Evangelio de Jesucristo según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «¿A quién puedo comparar esta generación? Son como niños sentados en las plazas, gritándose unos a otros: «Les tocamos la flauta, y no bailaron; entonamos un canto fúnebre, y no lloraron». Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y la gente dice: «Tiene un demonio». Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y la gente dice: «¡Mírenlo! ¡Un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!». Pero la sabiduría se justifica por sus obras».»
Cuando Dios habla y nadie escucha: la parábola de los niños caprichosos
¿Cómo podemos reconocer la voz de Dios cuando nuestros prejuicios nos hacen sordos a toda forma de su presencia?.
Esta es una escena que todos conocemos. Niños que se niegan a jugar, sin importar el juego que se les ofrezca. Jesús usa esta imagen cotidiana para denunciar la inconsistencia espiritual de sus contemporáneos. Ni la austeridad de Juan el Bautista ni la cordialidad del Hijo del Hombre encuentran favor a sus ojos. Este pasaje de Mateo 11 Nos interpela sobre nuestra propia capacidad de acoger las llamadas de Dios, incluso cuando perturban nuestras expectativas.
En este artículo, exploraremos En primer lugar, el contexto histórico y literario de este controvertido pasaje (Mateo 11, (págs. 16-19), analizaremos la dinámica del doble rechazo que Jesús denuncia. Desarrollaremos tres temas teológicos principales: la resistencia espiritual a través del prejuicio, la diversidad de los caminos de Dios y la justificación por sus frutos. Finalmente, exploraremos las implicaciones concretas para nuestra vida espiritual, ofreceremos una meditación práctica y abordaremos los desafíos actuales del discernimiento en un mundo pluralista.
El contexto de un enfrentamiento: Jesús ante las críticas de su tiempo
Este pasaje ocurre en un momento crucial del ministerio de Jesús. Juan el Bautista, encarcelado por Herodes Antipas, acaba de enviar a sus discípulos a preguntarle a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir?". La respuesta de Jesús consiste en enumerar las señales mesiánicas realizadas (los ciegos que ven, los cojos que caminan, los leprosos que son sanados), y luego rinde un vibrante homenaje al Bautista: "Entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie mayor que... Juan el Bautista. »
Pero el ambiente cambia abruptamente. Tras alabar a Juan, Jesús se dirige a la multitud y presenta nuestro pasaje: "¿A qué compararé esta generación?". El tono se vuelve acusatorio. Mateo sitúa este discurso en una secuencia donde Jesús expresa su creciente frustración ante la incredulidad. Inmediatamente después de nuestro pasaje, desatará sus aflicciones sobre las ciudades impenitentes (Corazín, Betsaida, Capernaúm) que se negaron a convertirse a pesar de sus milagros.
El evangelista escribe para una comunidad judeocristiana que experimenta rechazo. Alrededor del 80-85 d. C., los discípulos de Jesús se encontraron con la incomprensión de sus compatriotas judíos, quienes no reconocían al Mesías. Mateo conserva esta frase de Jesús porque arroja luz sobre el enigma de este rechazo: ¿cómo es que Dios habla y tanta gente no escucha?
La estructura literaria del pasaje es notable. Primero, una parábola introductoria (los niños en la plaza del mercado); luego, dos ejemplos concretos (Juan y Jesús); finalmente, una frase de sabiduría ("la sabiduría de Dios ha sido hallada justa"). Esta estructura tríptico imita el enfoque pedagógico de Jesús: imagen, aplicación, principio teológico.
El vocabulario elegido revela una intención polémica. El término "generación" (genea) en el Evangelio de Mateo suele referirse a una generación perversa y adúltera (Mt 12:39, 45; 16:4; 17:17). Los "niños" (paidiois) evocan inmadurez, no inocencia. "Desafiar" (prosphonousi) sugiere burla estridente. Todo el léxico crea una atmósfera de disputa estéril.
Mateo especifica que Jesús "declaró a las multitudes" (tais ochlois). Para este evangelista, las multitudes representan un grupo indeciso, ni abiertamente hostil ni verdaderamente comprometido. Siguen a Jesús por curiosidad, pero se resisten a las exigencias del Reino. Nuestro pasaje, por lo tanto, se dirige a estas personas indecisas que siempre encuentran una razón para no comprometerse.
La anatomía de un rechazo: cuando las objeciones enmascaran un corazón cerrado
La parábola de los niños rebeldes actúa como un espejo ante la multitud. Jesús compara a sus oyentes con niños sentados en la plaza del mercado, un lugar emblemático de la vida pública en... Oriente Medio Antiguo. Estos niños juegan a imitar las grandes ocasiones de la vida comunitaria: bodas alegres y funerales tristes. Pero sus amigos se niegan a participar, ni en los bailes ni en las lamentaciones.
La imagen impacta por su absurdo. ¿Niños que se niegan a jugar? Esto contradice la naturaleza misma de la infancia. El rechazo no se refiere a un juego en particular, sino al juego en sí. Independientemente de lo que se sugiera, la respuesta siempre es no. Es esta incoherencia fundamental la que denuncia Jesús.
El contexto histórico se presenta de inmediato. Juan el Bautista encarna al profeta ascético. Vive en el desierto, viste una túnica de pelo de camello y se alimenta de langostas y miel silvestre. Su mensaje es sombrío: «¡Generación de víboras! ¿Quién les advirtió que huyeran de la ira venidera?». No come ni bebe vino. ¿La reacción de las autoridades religiosas? «¡Está poseído!». Un daimonion echei, que literalmente significa «tiene un demonio».
Luego vino Jesús, el Hijo del Hombre. No rehuyó la vida social. Aceptaba invitaciones a cenar, frecuentaba a los recaudadores de impuestos y se dejaba acercar por... los pescadores Notorio. Bebe vino (¡su primer milagro en Caná!) y comparte comidas festivas. ¿Y la reacción? «Aquí hay un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores». La acusación es doble: moral (glotonería) y religiosa (asociaciones impuras).
Jesús pone así de relieve un formidable mecanismo psicológico: la mala fe. Las críticas no se basan en errores objetivos, sino en pretextos. Si Juan ayuna, es demasiado extremista; si Jesús festeja, es demasiado laxo. La austeridad es sospechosa, la jovialidad, escandalosa. Ante dos caminos opuestos, las objeciones siguen teniendo la misma función: justificar la negativa a aceptar el mensaje de Dios.
Esta dinámica revela que el problema no reside en el mensajero, sino en el receptor. Los fariseos y los escribas no buscan realmente discernir la voluntad divina; buscan mantener intacto su sistema religioso, preservar sus privilegios y reforzar sus certezas. Cualquier novedad, sea cual sea su forma, resulta inquietante.
La última frase arroja luz esencial sobre esto: «Pero la sabiduría fue reivindicada por lo que hizo». El griego usa el verbo dikaioō (justificar) y el sustantivo erga (obras). La sabiduría divina —encarnada aquí por Juan y Jesús— se justifica por sus frutos concretos, no por la conformidad con las expectativas humanas. Los ciegos ven, los cojos andan, los pescadores Convertir: esa es la verdadera validación.
Esta inversión es crucial. Jesús cambia el criterio de evaluación del estilo a la eficacia, de la apariencia a la sustancia, de la propiedad a los resultados. Poco importa si el profeta ayuna o festeja, siempre que la palabra de Dios dé fruto. Esta es una revolución hermenéutica que libera a Dios de nuestros marcos preconcebidos.
El prejuicio como barrera a la gracia
Nuestros prejuicios actúan como filtros que distorsionan nuestra percepción de la realidad. Son los lentes opacos a través de los cuales vemos el mundo, incapaces de ver lo que no encaja en nuestros marcos mentales preconcebidos. En el ámbito espiritual, esta ceguera se vuelve trágica porque nos impide reconocer a Dios cuando se nos revela.
Los fariseos de la época de Jesús habían construido una teología precisa del Mesías esperado. Él sería un rey davídico, un libertador político, un guerrero victorioso que expulsaría a los romanos. Su marco era tan rígido que les impedía ver la novedad radical de Jesús. ¿Un Mesías crucificado? Imposible; era una contradicción teológica. Pablo escribiría más tarde: «Cosa de tropiezo para los judíos y locura para los gentiles» (1 Corintios 1:23).
Pero los prejuicios teológicos no son dominio exclusivo de los fariseos. Cada era cristiana tiene sus puntos ciegos. En la Edad Media, los teólogos luchaban por concebir que Dios pudiera hablar más allá de la escolástica aristotélica. En la era moderna, algunos católicos no podían imaginar que el Espíritu obrara en los movimientos de la Reforma Protestante. Hoy, tenemos nuestros propios filtros: sociológicos, ideológicos y culturales.
Tomemos un ejemplo contemporáneo. Imaginemos una comunidad parroquial profundamente apegada a la liturgia tradicional, al silencio contemplativo, a la estética de lo sagrado. Llega un nuevo sacerdote que introduce himnos rítmicos, enfatiza la socialización después de la misa y se centra en una cálida bienvenida. Las reacciones son rápidas: "¡Ya no es sagrado!", "¡Es como un concierto!", "¡Se está devaluando la liturgia!". Pero si los jóvenes regresan, si las familias distantes se reencuentran, si caridad La flor de hormigón florece, ¿no es eso una señal de que el Espíritu está actuando?
Por el contrario, una parroquia altamente carismática puede rechazar a un sacerdote contemplativo que insiste en la adoración silenciosa y la lectio divina. ¡No pasa nada!, ¿dónde está el fervor?, ¡nos aburrimos! Sin embargo, si los fieles descubren la profundidad de la oración, si la Palabra de Dios arraiga, si la vida interior se profundiza, ¿no está obrando el Espíritu?
La tragedia es que a menudo confundimos nuestras preferencias espirituales con la voluntad de Dios. Absolutizamos nuestras sensibilidades religiosas como si fueran las únicas legítimas. Los contempladores desprecian a los activos, los socialmente comprometidos juzgan a los místicos etéreos, los tradicionalistas denuncian a los progresistas, y viceversa. Todos creen poseer el camino "verdadero" y descartan a los demás.
Esta actitud delata una falta de fe en la creatividad divina. Dios es tan grande que puede recorrer muchos caminos. Habla en el silencio de un monasterio y en el bullicio de un comedor social. Se manifiesta en la belleza del canto gregoriano y en la espontaneidad de la música gospel. Conmueve a través del estudio teológico y del sencillo testimonio de un converso. Reducir a Dios a nuestra propia experiencia es crear un ídolo a nuestra imagen.
Los prejuicios también nos protegen de la conversión. Aceptar que Dios habla de forma diferente a la que esperábamos significa reconocer que tal vez nos hayamos equivocado, que debemos ampliar nuestros horizontes, salir de nuestra zona de confort. Esto es exigente. Es más fácil desacreditar al mensajero que cuestionar las propias certezas. Los niños de la parábola se niegan a bailar o lamentarse porque eso los obligaría a salir de sí mismos, a entrar en un movimiento que los trasciende.
San Agustín, En sus Confesiones relata cómo sus prejuicios filosóficos le impidieron acoger fe Cristiano. Encontró las Escrituras indignas de una mente cultivada, el estilo burdo, las historias ingenuas. Fue solo al escuchar Ambrosio de Milán Explicó el significado espiritual de los textos, descubriendo su profundidad. Sus prejuicios estéticos enmascararon su resistencia existencial: aceptar a Cristo significaba renunciar a su ambición, a su relación, a su vida cómoda.
La liberación comienza con’humildad intelectual y espiritual. Reconocer que no poseemos toda la verdad, que podemos equivocarnos, que Dios es más grande que nuestras categorías. Esto humildad Esto no es relativismo; no todas las posiciones son iguales. Pero sí implica una apertura crítica: examinar honestamente si nuestras objeciones se refieren al fondo o a la forma, si nuestro rechazo se deriva de... discernimiento espiritual o simplemente prejuicio.
La pluralidad de caminos como pedagogía divina
Si Dios envió tanto a Juan el Bautista como a Jesús, es porque reconoce la diversidad de temperamentos humanos y necesidades espirituales. Algunas personas necesitan rigor profético, ayuno, desierto y penitencia radical para convertirse. Otras prosperan más en merced gratis, alegría Cercanía fraterna y compartida. Dios no favorece un solo modelo, sino que adapta su pedagogía a cada alma.
Esta diversidad no es una concesión a la debilidad humana, sino una riqueza querida por Dios. Pablo lo expresará magníficamente en su metáfora del cuerpo: «Hay diferentes tipos de dones espirituales, pero el mismo Espíritu los distribuye. Hay diferentes tipos de servicio, pero el mismo Señor. Hay diferentes tipos de obrar, pero en todos y en cada uno es el mismo Dios quien obra».1 Corintios 12,4-6). Cada miembro tiene su función y todos son necesarios.
La historia de la espiritualidad cristiana ilustra esta pluralidad. Los primeros eremitas del desierto egipcio (siglos III-IV) encarnaron el camino ascético: soledad, silencio, lucha espiritual y privaciones extremas. Antonio el Grande pasó veinte años solo en una tumba abandonada. Pacomio fundó comunidades cenobíticas donde todo estaba regulado, desde el amanecer hasta el anochecer. Estos monjes atrajeron a miles de discípulos que buscaban el radicalismo.
Pero simultáneamente, la Iglesia estaba desarrollando otros modelos. Basilio de Cesarea favorecía un vida monástica integrado en la ciudad, en servicio a los pobres. Creó hospicios, orfanatos y otras estructuras para caridad. Para él, lo real santidad No huye del mundo, sino que lo transfigura mediante el amor concreto. Su monasterio se asemeja más a una empresa social que a un desierto solitario.
En la Edad Media, esta diversidad se intensificó. Los benedictinos ofrecían una espiritualidad equilibrada: ora et labora, oración litúrgica y trabajo manual, estabilidad y hospitalidad. Los cistercienses radicalizaron la austeridad con su retorno a las prácticas contemplativas. Los franciscanos eligieron pobreza Vida evangélica alegre e itinerante. Los dominicos se dedican a la predicación y al estudio teológico. Cada familia espiritual responde a una necesidad de la Iglesia y atrae a diferentes temperamentos.
En los tiempos modernos, las fundaciones se multiplicaron: misioneros y educadores jesuitas, carmelitas contemplativas, profesores salesianos, vicentinos... servicio a los pobres, Hermanitas de los Pobres, cuidando a los ancianos. Cada carisma expresa una faceta del misterio de Cristo. Jesús es a la vez el contemplativo que pasa las noches en oración, el maestro que predica en la montaña, el hacedor de milagros que sana. los enfermos, el amigo que comparte la comida de los pecadores.
Esta pluralidad plantea una pregunta teológica: ¿por qué Dios no revela un camino único, claro e indiscutible? ¿No sería más sencillo? La respuesta reside en la naturaleza misma del amor divino. Dios no quiere clones espirituales, sino individuos libres que respondan a su llamado según su irreductible singularidad. Respeta infinitamente la diversidad de sus criaturas.
Además, la diversidad de caminos impide la absolutización de un modelo único. Si la austeridad de Juan el Bautista era el único camino legítimo, cristianismo Se convertiría en una rigidez abrumadora. Si la amabilidad de Jesús fuera el único enfoque válido, se correría el riesgo de caer en la laxitud. La tensión entre los dos polos mantiene el equilibrio: exigencia y misericordia, justicia y ternura, conversión y consuelo.
En la práctica, esto significa que no existe una solución universal en cuanto a espiritualidad. Un joven adulto rebosante de energía podría encontrar su camino en el trabajo misionero con jóvenes desfavorecidos. Una madre agotada por la vida diaria podría encontrar la gracia en cinco minutos de oración silenciosa ante el sagrario. Un intelectual podría encontrar alimento en... lectio divina y teología patrística. Un artista alabará a Dios a través de la belleza creada.
La Iglesia siempre se ha resistido a los intentos de reducción uniforme. Cuando ciertos movimientos medievales (cátaros, rigoristas valdenses) intentaron imponer una pobreza absoluto para todos cristianos, Roma defendió la legitimidad de la vida cristiana en el mundo. Cuando los quietistas promovieron el desapego pasivo como la única verdadera... santidad, La Iglesia ha reafirmado el valor de la acción y el compromiso. El Magisterio protege la diversidad contra el totalitarismo espiritual.
Esta comprensión transforma nuestra relación con otros creyentes. En lugar de juzgar a quienes no oran como nosotros, podemos reconocer otra expresión legítima de fe. La persona contemplativa no es mejor que la persona socialmente comprometida, ni viceversa. Cada uno responde a su propia vocación. La comunión eclesial no nace de la uniformidad, sino de la unidad en la diversidad, como una orquesta donde cada instrumento interpreta su parte para formar una sinfonía.
La justificación por los frutos, criterio último del discernimiento
«La sabiduría de Dios ha sido demostrada por lo que ella ha hecho.» Esta declaración de Jesús establece un principio fundamental de discernimiento espiritual Es por sus frutos que se reconoce al árbol. No por las apariencias, declaraciones de intenciones ni formas externas, sino por resultados concretos, transformaciones efectivas, obras de vida.
Jesús mismo ya había formulado este criterio en el Sermón del Monte: «Cuídense de los falsos profetas, que vienen a ustedes con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol podrido da frutos malos».Monte 7,15-17).
Pero ¿cuáles son estos frutos que autentican la presencia de Dios? Pablo los enumera en la carta a los Gálatas: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, amabilidad, lealtad, dulzura Y autocontrol »(Gálatas 5:22-23). Estos frutos son relacionales e internos. Transforman el corazón y se manifiestan en conductas.
Apliquemos esto a Juan el Bautista y a Jesús. A pesar de las críticas, sus ministerios dieron frutos innegables. Juan bautizó multitudes en el Jordán, desencadenó un movimiento nacional de arrepentimiento y preparó el camino para el Mesías. Incluso Jesús reconoció su inmensa estatura profética. Su ascetismo extremo fue irrelevante: los corazones se convirtieron, las conciencias se despertaron y el pueblo se preparó para recibir el Reino.
Jesús, por su parte, multiplica las señales de la presencia salvadora de Dios. Los ciegos recuperan la vista, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios y los paralíticos caminan. Pero aún más: los pescadores Se convierten. Zaqueo, el recaudador de impuestos colaborador, promete devolver cuatro veces lo robado. La mujer adúltera se va sin ser condenada, pero con la exhortación: «Vete, y de ahora en adelante no peques más». Los frutos de la conversión abundan.
El criterio de los frutos libera el discernimiento de dos trampas simétricas. Por un lado, el formalismo juzga todo basándose en la aparente ortodoxia de las formas externas. Un sacerdote puede celebrar la misa con perfecta precisión en la rúbrica mientras desprecia a sus feligreses y vive en la soberbia. Por el contrario, alguien puede improvisar una liturgia que no sea del todo convencional, pero que irradie autenticidad. caridad. ¿Dónde está la verdadera adoración que agrada a Dios?
Por otro lado, está el sentimentalismo, que se conforma con emociones pasajeras. Uno puede llorar de emoción durante una celebración, sentirse "tocado por Dios", sin que esto cambie nada en su vida diaria. Los verdaderos frutos no son emociones místicas, sino transformaciones duraderas: más paciencia con el cónyuge, más generosidad hacia los demás. los pobres, más verdad en sus palabras, más perdón hacia los ofensores.
La historia de la Iglesia ofrece ejemplos edificantes de este discernimiento por los frutos. En el siglo XIII, François Asís perturba profundamente la clero por su pobreza predicación radical e itinerante. Muchos lo sospechan de herejía. Pero el papa Inocencio III, un hombre prudente, observó los resultados: miles de jóvenes se convirtieron, paz se extiende por ciudades devastadas por la guerra, alegría El movimiento evangélico brilla con fuerza. Aprueba la Regla Franciscana. Los resultados han sido más elocuentes que las sospechas.
En el siglo XVI, Ignacio de Loyola Fue sometido a múltiples interrogatorios por la Inquisición Española. Su método de Ejercicios Espirituales, su énfasis en el discernimiento personal y su rechazo al hábito monástico tradicional preocuparon a las autoridades. Pero sus discípulos convirtieron a miles de personas, fundaron universidades que se convirtieron en faros intelectuales y evangelizaron a la comunidad. Japón y Latinoamérica. Finalmente, la Iglesia aprobó y alentó a la Compañía de Jesús. Los frutos habían superado los prejuicios.
Por el contrario, algunos movimientos inicialmente prometedores resultan tóxicos al examinar sus resultados. Las comunidades carismáticas florecen con entusiasmo, atrayendo a jóvenes fervientes y multiplicando las curaciones y las conversiones. Luego, gradualmente, se descubren prácticas sectarias: control psicológico por parte de los fundadores, abuso espiritual, manipulación de conciencias y exclusión de quienes dudan. Los frutos resultan amargos: divisiones, trauma y apostasía. El árbol estaba podrido a pesar de su hermosa apariencia.
El criterio de la fruta requiere tiempo y paciencia. No juzgamos a un árbol por sus brotes primaverales, sino por su cosecha otoñal. Un movimiento espiritual puede despertar un entusiasmo inicial que se desvanece rápidamente. Otras iniciativas pueden parecer tímidas al principio, pero dan frutos duraderos a largo plazo. Solo una perspectiva a largo plazo permite un verdadero discernimiento.
Este criterio evangélico también resuena con la sabiduría universal. El budismo enseña que el valor de una práctica se mide por la paz que aporta y por compasión que desarrolla. El judaísmo talmúdico insiste: «No es el estudio lo que cuenta, sino la práctica». Todas las grandes tradiciones espirituales convergen en esta sabiduría: el árbol se juzga por sus frutos, no por sus pronunciamientos.

Vivir la apertura espiritual en la vida cotidiana
¿Cómo podemos aplicar esta lección del Evangelio a nuestra vida cotidiana? El llamado a la apertura espiritual se manifiesta en diversas esferas de nuestra existencia, cada una de las cuales ofrece oportunidades concretas de crecimiento.
En la vida de oración personal, Aceptemos que nuestra relación con Dios evoluciona y cambia de forma. Quizás hemos orado durante mucho tiempo con fórmulas aprendidas, y ahora estas palabras nos suenan huecas. En lugar de forzarnos o sentirnos culpables, atrevámonos a explorar otros caminos: la oración en silencio, la contemplación de la naturaleza, la meditación en iconos, la escucha de cánticos espirituales. Dios nos espera en estas nuevas formas, como en las antiguas. No se ofende si cambiamos nuestro enfoque; se alegra de que lo busquemos con sinceridad.
En la vida familiar, Reconocer que cada miembro puede vivir su fe de manera diferente. Un cónyuge puede necesitar la Misa diaria mientras que el otro se nutre más de la lectio divina Semanalmente. Un adolescente se siente llamado a servir en una organización benéfica en lugar de participar en el grupo de oración familiar. En lugar de imponer un modelo único, celebremos la diversidad de vocaciones bajo el mismo techo. La unidad familiar no requiere uniformidad espiritual, sino respeto y apoyo mutuos.
En la vida parroquial, Resista la tentación de pensar que "antes todo era mejor" o que "todo debe modernizarse". Acoja tanto a quienes se nutren del canto gregoriano como a quienes se conmueven con los himnos contemporáneos. Ofrezca cursos Alpha para quienes buscan a Dios, junto con grupos de lectio divina para contemplativos. Cree espacios para la interacción social y la adoración al Santísimo Sacramento. Una parroquia vibrante es como un banquete donde todos encuentran su pan espiritual, no un restaurante donde todos comen lo mismo.
En nuestras relaciones con los no creyentes, Abandonemos los juicios precipitados. Alguien dice no creer en Dios, pero dedica su vida a servir a las personas sin hogar. Otro asiste a la iglesia todos los domingos, pero explota a sus empleados. ¿Quién está más cerca del Reino? Jesús escandalizó a los líderes religiosos al decir: «Los publicanos y las prostitutas se les adelantan en el reino de Dios» (Mateo 21:31). Los frutos importan más que las etiquetas.
En comparación con otras denominaciones cristianas, Para superar los reflejos excluyentes. ¿Acaso un protestante que lee la Biblia a diario y vive una vida misionera ejemplar da menos fruto que un católico que solo practica sociológicamente? Un cristiano ortodoxo que reza... rosario ¿Y no es el ayuno riguroso una comunión espiritual con nosotros a pesar de las divisiones institucionales? Reconociendo la acción del Espíritu dondequiera que se manifiesten los frutos del Evangelio, mientras se desea ardientemente la unidad visible.
En nuestras elecciones de vida profesional y social, Atrévete a tomar caminos inusuales si allí se encuentran los frutos del Espíritu. ¿Por qué un cristiano no podría servir a Dios como enfermero nocturno, actor, cocinero o jardinero? Si estas profesiones dan frutos de amor, servicio, belleza o vida, ¿no son vocaciones legítimas? Dejemos de valorar solo las "profesiones de la Iglesia" y reconozcamos... santidad posible en cualquier actividad realizada con conciencia y amor.
En la práctica, planteémonos estas preguntas con regularidad: ¿Dejo que mis preferencias espirituales se conviertan en prejuicios contra otras formas de fe? ¿Tiendo a criticar a quienes no rezan como yo, no participan en las mismas obras o expresan su fe de forma diferente? Cuando encuentro algo nuevo en la Iglesia, ¿mi primera reacción es buscar los frutos o condenar la forma?
El ejercicio del discernimiento se convierte entonces en una práctica diaria. Ante cada realidad eclesial que me perturba, me detengo y me pregunto: "¿Qué frutos da esto?". Si los frutos son buenos —más amor, alegría, paz, conversiones sinceras—, entonces quizás mi incomodidad revele mis propias limitaciones más que un error objetivo. Si los frutos son malos —división, orgullo, mentiras, sufrimiento—, entonces mi crítica está justificada y debo expresarla con caridad pero firmeza.
Las raíces patrísticas y el alcance teológico del discernimiento
Los Padres de la Iglesia reflexionaron profundamente sobre esta cuestión del doble rechazo y de la discernimiento espiritual. Juan Crisóstomo, en sus homilías sobre Mateo, enfatiza lo absurdo del comportamiento denunciado por Jesús: «Acusan a Juan de tener un demonio porque ayuna, y acusan a Cristo de glotonería porque no ayuna. ¿Ves su malicia? No buscan la verdad, sino un pretexto para rechazarla».»
Crisóstomo insiste en que esta actitud revela una enfermedad espiritual: un endurecimiento del corazón. «Cuando alguien se niega rotundamente a creer, siempre encuentra objeciones. Pero quienes buscan sinceramente la verdad reconocen la luz sin importar la lámpara que la lleve». Para el Patriarca de Constantinopla, el problema no es intelectual, sino moral. Los fariseos han cerrado voluntariamente sus corazones.
Agustín de Hipona, en sus sermones, desarrolla la noción de «sabiduría justificada por sus hijos». Entiende que los «hijos» de la sabiduría incluyen a los santos, los profetas y a todos aquellos que han dado fruto. «Juan y Jesús son hijos de la sabiduría divina. A través de sus obras diferentes pero convergentes, manifiestan la misma verdad: Dios salva». Agustín ve en esta diversidad una pedagogía divina que adapta el mensaje a la diversidad de las almas.
Santo Tomás de Aquino, al comentar este pasaje en su Catena Aurea (Cadena de Oro de los Comentarios Patrísticos), destaca un principio de discernimiento teológico: «La verdad divina no está sujeta a una sola expresión. Se manifiesta de múltiples maneras según los tiempos, los lugares y las personas. Lo que importa no es la uniformidad de los medios, sino la unidad del fin: conducir las almas a Dios».»
Esta teología de la diversidad de caminos se arraiga en la doctrina de la Providencia. Dios, en su infinita sabiduría, ordena todas las cosas hacia el bien, pero lo hace respetando las causas secundarias y la libertad humana. No manipula los acontecimientos como un titiritero, sino que los guía con una sutileza que deja intacta la contingencia creada. De igual modo, no impone un único camino espiritual, sino que fomenta una multiplicidad de vocaciones que convergen hacia lo único necesario.
La tradición mística profundiza esta intuición. Juan de la Cruz Distingue entre «noches de los sentidos» y «noches del espíritu», mostrando que Dios purifica cada alma según un camino único. Teresa de Ávila, En El Castillo Interior, describe siete viviendas sucesivas pero especifica que «Dios no conduce a todas las almas por el mismo camino». Ignacio de Loyola Desarrolla todo un arte de discernimiento de los espíritus basado en la observación de los movimientos internos y sus frutos.
Teológicamente, este pasaje de Mateo 11 Esto plantea la cuestión de reconocer la revelación. ¿Cómo sabemos que Dios habla? Karl Rahner, en su antropología teológica, habla de una «apertura trascendental» del ser humano al Absoluto. Cada persona lleva en su interior un anhelo infinito que solo Dios puede colmar. Pero este anhelo se manifiesta de maneras infinitamente diversas. Algunos lo experimentan como una sed mística, otros como un hambre de justicia y otros como una necesidad de sentido. Dios responde a este anhelo multifacético con una revelación que es en sí misma plural.
En su teología de la belleza, Hans Urs von Balthasar añade que la gloria de Dios se manifiesta en la «forma» (Gestalt) que adopta la revelación. Pero esta forma nunca puede reducirse a una sola expresión. Cristo mismo presenta múltiples rostros en los Evangelios: hacedor de milagros en Marcos, maestro en Mateo, amigo de pecadores en Lucas y Verbo Encarnado en Juan. Cada evangelista ofrece una «forma» diferente de la misma revelación cristiana. Pretender reducir a Cristo a una sola de estas formas sería empobrecer el misterio.
En la eclesiología contemporánea, esta diversidad se refleja en la noción de "diversidad legítima" defendida por Vaticano II. El decreto Unitatis Redintegratio reconoce la "legítima variedad" de tradiciones litúrgicas y teológicas dentro de la Iglesia. Lumen Gentium celebra la diversidad de carismas y ministerios. El Concilio rechaza la uniformidad y valora la riqueza de la catolicidad —en el sentido etimológico de universalidad—, que abarca todas las culturas, todas las sensibilidades y todos los temperamentos.
Este significado teológico transforma nuestra comprensión de la Iglesia misma. La Iglesia no es un club de uniformes espirituales, sino el cuerpo místico de Cristo, donde cada miembro tiene su función específica. No es un ejército donde todos marchan al unísono, sino una familia donde cada persona aporta su contribución única. No es un molde que moldea a todos, sino una matriz que da origen a santos infinitamente diversos.
Una meditación práctica en tres movimientos.
Para interiorizar esta Palabra y permitir que transforme nuestra perspectiva, sugerimos un ejercicio meditativo estructurado en tres partes. Puede practicarse durante unos quince minutos, en un lugar tranquilo, al principio o al final del día.
Primer paso: reconocer mis cierres. Sentado cómodamente, respiro con calma por unos instantes. Luego releo lentamente el pasaje del Evangelio, dejando que la pregunta de Jesús resuene en mí: "¿A quién compararé esta generación?". Me pregunto honestamente: En mi vida espiritual, ¿cuáles son las "flautas" que me niego a bailar? ¿Qué invitaciones de Dios he rechazado porque no encajaban con mis ideas preconcebidas? Anoto estas resistencias mentalmente o por escrito, sin juzgarlas, pero con claridad.
Quizás rechacé una invitación a un grupo de oración porque "no es mi estilo". Quizás ignoré una llamada a participar en obras de caridad porque "prefiero la contemplación". Quizás critiqué una nueva forma litúrgica sin siquiera experimentarla. Dejo que estos recuerdos, estas resistencias, afloren, pidiéndole al Espíritu que me ilumine sobre mi propio endurecimiento del corazón.
Segundo movimiento: abrazar la diversidad divina. Ahora medito en la frase: «Juan vino, pero no comía ni bebía… Vino el Hijo del Hombre, comió y bebió». Contemplo esta diversidad querida por Dios. Imagino a Juan en el desierto, austero, profético, su voz poderosa llamando a la conversión. Luego imagino a Jesús en la mesa con Zaqueo, compartiendo pan y vino, quizás riendo, creando una alegre comunión.
Me doy cuenta de que estas dos actitudes opuestas provienen del mismo Padre, expresan el mismo amor y persiguen el mismo objetivo. Me pregunto: En mi vida, ¿a qué "Juan el Bautista" debo reconocer? ¿A qué "Jesús" debo acoger? Quizás necesito austeridad en algunos aspectos (disciplina de la oración, ayuno, silencio) y convivencia en otros (compartir con... los pobres, (Alegría comunitaria, celebraciones). Dejé que Dios me mostrara el equilibrio necesario para mi crecimiento.
Tercer movimiento: abrirse a los frutos. Concluyo hablando de los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. Le pregunto al Señor: «En mi vida diaria, ¿qué fruto quieres ver crecer más plenamente?». Quizás necesito más paciencia en mis relaciones familiares. Quizás me falta gozo en mi compromiso cristiano, que se ha vuelto pesado y doloroso. Quizás necesito cultivar más amabilidad al juzgar a los demás.
Luego formulo una intención sencilla y concreta para la semana que viene. Por ejemplo: «Esta semana, cuando vea una expresión de fe diferente a la mía, en lugar de criticar, buscaré el fruto del Espíritu que produce». O: «Esta semana, experimentaré una nueva forma de orar por mí mismo, con el corazón abierto». Encomiendo esta intención a Dios en una oración espontánea.
Esta meditación puede convertirse en una cita regular, un ejercicio de discernimiento y apertura que suavice gradualmente nuestras rigideces espirituales y amplíe nuestra capacidad de recibir la gracia multifacética de Dios.
Frente a los desafíos actuales: pluralismo y discernimiento
Nuestra era presenta a los creyentes desafíos sin precedentes en términos de discernimiento espiritual. El pluralismo religioso y espiritual ha alcanzado una intensidad sin precedentes. En nuestras ciudades occidentales coexisten el catolicismo, el protestantismo y la ortodoxia., islam, Budismo, hinduismo, movimientos de la Nueva Era, ateísmo militante, agnosticismo silencioso. ¿Cómo discernir sin caer en el relativismo blando ("todo es igual") ni en el fundamentalismo cerrado ("todo es falso excepto nosotros")?
El relativismo espiritual contemporáneo afirma: «Cada uno tiene su propia verdad, todos los caminos son iguales, lo importante es ser sincero». Esta postura, seductora en su aparente tolerancia, en última instancia niega la posibilidad misma de la verdad. Si todas las afirmaciones contradictorias son igualmente verdaderas, entonces ninguna lo es. Jesús no puede ser a la vez Dios encarnado (cristianismo) y sólo otro profeta (islam), un avatar de Vishnu (hinduismo) y una invención mitológica (ateísmo).
Ante este desafío, nuestro pasaje evangélico ofrece una clave valiosa: el criterio de los frutos. Sin abandonar las afirmaciones de la verdad (Jesús es ciertamente el Hijo de Dios, que murió y resucitó para la salvación del mundo), podemos reconocer honestamente que el Espíritu sopla donde quiere y que los auténticos frutos de bondad, compasión y sacrificio pueden encontrarse fuera de los límites visibles de la Iglesia. Vaticano Lo afirma en Lumen Gentium: «Quienes, sin culpa propia, ignoran el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero sin embargo buscan a Dios con corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de su gracia, por obrar de tal modo que cumplan su voluntad, tal como les revela y les dicta su conciencia, también ellos pueden alcanzar la salvación eterna».»
Otro desafío contemporáneo es la proliferación de "espiritualidades alternativas": la meditación consciente desvinculada de sus raíces budistas, el yoga occidentalizado, el desarrollo personal con influencias de la psicología positiva y la búsqueda del bienestar y la realización personal. ¿Cómo podemos evaluar estos fenómenos? De nuevo, veamos los resultados. Una práctica de meditación secular que ayuda a superar la ansiedad y a vivir con mayor serenidad produce verdaderos frutos en términos de paz. Pero si esta misma práctica atrapa a la persona en un ego aún más egocéntrico, sin apertura a los demás ni a lo trascendente, el resultado se vuelve ambiguo.
El discernimiento cristiano no demoniza estas prácticas, sino que las evalúa con matices. Reconoce que ciertas técnicas (ejercicios de respiración, concentración, atención plena) son neutrales en sí mismas y pueden integrarse en una auténtica práctica cristiana. Sin embargo, mantiene una vigilancia crítica: cualquier espiritualidad que elimine la dimensión del pecado, la salvación, la gracia y la conversión corre el riesgo de convertirse en una herramienta de bienestar psicológico sin una verdadera transformación.
Un tercer desafío es la hipercomunicación digital. Las redes sociales amplifican las voces extremistas, crean cámaras de eco donde las personas solo encuentran opiniones que confirman las suyas y facilitan juicios precipitados y condenas públicas. En este contexto, ¿cómo podemos practicar un discernimiento paciente y matizado, atentos a los beneficios a largo plazo?
La sabiduría evangélica de «por sus frutos los conoceréis» requiere tiempo, profundidad y duración. Sin embargo, mundo digital Opera con inmediatez, clics y juicio instantáneo. Alguien dice algo torpe y, en cuestión de horas, es "cancelado", juzgado, condenado, sin apelación ni matices. Esta lógica es exactamente lo opuesto al discernimiento evangélico, que observa pacientemente los frutos con el tiempo.
cristianos Estamos llamados a resistir esta cultura del juicio precipitado. Antes de compartir una crítica viral sobre un sacerdote, un obispo o un movimiento eclesiástico, preguntémonos: "¿He verificado los hechos? ¿He analizado la vida y el ministerio de esta persona en su totalidad? ¿He buscado los verdaderos frutos de sus acciones?". A menudo, descubriremos que la realidad es más compleja de lo que sugiere el tuit acusatorio.
Finalmente, existe un desafío interno en la Iglesia: la tentación de convertir nuestra sensibilidad espiritual en criterio absoluto de juicio. Los «tradicionalistas» y los «progresistas» se miran con recelo, cada uno convencido de que el otro traiciona el Evangelio. Esta polarización estéril pasa por alto la lección de nuestro pasaje: Dios puede hablar a través de Juan y de Jesús, a través de la austeridad y de la convivencia, a través de la tradición y de la renovación.
La respuesta no es el relativismo eclesiástico, donde todas las prácticas son igualmente válidas. Objetivamente, algunas liturgias son más bellas que otras, algunas teologías más justas, algunas prácticas pastorales más fructíferas. Pero esta evaluación debe basarse en el criterio de los resultados, no en nuestras preferencias estéticas o ideológicas. Una misa bien dicha que no convierte a nadie da menos fruto que una celebración imperfecta que enciende corazones e inspira vocaciones.
Oración para abrir el corazón
Inspirada en los salmos de llamada y de apertura de las colectas, esta oración se puede utilizar al inicio de una celebración o durante un momento personal de oración.
Dios, creador de todas las cosas,
Tú que hiciste el día y la noche,
el verano abrasador y el invierno gélido,
la tormenta y la calma,
enséñanos a reconocer tu presencia
en todas las estaciones de nuestra vida.
Enviaste a Juan al desierto,
vestido de pelo de camello, alimentado con saltamontes,
un profeta de fuego que gritó: "¡Arrepentíos!"«
Y enviaste a tu Hijo único,
quien compartió el pan con los pescadores,
¿Quién bebió el vino en la boda?,
que acogió a niños y marginados.
Dos caminos tan diferentes,
dos voces tan contrastantes,
Y aún así, sólo un mensaje de amor.,
una única voluntad de salvación.
Señor, perdónanos nuestros juicios apresurados,
nuestras críticas fáciles,
Los cierres de nuestro corazón.
¿Cuántas veces hemos dicho:
«"Así no es como se debe orar.",
«"No es así como se debe servir.",
«¿No es así como habla Dios?
¿Cuántas veces nos hemos negado a bailar?
Cuando tocabas la flauta,
se negó a lamentarse
¿Cuando cantabas las baladas?
Abre nuestros corazones, Señor.,
Mientras el cielo abraza el horizonte.
Abre nuestros ojos para ver tus obras
Incluso donde menos los esperábamos.
Líbranos de nuestros prejuicios,
de nuestras estrechas certezas,
de nuestros juicios que aprisionan en lugar de liberar.
Concédenos verdadero discernimiento,
El que reconoce el árbol por su fruto,
No a la apariencia de su corteza.
Para que sepamos ver en la contemplación
y en el activismo social,
en el tradicionalista
y en lo innovador,
en el místico silencioso
y en el profeta ruidoso,
las múltiples caras de tu único amor.
Concédenos la gracia de’humildad
reconocer que no poseemos toda la verdad,
Que tu Espíritu sople donde quiera,
que tu sabiduría supera con creces la nuestra.
Haznos buscadores sinceros de tu voluntad,
No, jueces despiadados de nuestros hermanos.
Que nuestros desacuerdos sean fructíferos en lugar de destructivos.,
Nuestros debates deben ser constructivos y no divisivos.,
Nuestras diferencias son enriquecedoras más que excluyentes.
Por Jesucristo, tu Hijo,
que reconcilió en sí mismo lo exigente y merced,
justicia y ternura,
la verdad y compasión,
y que nos llama a ser un solo cuerpo
en la diversidad de sus miembros.
Con Casado, que supo acoger lo inesperado,
que llevaba dentro de sí al Totalmente Otro,
quien aceptó no entenderlo todo
pero guardar todo en el corazón,
Te oramos:
Haznos dóciles a tu Palabra,
atento a tus señales,
abierto a tus sorpresas,
Disponible a su entera disposición.
Venga tu reino,
No, según nuestros estrechos planes.
pero según tu inmensa voluntad.
Hágase tu voluntad.,
No, según nuestras preferencias limitadas.
pero según tu infinita sabiduría.
Danos hoy
el pan de la apertura del corazón,
el pan de la’humildad verdadero,
el pan del recto discernimiento.
Y líbranos del mal
del cierre,
orgullo espiritual,
de juicio destructivo.
Porque es a ti a quien pertenecen
El reino, el poder y la gloria,
en todos los caminos que trazas,
en todas las voces que alzas,
en cada corazón que tocas,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Convertirnos en instrumentos de apertura
La enseñanza de Jesús sobre los niños caprichosos nos plantea una pregunta crucial: ¿estaremos entre quienes siempre encuentran una excusa para no aceptar la gracia, o entre quienes reconocen la sabiduría de Dios en sus múltiples manifestaciones? Nuestra respuesta a esta pregunta determina nuestra verdadera capacidad para vivir el Evangelio en toda su radicalidad y amplitud.
Exploramos cómo nuestros prejuicios actúan como barreras, impidiéndonos reconocer a Dios cuando se nos acerca de maneras inesperadas. Meditamos sobre la pluralidad que Dios quiere, esta diversidad de caminos espirituales que refleja su infinita creatividad y respeta la singularidad de cada persona. Establecimos el criterio fundamental del Evangelio: un árbol se conoce por su fruto, no por su apariencia.
Este viaje no es meramente intelectual. Compromete toda nuestra existencia. Vivir según esta enseñanza es aceptar que Dios nos desestabilice, nos sorprenda y nos perturbe a diario. Es renunciar a la idea de ubicarlo cómodamente dentro de nuestras categorías tranquilizadoras. Es aceptar la aventura de... fe como una marcha hacia un horizonte que se aleja constantemente, más que como un asentamiento en una certeza fija.
El llamado a la acción es claro. En los próximos días, se nos invita a practicar una apertura espiritual concreta. Identifica nuestras resistencias, nómbralas con honestidad y ofrécelas a Dios para que Él las transforme. Experimenta una forma de oración, compromiso o celebración que nos saque de nuestra zona de confort. Observa con bondad los frutos que siguen. fe de otros, incluso cuando su camino difiere radicalmente del nuestro.
Esta apertura no es ingenua. No prescinde del discernimiento crítico, la evaluación rigurosa ni el juicio informado. Pero cambia radicalmente nuestra postura: pasamos del juez que condena al investigador que cuestiona, del censor que excluye al hermano que acompaña, del poseedor de la verdad al peregrino que avanza en el...’humildad.
La Iglesia necesita este cambio colectivo de perspectiva. En un mundo fragmentado y polarizado, donde cada uno se aferra a sus posiciones y demoniza a su oponente, cristianos puede dar testimonio de otra lógica: la de la unidad en la diversidad, de la comunión en la pluralidad, de la verdad que se enriquece con el diálogo en lugar de quedar fijada en el monólogo.
Acciones concretas para la semana
- Identifique una forma de expresión cristiana que tiendo a criticar y aprenda honestamente sobre sus beneficios antes de juzgarla.
- Leer el testimonio o la biografía de un santo cuya espiritualidad difiere radicalmente de la mía me permite descubrir la riqueza de otro camino.
- Practico un ejercicio de discernimiento de los frutos en mi propia vida: notando los momentos en que realmente estoy dando los frutos del Espíritu y aquellos en que estoy lejos de ellos.
- Entablar una conversación respetuosa con alguien cuya práctica religiosa me desconcierta, buscando comprender en lugar de convencer.
- Participar en una celebración parroquial o actividad diferente a mi rutina habitual para experimentar una apertura concreta.
- Examinar mis juicios sobre otros cristianos (tradicionalistas, progresistas, carismáticos, etc.) y pedir perdón por mi dureza de corazón.
- Elegir una lectura de los Padres de la Iglesia o de un místico puede profundizar la comprensión de la diversidad de caminos espirituales.
Referencias
Agustín de Hipona, Sermones sobre el Evangelio de Mateo, en particular el comentario de Mateo 11,16-19 sobre la sabiduría justificada por sus hijos.
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, homilía 37, análisis detallado de la parábola de los niños caprichosos y el doble rechazo.
Tomás de Aquino, Cadena áurea, recopilación patrística comentando Mateo 11,16-19 con las principales interpretaciones tradicionales.
Concilio Vaticano II, Lumen Gentium (Constitución Dogmática sobre la Iglesia), n. 16, sobre la acción del Espíritu fuera de los límites visibles de la Iglesia.
Ignacio de Loyola, ejercicios espirituales, «Reglas para el discernimiento de los espíritus», fundamento del discernimiento cristiano por los frutos interiores.
Hans Urs von Balthasar, Gloria y la cruz, volumen I, sobre la diversidad de las "formas" de la revelación divina en la historia.
Karl Rahner, Tratado fundamental de fe, capítulo sobre la "apertura trascendental" del hombre a Dios y sus múltiples expresiones.
Pablo Beauchamp, Ambos Testamentos, volumen II, sobre la relación entre la diversidad de figuras bíblicas y la única Palabra de Dios.


