San Serafín de Ascoli, conocido como San Serafín de Montegranaro (1540-1604), fue un hermano laico capuchino italiano cuya pobreza, humildad y piedad brillan todavía hoy, y cuya memoria litúrgica se celebra el 12 de octubre. Murió en Ascoli Piceno, y fue venerado desde muy pronto por el pueblo, confirmado cuando el Papa Pablo V autorizó el encendido de una lámpara sobre su tumba, signo de su santidad reconocida de facto.
Infancia y vocación
Nacido en Montegranaro, en la región de Las Marcas, y bautizado como Felice Piampiani, creció en una familia humilde y experimentó el trabajo y la oración desde muy joven, pastoreando rebaños durante su infancia. El deseo de una vida enteramente dedicada a Dios maduró siendo un joven ayudante de albañil, soportando la dureza de un jefe violento y confiando a una noble su aspiración de "pensar solo en Dios". Esta benefactora facilitó su ingreso en los Capuchinos, discerniendo en él una vocación forjada en la paciencia, la sencillez y la oración.
Entrada en los Capuchinos
Admitido como hermano lego en la Orden de los Frailes Menores Capuchinos, completó su noviciado en Jesi y recibió el nombre religioso de Serafín, como muestra de su ardiente amor a Dios. Fue enviado a varios conventos de las Marcas, donde su buena voluntad era bien conocida, a pesar de que sus superiores y cohermanos a menudo lo reprendían por su torpeza y excesiva generosidad. A pesar de estas pruebas, su bondad, pobreza, humildad y mortificación edificaron las comunidades a las que sirvió en las tareas más humildes.
En Ascoli, un hermano para todos
En 1590, se estableció definitivamente en el monasterio capuchino de Ascoli Piceno, donde asumió principalmente la función de recaudador, visitando incansablemente hogares y corazones. La población le cobró tal apego que en 1602, ante los rumores de un traslado, las autoridades rogaron a sus superiores que lo dejaran en Ascoli. Su presencia allí se convirtió en un catalizador de la paz social, apaciguando resentimientos y reconfortando las almas con sus palabras sencillas y penetrantes.

Virtudes y oración
Su vida espiritual se resume en dos "libros" que nunca abandonó: el crucifijo y la corona del rosario, instrumentos de contemplación y evangelización. Su devoción al Crucificado y a la Virgen se manifestó incluso en su iconografía, a menudo representada sosteniendo un pequeño crucifijo de metal y el rosario, evitando que se honrara su persona en lugar de a Cristo. De esta fidelidad nacieron la dulzura, la paciencia, la alegría interior y una sabiduría que a veces asombraba incluso a los eruditos.
Milagros y gracias
El Señor confirmó a su siervo con gracias de introspección, éxtasis y sanaciones, que sustentaron su caridad hacia los enfermos y los pobres. Muchos enfermos recuperaron la salud con la señal de la cruz trazada por su mano, mientras que él mismo huyó de toda vanagloria y buscó el silencio del claustro. Estas señales no eran fines en sí mismas, sino la efusión de su oración nocturna y su amor por la Eucaristía.

Pruebas y humillaciones
No sabía leer ni escribir, y su ignorancia académica fue para él un espacio de humildad donde la Palabra de Dios se impregnaba más por el Espíritu que por las letras. Las humillaciones públicas que aceptó voluntariamente sellaron su deseo de ser despreciado por amor a Cristo, una actitud que se observa incluso en los relatos relacionados con su canonización. Así, la verdadera pobreza de sus recursos se convirtió en el camino real hacia una sabiduría que se expresa en la sencillez evangélica.
Muerte y nacimiento en el cielo
Tras solicitar con insistencia el viático, entregó su alma a Dios el 12 de octubre de 1604 en Ascoli, en una paz que confirmó la creciente fama de santidad que lo rodeaba. La gente acudió en masa a sus restos, y su tumba se convirtió inmediatamente en un lugar de oración; seis años después, Pablo V autorizó que una lámpara votiva iluminara su tumba. Sus reliquias aún reposan en la iglesia del convento capuchino de Ascoli, que se ha convertido en un santuario dedicado al santo.
Beatificación y canonización
La veneración popular se transformó gradualmente en reconocimiento oficial: fue beatificado por Benedicto XIII en 1729, estableciendo un culto generalizado. El 16 de julio de 1767, Clemente XIII lo inscribió solemnemente en el catálogo de santos, ofreciendo a la Iglesia un modelo de fraternidad capuchina y oración humilde. Esta canonización confirmó la fecundidad de una vida oculta que, por la gracia, ilumina a las multitudes.

Fiesta litúrgica
La Iglesia celebra su memoria el 12 de octubre, honrando a un Fraile Menor cuya pobreza y piedad fueron su verdadera riqueza. El Martirologio Romano lo recuerda en Ascoli Piceno, donde brillaron su humildad, pobreza y perseverante devoción. La liturgia de hoy nos invita a redescubrir el camino de los pequeños que traen la paz y la misericordia de Dios.
Iconografía y santuarios
La tradición lo representa con hábito franciscano, crucifijo y rosario en mano, los "dos libros" que fueron su regla de vida para la contemplación y la misión. El santuario de Ascoli, construido sobre el antiguo monasterio de Santa Maria in Solestà y dedicado a San Serafino, conserva sus reliquias bajo el altar mayor. La iglesia presenta un ciclo pictórico de Paolo Augusto Mussini sobre la vida del santo, desde el "milagro de las coles" hasta su "muerte", que destaca el camino de gracia de un hermano de los pobres.
El hermano que busca la paz
Como portero y recaudador de impuestos, fue amigo de las familias y de los pobres, llevando reconciliación, consuelo y luz a los hogares de las Marcas. Los ascolanos lo reconocieron como un creador de armonía, hasta el punto de intervenir para evitar su destitución en 1602. Su ministerio se centró en lo esencial: visitar, escuchar, exhortar, orar y llevar cada alma de vuelta al Crucificado.
La fuerza de la debilidad
A menudo incomprendido y corregido por su lentitud y torpeza, aprendió a aceptar las advertencias como oportunidades para humillarse en la verdad. Su camino hacia la santidad se expresa en un adagio que se le atribuye: el ascenso a Dios pasa por el descenso a la humildad, el camino de la infancia espiritual. Esta pedagogía del Espíritu lo hizo asombrosamente libre y accesible a todos.

Sabiduría Evangélica
Sin haber asistido a la escuela, sabía comentar el Evangelio con luz, como guiado desde dentro por el Espíritu Santo. Sus palabras, breves y fervientes, conmovían las conciencias porque provenían de la oración prolongada y de una caridad demostrada. Muchos buscaban su consejo, sintiendo que Dios le daba la capacidad de leer los corazones e indicar caminos de conversión.
Devoción mariana y eucarística
Serafín se dedicó a los misterios de Cristo y de la Virgen, hallando en la Eucaristía y el rosario la inspiración para su servicio diario. Las vigilias nocturnas en adoración y la sencillez de su oración moldearon sus días, haciendo creíble su testimonio de pobreza gozosa. Esta fidelidad silenciosa le dio a su caridad un sabor de paz y paciencia que dejó una huella imborrable en Ascoli.
Curaciones y señales
Numerosos testimonios relatan curaciones asociadas a su bendición y a su señal de la cruz, como un sello de misericordia sobre el sufrimiento del pueblo. Los éxtasis con los que fue favorecido no fueron buscados, sino recibidos como visitas de Dios que fortalecieron su caridad activa. Estos dones continuaron después de su muerte, al pie de su tumba, donde los fieles recibieron ayuda y consuelo.
La tumba de Ascoli
El convento capuchino de Ascoli, ahora santuario, siguió siendo el centro viviente de su memoria, acogiendo en oración a peregrinos y residentes. La autorización papal para encender una lámpara en su tumba selló el reconocimiento de una santidad que ya poseía el sensus fidei del pueblo. Este lugar de gracia une la historia de Ascoli con la sencillez franciscana de un fraile que nunca olvidó a los pequeños.

Reconocimiento de la Iglesia
La beatificación por Benedicto XIII y la canonización por Clemente XIII inscriben su testimonio en la memoria universal de la Iglesia. La fecha del 16 de julio de 1767 conserva el acto definitivo que lo propone como modelo a imitar, incluso más que como un intercesor a quien invocar. Su festividad, el 12 de octubre, recuerda, año tras año, la vocación franciscana a la pobreza luminosa y a la paz.
Mensaje para hoy
San Serafín habla al presente a través de la sobriedad de su vida, su paciencia ante la adversidad y su cercanía a quienes sufren las heridas de la vida. Su "escuela" es la del crucifijo y el rosario, dos caminos sencillos y profundos para aprender el amor a Dios y al prójimo. Ahí reside el secreto de una caridad concreta que reconcilia, sana y restaura la alegría del Evangelio.
Conclusión
San Serafín de Ascoli sigue siendo un testigo franciscano de la bienaventuranza de los humildes, donde la pequeñez ofrecida se convierte en el poder de Dios. A través de su oración, sus obras de misericordia y la verdad de su pobreza, dejó una fragancia del Evangelio que la Iglesia disfruta cada 12 de octubre. Que su ejemplo nos ayude a buscar a Dios en la sencillez de la vida cotidiana, con la paciencia que da origen a la paz.



