Evangelio de Jesucristo según San Lucas
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Los agarrarán y los oprimirán; los arrastrarán ante las asambleas y los meterán en los calabozos; los harán comparecer ante reyes y gobernantes, por causa de mi nombre. Esta será su oportunidad de testificar.
Decidan en su interior no preocuparse por lo que dirán para justificarse. Les concederé palabras y una inteligencia que ningún enemigo podrá contradecir ni combatir.
Serán traicionados incluso por sus padres, sus hermanos, su familia y sus parientes, y a algunos de ustedes los enviarán a la muerte. Serán odiados por todos a causa de mi nombre.
Sin embargo, ni un solo cabello de tu cabeza se perderá. Es mediante tu perseverancia que salvarás tu vida.»
Perseverar en las pruebas: la promesa de Cristo frente a la persecución
Cómo las palabras de Jesús sobre la persecución revelan una presencia divina que trasciende toda oposición y transforma el testimonio en victoria espiritual.
La vida cristiana nunca fue prometida como un camino de rosas. Desde el principio, el Señor Jesús advirtió a sus discípulos que seguir su nombre implicaba un costo real, tangible y a menudo doloroso. En este pasaje delEvangelio según san LucasNos encontramos con un mensaje profético que trasciende siglos y llega a cada generación de creyentes: la promesa de una presencia divina incluso en medio de la adversidad. Lejos de ser una amenaza destinada a desanimar, estas palabras constituyen una preparación realista y un poderoso estímulo para todos los que llevan el nombre de Cristo en un mundo a veces hostil.
Comenzaremos explorando el contexto histórico y teológico de esta afirmación del Evangelio de Lucas. A continuación, analizaremos la estructura paradójica del discurso de Jesús, que anuncia simultáneamente persecución y protección. A continuación, desarrollaremos tres temas principales: la naturaleza del testimonio cristiano, la promesa de la asistencia divina y la paradoja de la pérdida y la preservación. Finalmente, examinaremos las implicaciones concretas para nuestra vida actual, las resonancias dentro de la tradición espiritual y los desafíos contemporáneos, antes de concluir con una oración y sugerencias prácticas.
El marco evangélico de un anuncio radical
Este pasaje es parte del gran discurso escatológico de Jesús, relatado en el capítulo veintiuno del Evangelio.Evangelio según san LucasJesús habla a sus discípulos en los últimos días de su ministerio terrenal, al acercarse su Pasión. El contexto inmediato es el de la enseñanza sobre el fin de los tiempos, la destrucción del Templo de Jerusalén y las tribulaciones que precederán al glorioso regreso del Hijo del Hombre. Pero en el centro de estas advertencias cósmicas, Jesús inserta una advertencia profundamente personal y comunitaria: sus discípulos serán perseguidos por causa de su nombre.
El Evangelio de Lucas, escrito probablemente en los años ochenta del siglo I, se dirige a las comunidades cristianas que ya conocían la realidad de la persecución. Los hechos de los apóstolesEl segundo Evangelio de Lucas ofrece abundante testimonio de los arrestos, comparecencias judiciales, encarcelamientos y martirios que marcaron las primeras décadas de la Iglesia. Pedro y Juan ante el Sanedrín, Esteban apedreado, Pablo encarcelado en Cesarea y luego en Roma: todos estos son relatos que encarnan la palabra profética de Jesús. El texto que meditamos no es, por tanto, una abstracción teórica, sino una anticipación confirmada por la historia.
Desde un punto de vista literario, este pasaje presenta una estructura notable. Jesús primero enumera las formas concretas de persecución: arrestos, entregas a las sinagogas, encarcelamientos y comparecencias ante las autoridades políticas. Luego transforma este anuncio negativo en una oportunidad positiva: «Esto os llevará a dar testimonio». El vocabulario griego utilizado aquí... martirioEsto significa tanto testimonio como martirio, anticipando ya la fusión de la confesión de fe y el sacrificio de la vida que marcaría la historia cristiana. A continuación, Jesús ofrece una promesa de asistencia divina: dará a sus discípulos un lenguaje y una sabiduría irresistibles. Finalmente, concluye con una sorprendente paradoja: «Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá», aunque algunos serán condenados a muerte.
Este dicho tiene sus raíces en la tradición profética del Antiguo Testamento. Los siervos de Dios siempre han enfrentado oposición: José, vendido por sus hermanos; Moisés, rechazado por el faraón y luego desafiado por su propio pueblo; los profetas, perseguidos por los reyes de Israel y Judá. Jeremías, en particular, ofrece un sorprendente paralelismo con nuestro texto: arrojado a una cisterna, encarcelado, amenazado de muerte, recibe sin embargo la promesa divina: «Yo estoy contigo para librarte» (Jeremías 1:8). El discípulo de Jesús pertenece a esta larga lista de testigos que proclaman la Palabra de Dios a costa de su comodidad, su seguridad y, a veces, su vida.
El uso de este texto en la liturgia católica, especialmente durante las conmemoraciones de los mártires o en el Tiempo Ordinario, invita a los fieles a meditar sobre la dimensión cruciforme de la existencia cristiana. No se trata de buscar el sufrimiento por sí mismo, sino de reconocer que... lealtad Rechazar a Cristo puede generar oposición, y esta no es un accidente lamentable, sino una dimensión constitutiva del testimonio evangélico. Las palabras de Jesús preparan a los discípulos no para huir de la persecución, sino para soportarla con fe, sostenidos por la certeza de la presencia divina.
La estructura paradójica del discurso cristiano
Un análisis cuidadoso de este pasaje revela una tensión creativa entre el anuncio del juicio y la promesa de protección, entre el realismo brutal y la esperanza invencible. Jesús no busca minimizar la crudeza de lo que les espera a sus discípulos. Emplea verbos de una violencia descarnada: «Os echarán mano», «os perseguirán», «os entregarán», «os llevarán ante un juez». La voz pasiva teológica empleada aquí sugiere que estos acontecimientos provienen de un misterioso permiso divino, sin implicar que Dios sea su autor directo. Jesús describe una realidad histórica en la que las fuerzas que se oponen al Reino de Dios se desatarán contra quienes lo representan.
Pero en el corazón de este sombrío anuncio brilla una luz inesperada. La persecución se convierte en una oportunidad para dar testimonio. El griego eis martyrion Esto puede traducirse literalmente como "para dar testimonio" o "para dar testimonio". En otras palabras, los discípulos no darán testimonio a pesar de la persecución, sino a través de ella, por medio de ella, gracias a ella. La oposición se convierte en el escenario donde se manifiesta el poder del Evangelio. Esta transformación radical del sufrimiento en misión constituye uno de los rasgos más característicos de la espiritualidad cristiana. La cruz misma, instrumento de tortura y muerte, se convierte en el lugar preeminente para la revelación del amor de Dios.
La promesa central del pasaje merece especial atención: «Les daré palabras y sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni oponerse». Jesús no promete a sus discípulos librarlos de los tribunales, sino acompañarlos a ellos. No garantiza la ausencia de confrontación, sino su presencia en ella. El «yo» es enfático en griego (ego), enfatizando que es Jesús mismo, personalmente, quien proveerá las palabras necesarias. Esta promesa evoca la experiencia de Moisés ante la zarza ardiente, cuando objeta su falta de elocuencia y Dios responde: «Yo estaré con tu boca y te enseñaré lo que debes decir» (Éxodo 4:12).
El término traducido como "lenguaje" (estoma, literalmente "boca") y la que se traduce como "sabiduría" (Sofía) forman una pareja significativa. La boca representa la capacidad de expresión, la elocuencia concreta, mientras que la sabiduría evoca un profundo discernimiento, una correcta comprensión de las situaciones. Por lo tanto, Jesús promete forma y sustancia, expresión y contenido, oratoria y perspicacia espiritual. Esta doble promesa se cumplirá brillantemente en los hechos de los apóstolesdonde los discípulos, a menudo de orígenes modestos y sin formación retórica, confunden regularmente a las autoridades religiosas y políticas con la precisión y el poder de sus palabras.
El realismo de Jesús alcanza su punto máximo cuando habla de la traición familiar: «Serán traicionados incluso por sus padres, hermanos, parientes y amigos». Esta dimensión de la prueba golpea el corazón mismo de los vínculos más sagrados de la existencia humana. Jesús ya había anunciado en otros pasajes que había venido a traer no... paz estructura familiar convencional, sino una división causada por la naturaleza radical del Evangelio (Lucas 12(p. 51-53). Aquí, especifica que esta división puede incluso llevar a la muerte. La historia misionera está llena de testimonios de conversos repudiados por sus familias, de mártires denunciados por sus seres queridos, de discípulos obligados a elegir entre lealtad A Cristo y a la lealtad familiar. Esta prueba específica revela que el discipulado cristiano a veces exige renunciar a los apegos humanos más legítimos por amor al Reino.

El testimonio como vocación transformada por la prueba
El primer tema teológico importante de este pasaje se refiere a la naturaleza misma del testimonio cristiano. Desde una perspectiva evangélica, dar testimonio no consiste principalmente en desarrollar argumentos apologéticos sofisticados ni en elaborar estrategias de comunicación eficaces. El auténtico testimonio cristiano es existencial antes que retórico: involucra a la persona en su totalidad, incluyendo su vulnerabilidad, fragilidad y exposición al sufrimiento. El mártir, en sentido etimológico, es quien da testimonio, y en la Iglesia primitiva, este término llegó a designar específicamente a quien da testimonio incluso hasta la entrega de su vida.
Jesús indica que los discípulos serán llevados ante «sinagogas», «cárceles», «reyes» y «gobernadores». Esta lista abarca todo el espectro de autoridades religiosas y civiles de la época. Las sinagogas representan la institución judía local, las cárceles el sistema penal, y los reyes y gobernadores el poder político en sus diversos niveles. En otras palabras, el testimonio cristiano se despliega en todas las esferas sociales, desde la comunidad religiosa original hasta las más altas esferas del poder imperial. Esta universalidad del testimonio se corresponde con la universalidad de la misión: el Evangelio concierne a todas las personas y, por lo tanto, debe ser proclamado a todas, independientemente de su estatus o posición.
La originalidad del testimonio cristiano reside en su naturaleza involuntaria y forzada. Los discípulos no buscan estas oportunidades para dar testimonio; les son impuestas por la persecución. Sin embargo, Jesús las presenta como providenciales: «Esto los llevará a dar testimonio». Dios hace que incluso los acontecimientos más negativos contribuyan al bien de sus siervos. Lo que los adversarios perciben como un medio para silenciar el Evangelio, paradójicamente, se convierte en el instrumento de su propagación. La Iglesia primitiva experimentaría esto repetidamente: la sangre de los mártires se convierte en la semilla de los cristianos, según la famosa fórmula de Tertuliano. Cada juicio público, cada ejecución, se convierte en una proclamación silenciosa pero elocuente de la fe.
Esta transformación de la prueba en una oportunidad misionera requiere un cambio de perspectiva. Se invita al discípulo a percibir la persecución no solo desde la perspectiva del sufrimiento padecido, sino también desde la perspectiva de la gracia ofrecida. Esto no significa negar el dolor real, el miedo legítimo, la angustia natural ante la amenaza. Los relatos del martirio cristiano a menudo muestran a santos temblando ante su ejecución, orando por la liberación, experimentando plenamente el horror de su situación. Pero más allá de esta comprensible reacción humana, la fe abre una perspectiva adicional: la de la unión con Cristo sufriente y la participación en la El misterio de PascalLa persecución configura al discípulo con el Maestro; lo introduce en la dinámica misma de la Encarnación redentora.
El testimonio dado en estas circunstancias posee un poder persuasivo que los discursos ordinarios no pueden lograr. Cuando un hombre o una mujer confiesa su fe sabiendo que esta confesión podría costarle la libertad o la vida, su testimonio adquiere una densidad, una gravedad y una credibilidad que impresionan incluso a sus adversarios. Los hechos de los apóstoles Informan que los miembros del Sanedrín, al ver la valentía de Pedro y Juan, «se asombraron, pues se dieron cuenta de que eran hombres sin educación ni habilidad; y los reconocieron como personas que habían estado con Jesús» (Hechos 4:13). El testimonio de la persecución revela la autenticidad de la fe; testifica que la fe no es una convicción superficial ni una conformidad social, sino una profunda adhesión a una verdad por la que uno está dispuesto a sufrir.
Esta dimensión del testimonio desafía nuestra práctica contemporánea de evangelización. En las sociedades occidentales secularizadas, donde la persecución física sigue siendo poco frecuente, ¿cómo podemos mantener la autenticidad del testimonio cristiano? ¿Cómo podemos evitar que nuestra proclamación del Evangelio se convierta en un discurso puramente abstracto, desconectado del compromiso existencial? La respuesta puede estar en lealtad A las pequeñas persecuciones cotidianas: incomprensión, burla, exclusión social, marginación profesional. El discípulo que da testimonio de su fe a riesgo de parecer ridículo o anticuado, que defiende públicamente sus convicciones morales a costa de su bienestar social, que prioriza la integridad ética sobre el progreso profesional, participa, a su manera, en el testimonio perseguido del que habla Jesús. La diferencia entre estos pequeños actos de abnegación y el martirio sangriento es enorme, sin duda, pero el principio espiritual sigue siendo el mismo: dar testimonio cuesta, y es precisamente este costo lo que lo autentifica.
Asistencia divina prometida en medio de la adversidad
El segundo gran tema teológico se refiere a la promesa de la ayuda divina. Jesús no se limita a anunciar la prueba; asegura a sus discípulos su presencia activa en el momento decisivo. Esta promesa se desarrolla en dos dimensiones complementarias: la ausencia de dificultades anticipadas y la presencia real de la ayuda divina.
“Consideren su defensa con anticipación”. Esta instrucción puede parecer irresponsable a primera vista. ¿No debería uno prepararse cuidadosamente al comparecer ante las autoridades? ¿No es prudente considerar argumentos, anticipar objeciones y desarrollar una estrategia de defensa? Jesús no recomienda improvisar por descuido, sino la confianza que nace de la fe. La distinción es crucial. No se trata de rechazar toda preparación humana razonable, sino de no confiar en última instancia en las propias habilidades retóricas o intelectuales. Se invita al discípulo a una entrega espiritual, a una entrega completa a las manos de Dios ante la prueba.
Esta instrucción hace eco de otros dichos de Jesús sobre la preocupación: "No os preocupéis por vuestra vida" (Lucas 12,22). El término griego promerimnao Literalmente significa "preocuparse de antemano". Jesús no condena la prudencia legítima, sino la ansiedad paralizante, esa preocupación que corroe el alma y mina la confianza en Dios. En el contexto específico de la persecución, esta instrucción cobra especial importancia. Los discípulos podrían verse tentados a pasar el tiempo imaginando escenarios futuros, ensayando mentalmente sus defensas, calculando sus posibilidades de absolución o condena. Jesús los libera de esta espiral de ansiedad pidiéndoles que vivan plenamente el presente y confíen en la gracia del momento.
La promesa positiva que sigue respalda esta instrucción: “Les daré un lenguaje y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni oponerse”. El verbo griego anthistemi (resistir) y el verbo antilegeína (Oponerse, contradecir) sugiere la total impotencia de los adversarios ante la palabra inspirada. No es que los discípulos estarán exentos de condenación —Jesús acaba de anunciar que algunos serán condenados a muerte—, sino que su testimonio será irrefutable a nivel espiritual y moral. Sus jueces podrán condenarlos civilmente, pero no podrán refutar su mensaje evangélico.
Esta promesa se ha cumplido de forma notable en la historia de la Iglesia. Los interrogatorios de mártires como Policarpo de Esmirna, Perpetua y Felicidad, Maximiliano o, más tarde, Tomás Moro, revelan una profundidad teológica y una claridad espiritual que a menudo contrastan marcadamente con la confusión o la brutalidad de sus jueces. Estos hombres y mujeres, a veces jóvenes e incultos, demuestran una sabiduría que supera claramente sus capacidades naturales. Expresan su fe con una claridad, firmeza y dulzura que impresionan incluso a sus perseguidores. Esta sabiduría es un carisma, un don del Espíritu Santo adaptado a las circunstancias.
San Pablo, en su segunda carta a Timoteo, da testimonio personal de esta ayuda divina: «En mi primera defensa, nadie me ayudó, sino que todos me abandonaron… Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas, para que por medio de mí se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles» (2 Timoteo 4:16-17). Pablo experimenta exactamente lo que Jesús había prometido: el abandono humano compensado por la presencia divina, la aparente soledad transformada en una oportunidad para la proclamación universal.
Esta asistencia divina no elimina el esfuerzo humano, sino que lo transfigura. El discípulo no se transforma en un autómata que recita mecánicamente un discurso dictado por Dios. Permanece plenamente comprometido con su testimonio, aportando su personalidad, su historia, sus propias palabras. Pero lo hace en sinergia con la gracia, en una colaboración entre su libertad y la acción del Espíritu. Esta misteriosa cooperación respeta al ser humano al mismo tiempo que lo trasciende; honra a la criatura al tiempo que revela la presencia del Creador. Por eso, los testimonios de los mártires son a la vez profundamente personales —cada uno expresa su temperamento único— y universalmente inspiradores: todos reconocen en ellos una sabiduría que viene de lo alto.
Para el discípulo contemporáneo, esta promesa sigue siendo de una relevancia notable. Cuántos cristianos se enfrentan a situaciones en las que deben rendir cuentas de su fe: un colega que cuestiona sus convicciones morales, un hijo que plantea preguntas difíciles sobre el sufrimiento, un ser querido que critica a la Iglesia, una circunstancia profesional que exige una costosa decisión ética. En estos momentos, la tentación de refugiarse en el silencio por miedo a expresarse mal o, por el contrario, de lanzarse a explicaciones confusas que socavan el Evangelio es grande. Las palabras de Jesús nos invitan a una tercera vía: estar abiertos a la inspiración del momento, confiar en la promesa de que llegarán las palabras adecuadas, rendirnos a la gracia que habla a través de nosotros. pobrezaEsta actitud no es pasividad sino receptividad activa, escucha interior dentro del propio intercambio externo.
La paradoja de la pérdida y la preservación total
El tercer eje teológico, y sin duda el más misterioso, se refiere a la paradoja final enunciada por Jesús: «Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas». ¿Cómo debemos entender esta promesa de preservación absoluta cuando Jesús acaba de anunciar que algunos discípulos serán condenados a muerte? Esta aparente contradicción exige un análisis teológico minucioso.
La expresión «ni un cabello de tu cabeza se perderá» pertenece al registro proverbial de las escrituras hebreas. Ya se encuentra en el El primer libro de Samuel «Ni un cabello de su cabeza caerá a tierra» (1 Samuel 14:45), en referencia a Jonatán. Esto significa protección divina completa, salvaguarda total de la persona. Pero en el contexto de nuestro pasaje, donde se acaba de anunciar explícitamente la ejecución de ciertos discípulos, esta expresión claramente no puede referirse a la preservación física ordinaria. Apunta a una realidad más profunda: la preservación escatológica, la salvaguarda del ser verdadero más allá de la muerte física.
Aquí Jesús cambia el enfoque del ámbito de la vida biológica al ámbito de la vida espiritual y eterna. Este cambio se extiende a lo largo del Evangelio. Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús había enseñado: «No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mateo 10:28). La verdadera amenaza no proviene de quienes pueden infligir la muerte física, sino de todo aquello que pueda poner en peligro la salvación eterna. Desde esta perspectiva, el mártir que pierde su vida terrenal, pero conserva su fidelidad a Cristo, no ha perdido nada esencial; al contrario, lo ha ganado todo. «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará» (Marcos 8:35).
La promesa de que «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá» afirma así que el discípulo perseguido permanece bajo la absoluta providencia divina, que nada de lo que le sucede escapa al cuidado del Padre, que ni siquiera los ataques más violentos a su integridad física pueden afectar su profunda integridad ontológica. El mártir muere, sin duda, pero muere en las manos de Dios; atraviesa la muerte abrazado por el amor divino; desaparece de la vista del mundo, pero es plenamente visto y preservado por Aquel que solo puede salvaguardarlo… la resurrección.
Esta visión escatológica de la preservación tiene sus raíces en la fe en la resurrección de los muertos. Los primeros cristianos confesaron que Jesús es «las primicias de los que durmieron» (1 Corintios 15:20). Su resurrección garantiza la nuestra. El cuerpo mortal del mártir, destrozado por la tortura o la decapitación, está destinado a resucitar glorioso e incorruptible. Desde esta perspectiva, ni un cabello se pierde realmente, ya que la identidad personal completa será restaurada y transfigurada en la resurrecciónSan Pablo lo expresa magníficamente: «Él transformará nuestro cuerpo de humillación en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3,21).
La segunda parte de la promesa introduce una condición: "Con tu perseverancia conservarás tu vida". El término griego hipomona Se refiere a la perseverancia paciente, la firmeza ante la adversidad, la capacidad de mantenerse firme a pesar de la duración e intensidad del sufrimiento. Esta perseverancia no es simplemente fuerza de voluntad, obstinación tenaz o estoicismo orgulloso. Tiene sus raíces en la fe, se nutre de la esperanza y se sostiene por... caridadPresupone una entrega diaria a la gracia, oración constante y una adhesión viva a Cristo. La perseverancia cristiana es menos una virtud adquirida que una gracia recibida y cultivada.
Este énfasis en la perseverancia reconoce implícitamente que las dificultades pueden llevar a la apostasía. La historia de la Iglesia está repleta de deserciones, renuncias y cristianos que, bajo amenaza, sacrificaron a ídolos paganos o negaron su fe. Jesús no promete que todos perseverarán automáticamente, sino que quienes perseveren preservarán su verdadera vida. Por lo tanto, este mensaje no es solo una promesa, sino una exhortación: manténganse firmes, no se rindan, permanezcan fieles hasta el final. El Apocalipsis Juan repite este tema: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apocalipsis 2:10).
La paradoja final de este pasaje revela así la radicalidad de la visión cristiana de la existencia: la vida que Dios ofrece no está en el mismo plano que la existencia temporal y biológica. Jesús vino a ofrecer vida en abundancia, vida eterna, vida divina compartida. Esta vida atraviesa la muerte sin sucumbir a ella; perdura más allá de toda destrucción aparente. El mártir encarna dramáticamente esta verdad que todo cristiano está llamado a vivir: la verdadera vida no depende de las circunstancias externas, sino de la relación con Dios. Quienes permanecen en Cristo poseen la vida eterna, incluso si sus cuerpos son torturados o asesinados. Quienes abandonan a Cristo para salvar su vida biológica pierden precisamente esta vida eterna que buscaban preservar.

Implicaciones concretas para la vida cristiana contemporánea
Este texto evangélico, aunque arraigado en el contexto histórico del siglo I, se dirige directamente al discípulo del siglo XXI. Sus implicaciones afectan a diversas esferas de la vida cristiana contemporánea.
En el ámbito personal y espiritual, este pasaje nos invita a examinar nuestra relación con el sufrimiento y la adversidad. ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de nuestra fe? ¿Hemos comprendido que el auténtico discipulado cristiano implica necesariamente una forma de sufrimiento? Nuestra espiritualidad contemporánea, a veces teñida por la búsqueda del bienestar y la realización personal, puede pasar por alto esta dimensión cruciforme del Evangelio. Jesús nos devuelve a la realidad: seguir a Cristo puede llevar a la incomprensión, el rechazo y la marginación. La cuestión no es buscar el sufrimiento de forma masoquista, sino aceptar el sufrimiento que surge de él. lealtad evangélico.
Esta aceptación requiere maduración espiritual. El joven creyente puede ser entusiasta pero frágil, dispuesto a confesar su fe en un entorno de apoyo, pero desestabilizado por la oposición. La perseverancia de la que habla Jesús se construye con el tiempo; presupone un arraigo gradual en la oración, un profundo conocimiento de las Escrituras, una vida sacramental regular y una sólida camaradería fraternal. Las primeras comunidades cristianas, conscientes de esta necesidad, organizaron la formación de los catecúmenos durante varios años, preparando a los futuros cristianos bautizados para afrontar los desafíos de una sociedad a menudo hostil.
En el ámbito familiar, este texto toca una cuestión particularmente dolorosa: ¿qué hacer cuando... lealtad ¿Crea la conversión a Cristo tensiones familiares? Jesús predijo que los discípulos podrían ser traicionados por sus familiares. Esta situación sigue vigente hoy en día en muchas partes del mundo donde la conversión a... cristianismo Esto lleva al rechazo familiar. Pero incluso en las sociedades occidentales, pueden surgir tensiones: un joven que elige una vocación religiosa en contra de la voluntad de sus padres, un cónyuge que se convierte mientras el otro permanece incrédulo, decisiones educativas o morales que generan profundos desacuerdos. En estas situaciones, el discípulo está llamado a mantenerse unido. lealtad a Cristo y al amor familiar, a no romper los vínculos salvo en casos de absoluta necesidad, a dar testimonio a través de dulzura y respeto, manteniendo firmemente sus convicciones.
En el ámbito profesional, las oportunidades de dar testimonio frente a la persecución se multiplican. Un médico o farmacéutico que se niega a participar en actos contrarios a su conciencia, un empleado que denuncia prácticas fraudulentas poniendo en riesgo su carrera, un profesor que defiende una antropología cristiana en un entorno ideológico opuesto, un empresario que aplica principios éticos costosos: todas estas son situaciones en las que el discípulo puede experimentar formas modernas de persecución. No se trata de prisión ni ejecución, ciertamente, sino de acoso, ostracismo, denegación de ascensos y pérdida del empleo. En estas circunstancias, la promesa de Jesús sigue vigente: él dará las palabras y la sabiduría necesarias para dar testimonio con fuerza y dulzura.
En el ámbito eclesial, este pasaje plantea preguntas sobre cómo las comunidades cristianas preparan a sus miembros para la exigente tarea del testimonio. ¿Ofrecemos una visión realista del discipulado? ¿Formamos a los fieles para expresar su fe con claridad y convicción? ¿Creamos espacios donde se puedan compartir las dificultades que se encuentran a causa de la fe, donde se pueda recibir aliento y apoyo? La Iglesia primitiva comprendió la importancia del apoyo comunitario frente a la persecución; cristianos Visitaron a prisioneros, brindaron asistencia material a las familias de los mártires y celebraron la memoria de los testigos con servicios litúrgicos. Esta solidaridad fraternal concreta sigue siendo esencial hoy en día.
En el ámbito público y social, el texto evangélico nos recuerda que el testimonio cristiano tiene inevitablemente una amplia dimensión política. Comparecer ante gobernantes y reyes significa que la fe no se limita a la esfera privada, sino que se atreve a expresarse en el espacio público, incluso ante las autoridades. Este mensaje anima. cristianos No deben replegarse en un gueto espiritual, sino abrazar su presencia en el debate público, defender los valores del Evangelio en la sociedad y dar testimonio de Cristo incluso en puestos de poder. Esto también implica aceptar que esta presencia pública puede generar oposición, controversia y acusaciones. Los cristianos que participan en la vida pública no deberían sorprenderse de ser criticados, caricaturizados o atacados; son herederos de los apóstoles que comparecieron ante las autoridades de su tiempo.
Ecos en la teología del martirio
Este pasaje del Evangelio de Lucas ha influido profundamente en la espiritualidad cristiana, en particular en la teología del martirio que se desarrolló desde los primeros siglos. Los Padres de la Iglesia meditaron extensamente sobre estas palabras, encontrando en ellas consuelo y exhortación.
San Ignacio de Antioquía, a principios del siglo II, mientras era llevado a Roma para ser arrojado a las fieras, escribió en su carta a los romanos “Déjame ser pasto de las bestias, por medio de las cuales pueda encontrar a Dios […] Soy trigo de Dios, y debo ser molido por los dientes de las bestias para convertirme en el pan puro de Cristo”. Esta visión del martirio como configuración con Cristo Eucarístico, como participación en El misterio de Pascal, retoma exactamente la perspectiva abierta por Jesús en nuestro texto: la persecución se convierte en el lugar mismo del encuentro con Dios.
Tertuliano, a finales del siglo II y principios del III, desarrolla en su tratado A los mártires Una poderosa teología de la persecución como guerra espiritual. Anima cristianos encarcelados recordándoles que "el prisión Para el cristiano, es lo que el desierto fue para el profeta: un lugar privilegiado de encuentro con Dios, un retiro forzado que se convierte en ocasión de gracia. Esta perspectiva transforma radicalmente la percepción de la adversidad: lo que debería ser un castigo se convierte en un privilegio, lo que debería quebrantar se convierte en lo que fortalece.
Las Actas de los Mártires, esos relatos hagiográficos que registran los interrogatorios y torturas de los primeros cristianos, constituyen una verificación histórica de la promesa de Jesús. Representan con frecuencia a cristianos comunes que confunden a retóricos y filósofos paganos con su sabiduría, y a mujeres y esclavos que resisten intelectual y espiritualmente las presiones de los magistrados más astutos. Santa Perpetua, una joven madre cartaginesa martirizada en el año 203 d. C., se enfrentó al procurador con una firmeza y claridad de pensamiento que demostraban claramente la asistencia divina prometida por Cristo.
La tradición oriental, particularmente rica en teología del martirio, desarrolló los conceptos de martirio rojo (derramamiento de sangre), martirio blanco (virginidad consagrada) y martirio verde (ascetismo monástico). Esta triple tipología reconoce que, si bien no todos están llamados al martirio sangriento, todos están llamados a una forma de testimonio costoso. El monje que renuncia al mundo, la virgen consagrada que renuncia al matrimonio, el cristiano común que renuncia al pecado, todos participan a su manera en la lógica del testimonio perseguido del que habla Jesús. Esta expansión del concepto de martirio permite universalizar el mensaje evangélico sin diluir su radicalidad.
Santo Tomás de Aquino, en su Suma TeológicaDedica una pregunta entera al martirio. En ella, afirma que el martirio es «el acto más perfecto de virtud» porque manifiesta caridad Supremo: «Nadie tiene amor más grande que este: dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Para Tomás, el mártir encarna plenamente la imitación de Cristo; reproduce en su carne la El misterio de PascalSe convierte verdaderamente en «otro Cristo». Esta perspectiva tomista enfatiza que el martirio no es principalmente una prueba que se debe soportar, sino un don que se debe ofrecer; no un destino sufrido, sino un acto libre de amor.
La espiritualidad carmelita, en particular a través de Santa Teresita del Niño Jesús, ha contemplado profundamente el deseo del martirio y su aplicación a las pequeñas muertes cotidianas. Teresita, quien anhelaba ardientemente el martirio, pero no pudo alcanzarlo en la Francia del siglo XIX, comprendió que se podía vivir un martirio del corazón, un testimonio de amor a través de los pequeños sacrificios ocultos de la vida cotidiana. Esta perspectiva amplía el alcance del texto evangélico: la lógica del testimonio costoso se aplica a toda vida cristiana, independientemente del tiempo o las circunstancias.
En el siglo XX, frente a los regímenes totalitarios que se cobraron millones de vidas mártires cristianosEl Magisterio de la Iglesia ha reafirmado con fuerza la actualidad de esta espiritualidad. papa Juan Pablo II, en su carta apostólica Tertio Millennio AdvenienteDestacó que el siglo XX había sido «más que ningún otro siglo de mártires» y abogó por el redescubrimiento de este testimonio como dimensión esencial de la fe cristiana. El Martirologio Romano, actualizado tras el Concilio. Vaticano Actualmente incluye miles de mártires del siglo XX, testigos de la perseverancia de la que habló Jesús.
Puntos para la meditación
Las palabras de Jesús sobre la persecución y el testimonio exigen una apropiación personal en la oración. Aquí hay algunas sugerencias concretas para una meditación fructífera sobre este pasaje.
Comienza con una lectura lenta y repetida del texto del Evangelio. Si es posible, lee en voz alta, prestando atención a cada palabra, a cada frase. Deja que las expresiones más poderosas resuenen en tu interior: «te impondrán las manos», «esto te llevará a dar testimonio», «te daré», «ni un cabello de tu cabeza perecerá». Observa en silencio qué palabras te llegan al corazón, qué frases resuenan con una situación específica de tu vida.
A continuación, imagina la escena. Jesús habla a sus discípulos poco antes de su Pasión. Los prepara para lo que les espera. Imagina este momento de intimidad, esta ternura del Maestro que advierte y anima a sus amigos. Sitúate entre estos discípulos que escuchan, observa sus rostros, siente sus emociones encontradas: quizás preocupación, miedo, pero también confianza en quien habla. Deja que la escena cobre vida en ti.
Luego, entabla un diálogo interior con Cristo. Cuéntale tus miedos ante la adversidad, tu dificultad para dar testimonio, tu cobardía pasada, tus ansiosas expectativas sobre el futuro. Sé honesto sobre tu fragilidad, tus dudas, tu resistencia. Jesús conoce la debilidad humana; vio a Pedro negarlo; sabe de lo que somos capaces y de lo que no. Esta oración de confesión crea el espacio para recibir la promesa.
Abrazar verdaderamente la promesa: «Te daré palabras y sabiduría». Dejar que esta palabra penetre profundamente. No debemos confiar en nuestras propias fuerzas, sino en su gracia. Meditar en esta presencia prometida de Cristo en tiempos de prueba. Recordar momentos pasados cuando, de hecho, llegaron las palabras adecuadas, cuando se reveló una sabiduría superior a la nuestra, cuando nos sorprendió nuestra propia valentía o nuestra propia claridad de pensamiento en una situación difícil. Reconocer, en retrospectiva, la acción de la gracia.
Contempla la paradoja final: «Ni un cabello de tu cabeza perecerá». Adéntrate en esta visión de fe que relativiza la muerte física y afirma el valor infinito de la persona humana a los ojos de Dios. Medita. la resurrección Cristo como garantía de nuestra propia resurrección. Que esta esperanza escatológica transforme nuestra percepción de la existencia presente, nos libere del miedo extremo y nos abra a una confianza radical.
Finalmente, identifiquemos un área específica de nuestra vida donde este texto nos llama a un testimonio más valiente. Quizás una relación donde callamos nuestra fe por miedo al juicio, una situación profesional donde cedemos a la conveniencia en lugar de a la integridad, un compromiso comunitario que posponemos por miedo a la incomodidad. Pidamos a Cristo la gracia de... lealtad En esta área específica, ríndete a su promesa de ayuda y haz una resolución concreta en oración.
Esta meditación puede desarrollarse a lo largo de varios días, revisando el texto cada vez desde una perspectiva diferente. lectio divina, este lectura orante La lectura de las Escrituras requiere un compromiso regular y paciente, permitiendo que el texto se abra camino gradualmente en nuestros corazones.
Enfrentando los desafíos contemporáneos de la fe pública
El texto evangélico arroja nueva luz sobre algunos de los desafíos contemporáneos que afrontamos y adquiere renovada relevancia. cristianos en nuestras sociedades secularizadas o pluralistas.
El primer desafío se refiere al miedo al juicio de los demás y a la tentación del silencio prudente. En las sociedades occidentales, donde cristianismo Aunque la apertura ya no es el referente cultural dominante, muchos cristianos viven una fe discreta, casi invisible para el público. Esta discreción puede provenir de una modestia legítima que respeta la libertad de los demás, pero también puede enmascarar el miedo al juicio, la vergüenza de parecer diferente o ajeno a la realidad. El texto de Jesús nos recuerda que el testimonio cristiano tiene necesariamente una dimensión pública: los discípulos son llevados ante sinagogas, cárceles y gobernadores. Nuestra fe no es una mera convicción privada, sino un compromiso que compromete nuestras palabras, nuestras acciones y nuestra presencia en la sociedad. Esto no significa proselitismo agresivo ni ostentación inoportuna, sino una confianza silenciosa que se atreve a nombrar a Cristo cuando las circunstancias lo requieren, que abraza sus convicciones sin agresividad, pero también sin vergüenza.
El segundo desafío se relaciona con la complejidad de las cuestiones éticas contemporáneas. Bioética, ecología, justicia socialLas cuestiones de género y sexualidad son ámbitos en los que las posturas cristianas pueden parecer contrarias al consenso social imperante. Los cristianos que defienden públicamente la visión antropológica de la Iglesia pueden enfrentarse a acusaciones de rigorismo, intolerancia u oscurantismo. Ante estas acusaciones, la promesa de Jesús sigue vigente: nos dará la sabiduría para responder. Esta sabiduría no consiste en la obstinación dogmática, sino en la capacidad de articular las razones profundas de nuestras convicciones, demostrar su coherencia interna y revelar la belleza y la humanidad de la visión cristiana. Presupone una sólida formación, una profunda reflexión personal y, sobre todo, confianza en la inspiración del Espíritu en el momento decisivo.
El tercer desafío se refiere a la verdadera persecución que sufren hoy millones de cristianos en diversas partes del mundo. Mientras meditamos sobre este texto en la relativa comodidad de las sociedades libres, hermanos y hermanas en Cristo son encarcelados, torturados y asesinados a causa de su fe. Esta realidad contemporánea del martirio confiere a las palabras de Jesús una relevancia conmovedora. Nos llama a varias respuestas concretas: primero, información: para superar la ignorancia sobre la situación de los cristianos perseguidos; segundo, oración: para incluir a estas comunidades afectadas en nuestra intercesión; tercero, acción: para apoyar su resistencia y supervivencia de todas las maneras posibles; y finalmente, solidaridad espiritual: para reconocer nuestra profunda unidad con estos testigos contemporáneos que viven literalmente lo que Jesús proclama en nuestro texto.
El cuarto desafío se refiere a la coherencia entre las palabras y las acciones. Un testimonio verbal que no va acompañado de una vida transformada pierde toda credibilidad. La acusación de hipocresía es la que más duele. cristianismo En nuestras sociedades. Los escándalos que han sacudido a la Iglesia en las últimas décadas han socavado profundamente la confianza y la capacidad de escucha. Ante este desafío, el texto de Jesús nos remite a lo esencial: el testimonio auténtico involucra a toda la persona, incluyendo su vulnerabilidad y debilidad. No se trata de pretender ser perfecto, sino de dar testimonio de un encuentro transformador con Cristo, de un camino de conversión siempre en marcha.humildad y la sinceridad se convierten en las condiciones para un testimonio creíble.
El quinto desafío se refiere a la formación de las jóvenes generaciones para este exigente testimonio. En un contexto cultural que valora la comodidad, la realización personal y la evitación del sufrimiento, ¿cómo podemos transmitir una espiritualidad de la cruz sin desanimarlas ni traumatizarlas? La respuesta puede estar en el mismo equilibrio del texto evangélico: Jesús no oculta la dureza de la prueba, sino que la envuelve inmediatamente en la promesa de su presencia. Preparar a los jóvenes para el discipulado cristiano significa decirles la verdad sobre las dificultades que encontrarán, a la vez que los cimenta profundamente en la confianza en la gracia divina que los sostiene y acompaña. Significa formar testigos con visión de futuro y alegría, realistas y esperanzados, conscientes del coste pero seguros de la presencia de Jesús.
Oración para acoger la promesa de Cristo
Señor Jesucristo, Palabra eterna del Padre, advertiste a tus discípulos que seguir tu nombre traería pruebas y oposición. No ocultaste la cruz, sino que la proclamaste con verdad, preparando a tus seguidores para la hora de la persecución. Te damos gracias por esta palabra profética que trasciende los siglos y llega a nuestro tiempo, preparándonos también para las batallas de la fe.
Nos prometiste tu presencia incluso en medio de la adversidad. Dijiste: «Te daré la palabra y la sabiduría». Creemos en esta promesa, Señor. Te pedimos humildemente que la cumplas en nuestras vidas. Cuando debamos dar cuenta de nuestra esperanza, pon las palabras correctas en nuestros labios. Cuando nos cuestionen sobre nuestra fe, inspira nuestras mentes y toca el corazón de quienes nos escuchan. Que tu sabiduría brille a través de nosotros. pobrezaQue tu fuerza se manifieste en nuestra debilidad.
Por todos los que hoy sufren persecución por tu nombre, oramos con fervor. Piensa en nuestros hermanos y hermanas encarcelados por su fe, en las comunidades cristianas amenazadas, en las familias destrozadas por la violencia religiosa. Sé su refugio y su fortaleza, su consuelo y su esperanza. Concédeles la gracia de la perseverancia de la que has hablado, esa paciencia que preserva la verdadera vida más allá de toda pérdida aparente.
Por quienes se sienten tentados a renunciar a su fe ante la prueba, te suplicamos con compasión. Recuerda, Señor, que restauraste a Pedro tras su negación, que acogiste a Tomás en su duda, que siempre has mostrado misericordia con los débiles que regresan a ti. Que nadie se sienta excluido de tu perdón; que todos sepan que siempre es tiempo de volver a ti y retomar el camino del testimonio.
Por nosotros, que vivimos en circunstancias donde la persecución a menudo se mantiene moderada, te pedimos que no nos dejes caer en la complacencia. Mantennos vigilantes y fieles en las pequeñas pruebas de cada día. Enséñanos a dar testimonio de ti con valentía en las conversaciones cotidianas, a defender tus valores en nuestros entornos profesionales, a irradiar tu paz en nuestras familias. Que nuestra fe no sea una convicción puramente intelectual ni un sentimiento pasajero, sino un compromiso de todo nuestro ser que transforme nuestras vidas concretamente.
Ayúdanos a no buscar el sufrimiento por sí mismo, pero tampoco a huir de él cuando nace de nuestra fidelidad al Evangelio. Concédenos el discernimiento para distinguir las pruebas fructíferas, que nos conforman a tu cruz y hacen avanzar tu Reino, de los sufrimientos estériles que solo surgen de nuestra imprudencia u orgullo. Que tu sabiduría guíe nuestras decisiones e inspire nuestros actos de renuncia.
Te confiamos especialmente a quienes tienen responsabilidades públicas, civiles o eclesiásticas, y que deben dar testimonio de ti ante los poderosos de este mundo. Gobernantes, legisladores, jueces, educadores, comunicadores: todos aquellos que moldean la opinión pública y las estructuras de nuestras sociedades. Que cristianos Los presentes en estas esferas de influencia reciben la fuerza para profesar su fe sin arrogancia pero sin miedo, para actuar según sus convicciones sin imponer pero sin traicionar, para servir el bien común permaneciendo fieles a tus mandamientos.
Por las familias divididas por la fe, te suplicamos con particular ternura. Predijiste que los discípulos serían traicionados incluso por sus propios familiares. Tantos conversos han experimentado el rechazo familiar, tantos creyentes sufren la incomprensión de sus padres o hijos. Sé el consuelo de estos corazones rotos, ayúdalos a mantener el amor filial mientras permanecen firmes en su fe, concédeles paciencia esperar que la gracia toque a sus seres queridos, y si ese ha de ser vuestro misterioso designio, hacer de su testimonio de sufrimiento la semilla de una futura conversión.
Te damos gracias por la promesa suprema que hiciste: «Ni un cabello de tu cabeza perecerá». Esta palabra nos abre los horizontes de la eternidad. Nos recuerda que estamos llamados a una vida que no pasa, a una existencia que trasciende la muerte. Arraiga esta esperanza escatológica en nosotros. Que la fe en la resurrección Ilumina nuestro presente, pon nuestros sufrimientos temporales en perspectiva, líbranos del miedo extremo. Enséñanos a ver toda nuestra existencia a la luz de tu Reino venidero, a medir todas las cosas con la vara de la eternidad.
Finalmente, Señor, te pedimos que tu Iglesia, en su conjunto, recupere la fuerza de su testimonio. Con demasiada frecuencia hemos atenuado la radicalidad del Evangelio, diluido sus exigencias y lo hemos confundido con sistemas políticos o convenciones sociales. Purifica tu Iglesia, reaviva en ella el fuego de Pentecostés. Que seamos verdaderamente el pueblo de los testigos, la comunidad que proclama tu muerte y resurrección, la asamblea que no teme proclamar tu nombre ante el mundo. Que nuestra unidad manifieste tu presencia, que nuestra caridad dé testimonio de tu verdad, que nuestra esperanza anuncie tu regreso.
Por tu Espíritu Santo, el mismo que prometiste enviar para enseñarnos todas las cosas y recordarnos todo lo que has dicho, fortalécenos, consuélanos e inspíranos. Que sea nuestro defensor y nuestro guía, nuestra fuerza en el combate espiritual y nuestra paz en la turbulencia. Que nos haga testigos alegres y valientes, discípulos fieles y perseverantes, cristianos que lleven tu nombre dignamente hasta el final, hasta el día en que te veamos cara a cara en la gloria de tu Reino.
Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

La llamada a una fidelidad gozosa y arraigada
Este pasaje de laEvangelio según san Lucas nos devuelve a la esencia misma de cristianismo Una fe que tiene un precio, un compromiso que transforma vidas, un testimonio que puede conducir a la oposición. Lejos de desanimarnos, estas palabras de Jesús deberían fortalecernos. Nos revelan la verdad sobre el discipulado cristiano, nos preparan para los verdaderos desafíos y nos arraigan en una esperanza que trasciende todas las pruebas.
Nuestro tiempo tiene especial necesidad de testigos auténticos, de cristianos que abracen su fe sin agresividad pero también sin vergüenza, que vivan el Evangelio con coherencia y alegríaEl mundo espera de nosotros no discursos moralizantes, sino vidas transformadas; no teorías sobre el amor, sino vidas entregadas; no abstracciones espirituales, sino compromisos concretos. El testimonio del que habla Jesús no es principalmente verbal, sino existencial: es toda nuestra vida la que debe proclamar que Cristo está vivo y que transforma a quienes lo siguen.
La promesa de la ayuda divina que recorre este texto debería alimentar nuestra confianza. No estamos solos en la lucha de la fe. Cristo mismo camina a nuestro lado, habla a través de nosotros, sostiene nuestra debilidad. Esta conciencia de la presencia de Dios lo cambia todo. Transforma las pruebas en oportunidades, la persecución en testimonio, el sufrimiento en participación en la... El misterio de PascalNos libera del miedo definitivo y nos abre a una nueva audacia al proclamar el Evangelio.
La paradoja fundamental de la pérdida y la preservación nos invita a vivir desde una perspectiva escatológica. Nuestras decisiones diarias, nuestros pequeños actos de renuncia, nuestra silenciosa fidelidad cobran un significado eterno. Nada se pierde si se vive por Cristo y en Cristo. Cada acto de caridad, cada palabra de verdad, cada gesto de valentía deja una huella imborrable en la eternidad. Esta visión de fe debería iluminar nuestra vida diaria y animarnos a perseverar.
El llamado a la acción que surge de esta meditación es claro: vivir un discipulado auténtico, consistente y valiente. Identificar las áreas de nuestra vida donde cedemos con demasiada facilidad ante el miedo a las opiniones ajenas, donde silenciamos nuestra fe por cálculo o cobardía. Pedir a Cristo la gracia de... lealtad En estas áreas específicas. Busquemos el apoyo fraterno de una comunidad cristiana vibrante, donde podamos compartir nuestras dificultades y recibir aliento. Profundicemos en nuestra formación doctrinal y espiritual para que podamos dar cuenta de nuestra esperanza. Oremos regularmente por cristianos Acompañar a las personas perseguidas y brindarles apoyo concreto. Cultivar su vida interior mediante la oración. los sacramentos, allá lectio divina, para arraigar nuestra fe en una relación personal con Cristo, la única que puede darnos la fuerza para perseverar en las pruebas.
Prácticas para vivir este mensaje
- Identificar una oportunidad diaria para dar testimonio :cada noche, preguntarnos dónde habríamos podido nombrar a Cristo o defender un valor evangélico y por qué lo hicimos o no lo hicimos, para progresar en lucidez y coraje.
- Formar un grupo de apoyo fraternal :unirse o formar un pequeño grupo de cristianos con quienes compartir regularmente los desafíos encontrados en el testimonio, orar unos por otros, animarse mutuamente en la perseverancia.
- Medita regularmente sobre las historias de los mártires. :leer los actos de los mártires antiguos y contemporáneos, dejar que su ejemplo estimule nuestra fe, poner nuestras pequeñas pruebas en perspectiva a la luz de sus grandes sacrificios.
- Practicando la oración de abandono : adquirir el hábito, ante una situación en la que debemos dar testimonio, de orar simplemente: «Jesús, confío en tu promesa, dame las palabras», cultivando así la confianza en la asistencia divina en lugar de la ansiedad preparatoria.
- Profundizar la formación doctrinal :seguir un curso de formación teológica o bíblica, leer obras de referencia, para poder articular claramente las razones de nuestra fe y los fundamentos de nuestras convicciones morales.
- Para brindar apoyo concreto cristianos perseguido : mantenerse informados regularmente de su situación a través de organizaciones especializadas, orar por ellos por su nombre, contribuir económicamente a su sostenimiento, escribir a las autoridades para denunciar las persecuciones.
- Cultivando una vida sacramental regular :asistencia a la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación alimenta la vida espiritual y da la fuerza necesaria para el testimonio fiel en el tiempo.
Referencias bíblicas y teológicas
- Jeremías 1:4-10: La vocación del profeta y la promesa de ayuda divina ante la oposición
- Marcos 8,34-38: la llamada a tomar la propia cruz y perder la propia vida para ganarla
- Juan 15:18-27: El discurso de Jesús sobre el odio del mundo hacia los discípulos
- Hechos de los Apóstoles 4,1-22: Pedro y Juan ante el Sanedrín, cumplimiento de la promesa del Evangelio
- 2 Timoteo 4:16-18: El testimonio personal de Pablo sobre la asistencia divina en tiempos de prueba
- Ignacio de Antioquía, Cartas a las Iglesias La espiritualidad del martirio en la Iglesia primitiva
- Tertuliano, A los mártires Exhortación y teología de la persecución
- Tomás de Aquino, Suma Teológica, IIa-IIae, Q.124: tratado teológico sobre el martirio


