«Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de mal, para darles un futuro y una esperanza.» (Jeremías 29:1-14)

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Lectura del Libro del Profeta Jeremías a los exiliados (Jer 29:1-14)

Estos son los términos de la carta que el profeta Jeremías envió desde Jerusalén a los ancianos que sobrevivieron en el exilio, a los sacerdotes, a los profetas y a todo el pueblo que Nabucodonosor había deportado de Jerusalén a Babilonia.
Esto ocurrió después de que el rey Joaquín abandonara Jerusalén con la reina madre, los dignatarios, los príncipes de Judá y Jerusalén, los artesanos y herreros.
Esta carta fue confiada a Elasa, hijo de Safán, y a Gemaria, hijo de Hilcías, a quienes Sedequías, rey de Judá, había enviado a Babilonia a Nabucodonosor, rey de Babilonia. Decía:
«Esto es lo que el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel, dice a todos los exiliados que he deportado de Jerusalén a Babilonia:
Construir casas y vivir en ellas, plantar jardines y comer sus frutos.
Cásate y ten hijos e hijas; casa a tus hijos; da a tus hijas en matrimonio, y que tengan hijos e hijas; multiplícate allí, y no disminuyas.
Busquen la paz para la ciudad a la que los he deportado, e intercedan por ella ante el Señor, porque en su paz depende la suya.
Sí, esto es lo que dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: ¡No se dejen engañar por los profetas que hay entre ustedes, ni por sus adivinos! ¡No hagan caso a sus sueños, a los sueños que ustedes mismos han concebido!
Porque profetizan mentiras en mi nombre. Yo no los envié —afirma el Señor—.
Sí, esto es lo que dice el Señor: Cuando se cumplan los setenta años de Babilonia, yo os visitaré y cumpliré mi promesa de felicidad, trayéndoos de vuelta a este lugar.
Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de mal, para darles un futuro y una esperanza.
Me invocaréis, os acercaréis, me rogaréis, y yo os escucharé.
Me buscaréis y me encontraréis; sí, buscadme con todo vuestro corazón.
Me dejaré encontrar por ti —afirma el Señor— y haré volver a tus cautivos. Te reuniré de entre todas las naciones y de todos los lugares adonde te he dispersado —afirma el Señor— y te traeré de vuelta al lugar del que te exilié.

– Palabra del Señor.

Vivir la vida al máximo en el exilio: aprender la paz en tierra extranjera

Redescubriendo la esperanza bíblica en medio de las rupturas.

La carta de Jeremías a los exiliados en Babilonia sigue siendo uno de los mensajes más profundos de discernimiento espiritual que la Biblia dirige a cada generación que experimenta la brecha entre su fe y su entorno. Escrita a un pueblo desarraigado de sus hogares, no ofrece resignación ni rebelión, sino una nueva forma de habitar el mundo: construir, sembrar, orar y tener esperanza. Aún hoy, este texto interpela a quienes se sienten extranjeros en una civilización convulsa, recordándoles que, en el corazón mismo de su dispersión, se está gestando la plenitud del futuro que Dios desea.

  1. Jeremías en Babilonia: Un profeta contra las ilusiones
  2. La lógica espiritual del exilio: madurez y fecundidad
  3. Tres llamados para nuestro tiempo: a reflexionar, a orar, a esperar
  4. De la tradición a la vida interior: El realismo de la fe
  5. Siete maneras de experimentar el mundo hoy

«Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de mal, para darles un futuro y una esperanza.» (Jeremías 29:1-14)

Contexto: Babilonia, el lugar del aprendizaje de Dios

Cuando Jeremías escribió su carta (alrededor del 597 a. C.), Judá acababa de experimentar su primer gran exilio. Nabucodonosor, rey de Babilonia, había deportado a la élite de Jerusalén: el rey Joaquín, los notables, los sacerdotes y los artesanos. Si bien esto no fue la destrucción total del 587 a. C., sí significó el fin del antiguo orden. Para un pueblo convencido de que Dios solo podía ser adorado en Jerusalén, esta situación representó una profunda conmoción teológica. ¿Cómo podrían vivir su fe sin un templo, sin tierra, sin un rey?

Jeremías, que permaneció en Jerusalén, envió una carta a sus compatriotas por medio de Elasa y Gemarías. Este mensaje, inspirado y paradójico, resulta desconcertante: en lugar de llamar a la resistencia o la nostalgia, invita a la estabilidad. “Construyan casas, planten jardines, cásense y multiplíquense”. El exilio, una experiencia de separación, se convierte en un espacio para el crecimiento. Dios no se ha retirado: educa a su pueblo en el corazón mismo de su desarraigo.

Históricamente, este pasaje marca una revolución espiritual: Israel descubre que la presencia divina no depende del territorio, sino de una alianza interior. Este cambio prepara el terreno para todo el judaísmo postexílico y, posteriormente, para la Diáspora. Es en Babilonia donde se fortalecen la oración, el estudio y la memoria de la Ley. Este texto, por lo tanto, establece la teología de un Dios fiel incluso cuando todo parece perdido, un tema que se repite a lo largo de la Biblia y que culmina en las palabras de Jesús sobre las Bienaventuranzas del Reino.

En el plano literario, la carta adopta un tono pastoral y paternal. Dios habla en primera persona: se presenta como el autor del exilio (“a quienes he deportado”) y como quien prepara el regreso (“Yo los traeré de vuelta”). Este doble movimiento vincula juicio y promesa. La prueba no es casualidad ni castigo injusto: forma parte de un plan de paz. “Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de mal”.”

Espiritualmente, el texto puede interpretarse como una pedagogía del realismo: aceptar el paso del tiempo, echar raíces donde uno se encuentra, reconocer la Providencia en la opacidad de la historia. La palabra clave, shalom, resume el desafío: buscar la paz, no la paz de la huida, sino la paz que sustenta a las comunidades humanas. Esta palabra reaparece en el versículo 7: “Buscad la paz de la ciudad a la que os he enviado al exilio… porque en su paz hallaréis vuestra propia paz”. Nunca antes Israel había oído un mandamiento tan universal.

Análisis: La paradoja de la esperanza en el exilio

La idea central de esta carta reside en su elocuente articulación: Dios pide a su pueblo que ame el lugar de su cautiverio. El profeta no niega su sufrimiento; lo trasciende mediante una mayor obediencia. Mientras que los falsos profetas prometen un pronto regreso, Jeremías anuncia un período de setenta años, es decir, el transcurso de toda una generación. El exilio se convierte así en una escuela de fidelidad: uno emerge de él transformado.

La paradoja del texto reside en que predica la paz en un contexto de humillación. Para los deportados, oír “oren por la ciudad que los arruinó” debió de resultarles insoportable. Sin embargo, es la clave de la liberación interior. Al orar por el opresor, el exiliado deja de ser víctima: entra en la lógica creadora de Dios. Orar por Babilonia es negarse a que el odio sea el fundamento de la identidad. Es aprender una paz que no proviene de la seguridad, sino de la confianza.

Esta visión espiritual se fundamenta en una teología del tiempo: Dios actúa a lo largo del tiempo, no en la inmediatez de las reacciones humanas. Jeremías ofrece un horizonte: “Dentro de setenta años, volveré a visitaros”. La espera se transforma en participación. Esta demora inscribe la fe en una temporalidad vivida: los exiliados deben construir, transmitir, orar y tener esperanza. Una generación que planta un árbol que no verá madurar se convierte en el signo viviente de la promesa.

El versículo 11 resume todo el mensaje: Dios desea la paz. Este versículo se cita a menudo como consuelo personal —“un plan para la felicidad y no para la desgracia”—, pero adquiere su pleno significado colectivo: la paz surge de la restauración de la humanidad, no de la evasión de la realidad. Aquí vemos una pedagogía de fe madura: una esperanza encarnada y lúcida, comprometida con la sociedad.

Vivir en tierra extranjera

El mandato de Dios a través de Jeremías es un ejemplo de radicalismo pacífico: “Construir, habitar, plantar, casarse”. Tres verbos fundamentales para todo creyente en tiempos de exilio interior o cultural. Lejos de ser un retiro espiritual, esta invitación rehabilita un arraigo concreto: la fe bíblica nunca es una huida del mundo. Habitar significa reconocer la dignidad del lugar donde Dios nos coloca, aunque ese lugar no satisfaga ninguno de nuestros deseos.

En la tradición judía, este texto se interpreta como el punto de partida del tikkun olam, la “reparación del mundo”. Incluso en la diáspora, construir, cultivar y educar contribuyen a la creación del Reino. Babilonia deja de ser una maldición y se convierte en un discreto campo de misión. Cada casa construida, cada jardín plantado, es un acto de fe en la estabilidad divina.

Para los creyentes de hoy, el exilio adopta otras formas: secularización, desorientación, soledad espiritual. Las palabras de Jeremías conservan toda su fuerza: no se trata de escapar, sino de santificar lo que se nos ha dado. El cristiano llamado a “edificar” el Reino lo hará únicamente en su vida cotidiana. Esta exigencia de habitar en la fe se opone a la cultura de la inseguridad interior. La libertad no se alcanza huyendo de la historia, sino transformándola desde dentro.

Es en esta humilde morada donde echa raíces la promesa del futuro. Quienes aprenden a permanecer donde nunca quisieron estar se convierten en portadores de esperanza para todos los desarraigados del mundo. Habitar el exilio ya supone desafiar su lógica.

En busca de la paz compartida

“Buscad la paz de la ciudad…” — ningún profeta antes de Jeremías había puesto la oración al servicio de un imperio pagano. Esta frase desafía la lógica del aislamiento. Establece una teología de la convivencia: la paz espiritual nunca está separada del bien común. Dios vincula nuestra felicidad a la de los demás, incluso a la de desconocidos.

Al pedir intercesión por Babilonia, el Señor transforma el exilio en un laboratorio de intercesión universal. En esta oración por la paz de la ciudad, el pueblo elegido descubre su vocación universal: bendecir a todas las naciones. La experiencia de la dispersión se convierte entonces en una misión: ser semilla en el corazón del mundo.

En nuestra época, marcada por crisis sociales y conflictos culturales, Jeremías nos recuerda que la paz se construye primero de rodillas. Buscar la paz no es solo desearla, sino trabajar por ella. Todo creyente llamado a orar “por la ciudad donde se encuentra” se convierte en agente de reconciliación. La espiritualidad de la paz no es un mero sentimiento; presupone responsabilidad política, económica y cultural.

El exilio de Babilonia se convierte así en un precursor del ciudadano creyente moderno: un testigo de Dios en la diversidad de las sociedades. El mandato de Jeremías abre una visión profética de coexistencia pacífica: vivir la propia fe sin rechazar la de los demás, sino buscando juntos la prosperidad común. La paz ya no es un privilegio religioso: se convierte en la condición misma de la presencia de Dios en la ciudad.

«Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de mal, para darles un futuro y una esperanza.» (Jeremías 29:1-14)

esperanza a largo plazo

Cuando Dios anuncia que el exilio durará setenta años, destruye cualquier ilusión mesiánica inmediata. La esperanza bíblica no es un cortocircuito espiritual: está arraigada en el tiempo. La expectativa se convierte en fidelidad.

La carta de Jeremías enseña una pedagogía de la paciencia: Dios no responde a las urgencias humanas, sino a la maduración del corazón. El pueblo debe superar el lamento por el pasado para abrazar un nuevo futuro. La promesa del retorno solo se cumplirá tras la purificación de las ilusiones: la fe superficial, los sueños de milagros instantáneos, la nostalgia por los "buenos tiempos". Este lento proceso es una experiencia de fe pura: creer contra la corriente de lo visible.

Aún hoy, el versículo 11 resuena en la vida de todo cristiano: “Pensamientos de paz para daros un futuro y una esperanza”. No se trata de un eslogan optimista, sino de una clave para reinterpretar nuestros errores. El futuro no se posterga; nace de la fidelidad de hoy.

La esperanza de Jeremías abre la puerta al tema central de la salvación bíblica: Dios prepara su plan de paz a lo largo del tiempo. Este versículo anuncia la expectativa mesiánica, cumplida en Jesucristo, quien se convierte en la encarnación de este “pensamiento de paz”. Así, la esperanza no se centra en un retorno geográfico, sino en el retorno del corazón a Dios.

Jeremías en memoria de la Iglesia

Los Padres de la Iglesia a menudo interpretan a Jeremías como una figura del Cristo sufriente y profeta de la Nueva Alianza. San Agustín, en La ciudad de Dios, Él ve en Babilonia el símbolo de la ciudad terrenal: orgullosa, pero amada por Dios. Habitar Babilonia sin perderse en ella se convierte, para el cristiano, en la condición de su peregrinación hacia la Jerusalén celestial.

Gregorio Magno tradujo este mensaje a su Lecciones morales sobre Job “Debemos aprender a llorar a Babilonia mientras la servimos”. En otras palabras, vivir la relación entre compromiso y desapego, actuar sin idolatrar este mundo. Esta dialéctica nutre toda la espiritualidad benedictina: “ora et labora” responde al doble llamado de Jeremías: orar y construir.

En la liturgia, la carta del profeta resuena durante el exilio litúrgico de la Cuaresma: un tiempo de peregrinación fuera de la “tierra prometida”, destinado a purificar nuestras expectativas. Monjes, misioneros y laicos que trabajan en contextos difíciles siguen extrayendo de ella el significado de un ministerio discreto: construir la paz allí donde Dios nos envía.

La espiritualidad contemporánea encuentra en este texto un sentido de fidelidad serena: vivir el Evangelio en el presente, sin arrepentimientos ni evasión. Cada vez más, esta sabiduría inspira la pastoral urbana y la vida cristiana en una sociedad pluralista: citar Jeremías 29 nos recuerda que la fe pervive perfectamente sin poder, siempre que mantenga la esperanza.

Puntos para la meditación: caminar hacia la paz prometida

  1. Relee Jeremías 29:11 lentamente cada mañana, como una promesa del futuro y de esperanza.
  2. Identifica una situación de “exilio” personal y construye algo duradero a partir de ella.
  3. Plantar simbólicamente un árbol o una planta para expresar una esperanza activa.
  4. Ora cada día por la ciudad o el país donde vives, incluso en sus fragilidades.
  5. Elige un acto concreto de paz o servicio en tu comunidad.
  6. Reexamina tus propias ilusiones para poder acoger el verdadero tiempo de Dios.
  7. Cultiva la alegría de un Dios que actúa con discreción a lo largo del tiempo.

«Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de mal, para darles un futuro y una esperanza.» (Jeremías 29:1-14)

Conclusión: aprender a tener esperanza mientras se camina

La carta a los exiliados nos enseña que la fidelidad nunca es estéril. Jeremías transforma el exilio en una escuela de confianza: Dios mora incluso en tiempos de ruptura. Este texto rompe la dualidad entre fe y mundo, oración y acción.

Morar, orar, esperar: esta es la dinámica trinitaria de la vida de fe. El creyente de 2025, como el exiliado de Babilonia, está invitado a ser un pacificador en una tierra incierta. Descubre así que toda vida, al encomendarse a Dios, se convierte de nuevo en un lugar de esperanza.

La conversión que propone Jeremías no es espectacular: consiste en creer que la fertilidad puede nacer incluso en el exilio. Este es el secreto de toda espiritualidad bíblica: una esperanza activa, arraigada y firme. Dondequiera que estemos, Dios nos prepara un futuro.

Práctico

  • Relee Jeremías 29:1-14 en silencio una vez por semana.
  • Escribe una oración por la paz en tu ciudad.
  • Practicar un acto concreto de lealtad (trabajo, estudio, ayuda).
  • Cultiva la paciencia durante los tiempos de espera.
  • Participar en una lectura compartida con otros creyentes.
  • Aprende a discernir las falsas promesas de “éxito inmediato”.
  • Dar testimonio de la paz interior en el propio entorno.

Referencias

  1. Jeremías 29:1-14 (texto fuente).
  2. San Agustín, La ciudad de Dios.
  3. Gregorio el Grande, Lecciones morales sobre Job.
  4. Exégesis rabínica del tikkun olam.
  5. Liturgia de las Horas – Lecturas de Cuaresma.
  6. Juan Crisóstomo, Homilías sobre la paciencia.
  7. Papa Benedicto XVI, Salvi especial.
  8. Catecismo de la Iglesia Católica, §2820-2837.
Vía Equipo Bíblico
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