«"Un ministro de Cristo Jesús para los gentiles, para que la ofrenda de los gentiles sea aceptada por Dios" (Romanos 15:14-21)

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Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos

Yo mismo estoy convencido, hermanos míos, de que vosotros mismos estáis llenos de bondad, llenos de todo el conocimiento de Dios, y también de que sois capaces de corregiros los unos a los otros.

Sin embargo, les he escrito con cierta valentía, como para recordarles ciertas cosas, y esto en virtud de la gracia que Dios me ha dado. Esta gracia consiste en ser siervo de Cristo Jesús para los gentiles, ejerciendo el sagrado deber de proclamar el evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles sea aceptable a Dios, consagrada por el Espíritu Santo.

Por lo tanto, me glorío en Cristo Jesús en mi servicio a Dios. Porque no me atreveré a hablar de nada que no sea lo que Cristo logró por medio de mí al guiar a los gentiles a la obediencia que viene por la fe, por palabra y obra, por el poder de señales y prodigios, por el poder del Espíritu de Dios.

Así, desde Jerusalén y extendiéndome hacia Dalmacia, completé la proclamación del Evangelio de Cristo. Lo hice considerando un honor evangelizar solo donde el nombre de Cristo aún no se había proclamado, pues no quería construir sobre cimientos puestos por otros.

Más bien, actué conforme a lo que está escrito: Aquellos a quienes no se les dijo, verán; aquellos que no oyeron, entenderán.

Ministro de Cristo para las naciones: acogiendo la ofrenda del mundo

Al servicio de la universalidad de la gracia en el Espíritu.

Pablo, en su carta a los romanos (Romanos 15:14-21), se presenta como un ministro al servicio de las naciones, dedicado a proclamar el Evangelio. Reivindica un ministerio único: ofrecer el mundo a Dios. Este pasaje denso e inspirador invita al lector moderno a reflexionar sobre su propia misión: cómo, hoy en día, las personas y mujer ¿Pueden quienes siguen a Cristo, a su vez, santificar sus compromisos, culturas y comunidades? Este artículo está dirigido a quienes buscan unir la fe, el compromiso y la apertura al mundo según el espíritu misionero de Pablo.

  1. El contexto de carta a los romanos y el papel único de Paul
  2. El misterio de una ofrenda universal: significado espiritual y vocación
  3. Tres dinámicas: la gracia recibida, la misión encomendada, alegría compartido
  4. La luz de la tradición: de San Ireneo a Vaticano II
  5. Caminos concretos de conversión misionera
  6. Síntesis y prácticas espirituales para hoy

Contexto

El pasaje elegido forma parte de la gran conclusión de carta a los romanos. El apóstol Pablo se dirige a una comunidad que él mismo no fundó, pero por la que siente una profunda preocupación. Los romanos, cristianos procedentes tanto del judaísmo como del mundo pagano, viven en la capital imperial, en el corazón de una sociedad vibrante donde la diversidad cultural desafía las fronteras religiosas tradicionales.

Pablo escribió desde Grecia, al final de sus viajes misioneros, alrededor de los años 57-58. Reflexiona sobre su vocación y presenta su obra consumada: proclamar a Cristo “desde Jerusalén hasta Dalmacia”. Esta vasta área geográfica es tanto una realidad concreta como un símbolo de universalidad: el alcance del Evangelio no conoce límites.

Esta sección (Romanos 15:14-21) resume su misión y motivación interior. Se llama a sí mismo “ministro de Cristo Jesús a los gentiles”. El término griego utilizado, leitourgos, Esto se refiere a un rol litúrgico: Pablo se ve a sí mismo como un sacerdote cuyo altar no está hecho de piedra, sino de los pueblos que conduce a Dios. La ofrenda que prepara no es material; son las naciones mismas, santificadas en el Espíritu Santo.

Así pues, la misión cristiana no es proselitismo humano, sino una liturgia espiritual donde el mundo entero se orienta hacia su Creador. Pablo añade: “Me glorío en Cristo Jesús en mi servicio a Dios”. Su gloria no es personal; reside en la obra realizada por Cristo a través de él. El verbo “santificar” señala esta dependencia total: sin el Espíritu, sin la gracia, nada puede convertirse en una ofrenda agradable a Dios.

Finalmente, cita a Isaías: “Los que no fueron anunciados verán, y los que no han oído entenderán”. El texto profético ilumina la intención de Pablo: la salvación prometida a Israel se extiende ahora a toda la humanidad. La universalidad del llamado a la fe se fundamenta en la revelación bíblica misma; no la contradice, sino que la completa.

Este pasaje constituye, pues, un punto crucial: une la memoria del Antiguo Testamento con la apertura al futuro del Evangelio. La Iglesia naciente extrae de él su conciencia de “salir”, de ir hacia las periferias culturales y espirituales, no para conquistar, sino para ofrecer.

Análisis

La idea central de este texto se puede resumir en una palabra: ofrenda. Pablo no habla de un servicio administrativo ni de una simple actividad evangelística. Habla de una transformación espiritual del mundo.

Esta ofrenda no es un gesto vertical en el que la humanidad entrega algo a Dios por obligación, Pero también existe un movimiento de retorno: Dios mismo actúa en la misión de santificar a su pueblo. Pablo describe así una dinámica trinitaria:
- EL Padre acepta la oferta,
- EL Cristo lo logró a través de su ministro,
- L'’Espíritu Santifica lo que se presenta.

El mensaje central es que la vida apostólica es un acto de culto. El misionero celebra la obra de Dios en la historia, del mismo modo que el sacerdote la celebra en la liturgia. amar redentor. Pablo se reconoce a sí mismo como sacerdote de un templo universal, donde todas las culturas pueden convertirse en un espacio de gracia.

Esto pone de relieve una tensión: Pablo quiere proclamar un mensaje universal sin borrar la singularidad de cada pueblo. La fe no homogeneiza; transfigura. Ser “ministro de Cristo a las naciones” no significa colonizar, sino revelar, en cada cultura, la huella del plan divino. Cristo no suprime las lenguas ni las diferencias; las convierte en canales de comunión.

La trascendencia existencial de este pasaje es profunda. Nos recuerda que todo creyente está llamado a practicar una liturgia interior en su vida diaria. Trabajar, amar, educar y servir se convierten en actos de entrega. La misión cristiana se vive en el corazón del mundo, no en sus márgenes.

Finalmente, Pablo enfatiza el “orgullo en Cristo”. Esto es alegría Conocerse como instrumento y no como maestro, como canal y no como fuente. Ser ministro de Cristo es aceptar una descentralización radical del yo: el poder de la gracia fluye a través de una vida entregada. Es allí donde la misión se vuelve fructífera.

La gracia recibida: fundamento de toda misión

Pablo no inventó su vocación; la recibió. “Es por la gracia que Dios me ha dado”. Esta sencilla frase encierra toda la teología cristiana de la misión. Sin la gracia, el celo apostólico se transforma rápidamente en activismo, y el orgullo en arrogancia.

En el pensamiento paulino, la gracia precede a toda elección humana. Dios llama, inspira y obliga. Pablo, antiguo perseguidor, descubre que ha sido elegido no por méritos, sino por pura misericordia. Esta inversión fundamental sigue inspirando toda la acción de la Iglesia hoy.

En la práctica, esto significa que servir a Dios comienza con recibir su don. El ministro de Cristo no es un administrador de lo sagrado; es, ante todo, una persona llena de gracia. A través de él, la gracia fluye, no porque hable bien o actúe mejor, sino porque permanece abierto.

Esto se puede trasladar a la vida del creyente Ordinario. Todo acto de fe es ministerium: ofrecer tiempo, atención y habilidades a los demás, con un espíritu de altruismo. Cuando la gracia se convierte en la fuerza impulsora, los frutos parecen inesperados: paciencia, paz interior y, sobre todo, la alegría de simplemente estar donde Dios obra.

Para Pablo, la gracia no es una energía vaga; es la presencia viva de Cristo. Ser ministro de Cristo a las naciones es, por lo tanto, llevar esta Presencia. Más que un mensaje, es un contagio de amor, discreto y persistente.

La misión encomendada: construir sobre lo que queda sin decir.

“No quise edificar sobre los cimientos de otro”. Pablo expresa aquí un punto esencial: la misión no es una competencia. Cada apóstol tiene su campo, cada creyente su territorio espiritual. Pablo siente el llamado a abrir nuevos caminos; esta es su manera de ser fiel.

Proclamar el Evangelio “donde el nombre de Cristo no ha sido pronunciado” también implica atreverse a ir donde la fe aún no ha encontrado su voz. Hoy, estas fronteras no siempre son geográficas; pueden ser culturales, tecnológicas o sociales. Ser ministro de Cristo en el siglo XXI es dar testimonio en mundos que a menudo son indiferentes o están saturados de ruido.

Pablo habla del “poder de las señales y prodigios, el poder de el Espíritu de Dios”. No se trata principalmente de milagros visibles; son transformaciones internas, conversiones silenciosas. En los entornos más remotos, la fe se abre paso a través de la belleza, la solidaridad y la verdad.

En términos prácticos, cada cristiano puede reflexionar: ¿dónde no he pronunciado aún el nombre de Cristo en mi vida? ¿En qué ámbitos podrían mis palabras, mis acciones, mis decisiones dar más testimonio? La misión comienza precisamente ahí: en los rincones aún intactos de nuestro corazón.

Alegría compartida: la ofrenda de las naciones hoy

Pablo no concibe la misión como una conquista, sino como una ofrenda festiva. La imagen del altar cósmico, donde las naciones se convierten en ofrenda, evoca alegría de un banquete. No se trata de un pueblo dominando a otro, sino de la sinfonía de diferencias armonizadas por el Espíritu.

En el mundo contemporáneo, esta visión se traduce en una espiritualidad del encuentro. Ofrecer la propia vida implica aprender a ver a los demás no como un obstáculo, sino como un don. Cada cultura, cada persona, lleva en su interior un fragmento aún inexplorado del Evangelio.

La ofrenda de las naciones no supone, por tanto, una dilución de la fe en un relativismo global; es la universalidad concreta de amar. Dios no acepta pueblos sin cuerpo; él santifica rostros, historias, recuerdos.

Esta perspectiva también transforma la interacción social. Trabajando por la justicia, El diálogo entre religiones y la protección de la creación se convierten en participaciones de esta misma ofrenda. Cuando un acto se realiza a la luz de Cristo, por discreto que sea, se transforma en culto espiritual.

Entonces, alegría El entusiasmo de Pablo no es el de un aventurero, sino la certeza de una transformación continua. El mundo ya está en manos de Dios; el apóstol simplemente revela lo que el Espíritu obra silenciosamente.

La huella de la tradición

La tradición patrística ha comentado con frecuencia este pasaje. San Ireneo ve en Pablo el prototipo del sacerdote del Nuevo Testamento: no el que ofrece animales, sino el que presenta pueblos a Dios. San Agustín Él ve en ello la señal de la unidad futura: todas las naciones como un solo cuerpo de Cristo.

En la Edad Media, la teología del “sacrificio espiritual” se desarrolló entre Santo Tomás de AquinoEl hombre ofrece a Dios su don más noble: su voluntad. Pablo es testigo vivo de ello. En la liturgia, esta dimensión se refleja cada vez que el sacerdote dice: “Oremos juntos, mientras ofrecemos el sacrificio de toda la Iglesia”. Este sacrificio es la ofrenda de las naciones.

La Iglesia contemporánea, en particular por Vaticano Redescubrió el alcance misionero de esta visión. El llamado universal a la santidad se hace eco del de Pablo: todo bautizado participa en la santificación del mundo. Los gestos más sencillos pueden convertirse en un lugar de ofrenda cuando se realizan en amar.

«"Un ministro de Cristo Jesús para los gentiles, para que la ofrenda de los gentiles sea aceptada por Dios" (Romanos 15:14-21)

Camino de oración: encarnando la misión

  1. Acoger: releer la propia historia como un lugar donde Dios ha concedido una gracia especial.
  2. Ofrenda: cada mañana, presenta a Dios tus actividades del día como un altar viviente.
  3. Escucha: discierne los lugares a tu alrededor “donde aún no se ha pronunciado el nombre de Cristo”.
  4. Servir: emprender acciones concretas de justicia y paz, incluso las pequeñas.
  5. Alabar: dar gracias por la diversidad de pueblos, culturas y talentos.
  6. Contemplar: reconocer la presencia del Espíritu Santo obrando en los demás.
  7. Enviar: oren por aquellos en el mundo que llevan el Evangelio a los márgenes.

Conclusión

Ser ministro de Cristo Jesús para las naciones, según Pablo, es vivir la fe como una liturgia del mundo. Cada encuentro, cada palabra, cada acto de servicio se convierte en un acto sagrado. La ofrenda de las naciones no es la utopía de un mundo perfecto; es el tejido invisible de gestos que, día tras día, transforman la tierra en un Reino.

Esta visión transforma las perspectivas. El Evangelio ya no está reservado para unos pocos elegidos; es buena noticia para todos, incluso para aquellos “a quienes no se les había anunciado”. El creyente llamado a servir se convierte en un signo de esta universalidad.

El texto de Pablo nos invita así a pensar en la evangelización no como un deber externo, sino como una transformación interior: ofrecer el mundo es, ante todo, ofrecerse a uno mismo. Y en esta ofrenda, descubrir... alegría inagotable de un Dios que recibe lo que él mismo ha inspirado.

En la práctica

  • Lea un fragmento de lo siguiente cada semana: carta a los romanos.
  • Vincular la oración diaria a una intención universal (personas en guerra, migrantes, desheredado).
  • Ofrecer el propio trabajo o cuidado como un servicio prestado a Cristo.
  • Descubrir otra cultura para ampliar la propia perspectiva de la fe.
  • Participar en la liturgia con conciencia de su dimensión universal.
  • Lleva un libro de ofrendas: anota los momentos en que Dios actúa discretamente.
  • Termina cada día con un “gracias a las naciones”.

Referencias

Carta de Pablo A los romanos, capítulos 9 al 15
– Profeta Isaías, 52-53
– San Ireneo de Lyon, Adversus Haeroses
San AgustínLa ciudad de Dios
Santo Tomás de AquinoSuma Teológica, IIIa, q.83
- Concejo Vaticano II, Lumen GentiumAd Gentes
– Liturgia del Ofertorio, Misal Romano

Vía Equipo Bíblico
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