Evangelio de Jesucristo según san Mateo
En ese tiempo,
Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña.
Se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces, abriendo la boca, les enseñó.
Él dijo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu”,
Porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran,
porque encontrarán consuelo.
Bienaventurados los mansos.,
porque recibirán la tierra como herencia.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque quedarán satisfechos.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores.,
porque serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia.,
Porque de ellos es el reino de los cielos.
Si te insultan, eres afortunado.,
si eres perseguido
Y si la gente dice falsamente toda clase de maldad contra ti,
Por mi culpa.
¡Regocíjense, alégrense!,
¡Porque vuestra recompensa es grande en los cielos!»
– Aclamamos la Palabra de Dios.
Para regocijarse el alma en la promesa eterna
Cómo acoger la alegría de las Bienaventuranzas en medio de nuestro cansancio humano y transformar nuestras cargas en una confianza viva.
Jesús, en la cima de la montaña, revela las Bienaventuranzas: esas frases luminosas donde la paradoja del Reino transforma nuestra manera habitual de pensar: la pobreza se convierte en apertura, mansedumbre, fortaleza, sufrimiento y promesa. Con las palabras «Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos», el Evangelio según Mateo nos invita a mirar nuestras luchas con esperanza. Este artículo está dirigido a creyentes, a quienes buscan la paz y a cualquiera que aspire a una vida evangélica en el corazón del mundo contemporáneo.
- Contexto: la montaña, la multitud y las palabras que abruman.
- Análisis: la alegría paradójica en el corazón de las Bienaventuranzas.
- Despliegue: pobreza, misericordia, paz — tres caminos de transformación.
- Aplicaciones: familia, trabajo, participación social.
- Ecos: desde los Padres de la Iglesia hasta Francisco de Asís.
- Meditación: practicar la alegría interior.
- Desafíos actuales: ¿cómo podemos seguir creyendo en la felicidad?
- Hoja de oración y acción litúrgica.

Contexto
El Evangelio según San Mateo sitúa la enseñanza de las Bienaventuranzas al comienzo del Sermón de la Montaña. Jesús asciende a la colina, símbolo del lugar de encuentro entre la humanidad y Dios. Se sienta —gesto de dominio— mientras los discípulos se acercan. El escenario es sencillo: sin templo, sin trono, solo el horizonte y el viento. De esta austera escena surge un mensaje que ha resonado a través de los siglos.
Las Bienaventuranzas describen el rostro del Reino, no como una promesa lejana, sino como la revelación de un estado interior. La frase final, «Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos», no es solo un consuelo, sino una clave para comprender: la alegría, incluso en la persecución, es señal de la presencia de Dios.
A primera vista, todo parece contradictorio: ser pobre, llorar, sufrir y, sin embargo, alegrarse. Pero es precisamente aquí donde se abre el camino espiritual de los discípulos. Jesús no glorifica el sufrimiento; le da sentido. La alegría de las Bienaventuranzas no es un sentimiento superficial; brota de la confianza absoluta. No niega el sufrimiento, sino que lo transforma.
El Aleluya que la liturgia asocia a este texto —«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados… Yo os daré descanso» (Mt 11,28)— amplía el tema: es un encuentro entre el cansancio humano y la promesa divina. La bienaventuranza no niega el peso de la vida; la convierte en un lugar de acogida. Los primeros en escucharlo fueron campesinos, pobres, almas agobiadas. A través de ellos, Jesús anunció una revolución silenciosa: la alegría del Reino no se concede a quienes poseen, sino a quienes esperan.
Aún hoy, estas palabras resuenan en nuestras ciudades, nuestros hogares, nuestros hospitales, nuestras dudas. Nos alcanzan donde creemos estar lejos: en el abismo. Y es allí donde ofrecen un camino hacia la recuperación.
Análisis
«¡Alégrense!», dijo Jesús. Este mandato sorprende: ¿acaso se puede ordenar la alegría? En realidad, no es una imposición moral, sino una revelación: la alegría forma parte del plan divino. Cristo revela aquí un estado del ser: la alegría que proviene de Dios, la alegría que ninguna circunstancia terrenal puede arrebatar.
Las Bienaventuranzas se estructuran en espiral: comienzan con los más pobres («de ellos es el reino») y terminan con quienes sufren persecución («de ellos es el reino»). Entre estos dos extremos, se desarrolla un viaje interior. La enseñanza no funciona como una lista de méritos; describe las transformaciones del corazón. A medida que se avanza, la alegría se vuelve más pura, más firme, porque está arraigada en la fidelidad a Dios.
La alegría prometida es, por lo tanto, celestial, pero se experimenta aquí en la tierra. Es la alegría del testimonio, la alegría que brota en los mártires, los santos, pero también en la gente humilde y anónima. Mateo habla de «una gran recompensa en el cielo», pero esta recompensa no es un salario: es comunión, la cercanía del Padre. En este sentido, cada vez que elegimos la justicia, la dulzura o la misericordia a pesar de la tentación de la desesperación, ya participamos de esta alegría prefigurada.
Jesús no ignora el sufrimiento: lo experimenta. El Gólgota, la montaña final, será la confirmación de este mensaje. Quien dice «¡Alégrense!» es el mismo que cargará la cruz. La bienaventuranza es, por lo tanto, la escuela de una profunda libertad: la libertad de amar de nuevo, incluso cuando todo parece perdido.

Los pobres de espíritu: el poder de la hospitalidad
Ser «pobre de espíritu» no significa menospreciarse, sino consentir en depender. En una cultura que valora la autonomía, el Evangelio ofrece apertura a la gracia. La pobreza de espíritu no es indigencia, sino disponibilidad. Permite recibir sin poseer. Esta actitud transforma nuestra manera de relacionarnos, trabajar y servir: los pobres de espíritu son quienes le dan cabida a Dios.
En términos prácticos, esto se traduce en actos de humildad: dar gracias, escuchar y abstenerse de juzgar. Estas actitudes, aparentemente sencillas, se convierten en fuentes de alegría porque restituyen a la criatura el lugar que le corresponde ante el Creador.
La Misericordiosa – La Alegría de Sanar
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Este dicho expresa la acción de Dios reflejada en el alma humana. Ser misericordioso es acoger la vulnerabilidad ajena sin esperar nada a cambio. Es, además, el antídoto contra la dureza moderna, donde todo se mide en términos de eficiencia.
La misericordia trae alegría porque une: sana las heridas ajenas y libera a quien perdona. En la vida cotidiana, puede comenzar con una palabra amable, un silencio respetuoso, un gesto de reconciliación. La misericordia nunca es debilidad; es la fuerza de un corazón transformado.
Pacificadores: la alegría de la unión
La paz, según el Evangelio, no es la ausencia de conflicto, sino la creación activa de armonía. Ser un pacificador implica elegir, cada día, el camino de la paciencia, el diálogo y el respeto. En un mundo polarizado, esta elección puede parecer ingenua. Pero es precisamente ahí donde reside su carácter profético.
Los pacificadores no triunfan por el poder, sino por la perseverancia. Su alegría proviene de contribuir a la luz, por pequeña que sea, que se opone a la oscuridad. Esto se aplica a las familias, a las empresas y a las naciones. Jesús los llama «hijos de Dios»: un título honorífico para quienes trabajan en silencio.
Aplicaciones prácticas
Las Bienaventuranzas se despliegan en todas las esferas de la vida:
- En la familia, Fomentan la ternura hacia los débiles y la paciencia con uno mismo. La alegría familiar se convierte en un signo del Reino.
- En el trabajo, Promueven la justicia, la transparencia y el servicio. Ser un pacificador en la oficina o el taller ya es experimentar la Beatitud.
- En la sociedad, Piden apoyo para quienes han sufrido las heridas de la vida, compartir y rechazar la cultura de la indiferencia.
- En la vida espiritual, Abren la puerta a la entrega confiada.
Cada ejemplo demuestra que la alegría del cielo se manifiesta cuando dejamos de vivir para nosotros mismos.

resonancias tradicionales
Los Padres de la Iglesia vieron en las Bienaventuranzas el retrato mismo de Cristo. San Agustín leyó en ellas la escalera de la salvación; San Juan Crisóstomo vio en ellas «el código del Reino». Francisco de Asís las convirtió en la carta magna de su gozosa pobreza. Más cerca de nuestros días, Teresa de Lisieux hizo de la alegría paradójica su sello distintivo: «Mi cielo es hacer el bien en la tierra».»
La tradición litúrgica vincula este pasaje con el Aleluya de Mateo 11: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados». Esta conexión no es casual: la alegría prometida se dirige únicamente a quienes han conocido la adversidad. El monte de las Bienaventuranzas se une al Gólgota; la luz pascual brota del sepulcro.
Estos ecos nos recuerdan que la alegría del creyente no es la del mundo. Pasa por la cruz y se abre a la resurrección.
Meditaciones
- Léelo de nuevo Cada mañana, una Bienaventuranza diferente y tenerla presente durante todo el día.
- Observar donde su opuesto aparece en nuestras actitudes: orgullo, impaciencia, dureza.
- Convertir Mediante una acción concreta: la escucha atenta, una palabra de reconciliación.
- Dar gracias por la noche, para las ocasiones en que se ha amado, incluso con dificultad.
- Para ofrecer Su cansancio lo lleva a Dios como lugar de descanso y unión.
Practicar de esta manera, día tras día, es aprender la alegría del Reino aquí mismo en la tierra.
Temas actuales
¿Podemos seguir creyendo en las Bienaventuranzas en un mundo de espectáculos y violencia? La pobreza de corazón parece ineficaz, la misericordia ingenua, la paz inalcanzable. Sin embargo, estas palabras permanecen vivas porque revelan la dignidad humana.
Las generaciones más jóvenes, a menudo desilusionadas, buscan un sentido que trascienda el mero éxito. Las Bienaventuranzas responden a esta búsqueda: ofrecen una alegría perdurable, arraigada en la verdad. Para que la Iglesia conserve su credibilidad, debe encarnar esta bienaventuranza concreta: en el cuidado de los pobres, en la sencillez, en la belleza de la liturgia y en la sinceridad de su mensaje.
El reto, por tanto, consiste en acoger esta esperanza sin edulcorar la realidad. La alegría cristiana no borra la oscuridad; enciende una luz en su interior.
Oración
Señor Jesús, Tú que grabaste las palabras de vida en la montaña,
Venid y colocad en nuestros corazones esta alegría que nunca se desvanece.
Cuando seamos pobres, haznos ricos en Ti.
Cuando lloremos, déjanos saborear tu consuelo.
Cuando buscamos justicia, apoyen nuestra lucha pacífica y persistente.
Cuando perdamos la esperanza, recuérdanos que nuestra recompensa está en Ti.
Que tu Espíritu renueve nuestras acciones diarias,
Que nuestras palabras se conviertan en semillas de paz.,
y que, más allá de nuestras pruebas, siempre pueda surgir un canto de alegría.
Amén.

Conclusión
Las Bienaventuranzas no son un ideal imposible ni un código moral: son el mapa del Reino dibujado en nuestros rostros. Aferrarse a ellas cada día es empezar a vivir la promesa: la alegría. «¡Regocijaos!» se convierte entonces en un grito de resistencia espiritual.
En toda vida, siempre hay un espacio para esa alegría que nada puede comprar: la que proviene del amor recibido y dado. Ahí reside la verdadera recompensa, no en lejanos paraísos, sino en la luz que ya se ha sembrado hoy.
Práctico
- Relee una Bienaventuranza cada mañana.
- Añadir un gesto de amabilidad al día de alguien.
- Ofreciendo una oración por los que sufren.
- Agregar una acción de simplificación (reducir, compartir).
- Elige el perdón en lugar de la culpa.
- Sonreírle a alguien a quien estás evitando.
- Lleva un diario de las "pequeñas alegrías" que se te presenten.
Referencias
- Evangelio según San Mateo, capítulos 5 y 11.
- San Agustín, Sermón del Monte.
- San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo.
- Francisco de Asís, Admoniciones.
- Teresa de Lisieux, Manuscritos autobiográficos.
- Papa Francisco, Gaudete et exsultate (2018).
- Catecismo de la Iglesia Católica, §§ 1716-1729.
- Liturgia de las Horas, Fiesta de Todos los Santos.



