Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos
Hermanos,
Ya lo sabes: ha llegado el momento, ya ha llegado la hora de despertar de tu sueño. Porque la salvación está más cerca de nosotros ahora que cuando abrazamos la fe.
La noche ha terminado, el día está cerca. Desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos con la armadura de la luz. Comportémonos honorablemente, como de día, no en juergas ni borracheras, no en libertinaje ni libertinaje, no en riñas ni envidia, sino revestidos del Señor Jesucristo.
Despertar a vivir: la urgencia luminosa del Evangelio según San Pablo
El llamado que resuena a través de los siglos.
Hay textos bíblicos que nos acarician suavemente, como una ligera brisa en una tarde de verano. Y luego están aquellos que nos sacuden, que nos arrancan de nuestro letargo con una urgencia casi inquietante. El pasaje de la carta a los romanos El pasaje que vamos a explorar juntos pertenece sin duda a esta segunda categoría. Pablo escribe a sus hermanos y hermanas de Roma con la intensidad de quien ha presenciado algo extraordinario y ya no puede callar. «Ustedes lo saben», les dice, como para despertarlos. Y lo que les anuncia es que la salvación no es una realidad lejana y abstracta, reservada a un futuro incierto. No, la salvación está «más cerca de nosotros ahora». Esta afirmación lo cambia todo. Transforma nuestra forma de ver el tiempo, la ética y la vida cotidiana. Nos invita a una conversión radical, no mañana, sino hoy, ahora mismo, en este preciso instante mientras lees estas líneas.
En los siguientes párrafos, profundizaremos primero en el contexto histórico y literario de este fascinante texto para comprender a quién se dirigía Pablo y por qué sus palabras tenían tanta fuerza. A continuación, analizaremos la esencia de su mensaje, esta impactante dialéctica entre la noche y el día, entre el sueño y la vigilia. A continuación, exploraremos tres áreas principales de reflexión: la dimensión temporal de la esperanza cristiana, el imperativo ético que de ella se deriva y el misterio de la "vestidura" de Cristo. Nos inspiraremos en las voces de la tradición para enriquecer nuestra lectura, antes de ofrecer sugerencias concretas para la meditación y la aplicación. Pues un texto bíblico que no transforma nuestras vidas aún no ha revelado todo su tesoro.

Cuando Pablo escribió a los cristianos de Roma: una carta de su tiempo
Una comunidad en la encrucijada de la historia
Para comprender la importancia del mensaje de Pablo, primero debemos trasladarnos a la Roma de los años 55-57 d. C. Imaginemos esta metrópolis bulliciosa, el corazón palpitante del Imperio, donde se mezclan comerciantes de Oriente, soldados de permiso, filósofos griegos, esclavos liberados y patricios hastiados. Es en este crisol cosmopolita donde una pequeña comunidad de creyentes en Jesucristo intenta vivir su fe naciente.
A diferencia de tantas otras iglesias, la comunidad cristiana de Roma no fue fundada por el propio Pablo. Se formó gradualmente, probablemente a partir de judíos conversos que habían regresado de Jerusalén después de Pentecostés, y posteriormente se enriqueció con gentiles atraídos por este mensaje de esperanza. Este doble origen judío y gentil creó tensiones que Pablo conocía bien y que trató de aliviar a lo largo de su carta.
Cuando el apóstol escribió su Epístola a los Romanos, probablemente se encontraba en Corinto, a punto de emprender viaje a Jerusalén para entregar la colecta para los cristianos pobres de la ciudad santa. Aún no había visto Roma con sus propios ojos, pero la llevaba en el corazón. Soñaba con ir allí, con... fortalecer la fe creyentes, antes de seguir avanzando hacia España, hasta el confín del mundo conocido.
El contexto literario: una sinfonía teológica
Allá carta a los romanos Esta es, sin duda, la obra más sistemática de Pablo. Mientras otras epístolas abordan problemas específicos, esta desarrolla una verdadera teología de la justificación por la fe, de la gracia y de la relación entre la Ley y el Evangelio. Los primeros once capítulos constituyen una profunda meditación sobre el plan de salvación de Dios para toda la humanidad, judíos y gentiles unidos en la misma misericordia.
Nuestro pasaje se encuentra en el capítulo trece, en la sección parenética de la carta, es decir, la parte dedicada a las exhortaciones morales y prácticas. Tras establecer los fundamentos teológicos de la vida cristiana, Pablo ahora extrae sus consecuencias concretas. El capítulo doce nos habla del culto espiritual y la vida en comunidad. El comienzo del capítulo trece trata de las relaciones con las autoridades civiles. Y aquí Pablo concluye esta sección con un vibrante llamado al despertar espiritual.
Un texto que trasciende el tiempo
Este pasaje ha gozado de considerable renombre en la historia de la Iglesia. Se lee cada año el primer domingo de Adviento en la liturgia católica, lo que le otorga un lugar privilegiado en la espiritualidad cristiana. No es casualidad: Adviento Es precisamente este tiempo de espera vigilante, este período en el que la Iglesia se prepara para celebrar la venida del Señor, tanto en el misterio de la Navidad como en el horizonte de su regreso glorioso.
Pero más allá de su uso litúrgico, este texto ha marcado decisivamente la vida de las personas. El caso más famoso es el de Agustín de Hipona, del que hablaremos más adelante. En medio de una crisis espiritual, el joven retórico africano oyó la voz de un niño que le decía: "¡Toma y lee!". Abrió el Libro de las Escrituras y se topó con este preciso pasaje. Fue el momento de su conversión. Así, estos pocos versículos cambiaron el curso del pensamiento occidental.
El texto en su desnudez
Leamos nuevamente estas palabras juntos, lentamente, dejándolas resonar:
«Hermanos y hermanas, saben que ha llegado la hora de despertar de su sueño. Porque nuestra salvación está más cerca ahora que cuando creímos. La noche está a punto de terminar; el día está cerca. Dejemos a un lado las obras de las tinieblas y vistámonos con la armadura de la luz. Andemos como de día, no en orgías ni borracheras, no en inmoralidad sexual ni libertinaje, no en ambiciones egoístas ni celos, sino revestidos del Señor Jesucristo.»
Cada palabra cuenta. Cada imagen tiene un peso teológico considerable. Nos invita a un viaje al corazón de este texto denso y luminoso.

El corazón palpitante del mensaje: entre la noche y el día, entre el sueño y la vigilia
Un llamamiento directo y fraterno
Pablo no se anda con rodeos. Su primera palabra, «Hermanos», marca inmediatamente el tono: el de fraternidad, De cercanía, de igualdad ante Dios. El apóstol no habla desde lo alto, desde un púlpito inaccesible. Se pone al mismo nivel que su público, compartiendo con ellos la misma condición de creyentes en su camino.
Pero esta fraternidad no excluye la exigencia de estándares. Al contrario, es precisamente porque Pablo ama a estos cristianos de Roma que les habla con tanta franqueza. «Ustedes saben esto», les dice, como para recordarles una verdad que ya llevan dentro, pero que quizá hayan olvidado bajo el peso de la rutina diaria. Este conocimiento no es una comprensión intelectual abstracta; es una conciencia existencial, una lucidez sobre el presente y sus implicaciones.
La paradoja temporal de la esperanza
He aquí la afirmación central, la que da título a nuestra reflexión: «La salvación está más cerca de nosotros ahora que cuando nos convertimos en creyentes». Esta frase merece ser considerada con detenimiento, pues contiene una visión profundamente original del tiempo.
En el pensamiento paulino, el tiempo no es simplemente una sucesión de momentos equivalentes. Está orientado, dirigido hacia la plenitud. Cristo ya vino, la victoria sobre el pecado y la muerte ya se ha obtenido, pero esta victoria aún no se ha manifestado plenamente. Vivimos en este extraño y fértil «intermedio» que los teólogos llaman el «ya-ahí» y el «todavía-no».
Pero Pablo afirma que este "intermedio" se está estrechando. Cada día que pasa nos acerca a la plena manifestación de la salvación. El tiempo no es estático; avanza hacia su meta. Y este progreso tiene consecuencias concretas en nuestra vida actual.
El simbolismo luminoso
Pablo luego despliega imágenes impactantes: noche y día, oscuridad y luz. Estos símbolos están profundamente arraigados en la tradición bíblica. Desde el primer capítulo de Génesis, Dios separa la luz de las tinieblas. Los profetas predicen un «día del Señor» en el que todo será revelado. El prólogo del Evangelio de Juan proclama que la luz brilla en las tinieblas y que estas no la han vencido.
Para Pablo, la noche representa el viejo mundo, el mundo del pecado, la ignorancia y la separación de Dios. El día representa el nuevo mundo inaugurado por la resurrección de Cristo, un mundo de claridad, verdad y comunión con Dios. Y estamos, dice, al amanecer. La noche aún no se ha disipado del todo, pero el día ya despunta en el horizonte. Los primeros destellos de luz tiñen el cielo.
Esta situación que se avecina es decisiva. Exige una decisión, una elección. ¿Nos aferraremos a las obras de la noche o nos volveremos resueltamente hacia la luz naciente?
Las armas de la luz
La expresión es notable: «Pongámonos la armadura de la luz». Pablo usa vocabulario militar, el del equipo de un soldado. No es casualidad. La vida cristiana no es un paseo tranquilo; es una batalla. Pero atención: las armas a las que se refiere no son las de la violencia humana. Son armas paradójicas, armas de luz.
En su Carta a los Efesios, Pablo desarrollará esta imagen de la armadura espiritual: el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación, la espada del Espíritu. Aquí, en la Epístola a los Romanos, simplemente menciona estas armas sin detallarlas, pero la idea es la misma: el cristiano debe equiparse para enfrentar las fuerzas opuestas, no con los medios de este mundo, sino con los recursos que Dios le da.
Una ética de la luz
Tras las imágenes viene la lista concreta. Pablo enumera lo que llama las «obras de las tinieblas»: orgías, borracheras, lujuria, libertinaje, rivalidad, celos. Este catálogo no es exhaustivo; es representativo de cierto tipo de comportamiento característico del viejo mundo.
Uno podría verse tentado a reducir esta lista a una simple lección moral de templanza. Eso sería perder el hilo. Lo que Pablo aborda no es principalmente este o aquel comportamiento en particular, sino una disposición fundamental: la de vivir según la carne en lugar del Espíritu, de dejarse gobernar por los propios impulsos en lugar de por la gracia de Dios.
Los tres primeros términos (orgías, borracheras, lujuria) se refieren a los excesos relacionados con el cuerpo y el placer. Los tres últimos (libertinaje, rivalidad, celos) se refieren a las relaciones con los demás. Pablo sugiere, por tanto, que el pecado desfigura tanto nuestra relación con nosotros mismos como con los demás.
El tiempo se acaba: vivir en la urgencia de la esperanza
El «kairós» paulino
Cuando Pablo escribe «el tiempo es ahora», usa el término griego «kairós», distinto de «cronos». Esta distinción es crucial. «Cronos» se refiere al tiempo cuantitativo y medible, el tiempo de los relojes y calendarios. «Kairos», en cambio, se refiere al tiempo cualitativo, el momento oportuno, el instante decisivo en el que algo puede suceder.
Los griegos conocían bien esta distinción. Representaban a Kairós como un joven alado que debe ser atrapado al pasar, pues una vez que ha pasado, no puede ser atrapado. Para Pablo, el momento presente es un "kairós", un momento de gracia y decisión. No es un momento cualquiera; es EL momento, el momento en que la eternidad irrumpe en nuestra temporalidad.
Esta conciencia del "kairós" debería transformar nuestra relación con el tiempo. No nos limitamos a esperar pasivamente un acontecimiento futuro. Nos involucramos activamente en un proceso transformador que exige nuestra participación. Cada momento es una oportunidad para decir sí a la gracia, para elegir la luz en lugar de la oscuridad.
Escatología paulina: ya y todavía no
Para comprender la urgencia de Pablo, es necesario comprender su visión de la historia de la salvación. El apóstol vivía con la convicción de que la resurrección Cristo inauguró el fin de los tiempos. El viejo mundo ya está condenado; el nuevo mundo ya está naciendo. Pero este surgimiento aún no ha concluido. Vivimos en un período de transición, una superposición entre dos eras.
Esta tensión entre el "ya" y el "todavía no" es característica del pensamiento paulino. Por un lado, ya estamos salvados: "Por gracia habéis sido salvados, mediante la fe", escribe a los efesios. Por otro lado, nuestra salvación aún espera su plena manifestación: "Fuimos salvados en la esperanza", les dice a los romanos un poco antes en la misma carta.
Esta tensión no es una contradicción; es una dinámica. Nos mantiene en estado de vigilancia y esperanza activa. No podemos acomodarnos al presente como si todo estuviera ya cumplido. Tampoco podemos desesperar como si nada hubiera comenzado. Estamos llamados a vivir en este fructífero intermedio, sostenidos por la certeza de lo ya dado y aspirando a la plenitud de lo venidero.
Sueño espiritual: un diagnóstico universal
La imagen del sueño que usa Pablo no es insignificante. Sugiere un estado de inconsciencia, entumecimiento y desapego de la realidad. Quien duerme no ve lo que sucede a su alrededor; está encerrado en sus propios sueños, aislado del mundo exterior.
Esta metáfora tiene una larga historia en la tradición espiritual. Los filósofos griegos ya hablaban del sueño del alma, de este letargo que impide al ser humano acceder a la verdad. Libro de los Proverbios Advierte contra la pereza, que conduce a la ruina. Y el propio Jesús, en el Huerto de Getsemaní, reprende a sus discípulos por dormir cuando les había pedido que permanecieran despiertos.
El sueño espiritual puede adoptar muchas formas. A veces es indiferencia religiosa, esa ausencia de cuestionamiento sobre el sentido de la existencia. A veces es hábito, esa rutina que nos lleva a realizar acciones sin sentido. A veces es distracción, en el sentido pascaliano del término, esa huida precipitada que nos impide afrontar nuestra condición. A veces también es consuelo, ese acomodarse a una vida ordenada donde Dios ya no tiene cabida.
Pablo nos invita a despertar de este letargo, a abrir los ojos a la realidad espiritual de nuestra existencia. Y este despertar no es un evento puntual; es un proceso continuo, una vigilancia constante.
La esperanza como fuerza motriz de la ética
Lo notable de este texto es que la exhortación moral se deriva directamente de la afirmación escatológica. Pablo no dice: «Pórtate bien porque es la ley». Dice: «Pórtate bien porque el día se acerca». La ética cristiana no se fundamenta en un deber abstracto; se fundamenta en una esperanza viva.
Esta lógica lo cambia todo. Si nos esforzamos por vivir en la luz, no es para ganarnos la salvación, que es un don gratuito de Dios. Es porque ya pertenecemos al mundo de la luz, porque nuestra verdadera identidad es la de los hijos del día, y nuestro comportamiento debe reflejar esta identidad.
Es como alguien que, sabiendo que recibirá una herencia fabulosa, ya empieza a vivir según los valores que representa. O como un prometido que, mientras espera su boda, ya vive según la lógica del amor conyugal. La esperanza no es simplemente una proyección hacia el futuro; transforma el presente.

Rechazar la oscuridad: el coraje de la lucidez
Una lista que causa ofensa
Volvamos a la lista de comportamientos que Pablo nos pide rechazar: «orgías y borracheras, lujuria y libertinaje, rivalidad y celos». Estos términos podrían parecer de otra época. ¿Quién de nosotros participa en orgías? El vocabulario de Pablo parece apuntar a los excesos de la cultura grecorromana, esos banquetes que a veces degeneraban en escenas licenciosas.
Pero no nos apresuremos a creernos inocentes. Si bien las formas han cambiado, las realidades que representan permanecen. La intoxicación no ha desaparecido; simplemente ha adoptado nuevas formas. La adicción al alcohol afecta a millones de personas, pero también existe la intoxicación del poder, la intoxicación del consumo, la intoxicación del entretenimiento constante. Nuestra sociedad produce sus propias formas de insensibilidad.
De igual manera, la lujuria y el libertinaje no han desaparecido. La pornografía se ha convertido en una industria global. La sexualidad, en lugar de ser un espacio de comunión y entrega, a menudo se convierte en un campo de consumo y explotación. Los cuerpos se mercantilizan y las relaciones se instrumentalizan.
En cuanto a la rivalidad y los celos, quizás sean más frecuentes que nunca en una sociedad de competencia generalizada. Las redes sociales exacerban la comparación constante con los demás. La carrera por el éxito, el reconocimiento y la visibilidad genera comportamientos competitivos que envenenan las relaciones humanas.
La oscuridad interior
Pero Pablo no se refiere solo al comportamiento externo. Se refiere a la disposición del corazón. Las "obras de las tinieblas" surgen de una oscuridad interior, de una falta de luz en lo más profundo de nuestro ser. Por eso, la conversión no puede limitarse a un cambio de comportamiento; debe llegar a lo más profundo de nuestro ser.
EL Padres del desierto, Los primeros monjes que se retiraron a la soledad de Egipto eran muy conscientes de esta realidad. Desarrollaron una sutil psicología de las «pasiones», esos impulsos internos que, descontrolados, conducen al pecado. La gula, la lujuria, la avaricia, la ira, la tristeza, la pereza, la vanagloria y el orgullo: estas ocho pasiones fundamentales son la raíz de los comportamientos que Pablo condena.
Rechazar las obras de las tinieblas, por tanto, significa emprender un trabajo de autoconocimiento, de discernimiento de los impulsos del propio corazón. Significa aprender a reconocer los pensamientos que nos deprimen, las emociones que nos aprisionan, los reflejos que nos alejan de Dios y de los demás.
El coraje de la verdad
Este trabajo requiere valentía. Es más cómodo permanecer en la ilusión, evitar confrontar nuestro lado oscuro. La luz, a primera vista, puede ser dolorosa. Revela lo que preferiríamos ocultar, incluso de nosotros mismos.
Pero aquí es precisamente donde se produce la liberación. «La verdad os hará libres», dice Jesús en el Evangelio de Juan. Esta libertad llega mediante una confrontación honesta con quienes realmente somos. No para revolcarnos en la culpa, sino para abrirnos a la gracia transformadora de Dios.
Todas las grandes figuras espirituales han experimentado esto. Agustín, en sus Confesiones, no duda en exponer sus debilidades pasadas. Teresa de Ávila Habla de la necesidad del autoconocimiento como fundamento de la vida espiritual. Ignacio de Loyola Comienza sus Ejercicios Espirituales con un profundo examen de conciencia. Esta autoconciencia no es un fin en sí misma; es el requisito previo necesario para la transformación.
De la vergüenza a la gracia
Sin embargo, existe un peligro en esta introspección: el de hundirnos en una vergüenza paralizante, en un sentimiento de indignidad que nos cierra al amor de Dios. Pablo, desde luego, no quiere llevarnos a eso. Si nos invita a reconocer las obras de las tinieblas, es para que las rechacemos, es decir, para que las pongamos en manos de Dios, quien solo puede liberarnos de ellas.
La gracia divina no está reservada para los perfectos. Se ofrece precisamente a quienes reconocen su necesidad de salvación. «No son los sanos los que necesitan médico, sino... los enfermos »"dijo Jesús. Cristo no vino a llamar a los justos, sino los pescadores.
Este paso de la vergüenza a la gracia está en el corazón de la experiencia cristiana. No se trata de negar el mal que hemos cometido ni la oscuridad que nos habita. Se trata de reconocerlos para confiarlos a Aquel que puede transformarlos. La confesión no es un ejercicio de autoflagelación; es un acto de confianza en... merced de Dios.

Revestirse de Cristo: el misterio de la identificación
Una metáfora de la ropa
La exhortación final de Pablo es quizás la más sorprendente y profunda: «Revestíos del Señor Jesucristo». Esta metáfora del revestímiento es frecuente en los escritos de Pablo. Aparece notablemente en la carta a los Gálatas: «Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido». También estructura el pasaje de la Carta a los Colosenses sobre las virtudes cristianas: «Revestíos de compasión, de bondad y de compasión’.’humildad, "...de mansedumbre, de paciencia..."»
¿Qué significa "vestirse de Cristo"? La imagen de la ropa sugiere varias cosas. Primero, la ropa es lo que nos cubre, lo que oculta nuestra desnudez. Vestirse de Cristo es, en cierto modo, estar cubierto por él, protegido por él. Nuestras debilidades y pecados quedan ocultos bajo el manto de su justicia.
Además, la ropa es lo que nos define a los ojos de los demás. En la antigüedad, la ropa indicaba estatus social, función y afiliación. Revestirnos de Cristo es mostrar nuestra identidad cristiana; es presentarnos al mundo como discípulos del Señor.
En definitiva, la ropa es lo que nos transforma. Cualquiera que haya llevado uniforme sabe que la ropa altera nuestra postura, nuestro comportamiento, nuestra propia existencia. Revestirnos de Cristo es dejarnos transformar por él, adoptar su forma de ser, hacer nuestras sus actitudes y valores.
El bautismo como vestimenta
En la Iglesia primitiva, esta metáfora tenía una resonancia muy concreta. Durante el bautismo, los catecúmenos se despojaban de sus vestiduras, descendían desnudos al agua bautismal y emergían para revestirse con una túnica blanca. Este rito simbolizaba el despojo del viejo yo y el nacimiento del nuevo yo en Cristo.
Este simbolismo bautismal sigue presente en la liturgia actual. La vestidura blanca del bautismo, la túnica blanca de la primera comunión, el alba de los sacerdotes y monaguillos: todas estas vestimentas litúrgicas nos recuerdan que nos hemos revestido de Cristo, que participamos de su vida, que estamos llamados a la santidad.
Pero el bautismo no es un acto mágico que nos transforma instantáneamente en santos. Es el inicio de un proceso, la inauguración de un camino. Por eso Pablo puede exhortar a los cristianos ya bautizados a "revestirse de Cristo" como si aún no lo hubieran hecho. El bautismo nos da una nueva identidad, pero esta identidad necesita desarrollarse, hacerse realidad y encarnarse día tras día.
La imitación de Cristo
Revestirse de Cristo es también imitarlo. Es conformar nuestra vida a la suya, adoptar sus decisiones, compartir sus prioridades. La imitación de Cristo es un tema central de la espiritualidad cristiana, magníficamente desarrollado en la famosa obra atribuida a Tomás de Kempis.
Pero atención: esta no es una imitación superficial y externa que simplemente reproduce mecánicamente las acciones de Jesús. Es una imitación interior, una comunión de corazón y mente con el Señor. Lo que debe habitar en nosotros es el amor que animó a Jesús, su preocupación por los humildes y excluidos, su confianza en su Padre, su apertura a la voluntad divina.
Los santos son quienes llevaron esta identificación con Cristo al extremo. Francisco de Asís, quien recibió los estigmas, llevó en su carne las marcas de la Pasión. Teresa de Lisieux habló de su "caminito" como una vía para vivir el amor de Jesús cada día. Charles de Foucauld quiso imitar la vida oculta de Jesús en Nazaret. Cada uno, a su manera, se "vistieron de Cristo".
Una transformación profunda
Revestirse de Cristo no se limita a un cambio de comportamiento externo. Es una transformación profunda de nuestro ser. Pablo usa en otro lugar el término "nueva creación": "Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación: ¡Lo viejo pasó, he aquí lo nuevo!"«
Esta transformación afecta a todas las dimensiones de nuestra existencia: nuestra inteligencia, que aprende a pensar según el Evangelio; nuestra voluntad, que se conforma progresivamente a la voluntad de Dios; nuestras emociones, que se ordenan según caridad ; nuestro propio cuerpo, que se convierte en templo del Espíritu Santo.
Es un proceso que dura toda la vida. Los teólogos orientales hablan de «teosis» o «divinización»: el ser humano está llamado a participar de la vida divina, a convertirse por gracia en lo que Dios es por naturaleza. Esta perspectiva sobrecogedora otorga a nuestra existencia una dignidad y un propósito extraordinarios.
El Cristo Interior
Un último aspecto de este misticismo paulino merece ser enfatizado. Revestirse de Cristo no es solo imitarlo exteriormente; es dejar que viva en nosotros. Pablo escribe a los Gálatas: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». Esta asombrosa afirmación revela la intimidad de la relación que une al cristiano con su Señor.
Cristo no es solo un modelo a seguir; es una presencia viva que habita en el corazón del creyente. Por medio del Espíritu Santo, él habita en nosotros y nosotros en él. Esta morada divina es el fundamento de la vida espiritual cristiana. Orar es entrar en contacto con este Cristo interior. Actuar conforme al Evangelio es permitir que Cristo actúe a través de nosotros.
Esta perspectiva cambia radicalmente nuestra comprensión del esfuerzo moral. No se trata de mejorarnos a nosotros mismos mediante nuestras propias fuerzas, sino de dejarnos transformar por la gracia. No se trata de conquistar la santidad, sino de recibirla como un don. La obra La espiritualidad consiste en quitar los obstáculos que impiden que Cristo brille en nosotros, limpiando el terreno para que su luz pueda brillar.
Las voces de la tradición: ecos a través de los siglos
Agustín: el momento decisivo
Ya hemos mencionado el papel decisivo de este pasaje en la conversión de Agustín. Pero volvamos a él con más detalle, pues este episodio ilumina el poder transformador de la Palabra de Dios.
Estamos en Milán, en el año 386. Agustín es un joven, brillante pero atormentado profesor de retórica. Ha explorado la filosofía maniquea, luego el escepticismo, antes de gravitar hacia el neoplatonismo. Sobre todo, es prisionero de sus pasiones, incapaz de liberarse de su relación con una concubina con la que ha tenido un hijo.
Ese día de agosto, estaba sentado en su jardín, presa de una violenta agitación interior. Lloró, implorando a Dios que le diera la fuerza para cambiar de vida. Entonces oyó la voz de un niño desde una casa vecina, repitiendo: "¡Tolle, lege! ¡Tolle, lege!" – "¡Toma y lee! ¡Toma y lee!"«
Agustín interpreta esta voz como una señal divina. Toma el libro de las epístolas de Pablo que tiene a su lado, lo abre al azar y encuentra nuestro pasaje: «Nada de orgías ni borracheras, ni lujuria ni libertinaje, ni rivalidades ni celos, sino revestíos del Señor Jesucristo».»
No necesitó leer más. Una luz de certeza inundó su corazón. Todas sus dudas se desvanecieron. Ahora sabía lo que tenía que hacer. Unos meses después, recibiría el bautismo de manos de Ambrosio, obispo de Milán.
Esta historia, narrada en las Confesiones, ha ejercido una inmensa influencia en la espiritualidad occidental. Muestra cómo un texto bíblico, leído en el momento oportuno, puede convertirse en una palabra viva, capaz de transformar una vida.
Los Padres Griegos: Divinización
Los Padres de la Iglesia Oriental desarrollaron una teología de la divinización que arroja luz sobre el misterio de la «vestidura» de Cristo. Para Ireneo de Lyon, Atanasio de Alejandría, Gregorio de Nisa y muchos otros, el propósito de la Encarnación es precisamente permitir a los seres humanos participar de la vida divina.
«Dios se hizo hombre para que el hombre se convirtiera en Dios», resume una famosa frase atribuida a Atanasio. Esta audaz afirmación, obviamente, no significa que nos convirtamos en Dios por naturaleza. Significa que, por la gracia de Cristo, somos admitidos a participar en la comunión de vida de las Personas divinas.
Esta perspectiva da nueva profundidad a la exhortación de Pablo. Revestirse de Cristo es participar de su vida divina. Es sumergirse en el misterio de la Trinidad. Es comenzar aquí abajo la gloriosa existencia que será nuestra en la eternidad.
La tradición litúrgica
El paso de Romanos 13 encontró su lugar natural en la liturgia de Adviento. Cada año, el primer domingo de este tiempo preparatorio para la Navidad, la Iglesia hace oír este llamamiento a la vigilancia y a la conversión.
Esta elección no es arbitraria. Adviento Este es un tiempo de espera, un tiempo en el que la Iglesia se prepara para celebrar la venida del Señor. Esta venida es triple: una venida histórica en la Encarnación, una venida espiritual en los corazones de los creyentes y una venida gloriosa al final de los tiempos. El texto de Pablo nos invita a vivir esta triple espera con una actitud de vigilancia activa.
La liturgia bizantina, por su parte, utiliza este pasaje en el contexto de la Cuaresma, tiempo de conversión y preparación para la Pascua. El énfasis se pone entonces en rechazar las obras de las tinieblas y revestirse del nuevo yo.
Místicos medievales
Los místicos medievales meditaban sobre este texto desde la perspectiva de la unión con Dios. Meister Eckhart, dominico renano del siglo XIV, desarrolló una espiritualidad de desapego que evoca el concepto paulina de "despojarse de sí mismo". Para él, revestirse de Cristo significaba despojarse de todo lo que no es Dios, creando un vacío interior para que Dios pudiera nacer en el alma.
Juan de la Cruz, En el siglo XVI, habló de la «noche oscura» que el alma debe atravesar para alcanzar la unión divina. Esta noche no es ajena a la noche de la que habla Pablo. Es el paso necesario hacia la luz, el momento de purificación que precede a la iluminación.
Teresa de Ávila, Su amigo espiritual y contemporáneo, Evangelius, describe en "Las Mansiones" el viaje del alma hacia el centro del castillo interior donde reside Dios. Este viaje implica una transformación progresiva, un cambio de comportamientos externos a una transformación interior, que culmina en la unión transformadora donde el alma y Dios se hacen uno.
Caminos de oración: encarnar la Palabra en la vida cotidiana
Primer paso: acoger la emergencia
El primer paso es dejar que la urgencia del mensaje de Pablo resuene en nosotros. «Ahora es el tiempo», «ha llegado la hora», «el día está cerca»: estas expresiones no son meras fórmulas retóricas. Expresan una realidad espiritual.
Tómate un tiempo, en el silencio de tu oración, para preguntarte: ¿Cuál es la urgencia de mi vida espiritual? ¿Qué ya no puede esperar? ¿Qué conversiones he estado posponiendo por tanto tiempo? Deja que la Palabra de Dios te llame, quizás te sacuda y te saque de tu letargo.
Esta conciencia de la urgencia no pretende asustarnos, sino revitalizarnos. Nos recuerda que nuestras vidas tienen sentido, que nuestras decisiones tienen consecuencias y que cada día es una oportunidad para crecer en el amor.
Segundo paso: identificar la oscuridad
El segundo paso es una búsqueda de la verdad sobre uno mismo. ¿Cuáles son las "obras de las tinieblas" en mi vida? No necesariamente las conductas terriblemente malas que enumera Pablo, sino las pequeñas concesiones, los hábitos que me distancian de Dios, las actitudes que dañan mis relaciones con los demás.
Este trabajo de discernimiento puede consistir en un examen de conciencia regular. No en un ejercicio que nos induzca a sentirnos culpables, sino en una revisión orante de nuestro día a la luz del Evangelio. ¿Qué he hecho bien hoy? ¿Dónde me ha faltado amor? ¿Qué pensamientos me han deprimido? ¿A qué tentaciones me ha sido difícil resistir?
Esta autoconciencia es el prerrequisito para todo crecimiento espiritual. Nos abre a la gracia al hacernos conscientes de nuestra necesidad de salvación.
Tercer paso: girar hacia la luz
El tercer paso es el movimiento de conversión. No basta con reconocer nuestra oscuridad; debemos buscar activamente la luz. Este movimiento tiene un nombre en la tradición cristiana: metanoia, la conversión del corazón y la mente.
Volverse hacia la luz significa dirigir primero nuestro deseo hacia Dios. Significa pedirle la gracia de la conversión. Significa reconocer que no podemos salvarnos a nosotros mismos, pero que él todo lo puede.
También significa tomar acciones concretas. La conversión no es solo una disposición interior; se materializa en elecciones, decisiones y cambios de comportamiento. ¿Qué pequeño paso puedo dar hoy para vivir más en la luz?
Cuarto paso: revestirnos de Cristo en la oración
El cuarto paso se refiere a nuestra vida de oración. Revestirnos de Cristo es vivir en su presencia, cultivar nuestra relación con él y dejarnos llenar por su Espíritu.
La oración diaria es el lugar privilegiado para esta intimidad con el Señor. Ya sea en forma de lectio divina, de la oración silenciosa, de la Liturgia de las Horas o de rosario, Nos pone en contacto con Cristo y nos permite ser transformados por Él.
Los sacramentos, y particularmente la Eucaristía, Estos también son medios privilegiados para revestirnos de Cristo. Al recibir su Cuerpo y su Sangre, nos convertimos en lo que recibimos. Nos incorporamos a él, nos asimilamos a él, nos transformamos en él.
Quinto paso: revestirse de Cristo en acción
El quinto paso concierne a nuestra vida cotidiana. Revestirnos de Cristo no se limita a momentos de oración; abarca toda nuestra existencia. En nuestro trabajo, nuestras relaciones familiares, nuestros compromisos sociales, estamos llamados a manifestar a Cristo, a hacerlo presente con nuestras palabras y acciones.
Puede comenzar con cosas muy sencillas: una sonrisa, una palabra de aliento, un servicio prestado, una escucha atenta. Cada uno de estos gestos, realizados con amor, es una forma de revestirnos de Cristo.
Esto también puede expresarse en compromisos más amplios: solidaridad con los pobres, la lucha por la justicia, la cuidado de la creación, El testimonio de la fe. El Evangelio no es solo un asunto privado; tiene una dimensión social y política que no podemos ignorar.
Sexto paso: perseverar en el tiempo
El sexto paso es la perseverancia. La vida espiritual no es una carrera de velocidad, sino una maratón. Las conversiones espectaculares son raras; la mayoría de las veces, la transformación ocurre lenta y gradualmente, a través de los altibajos de la existencia.
Habrá momentos de fervor y momentos de sequía. Victorias y reveses. Consuelos y pruebas. Lo importante es no desanimarse, levantarse siempre, mantener la mirada fija en la meta.
Lealtad Los esfuerzos diarios, humildes y perseverantes son más valiosos que los impulsos fugaces. La santidad se forja con el tiempo. Es día tras día que aprendemos a revestirnos de Cristo.
La llamada que sigue sonando
Al final de este recorrido, podemos apreciar la riqueza y profundidad del mensaje de Pablo. Estos pocos versículos del carta a los romanos Contienen una visión del tiempo, una ética, una mística, todo un programa de vida cristiana.
La salvación está más cerca de nosotros. Esta afirmación no es una promesa vaga para un futuro lejano; es una realidad que transforma nuestro presente. Porque el día se acerca, se nos invita a vivir ahora como hijos de la luz. Porque Cristo está cerca, podemos revestirnos de él ahora.
Esta invitación no está reservada a los cristianos del primer siglo. Resuena en nosotros hoy, con la misma urgencia y la misma promesa. El mundo ha cambiado desde los tiempos de Pablo, pero el corazón humano sigue siendo el mismo, con sus aspiraciones y debilidades, su necesidad de luz y su tentación de oscuridad.
La Iglesia sigue haciendo oír este llamamiento, particularmente en este tiempo de Adviento Donde nos preparamos para celebrar la venida del Señor. Pero cada día puede ser un Adviento, cada momento puede ser el momento del despertar.
Así que, como Agustín en el jardín de Milán, atrevámonos a tomar la palabra y leerla. Dejemos que la Palabra de Dios nos alcance, nos sacuda, nos transforme. Porque la salvación no es una abstracción teológica; es una persona, Jesucristo, que viene a nuestro encuentro y nos invita a revestirnos de su vida.
Que podamos responder a este llamado con todo nuestro ser, en alegría y la esperanza de los hijos de Dios que saben que lo mejor está por venir.
Para ir más allá: mejores prácticas para recordar
- Lectio divina semanalmente Dedica veinte minutos cada semana a la meditación lenta. Romanos 13, 11-14, dejando que cada palabra resuene en tu corazón.
- Examen de la tarde Antes de dormirte, relee tu día a la luz de este texto. ¿Dónde experimentaste luz? ¿Dónde prevaleció la oscuridad?
- Gesto diario de luz Cada mañana, elige una acción concreta a través de la cual manifestarás a Cristo en tu día.
- Confesión regular El sacramento de la reconciliación es el lugar privilegiado para rechazar las obras de las tinieblas y acoger la gracia del perdón.
- Lectura espiritual Profundice su comprensión de este texto leyendo las Confesiones de Agustín, particularmente el Libro VIII donde relata su conversión.
- Oración de Adviento Utilice este pasaje como guía para su oración durante el tiempo de Adviento, meditando cada día sobre un aspecto del texto.
- Compartir fraternalmente :Proponer a un grupo compartir este texto, intercambiando sobre lo que despierta en cada persona y sobre las conversiones a las que llama.
Referencias
Texto fuente Carta de San Pablo a los Romanos, capítulo 13, versículos 11 al 14, traducción litúrgica francesa.
Obras patrísticas Agustín de Hipona, Confesiones, Libro VIII, Capítulo 12 – Relato de la Conversión en el Huerto de Milán. Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Epístola a los Romanos, Homilía 24 – comentario detallado del pasaje.
Estudios bíblicos contemporáneos José Fitzmyer, Novelas: Una nueva traducción con introducción y comentario, Biblia Anchor: un comentario exegético definitivo sobre toda la epístola. Romano Penna, Carta a los romaníes, Edizioni Dehoniane Bologna – análisis en profundidad del contexto y de la teología paulina.
Obras sobre espiritualidad Tomás de Kempis, La imitación de Jesucristo – un clásico de la espiritualidad cristiana sobre la conformidad con Cristo. Juan de la Cruz, La noche oscura – Meditación mística sobre el paso de la oscuridad a la luz.
Comentarios litúrgicos Misal Romano, primer domingo de Adviento, Año A – Contexto litúrgico del texto. Pío Parsch, La Guía del Año Litúrgico – meditaciones sobre las lecturas del tiempo de Adviento.


