el presente, que presupone una conciencia del tiempo como don y tarea a la vez.
La respuesta cristiana es reintegrar el presente a una historia de salvación. El tiempo que vivimos no es un fragmento absurdo, sino un momento en la gran narrativa del amor de Dios por la humanidad. La liturgia, con su año marcado por fiestas y conmemoraciones, es una escuela para esta conciencia histórica. Nos enseña a vivir el tiempo como una peregrinación hacia el Encuentro.
El tercer desafío es el individualismo espiritual. Muchos viven su fe en soledad, sin comunidad, tradición ni guía. Esta soledad debilita la vigilancia. Nos volvemos fácilmente complacientes cuando no hay nadie que nos despierte. Las sectas y el extremismo a menudo prosperan en este caldo de cultivo del aislamiento.
La respuesta es redescubrir la dimensión comunitaria De fe. La vigilancia cristiana no es solo personal, sino también eclesial. Velamos juntos, nos animamos y nos corregimos fraternalmente. Las pequeñas comunidades, los grupos de intercambio y las fraternidades son espacios donde se puede ejercer esta vigilancia compartida.
El cuarto desafío es el del desencanto. Muchos contemporáneos, incluidos los cristianos, han dejado de creer verdaderamente en la venida del Señor. La Parusía les parece un mito arcaico, irrelevante para sus vidas. Este desencanto vacía la vigilancia de su sentido: ¿para qué velar si nada va a suceder?
La respuesta no es imponer una creencia, sino dar testimonio de una esperanza. El cristiano que vive en alegría El espíritu expectante, que afronta las pruebas con confianza y no se apega a las posesiones materiales, se convierte en una cuestión vital para sus contemporáneos. La vigilancia se transmite menos con palabras que con experiencias vividas.
Oración: Señor, concédenos la gracia de velar.
Esta oración se puede utilizar en un entorno personal o comunitario, particularmente durante el tiempo de Adviento.
Señor Dios, Padre de toda misericordia, enviaste a tu Hijo en nuestra carne para arrancarnos del sueño de la muerte y despertarnos a la luz de tu vida. Te damos gracias por esta primera venida que cambió la faz de la tierra y nos abrió las puertas de la eternidad.
Confesamos nuestro letargo ante ti. Como los contemporáneos de Noé, nos dejamos absorber por nuestros asuntos, comimos y bebimos sin pensar en ti, construimos y plantamos como si este mundo fuera nuestro último hogar. Olvidamos que vienes, que siempre vienes, que vendrás en gloria.
Despiértanos, Señor, de nuestro letargo. Que tu Espíritu Santo, ese Espíritu de vigilancia y oración, descienda sobre nosotros y more en nosotros. Que nos abra los ojos para ver las señales de tu presencia, agudice nuestros oídos para escuchar tu voz en el ruido del mundo y encienda nuestros corazones con el deseo de tu venida por encima de todo.
Concédenos, Señor, esa vigilancia que no es ansiedad sino confianza, que no es tensión sino apertura, que no es miedo al juicio sino anhelo de tu rostro. Haz de nuestra espera una alegría, de nuestra vigilia una celebración, de nuestra preparación una danza hacia ti.
Oramos por todos los que duermen, el sueño de la indiferencia o la desesperación. Que tu luz atraviese su oscuridad, que tu voz los llame por su nombre, que tu amor los saque de la nada en la que se hunden. Concédenos ser sus centinelas, testigos del amanecer.
Oramos por tu Iglesia, para que sea una comunidad entera de centinelas. Preservala de la mundanalidad que adormece, de la comodidad que adormece, de la rutina que aburre. Que camine hacia ti, con las lámparas encendidas, lista para el banquete de las bodas eternas.
¡Ven, Señor Jesús! Ven a nuestros corazones cada día, ven a tu Iglesia reunida, ven a este mundo que te espera sin saberlo. Y cuando vengas en gloria, encuéntranos de pie, despiertos, gozosos, siervos fieles a quienes el Maestro, a su regreso, encontrará velando.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Posible respuesta: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!

La silenciosa urgencia del Evangelio
Al final de este viaje, ¿qué hemos aprendido? Que el llamado de Jesús a velar no es una amenaza, sino una promesa; no es un mandato que genera ansiedad, sino una invitación a... alegría. La vigilancia evangélica transforma nuestra relación con el tiempo: hace de cada momento un kairos potencial, una oportunidad de encuentro con Aquel que viene.
Hemos visto que esta vigilancia no es principalmente un esfuerzo por alcanzar un futuro lejano, sino más bien una cualidad de presencia en el presente. Consiste en habitar nuestra vida cotidiana con una conciencia despierta, atenta a la presencia de Dios en los acontecimientos y las personas. Tiene sus raíces en la oración y se desarrolla en el compromiso de servir a los demás.
La tradición cristiana nos ofrece un tesoro de sabiduría para cultivar esta vigilancia. Padres del desierto Desde místicos modernos hasta monjes y laicos comprometidos, innumerables voces nos acompañan y nos animan. No velamos solos, sino en la Iglesia, sostenidos por la comunión de los santos.
Los desafíos de nuestro tiempo —sobrecarga de información, presentismo, individualismo, desencanto— no deberían desanimarnos, sino impulsarnos. Precisamente porque el mundo está dormido, el testimonio de quienes velan es tan valioso. Todo cristiano que vive en la gozosa espera del Señor es una luz en la oscuridad, un signo de esperanza para sus contemporáneos.
El llamado a la acción es simple y exigente: empieza hoy. No mañana, no a las 10. Adviento A continuación, no cuando tengamos más tiempo. Hoy, ahora, en este preciso instante. Porque quizás sea a esta hora que venga el Hijo del Hombre. Y queremos que nos encuentre despiertos, de pie, alegres, listos para recibirlo.
«Por tanto, también vosotros estad preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no esperáis. Esta no es una sentencia de condena, sino una declaración de amor. El Señor viene. Viene por nosotros. Todo lo demás —nuestras agendas apretadas, nuestros proyectos importantes, nuestras preocupaciones diarias— palidece ante esta radiante certeza.
¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!
Prácticas para la vigilancia diaria
- Establece un tiempo para la oración de la mañana, aunque sea breve, para confiar tu día al Señor y recordar que este día puede ser el día de su venida.
- Practique regularmente la autorreflexión vespertina para discernir dónde ha estado Dios y dónde lo hemos pasado por alto, refinando así nuestra conciencia espiritual.
- Elige momentos para desconectar digital voluntario para crear espacios de silencio donde pueda desarrollarse la vigilancia interior.
- Cultivar una presencia genuina en las relaciones escuchando verdaderamente, mirando verdaderamente y estando verdaderamente ahí para aquellos confiados a nuestro cuidado.
- Participar regularmente en la Eucaristía con la conciencia de que Cristo viene verdaderamente a nuestro encuentro bajo las especies del pan y del vino.
- Unirse o formar una pequeña comunidad de fe para compartir la vigilancia y animarnos unos a otros en la espera del Señor.
- Leer y meditar regularmente los textos escatológicos de la Escritura para alimentar la esperanza y mantener viva la conciencia de la venida del Señor.
Referencias
Fuentes primarias
- Evangelio según san Mateo, capítulos 24-25 (discurso escatológico)
- Libro del Génesis, capítulos 6-9 (narración del diluvio)
- Salmo 84 (un cántico de espera y anhelo por Dios)
- Primera Carta a los Tesalonicenses, Capítulo 5 (Exhortación a la vigilancia)
Fuentes secundarias
- Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, homilía 77 (comentario patrístico clásico)
- San Agustín, Confesiones, Libro X (meditación sobre el tiempo y la presencia de Dios)
- Romano Guardini, El Señor, Meditación sobre el discurso escatológico (reflexión teológica del siglo XX)
- Papa Francisco, Evangelii Gaudium, Capítulos sobre la mundanidad espiritual y la Iglesia en salida (magisterio contemporáneo)
- Hans Urs von Balthasar, Escatología, En El drama divino (gran síntesis teológica)


