“Ahora, habiendo sido liberados del pecado, se han convertido en siervos de Dios” (Rom 6:19-23)

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Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos

Hermanos,
Hablo en términos humanos, adaptados a tu debilidad. Habías puesto los miembros de tu cuerpo al servicio de la impureza y el libertinaje, lo cual conduce al libertinaje; de la misma manera, ponlos ahora al servicio de la justicia, que conduce a la santidad.
Cuando eran esclavos del pecado, estaban libres de toda obligación de justicia. ¿Qué les aportaban entonces las cosas de las que ahora se avergüenzan? Pues esas cosas conducen a la muerte.
Pero ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, estáis cosechando lo que conduce a la santidad, y esto resulta en vida eterna.
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Liberados del pecado, esclavos de Dios: la promesa de una vida plenamente transfigurada

Cómo aprovechar la nueva libertad lo que San Pablo propone en su carta a los romanos¿Qué revolución práctica, ética y espiritual hay en este llamado a liberarnos de las cadenas del mal y a consentir libremente en... lealtad ¿Y a la santidad, «esclavos de Dios», en términos paradójicos? Este audaz texto se dirige, ante todo, a quienes, incluso hoy, buscan dar sentido a su existencia, luchando contra hábitos mortificantes, deseando vivir con rectitud y en paz. ¿Qué significa este cambio y cómo puede transformar nuestra historia?

Esta carta te guiará a través del contexto radical de la exhortación de Pablo, desentrañará su profunda dinámica y luego trazará caminos concretos para «cosechar lo que conduce a la santidad». Tras una inmersión en la tradición, se te ofrecerán pasos para la meditación y recomendaciones prácticas: suficientes para que este llamado resuene en cada detalle de tu día a día.

“Ahora, habiendo sido liberados del pecado, se han convertido en siervos de Dios” (Rom 6:19-23)

Contexto relevante: de la esclavitud a la libertad ofrecida

Los versículos de Romanos Las epístolas 6:19-23 forman parte de una carta fundamental, esencial para la reflexión de Pablo sobre la condición humana, la gracia y la salvación. Probablemente escrita entre el 56 y el 58 d. C., antes de que el apóstol visitara Roma, esta epístola está dirigida a una comunidad cosmopolita de judíos y gentiles convertidos. Todos conocen el yugo de la ley y el pecado, y todos anhelan una vida renovada.

En el mundo grecorromano, la servidumbre y la libertad eran realidades concretas, inherentes al orden social. Hablar de la ’esclavitud del pecado« es, según Pablo, designar un estado de subyugación interior: no se trata de una falta aislada, sino de un poder destructivo que se manifiesta a través de pasiones descarriadas, hábitos degradantes y una orientación general de la vida hacia la muerte. Es en este contexto que Pablo emplea un lenguaje humano, adaptado a vuestra debilidad: habla el lenguaje de la época para llegar a las conciencias y a los cuerpos.

La sección citada es parte de una discusión sobre el bautismo como participación en la muerte y en la resurrección Según la enseñanza de Cristo, la liberación del "viejo yo" implica un deber de conversión en la carne, incluso en los miembros del cuerpo. Lejos de ser un simple cambio de etiqueta moral o social, es un paso de la servidumbre a la verdadera libertad: "poner [los miembros] ahora al servicio de la justicia, que conduce a la santidad".

Pablo se aventura entonces a una afirmación paradójica, casi provocadora: liberados del pecado, nos hemos «hecho esclavos de Dios». La cruda imagen es impactante: detrás de ella, el apóstol nos invita a un nuevo radicalismo, a lealtad Elegidos, a la obediencia confiada. La paga del pecado: la muerte; el don de Dios: la vida eterna. El panorama es desolador, pero la promesa inmensa: la libertad no es un retorno a la anomia, se realiza al florecer bajo la gracia, en el servicio que libera, en lugar de en la esclavitud que mata.

En el centro del texto: la dinámica de la liberación cristiana

A primera vista, usar el término "esclavitud" para hablar de Dios parece impactante y contradice el ideal de la libertad cristiana. Sin embargo, aquí Pablo nos guía para comprender la verdadera naturaleza de la liberación que ofrece Cristo. No se trata simplemente de aliviar la carga, ni de una autonomía sin límites, sino más bien de un cambio en el centro de gravedad de la existencia. Ser liberado del pecado es quedar bajo una nueva dependencia, una fuente de crecimiento y vida.

La clave para comprender esto reside en la frase de Pablo: «el don gratuito de Dios». Romper con el pecado abre el camino para recibir la gracia, no para ganarla. Esto supone un cambio de perspectiva: mientras que el pecado nos confina a la vergüenza y la muerte, Dios ofrece mucho más que una promesa: ofrece la vida eterna, recibida en Cristo. El pasaje es, por tanto, una invitación a comprender la santidad como una dinámica relacional: convertirse en «siervo de Dios» significa consentir en ser acogido, transformado y guiado por Él. Significa confiar el uso mismo del propio cuerpo («nuestros miembros») a un servicio que nos edifica.

Esta paradoja estructura todo el pensamiento de Pablo: por un lado, el ser humano abandonado a su suerte —o a sus pasiones— termina por vaciarse, pierde su humanidad. Por otro lado, existe una dependencia elegida, consentida en... amarEsto abre un espacio de fecundidad. La radicalidad del don se convierte entonces en el centro de la auténtica libertad. Es aquí donde el texto retoma la gran tradición bíblica, que considera la libertad como un camino, no como algo dado: al éxodo de la esclavitud en Egipto siempre le sigue el don de una Ley, una Alianza, la promesa de una tierra. Aquí también se trata de dejar atrás la subyugación por la responsabilidad, un apego destructivo por una fidelidad vivificante.

Libertad, el interés en la conversión

Este pasaje no invita a la moralización ansiosa ni al agotamiento por el esfuerzo; propone una reinterpretación del concepto mismo de libertad. Pablo expone una ilusión profundamente arraigada: que ser libre simplemente significa «hacer lo que uno quiera», escapando de toda norma. Muestra cómo esta supuesta autonomía conduce al ensimismamiento, al aislamiento y a un ciclo de vergüenza. Por el contrario, abrazar la liberación del pecado requiere consentir en «servir a la justicia»: una orientación hacia los demás, hacia la bondad, hacia la santidad.

Esta conversión interior no es instantánea, sino gradual. Se concreta en la educación de los gestos, en la vigilancia de las pequeñas decisiones de la vida cotidiana. Poner las extremidades al servicio de la justicia es ritualizar. amabilidadIntegrar gradualmente la preocupación por Cristo en todos los ámbitos de la vida: relaciones, trabajo, ocio. La libertad cristiana, por tanto, no se entiende "en contra" de la Ley, sino en el cumplimiento de su significado: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo.

La historia demuestra que la liberación espiritual no se alcanza sin lucha: peregrinos, santos y conversos dan testimonio de este a menudo largo «segundo nacimiento», que implica renuncias y nuevos compromisos. Pablo, por tanto, plantea a cada persona una responsabilidad: la libertad, recibida como un don, se pone a prueba en la dirección de la propia vida. Se construye a través de elecciones reiteradas, a veces contrarias a la naturaleza, pero que gradualmente revelan el rostro de Cristo en el individuo.

“Ahora, habiendo sido liberados del pecado, se han convertido en siervos de Dios” (Rom 6:19-23)

La fructífera paradoja de la "esclavitud" de Dios

La figura del esclavo, por provocativa que sea, resulta impactante por su radicalidad. En la antigüedad, el esclavo no era dueño de sí mismo: dependía por completo de otro. Pablo, sin embargo, invierte esta perspectiva. La esclavitud del pecado deshumaniza porque priva a la persona de libertad y dignidad: la deja sumida en la vergüenza y la conduce a la muerte, es decir, a una vida disminuida, perdida y estéril. En cambio, la «esclavitud» de Dios no proviene de la alienación: es fruto de una entrega confiada y de la decisión de poner la propia vida en manos de Aquel que desea nuestro bien.

Esta fecunda paradoja se ilustra a lo largo de toda la Biblia: Abraham acepta el desarraigo por una promesa, Moisés conduce a su pueblo fuera de Egipto hacia la libertad, los profetas recuerdan el llamado a la lealtadJesús mismo, en obediencia hasta la cruz, testifica que el verdadero poder reside en la entrega. Decir «Soy esclavo de Dios» es, en última instancia, reconocer que pertenecer a Dios no es una limitación, sino el fundamento de toda dignidad. Lejos de limitar, libera: posibilita la aceptación de la vida eterna, aquí y ahora.

Este servicio, lejos de ser servilismo, se convierte en participación en la santidad: «cosechas lo que conduce a la santidad». Es, por tanto, un proceso dinámico: consentir la voluntad de Dios no limita, sino que expande, sana y reorienta la existencia. Esta dependencia no es otra cosa que la verdadera libertad, pues permite escapar de la tiranía de las propias pasiones y abrazar una nueva identidad.

Implicaciones concretas y aplicación práctica

Vivir como «esclavo de Dios» es, ante todo, aceptar que cada aspecto de la vida puede ser transfigurado por la gracia. Pablo no confina a sus lectores a reglas abstractas: propone un estilo de vida renovado, una «santidad» que se manifiesta en los actos más sencillos. Poner las acciones, los hábitos, incluso el propio cuerpo «al servicio de la justicia», es reevaluar las prioridades, adoptar la disciplina personal y experimentar… alegría de una existencia centrada en el bien.

Este compromiso no es instantáneo ni mágico. Requiere perseverancia, aprender a ser agradecido y...humildad Reconocer ser beneficiario de una donación. También abre perdónla capacidad de acoger las propias caídas no como derrotas, sino como oportunidades para reconectar con lealtadPoner en práctica este pasaje paulino significa apostar que la verdadera libertad reside en lealtad y dar, no autoafirmación a toda costa.

En el sociedad contemporáneaEn un mundo donde la noción de libertad a menudo se distorsiona o se reduce al mero consumo, esta "esclavitud a Dios" se presenta como un camino de resistencia: se trata de atreverse a desear algo más que la inmediatez de la gratificación personal. También se trata de elegir un compromiso a largo plazo: construir relaciones estables, honrar los propios compromisos, cultivar... la obra Hacer el bien es servir a los más débiles. En estos actos concretos de fidelidad se arraiga la santidad que promueve Pablo.

“Ahora, habiendo sido liberados del pecado, se han convertido en siervos de Dios” (Rom 6:19-23)

Raíces y ecos en la tradición: desde la patrística hasta la liturgia actual

La recepción de este pasaje entre los Padres de la Iglesia muestra la profundidad de su significado: San AgustínEn particular, enfatiza la distinción entre la «libertad para hacer el mal» —que es una caída, no un progreso— y la verdadera libertad, la libertad de amar y servir a Dios. Para él, «cuanto más se ama a Dios, más libre se es, porque amar «Él ordena lo que pide». Toda la tradición medieval retoma este tema, insistiendo en que la gracia no destruye la libertad humana, sino que la eleva a su plenitud.

En la liturgia, este pasaje resuena a menudo durante las celebraciones bautismales: recuerda la radicalidad del «sí» pronunciado al mal y el «sí» a la nueva vida. La espiritualidad monástica, de San Benito Para Charles de Foucauld, esta dependencia elegida se convirtió en el secreto de una alegría profunda y estable a pesar de las pruebas.

Aún hoy, la «servidumbre a Dios» sigue siendo una fuente de inspiración: en muchos movimientos espirituales, el acompañamiento, la dirección espiritual y la vida religiosa ofrecen diversas maneras de vivir esta apertura, incluso hasta la entrega total. El acto de consagrar la vida a Dios, ya sea en el celibato o en el matrimonio, no se considera una privación, sino una liberación, porque orienta todas las decisiones hacia una nueva fecundidad.

Caminos hacia la libertad: sugerencias para la meditación y la acción

  1. Dedica un momento cada mañana a volver conscientemente al servicio de Dios en oración.
  2. Revisa tus acciones diarias y pregúntate: ¿sirven a la justicia? paz¿O es probable que causen desorden?
  3. Identificar un hábito que esclaviza (adicciónactitud negativa, palabras hirientes) y buscar concretamente confiarlo a Cristo.
  4. Participar regularmente en acciones gratuitas y desinteresadas en beneficio de los demás.
  5. Practica el autoexamen: observa dónde se ha marchitado la libertad recibida y dónde ha crecido.
  6. Lee un pasaje complementario de la Biblia (Gálatas 5, Juan 8…) y medita sobre la libertad cristiana.
  7. Abrirse a la guía espiritual para aumentar la propia apertura a Dios.

“Ahora, habiendo sido liberados del pecado, se han convertido en siervos de Dios” (Rom 6:19-23)

Atrévete a abrazar una fidelidad fructífera

Este breve pasaje de carta a los romanos propone una verdadera revolución: la libertad cristiana no se reduce a la independencia, sino que se verifica en la donación, la obediencia, lealtad Elegidos libremente. Dejar la esclavitud del pecado para convertirse en "esclavos de Dios" significa aceptar la invitación a la santidad, experimentando en cada fibra de nuestro ser la posibilidad de una vida transfigurada. Este texto, en su radicalidad, nos recuerda que la muerte prometida por el pecado no es inevitable: la llamada de Cristo invita a cada persona a atravesar sus prisiones interiores, a avanzar hacia una fecundidad cuya fuente sigue siendo la gracia gratuitamente recibida.

Vivir esta llamada, con hechos y en verdad, exige una confianza inquebrantable, una decisión que se repite a diario: poner los miembros, el cuerpo y las palabras al servicio de la justicia. Es allí —en esta disponibilidad concreta— donde se revela la libertad que Dios ofrece: una libertad que no se agota en el consumismo ni el egoísmo, sino que edifica al individuo, a la comunidad y a la sociedad. Para Pablo, la verdadera vida comienza cuando aceptamos no poseernos ya, sino ser arrebatados por Dios. Amar, para convertirse, a su vez, en fuente de vida y de paz.

Herramientas para avanzar

  • Dedicar un tiempo diario al silencio para acoger la presencia de Dios y ofrecer la propia libertad.
  • Lee la Epístola a los Romanos con espíritu de oración, especialmente el capítulo 6, y observa sus resonancias.
  • Participar en un acto concreto de justicia: reconciliación, ayuda a una persona vulnerable, voluntariado.
  • Confiar a un amigo o guía espiritual las luchas crónicas o los hábitos vergonzosos de uno mismo.
  • Escribe un "acto de ofrenda" inspirado en la oración de Charles de Foucauld.
  • Medita cada noche sobre los frutos del día: ¿qué acciones han beneficiado tu vida y cuáles han tenido el efecto contrario?
  • Explorando un camino de conversión: retiro, acompañamiento, servicio.

Referencias

  • Pablo de Tarso, Carta a los Romanos, capítulos 6–8
  • Agustín de HiponaSermones sobre el Carta a los Romanos
  • Tomás de Aquino, Summa Theologica, Ia-IIae, tratado sobre la gracia y la libertad
  • Catecismo de la Iglesia Católica, artículos 1730-1748 (libertad)
  • R. Cantalamessa, Homilías sobre el Espíritu Santo y la libertad cristiana
  • Juan Cassian, Conferencias sobre la vida espiritual
  • Didaché (enseñanza de los Apóstoles) y prácticas litúrgicas bautismales
  • Obras contemporáneas: François Cassingena-Trévedy, La pasión por la libertad; Fabrice Hadjadj, Libertad en la obediencia
Vía Equipo Bíblico
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